13.000 JÓVENES DE TODA EUROPA CONVIERTEN IFEMA EN EL PULMÓN DEL ECUMENISMO
Taizé, capital Madrid
"¡No olvidemos la hospitalidad!", claman el prior de Taizé, hermano Alois, y el cardenal Osoro
La hospitalidad nos acerca, más allá de las diferencias e incluso de las divisiones que existen, entre creyentes y no creyentes, entre pueblos, entre opciones de vida u opciones políticas
(Jesús Bastante).- Entre Madrid y Taizé hay 1262 kilómetros de distancia. Un mar de lejos, o un suspiro. Algo menos de cien metros por cada uno de los participantes en el encuentro que este viernes convirtió Ifema en la capital de los jóvenes cristianos europeos.
Una carrera de relevos, como la vida, una "peregrinación de confianza" siguiendo el espíritu de esta pequeña comunidad orante que, desde el norte de Francia, respira a pleno pulmón, en el corazón del Viejo Continente.
Así se dibujaba el friso que presidía la inmensa sala del pabellón 4 de la Feria, que acogió a 13.000 chicos y chicas procedentes de toda Europa. Un atardecer, desde la pequeña aldea francesa hasta la silueta de la ciudad de Madrid, con el camino marcado con velas. Y con silencio, con cánones, con aromas indiscutiblemente jóvenes de quienes han recorrido miles de kilómetros, y de los que apenas han tomado el Metro desde su casa.
3.500 jóvenes de Polonia, 2.000 de Ucrania, otros 1.300 de Croacia, 1.100 de Francia, una cifra similar de Italia, 750 Alemania y otros 600 de Portugal, además de varios miles llegados de todos los rincones de España compusieron una sinfonía coral, como si fuera realmente posible construir una comunidad de seguidores de Jesús, unidos más allá de las diferencias, por la búsqueda de la luz y de la fraternidad.
El pabellón 4 de la Feria de Madrid estaba repleto, aguardando la procesión que llevó a medio centenar de monjes de Taizé junto al altar con el famosísimo icono de Cristo, y una reproducción de La Adoración de los Pastores, de El Greco. Centenares de velas, miles de voces cantando en distintos idiomas la misma melodía. "Dios es amor, nada hay que temer".
Junto a los monjes, el cardenal de Madrid, Carlos Osoro, y su obispo auxiliar, José Cobo, ejercieron de perfectos anfitriones, en nombre de todo el pueblo de Madrid. No había una mesa de jerarcas y otra de fieles. Todos sentados, frente a la cruz. En un silencio solo roto por los clásicos cantos de Taizé, las lecturas (en distintos idiomas) y las hermosas palabras del hermano Alois.
"¡No olvidemos la hospitalidad!", clamó el prior de Taizé. Y es que "la hospitalidad nos acerca, más allá de las diferencias e incluso de las divisiones que existen, entre creyentes y no creyentes, entre pueblos, entre opciones de vida u opciones políticas". "Por supuesto -añadió-, la hospitalidad no borra estas divisiones, pero nos hace verlas bajo otra luz: nos hace capaces de escuchar y de dialogar".
Para Alois, resulta fundamental acoger la hospitalidad como valor que mueve nuestra vida. "Todos nosotros vinimos a la vida como bebés pequeños y frágiles que necesitaban ser acogidos para vivir, y esta experiencia fundamental nos marca hasta nuestro último aliento".
Tomando las palabras del Génesis, el prior de Taizé subrayó que "mi vida es un don que he recibido, y también los demás son un don para mí", pues "mi propia identidad se construye a través de mis relaciones con los demás". Por ello, "acogernos mutuamente supone aceptar los límites, los míos y los de los demás", y vencer la tentación de "encerrarnos en nosotros mismos, cediendo al miedo al otro, ese miedo que está siempre presente en todos nosotros", concluyó Alois, antes de que miles de chicos y chicas se acercaran a besar el icono.
"De noche iremos, de noche, que para encontrar la fuente, solo la sed nos alumbra. Solo tu sed nos alumbra".
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