San Celestino I, papa
fecha: 27 de julio
fecha en el calendario anterior: 6 de abril
†: 432 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 6 de abril
†: 432 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, en el cementerio de Priscila,
en la vía Salaria, san Celestino I, papa, que, esforzándose para que la Iglesia
se mantuviese en la verdadera fe y ampliase su extensión, instituyó el
episcopado en Gran Bretaña e Irlanda y promovió la celebración del Concilio de
Éfeso, en donde se condenó a Nestorio y se saludó a María como Madre de Dios.
refieren a este santo: San Cirilo de
Alejandría, San León I Magno, San Sixto III
Apenas sabemos algo de su vida privada.
Nació en Campania y se había distinguido como diácono en Roma, antes de su
elección a la cátedra de San Pedro en septiembre del año 422. Durante los diez
años que duró su pontificado, mostró gran energía y encontró gran oposición.
Los obispos de Africa, que ya se habían quejado de que se convocaba a Roma a
muchos de sus sacerdotes, criticaron al Papa por haber llamado a Apiado en
forma precipitada y sin tener en cuenta a los obispos. Sin embargo,san Agustín profesaba
gran veneración y cariño a san Celestino, como consta por sus cartas. San
Celestino se opuso enérgicamente a los brotes de herejía de su época, particularmente
al pelagianismo y al nestorianismo. El sínodo que reunió en Roma en el año 430,
fue una especie de preludio del Concilio ecuménico de Éfeso, al que san
Celestino envió tres legados de gran envergadura. Igualmente apoyó a san Germán de
Auxerre en su lucha contra el pelagianismo y escribió un
tratado dogmático de gran importancia contra el semipelagianismo, que era una
forma mitigada de la misma herejía. De san Celestino proviene la obligación de
los clérigos de órdenes mayores de recitar el oficio divino. Es poco probable
que san Celestino haya enviado a san Patricio a Irlanda; sin embargo, debía
tener muy presentes las necesidades de ese país, ya que fue él quien envió a
Paladio allá a sostener la fe de los que creían en Cristo, inmediatamente antes
de que san Patricio empezara su gran obra de evangelización.
En una carta atribuida a san Celestino,
dirigida a los obispos de las iglesias Viennense y Narbonense, del 26 de julio
del 428, se contiene un hermoso texto, que recoge elDenzinger como «canon sobre
la reconciliación in articulo mortis»:
Hemos sabido que se niega la penitencia a los moribundos y no se corresponde a los deseos de quienes en la hora de su tránsito, desean socorrer a su alma con este remedio. Confesamos que nos horroriza se halle nadie de tanta impiedad que desespere de la piedad de Dios, como si no pudiera socorrer a quien a El acude en cualquier tiempo, y librar al hombre, que peligra bajo el peso de sus pecados, de aquel gravamen del que desea ser desembarazado. ¿Qué otra cosa es esto, decidme, sino añadir muerte al que muere y matar su alma con la crueldad de que no pueda ser absuelta? Cuando Dios, siempre muy dispuesto al socorro, invitando a penitencia, promete así: Al Pecador -dice-, en cualquier día en que se convirtiera, no se le imputarán sus pecados [cf. Ez. 33, 16]... Como quiera, pues, que Dios es inspector del corazón, no ha de negarse la penitencia a quien la pida en el tiempo que fuere...
Hemos sabido que se niega la penitencia a los moribundos y no se corresponde a los deseos de quienes en la hora de su tránsito, desean socorrer a su alma con este remedio. Confesamos que nos horroriza se halle nadie de tanta impiedad que desespere de la piedad de Dios, como si no pudiera socorrer a quien a El acude en cualquier tiempo, y librar al hombre, que peligra bajo el peso de sus pecados, de aquel gravamen del que desea ser desembarazado. ¿Qué otra cosa es esto, decidme, sino añadir muerte al que muere y matar su alma con la crueldad de que no pueda ser absuelta? Cuando Dios, siempre muy dispuesto al socorro, invitando a penitencia, promete así: Al Pecador -dice-, en cualquier día en que se convirtiera, no se le imputarán sus pecados [cf. Ez. 33, 16]... Como quiera, pues, que Dios es inspector del corazón, no ha de negarse la penitencia a quien la pida en el tiempo que fuere...
