De las homilías de san Gregorio de Nisa, obispo, sobre el libro del Eclesiastés
«EL SABIO TIENE SUS OJOS PUESTOS EN LA CABEZA»
Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. [...] El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.
Cuantos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles, como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser necio por Cristo. [...]
¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: "¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?"
A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, lo que equivale a decir "tener los ojos puestos en la cabeza".
«EL SABIO TIENE SUS OJOS PUESTOS EN LA CABEZA»
Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. [...] El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.
Cuantos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles, como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser necio por Cristo. [...]
¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: "¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?"
A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, lo que equivale a decir "tener los ojos puestos en la cabeza".
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