176. Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios. Pero
«ninguna definición parcial o fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y
dinámica que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla
e incluso mutilarla».[140]
Ahora quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la
evangelización precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente
explicitada, siempre se corre el riesgo de desfigurar el sentido auténtico e
integral que tiene la misión evangelizadora.
177. El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el
corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los
otros. El contenido del primer anuncio tiene una inmediata repercusión moral
cuyo centro es la caridad.
178. Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica
descubrir que «con ello le confiere una dignidad infinita».[141]
Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada
persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio
su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin
límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social
porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino
también las relaciones sociales entre los hombres».[142]
Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura
penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales: «El Espíritu
Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a
desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e
impenetrables».[143]
La evangelización procura cooperar también con esa acción liberadora del
Espíritu. El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que fuimos hechos a
imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos
solos. Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe
entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y
desarrollarse en toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio,
que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos
comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y
fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás.
179. Esta inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y
un efectivo amor fraterno está expresada en algunos textos de las Escrituras
que conviene considerar y meditar detenidamente para extraer de ellos todas sus
consecuencias. Es un mensaje al cual frecuentemente nos acostumbramos, lo
repetimos casi mecánicamente, pero no nos aseguramos de que tenga una real
incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades. ¡Qué peligroso y qué
dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, la
cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la
justicia! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente
prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a
uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40).
Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la medida
con que midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia
divina con nosotros: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No
juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y
seréis perdonados; dad y se os dará […] Con la medida con que midáis, se os
medirá» (Lc 6,36-38). Lo que expresan estos textos es la absoluta
prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los dos
mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro
para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual en respuesta a la
donación absolutamente gratuita de Dios. Por eso mismo «el servicio de la caridad
es también una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión
irrenunciable de su propia esencia».[144] Así
como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de
esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende,
asiste y promueve.
Reflexión
3 de junio(RV).-(audio) Evangelizar, -escribe el Papa Francisco en el Capítulo IV de la Exhortación Evangelii Gaudium- es hacer presente en el mundo el Reino de Dios. Pero «ninguna definición parcial o fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización, si no es con el riesgo de empobrecerla e incluso mutilarla».
Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque «Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres». Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales: «El Espíritu Santo posee una inventiva infinita, propia de una mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e impenetrables».
El misterio mismo de la Trinidad, señala Francisco, nos recuerda que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos. Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora.
Esta inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno está expresada en algunos textos de las Escrituras que conviene considerar y meditar detenidamente, observa el Pontífice, para extraer de ellos todas sus consecuencias. Es un mensaje al cual frecuentemente nos acostumbramos, lo repetimos casi mecánicamente, pero no nos aseguramos de que tenga una real incidencia en nuestras vidas y en nuestras comunidades.
¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, el entusiasmo por vivir el Evangelio! La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente, afirma el Santo Padre: «Con la medida con que midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38). Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual en respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios.
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