Del comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el libro del Eclesiastés
MI CORAZÓN SE ALEGRA EN EL SEÑOR
«Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.» (Eclesiastés 9,7). Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta [...].
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. [...]
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: «Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado» (Proverbios 9,5), indicando la participación sacramental del que es la Palabra.
Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: «Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo» (Mateo 5,16). Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.
MI CORAZÓN SE ALEGRA EN EL SEÑOR
«Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.» (Eclesiastés 9,7). Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta [...].
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. [...]
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: «Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado» (Proverbios 9,5), indicando la participación sacramental del que es la Palabra.
Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: «Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo» (Mateo 5,16). Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario