182. Las enseñanzas de
la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores o nuevos
desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser
concretos –sin pretender entrar en detalles– para que los grandes principios
sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie. Hace
falta sacar sus consecuencias prácticas para que «puedan incidir eficazmente
también en las complejas situaciones actuales».[148]
Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a
emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya
que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser
humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito
privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios
quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados
a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos»
(1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la
conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden
social y a la obtención del bien común».[149]
183. Por consiguiente,
nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las
personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos
por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los
acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién pretendería encerrar en un
templo y acallar el mensaje de san Francisco de Asís y de la beata Teresa de
Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe –que nunca es cómoda e
individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de
transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra.
Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad
que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas,
con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos
hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea
principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en
la lucha por la justicia».[150]
Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la
construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social
de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción
transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota
del corazón amante de Jesucristo. Al mismo tiempo, une «el propio
compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y
Comunidades eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el
ámbito práctico».[151]
184. No es el momento
para desarrollar aquí todas las graves cuestiones sociales que afectan al mundo
actual, algunas de las cuales comenté en el capítulo segundo. Éste no es un
documento social, y para reflexionar acerca de esos diversos temas tenemos un
instrumento muy adecuado en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,
cuyo uso y estudio recomiendo vivamente. Además, ni el Papa ni la Iglesia
tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la
propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir aquí
lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: «Frente a situaciones tan diversas, nos
es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con
valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión.
Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación
propia de su país».[152]
185. A continuación
procuraré concentrarme en dos grandes cuestiones que me parecen fundamentales
en este momento de la historia. Las desarrollaré con bastante amplitud porque
considero que determinarán el futuro de la humanidad. Se trata, en primer
lugar, de la inclusión social de los pobres y, luego, de la paz y el diálogo
social.
Reflexión
11 de junio
(RV).-(audio) Hoy abrimos un nuevo apartado: el de la enseñanza de la Iglesia sobre las cuestiones sociales. Estas enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes -escribe el Papa en su Exhortación Evangelii Gaudium- están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser concretos para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie. Hace falta sacar sus consecuencias prácticas para que «puedan incidir eficazmente también en las complejas situaciones actuales». Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos, explica el Santo Padre, que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna. De ahí que la conversión cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común». Por consiguiente, dice Francisco, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor. De eso se trata, porque el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora, y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo. Éste no es un documento social, aclara Francisco, que afirma que ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país».
No hay comentarios:
Publicar un comentario