Ver Acta Sanctorum, abril, vol. V;
Duchesne, Liber Pontificalis, vol. I, pp. 230-231; Hefele-Leclercq, Conciles,
vol. II, pp. 196 ss. Posiblemente los llamados «Capitula Caelestini» contra la
doctrina semipelagiana no son obra de san Celestino sino de San Próspero de
Aquitania. El fragmento de la carta proviene de DZ 111; el texto completo en
MPL 50,431.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2583
San Simeón Estilita, monje
fecha: 27 de julio
fecha en el calendario anterior: 5 de enero
n.: c. 388 - †: 459 - país: Turquía
otras formas del nombre: Simón, Simeón el Viejo
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 5 de enero
n.: c. 388 - †: 459 - país: Turquía
otras formas del nombre: Simón, Simeón el Viejo
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Cerca de Antioquía de Siria, san Simeón,
monje, que durante muchos años vivió sobre una columna, por lo que recibió el
sobrenombre de «Estilita», y cuya vida y trato con todos fue admirable.
patronazgo: patrono de los pastores.
refieren a este santo: San Alipio, San Daniel
«Estilita», San Eutimio «el
Grande», San Simeón
Estilita el Joven
La vida y la conducta de san Simeón,
llamaron la atención, no sólo de todo el Imperio Romano, sino también de los
pueblos bárbaros, que le tenían en gran admiración. Los emperadores romanos se
encomendaban a sus oraciones y le consultaban sobre asuntos de importancia. Sin
embargo, debe reconocerse que se trata de un santo más admirable que ejemplar.
Su vida es profundamente edificante, en el sentido de que no podemos menos de
sentirnos confundidos, al comparar su fervor con nuestra indolencia en el
servicio divino.
San Simeón fue hijo de un pastor de la
Cilicia, en la frontera de Siria, y comenzó su vida guardando las ovejas de su
padre. Hacia el año 402, cuando Simeón sólo tenía catorce años, se sintió
profundamente conmovido al oír en la iglesia la lectura de las
Bienaventuranzas, sobre todo por las palabras: «Bienaventurados los que
sufren», «Bienaventurados los limpios de corazón». El joven acudió a un anciano
para que le explicara su sentido, y le rogó que le dijera cómo podía alcanzar
la felicidad prometida. El anciano le respondió que el texto sagrado proponía
como camino a la felicidad, la oración, la vigilia, el ayuno, la humillación y
la paciencia en las persecuciones, y que la vida de soledad era la mejor manera
de practicar la virtud. Simeón se retiró a cierta distancia y rogó a Aquél que
quiere la salvación de todos los hombres que le guiara en la búsqueda de la
felicidad y de la perfección. Después de orar largamente, se quedó dormido y
tuvo un sueño, como él mismo lo refirió más tarde repetidas veces. Se vio a sí
mismo cavando los cimientos de una casa. Las cuatro veces que interrumpió su
trabajo para tomar aliento, oyó una voz que le ordenaba seguir excavando.
Finalmente, recibió la orden de cesar, porque el foso era ya tan profundo, que
podía abrigar los cimientos de un edificio de la forma y el tamaño que él
escogiera. Como comenta Teodoreto, «los hechos verificaron la predicción, ya
que los actos de ese hombre estaban tan por encima de la naturaleza, que los
cimientos debían ser muy profundos para soportar peso tan enorme».
