193. El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en
nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos
algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que
resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices
los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El
Apóstol Santiago enseña que la misericordia con los demás nos permite salir
triunfantes en el juicio divino: «Hablad y obrad como corresponde a quienes
serán juzgados por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin
misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el
juicio» (2,12-13). En este texto, Santiago se muestra como heredero de lo más
rico de la espiritualidad judía del postexilio, que atribuía a la misericordia
un especial valor salvífico: «Rompe tus pecados con obras de justicia, y tus
iniquidades con misericordia para con los pobres, para que tu ventura sea
larga» (Dn 4,24). En esta misma línea, la literatura sapiencial habla de
la limosna como ejercicio concreto de la misericordia con los necesitados: «La
limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado» (Tb 12,9). Más
gráficamente aún lo expresa el Eclesiástico: «Como el agua apaga el fuego
llameante, la limosna perdona los pecados» (3,30). La misma síntesis aparece
recogida en el Nuevo Testamento: «Tened ardiente caridad unos por otros, porque
la caridad cubrirá la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Esta verdad
penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una
resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano.
Recordemos sólo un ejemplo: «Así como, en peligro de incendio, correríamos a
buscar agua para apagarlo […] del mismo modo, si de nuestra paja surgiera
la llama del pecado, y por eso nos turbamos, una vez que se nos ofrezca la
ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera
una fuente que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio».[160]
194. Es un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que
ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la
Iglesia sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido
exhortativo, sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor. ¿Para qué
complicar lo que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para favorecer
el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de
ella. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con
tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la
justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos enseñó este camino de
reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué oscurecer
lo que es tan claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores
doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de
sabiduría. Porque «a los defensores de «la ortodoxia» se dirige a veces el
reproche de pasividad, de indulgencia o de complicidad culpables respecto a
situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes políticos que las
mantienen».[161]
195. Cuando san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir
«si corría o había corrido en vano» (Ga 2,2), el criterio clave de
autenticidad que le indicaron fue que no se olvidara de los pobres (cf. Ga
2,10). Este gran criterio, para que las comunidades paulinas no se dejaran
devorar por el estilo de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad
en el contexto presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo
individualista. La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser
adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar
jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y
desecha.
196. A veces somos duros de corazón y de mente, nos olvidamos, nos
entretenemos, nos extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de
distracción que ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación
que nos afecta a todos, ya que «está alienada una sociedad que, en sus formas
de organización social, de producción y de consumo, hace más difícil la
realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana».[162]
Reflexión
21 de junio
(RV).-(audio) El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. El Apóstol Santiago, escribe el Papa Francisco, enseña que la misericordia con los demás nos permite salir triunfantes en el juicio divino: “Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia”. Santiago se muestra como heredero de lo más rico de la espiritualidad judía del postexilio, que atribuía a la misericordia un especial valor salvífico: «Rompe tus pecados con obras de justicia, y tus iniquidades con misericordia para con los pobres, para que tu ventura sea larga». En esta misma línea, la literatura sapiencial habla de la limosna como ejercicio concreto de la misericordia con los necesitados: «La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado». Más gráficamente aún lo expresa el Eclesiástico: «Como el agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados». La misma síntesis -dice el Papa- aparece recogida en el Nuevo Testamento: «Tened ardiente caridad unos por otros, porque la caridad cubrirá la multitud de los pecados». Esta verdad penetró profundamente la mentalidad de los Padres de la Iglesia y ejerció una resistencia profética contracultural ante el individualismo hedonista pagano».
Es un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia sobre estos textos no debería oscurecer o debilitar su sentido exhortativo, sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y fervor, afirma Francisco. Esto vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con el pobre. No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría.
Cuando san Pablo se acercó a los Apóstoles de Jerusalén para discernir «si corría o había corrido en vano», recuerda el Santo Padre, el criterio clave de autenticidad que le indicaron fue que no se olvidara de los pobres. Este gran criterio, para que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad en el contexto presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista. A veces somos duros de corazón y de mente, señala el Papa, nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de distracción que ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación que nos afecta a todos, ya que «está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y de consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana».
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