Hasta los vientos contrarios
nos conducirán
a puerto seguro
2018-09-22
El pueblo brasilero se ha
habituado a afrontar la vida y a conseguir todo “en la lucha y a la fuerza”, es
decir, superando dificultades, y con mucho trabajo. ¿Por qué no “enfrentaría”
también el último desafío de hacer los cambios necesarios, en medio de la
actual crisis, que nos coloquen en el camino recto de la justicia para todos?
El
pueblo brasileño todavía no ha acabado de nacer. Lo que heredamos fue la
Empresa-Brasil con una élite esclavista y una masa de destituidos. Pero del
seno de esta masa nacieron líderes y movimientos sociales con conciencia y
organización. ¿Su sueño? Reinventar Brasil.
El
proceso comenzó a partir de abajo, y ya no hay cómo detenerlo, ni siquiera por
los sucesivos golpes sufridos, como el de 1964, civil-militar, y el de 2016,
parlamentario-jurídico-mediático.
A
pesar de la pobreza, de la marginación y de la perversa desigualdad social, los
pobres inventaron sabiamente caminos de supervivencia. Para superar esta
anti-realidad, el Estado y los políticos necesitan escuchar y valorar lo que el
pueblo ya sabe y ha inventado. Sólo entonces habremos superado la división
élites-pueblo, y seremos una nación no escindida ya, sino cohesionada.
El
brasileño mantiene su compromiso con la esperanza. «Es lo último que se
pierde». Por eso tiene la seguridad de que Dios escribe derecho aun con líneas
torcidas. La esperanza es el secreto de su optimismo, que le permite
relativizar los dramas, bailar su carnaval, luchar por su equipo de futbol... y
mantener encendida la utopía de que la vida es bella y que el mañana puede ser
mejor. La esperanza nos remite al principio-esperanza de Ernst Bloch, que es
más que una virtud; es una pulsión vital que siempre nos hace suscitar sueños
nuevos, utopías y proyectos de un mundo mejor.
Se
da en el momento actual, marcado por un casi naufragio del país, un cierto
miedo. Lo opuesto al miedo, sin embargo, no es el valor. Es la fe de que las
cosas pueden ser diferentes, de que organizados podemos avanzar. Brasil mostró
que no es sólo bueno en el carnaval y la música, sino que puede ser bueno en la
agricultura, en la arquitectura, en las artes y en su inagotable alegría de
vivir.
Una
de las características de la cultura brasileña es la jovialidad y el sentido
del humor, que ayudan a aliviar las contradicciones sociales. Esa alegría
jovial nace de la convicción de que la vida vale más que cualquier otra cosa.
Por eso debe ser celebrada con fiesta, y ante el fracaso, mantener el humor que
lo relativiza y lo hace soportable. El resultado es la levedad y la vivacidad
que tantos admiran en nosotros.
Se
está dando un casamiento que nunca antes se dio en Brasil entre el saber
académico y el saber popular. El saber popular es “un saber hecho de
experiencias”, que nace del sufrimiento y de las mil maneras de sobrevivir con
pocos recursos. El saber académico nace del estudio, bebiendo de muchas
fuentes. Cuando esos dos saberes se unan, habremos reinventado otro Brasil. Y
seremos todos más sabios.
El
cuidado pertenece a la esencia de lo humano, y de toda la vida. Sin cuidado
enfermamos y morimos. Con cuidado, todo se protege, y dura mucho más. El
desafío hoy es entender la política como cuidado de Brasil, de su gente,
especialmente de los más vulnerables, como indios y negros, cuidado de la
naturaleza, de la educación, de la salud, de la justicia para todos. Ese
cuidado es la prueba de que amamos a nuestro país y queremos a todos incluidos
en él.
Una
de las marcas del pueblo brasileño bien analizada por el antropólogo Roberto da
Matta, es su capacidad de relacionarse con todo el mundo, de sumar, juntar,
sincretizar y sintetizar. Por eso, en general, no es intolerante ni dogmático.
Le gusta acoger bien a los extranjeros.
Pues
bien, estos valores son fundamentales para una globalización de rostro humano.
Estamos mostrando que es posible y la estamos construyendo. Infelizmente, en
los últimos años ha surgido, en contra de nuestra tradición, una oleada de
odio, discriminación, fanatismo, homofobia y desprecio a los pobres (el lado
sombrío de la cordialidad, según Buarque de Holanda), que nos muestran que
somos, como todos los humanos, sapiens y demens, y ahora más demens.
Pero eso seguramente pasará y predominará la convivencia más tolerante y
apreciadora de las diferencias.
Brasil
es la mayor nación neolatina del mundo. Tenemos todo para ser también la mayor
civilización de los trópicos, no imperial, sino solidaria con todas las
naciones, porque incorporó en sí a representantes de 60 pueblos diferentes que
vinieron aquí. Nuestro desafío es mostrar que Brasil puede ser, de hecho, una
pequeña anticipación simbólica de que todo es rescatable: la humanidad unida,
una y diversa, sentados a la mesa en una comensalidad fraterna, disfrutando de
los buenos frutos de nuestra bonísima, grande, generosa Madre Tierra, nuestra
Casa Común.
¿Es
un sueño? Sí, el sueño bueno, el sueño necesario.
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