Al despertar, Simeón se dirigió a un
monasterio de las proximidades, cuyo abad se llamaba Timoteo y se detuvo a las
puertas durante varios días sin comer ni beber, suplicando que le admitieran
como el último de los sirvientes. Su petición fue bien acogida y por fin se le
recibió por un plazo de cuatro meses. Ese tiempo le bastó para aprender de
memoria el salterio. Este contacto con el texto sagrado iba a alimentar su alma
durante el resto de su vida. Aunque era muy joven, practicaba toda clase de
austeridades, y su humildad y caridad le ganaron el aprecio de los monjes. Al
cabo de dos años, pasó al monasterio de Heliodoro, el cual había vivido sesenta
y dos años en dicha comunidad, tan absolutamente alejado del mundo, que lo
ignoraba por completo, según nos cuenta Teodoreto, quien le conoció
personalmente. Simeón intensificó ahí sus mortificaciones. Considerando que la
tosca cuerda del pozo, tejida con hojas de palma, constituía un excelente
instrumento de mortificación, se desnudó, la ató con fuerza alrededor de su
cuerpo y se vistió en seguida. Así permaneció largo tiempo, sin que el superior
o alguno de los monjes sospechara su sufrimiento, hasta que la cuerda se le
incrustó en la carne. En todo el cuerpo se le formaron grandes llagas y durante
los tres días siguientes, tuvo que mojar sus vestiduras para poder quitárselas,
pues estaban completamente pegadas a la carne herida. Las incisiones que se le
hicieron para arrancar las cuerdas le produjeron tal dolor, que se desmayó. Al
recobrar el conocimiento, el superior le despidió del monasterio, para
demostrar a los otros monjes que no estaba dispuesto a soportar tales
singularidades.
Simeón sé retiró a una ermita en las
cercanías del monte Telanisa, en donde resolvió pasar los cuarenta días de la
cuaresma, en total abstinencia, siguiendo el ejemplo de Cristo. Un sacerdote
llamado Basso, con quien consultó su propósito, le dio diez piezas de pan y un
poco de agua, para que pudiera comer en caso de necesidad. Basso fue a
visitarle al acabar la cuaresma; el pan y el agua estaban intactos, pero Simeón
yacía por tierra como muerto. Con una esponja Basso mojó los labios de Simeón y
depositó en ellos la sagrada Eucaristía. Vuelto en sí, Simeón se incorporó y
pudo comer, lentamente, algunas hojas de lechuga. En adelante ayunó del mismo
modo cada cuaresma hasta el fin de su vida. Cuando Teodoreto escribió sobre él,
Simeón había ya soportado así veintiséis cuaresmas. Teodoreto nos explica que
empezaba la cuaresma haciendo oración de pie; cuando las fuerzas comenzaban a
faltarle, continuaba su oración sentado; hacia el fin de la cuaresma, oraba
tendido en tierra, pues era ya incapaz de sostenerse en otra posición. Sin embargo,
es probable que en sus últimos años haya mitigado un poco esta increíble
austeridad. Cuando vivía ya en su columna, se ataba a una estaca durante el
ayuno cuaresmal para no caer; pero al fin de su vida, estaba ya tan
acostumbrado, que no necesitaba atarse. Algunos atribuyen su resistencia a una
recia complexión, que le había permitido habituarse a tan extraordinario ayuno.
Como es bien sabido, el clima cálido permite largos períodos de abstinencia a
los fakires de la India. En nuestros días, un monje francés ayunó durante toda
la cuaresma, casi tan rigurosamente, como san Simeón. [Dom Claude Léauté, monje
benedictino de la Congregación de San Mauro. Cf. Dom L´Isle,
History of Fasting, Sens, 1731; y The Month, febrero y marzo de 1921: The
Mystic as a Hunger Striker]. Pero hay muy pocos ejemplos de personas que resistan el ayuno total
prolongado, a no ser que la práctica les haya preparado para ello.
