Beata Eugenia Ravasco, virgen y
fundadora
fecha: 30 de diciembre
n.: 1845 - †: 1900 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 27 abr 2003
hagiografía: Vaticano
n.: 1845 - †: 1900 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 27 abr 2003
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Génova, en la Liguria, asimismo en Italia,
beata Eugenia Ravasco,
virgen, que fundó el Instituto de Hermanas Hijas de los
Sagrados Corazones de Jesús y María, a las que encomendó la educación de niñas
y el cuidado de enfermos y de la infancia menesterosa.
Eugenia Ravasco nació en
Milán el 4 de Enero de 1845, la tercera, entre seis hijos del banquero genovés
Francisco Mateo y de la noble Carolina Mozzoni Frosconi. Fue bautizada en la
Basílica de Santa María de la Pasión, con los nombres de Eugenia y María. La
familia, acomodada y religiosa, le ofreció un ambiente rico de afecto, de fe y
educación refinada. Luego de la muerte prematura de dos hijos pequeños y de su
joven esposa, el padre regresó a la Ciudad de Génova, llevando consigo al
primogénito, Ambrosio y a la menor, Elisa, quien contaba apenas año y medio de
edad.
Eugenia permaneció en
Milán con la hermanita Constancia, confiada a los cuidados de la tía Marieta
Anselmi, quien, como verdadera madre, la acompañó en su crecimiento, educándola
con amor pero también con firmeza. Eugenia, vivaz y expansiva, en su infancia
la consideró su verdadera madre y demostró hacia ella un afecto muy tierno,
aunque en 1852 fue vuelta al hogar paterno, en Génova. Al cabo de tres años
falleció también su padre. Luis Ravasco, banquero y cristiano convencido, se
responsabilizó de los tres sobrinos huérfanos cuidando de su formación: confió
a una Institutriz cualificada las dos niñas. Eugenia de carácter vivaz y
exuberante sufrió bastante bajo el régimen severo adoptado por la señora Serra,
pero supo aceptarlo con docilidad.
El 21 de junio de 1855,
en la Iglesia de San Ambrosio (hoy Iglesia «de Jesús») en Génova, a los 10
años, recibió la primera Comunión y la Confirmación luego de una atenta
preparación realizada por el Canónigo Salvador Magnasco. Desde ese día se
sintió atraída por el misterio de la presencia Eucarística, de tal manera que
no pasaba delante de ninguna Iglesia sin entrar para adorar el SSmo.
Sacramento. El culto a la Eucaristía es en efecto uno de los goznes de su
espiritualidad, junto al culto de los Corazones de Jesús y de María Inmaculada.
Movida por una compasión connatural hacia los que sufren, desde su adolescencia
donó abundantemente y de todo corazón a los necesitados, muy contenta de hacer
sacrificios personales para lograrlo. En diciembre de 1862, la joven Eugenia
perdió también el apoyo del tío Luis, quien había sido para ella más que padre.
Recibió de Él no solamente la herencia moral de grande rectitud, coherencia
cristiana y gran liberalidad hacia los pobres, sino también la responsabilidad
de la familia, ahora en las manos de administradores no siempre fieles. No se
acobardó. Confiando en Dios y aconsejada por el canónigo Magnasco, futuro
Arzobispo de Génova, y por sabios abogados, tomó las riendas de los negocios de
familia. Eugenia oraba ardientemente en su corazón, para que Dios le mostrara
el verdadero camino por donde deseaba llevarla. El 31 de mayo de 1863, en la
Iglesia de Sta. Sabina en Génova, en donde entrara para saludar a Jesús
Eucarístico, mediante las palabras del Misionero P. Jacinto Bianchi, quien
estaba en ese momento dirigindose a los fieles, Eugenia Ravasco recibió la
invitación divina a «consagrarse para hacer el bien por amor al Corazón de
Jesús». Fue el acontecimiento que iluminó su futuro y cambió su vida. Bajo la
guía del Director espiritual, ella se puso sin reservas a disposición de Dios,
consagrándole a Él, a su gloria y al bien de las almas, sus energías de
inteligencia y de corazón y el patrimonio heredado de los suyos: «Este dinero
-acostumbraba repetir- no es mío, sino del Señor, yo soy solamente la
depositaria» (cfr. Positio C.I., 70)
Soportó con fortaleza
las protestas de los parientes, las críticas y el desprecio de las damas de su
misma clase social e inició con valor a «hacer el bien» a su alrededor. Dio
clases de catecismo en su Parroquia, N.S. del Carmen; colaboró con las Hijas de
la Inmaculada en la Obra de S. Dorotea, como asistenta de las niñas del barrio,
enseñó costura y bordado. Como «Dama de Caridad» de S. Catalina en Portoría,
asistió a los enfermos en el Hospital de Pammatone y de los Crónicos; visitó a
los pobres en sus casas, llevando el consuelo de su caridad. Sentía una gran
pena viendo a tantos niños y jovencitas abandonados a sí mismos, en medio de
toda clase de peligros y totalmente ignorantes de las cosas de Dios. El 6 de
diciembre de 1868, a los 23 años, fundó la Congregación religiosa de las Hijas
de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, con la misión de hacer el bien
especialmente a la juventud. Se iniciaron así las escuelas, la enseñanza del
catecismo, las asociaciones, los oratorios; el proyecto educativo de la Madre
Ravasco consistía en educar a los jóvenes y formarlos a una vida cristiana
activa y abierta, para que fueran «honestos ciudadanos en medio de la sociedad
y santos en el cielo»; educarlos a los valores trascendentes y al mismo tiempo
a la lectura de los acontecimientos en perspectiva histórico-salvífica. Les
propuso la santidad como meta de la vida.
En 1878, en un período
de abierta hostilidad a la Iglesia y de laicización de la vida social, Eugenia
Ravasco, atenta a las necesidades de su tiempo, dio inicio a una Escuela Normal
femenina, con la finalidad de darle a las jóvenes una instrucción orientada
cristianamente y de preparar «maestras cristianas» para la sociedad. Para
llevar a cabo esta obra, pupila de sus ojos, se enfrentó con fortaleza y
confiando en Dios sólo, a los ataques venenosos de la prensa de opinión
laicista. Encendida de caridad ardiente a imitación del Corazón de Jesús y
animada por la voluntad de ayudar a su prójimo, de acuerdo con los Párrocos,
organizó Ejercicios Espirituale, Retiros, Ceremonias religiosas y Sagradas
Misiones Populares, hallando un gran consuelo viendo a muchos corazones que
retornaban a Dios para encontrar su misericordia mediante la oración, el canto
litúrgico y los Sacramentos. Oraba: «Corazón de Jesús, concededme porder hacer
este bien y niguno otro, en todas partes».
Soñaba con poder ir a
las misiones, pero ello no se concretizó sino después de su fallecimiento.
Promovió el culto del Corazón de Jesús, de la Eucaristía, del Corazón
Inmaculado de María; organizó Asociaciones para las Madres de Familia, tanto
pobres como acomodadas; a estas últimas propuso ayudar a las jóvenes
necesitadas y proveer a las Iglesias pobres. Alcanzó con su caridad a los
moribundos, encarcelados, los lejanos de la Iglesia. Vivió de fe, de oración,
de sufrimiento, de abandono en la Voluntad de Dios.
En 1884, junto con otras
cohermanas, Eugenia Ravasco hizo su Profesión Perpetua. Siguió entregada al
desarrollo y fortalecimiento del Instituto, el cual, aprobado por la Iglesia
Diocesana en 1882, obtendrá la aprobación pontificia en 1909. Fundó algunas
Casas Filiales que visitó no obstante su poca salud. Guió la Comunidad con
amor, prudencia y la mirada hacia el futuro, considerándose la última de las
hermanas. Trabajó para mantener encendida en sus hijas la llama de la caridad y
gran celo por la salvación del mundo, proponiéndoles como modelos los Corazones
SS.mos de Jesús y de María. «Arder en el deseo del bien ajeno, especialmente de
la juventud» fue su ideal apostólico; «Vivir abandonada en Dios y en las manos
de María Inmaculada» fue su programa de vida.
Purificada por la prueba
de la enfermedad, de la incomprensión y del aislamiento dentro de la misma
Comunidad, Eugenia Ravasco nunca desistió de actuar con pasión evangélica para
la salvación de las almas, especialmente de la juventud de toda edad y
condición social. En 1892, un año después de la Encíclica «Rerum Novarum» de
S.S. el Papa León XIII, quiso construir un edificio en la plaza de Carignano,
en Génova, para hacer de él la «Casa de las Obreras»: las jóvenes, quienes
trabajaban en las fábricas y en los talleres de artesanía, hallarían en el un
hogar seguro y la posibilidad de una formación cristiana. En 1898, para las
jóvenes que trabajaban a servicio de las familias, fundó la Asociación de Sta.
Zita; al mismo tiempo construyó el «pequeño teatro» para los momentos
recreativos de las jóvenes del Oratorio y de las numerosas Asociaciones que
estaban organizadas en el Instituto, convencida de que la alegría es la
atmósfera educativa más eficaz: «Estad alegres -acostumbraba repetir-
divertios, pero santamente...» y a las religiosas: «Vuestro gozo atraiga otros
corazones para alabar a Dios» (de sus escritos).
Consumida por la
enfermedad Eugenia Ravasco falleció en Génova en vísperas de cumplir sus 56
años de vida, en la Casa Madre del Instituto, en la madrugada del 30 de
diciembre de 1900. «Os dejo a todas en el Corazón de Jesús» fueron sus palabras
de despedida de las hijas y de sus queridas jóvenes.
fuente: Vaticano
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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