Habiendo pasado tres años en la ermita,
Simeón se fue a vivir a la cumbre del monte, donde se construyó una especie de
cabaña sin techo para estar a la intemperie. Como símbolo de su resolución de
proseguir en ese género de vida, encadenó su pie derecho a una roca. Melecio,
vicario del Patriarca de Antioquía, le aseguró que, si su decisión era
realmente firme, con la gracia de Dios podría vivir en su retiro, sin salir
jamás de él. Al oír esto, el santo mandó llamar a un herrero para que soldara
definitivamente sus cadenas. Pero los visitantes comenzaron a frecuentarlo y la
soledad que su alma deseaba se veía constantemente interrumpida por las
multitudes que acudían a recibir su bendición, que sanaba a los enfermos.
Algunos no se daban por satisfechos, hasta tocar con sus propias manos al
santo.
Para huir de estas causas de distracción,
Simeón ideó un nuevo género de vida sin precedentes. El año 423 se construyó
una columna de unos tres metros de altura, y sobre ella vivió durante cuatro
años. En otra de seis metros vivió tres años. En una tercera de doce metros
vivió diez años. Los últimos veinte años de su vida los pasó en una columna de
veinte metros, que le construyó el pueblo. En total pasó treinta y siete años
en las cuatro columnas; por ello recibió el nombre de estilita, pues la palabra
griega «stylos» significa columna. Al principio, todos criticaron esta forma de
vida como una singularidad. Para probar su humildad, los obispos y abades de
los alrededores le dieron la orden de renunciar a tal extravagancia. El santo
se mostró inmediatamente dispuesto a obedecer; pero el mensajero le dijo que,
puesto que se había mostrado obediente, los obispos y abades le autorizaban a
seguir su vocación.
Su columna no pasaba de tener unos dos
metros de superficie, lo cual le permitía apenas acostarse. Por lo demás,
carecía de todo asiento. Sólo se recostaba para tomar un poco de descanso; el
resto del tiempo lo pasaba encorvado en oración. Un visitante contó, en una
ocasión, 1244 reverencias profundas. Dos veces al día, el santo hacía
exhortaciones al pueblo. Se vestía de pieles de animales, y jamás permitió que
una mujer penetrara en el espacio cerrado en el que se levantaba su columna. Su
discípulo Antonio nos cuenta que el santo oró muy especialmente por su madre, a
la muerte de ésta.
Dios se complace algunas veces en conducir
a ciertas almas por caminos extraños, donde otras sólo encontrarían peligros de
ilusiones y de vanidad. Sin embargo, hay que hacer notar que la santidad de
dichas almas no consiste, ni en sus acciones extraordinarias, ni en sus
milagros, sino en la perfección de su caridad, de su paciencia y de su
humildad; y estas virtudes brillaron esplendorosamente en la vida de san
Simeón. Exhortaba ardientemente al pueblo a corregirse de su inveterada
costumbre de blasfemar, a practicar la justicia, a desterrar la usura, a la
seriedad en la piedad, y a orar por la salvación de las almas. El respeto con
que los mismos bárbaros le oían era indescriptible. Muchos persas, armenios e
iberos se convirtieron por sus milagros o por sus sermones a los que acudían
grandes multitudes. Los emperadores Teodosio y León I, le consultaban con
frecuencia y se encomendaban a sus oraciones. El emperador Marciano se disfrazó
para ir a visitarle. El santo soportó con invencible paciencia todas las
contradicciones y oposiciones, sin una palabra de queja. Se consideraba
sinceramente como el peor de los hombres, y hablaba a todos con la mayor
suavidad y caridad. El patriarca de Antioquía, Domno, y otros sacerdotes le
llevaban la comunión a su columna. El miércoles 2 de septiembre del año 459, o
tal vez el viernes 24 de julio del mismo año, según otra fuente, el santo
entregó su alma a Dios, a los sesenta y nueve años de edad, en la posición en
que acostumbraba orar. Su cuerpo fue trasladado dos días después a Antioquía,
donde lo esperaban los obispos y todo el pueblo. Evagrio, Antonio y Cosme
relatan muchos milagros obrados en tal ocasión.
Por increíbles que puedan parecer algunos
de los rigores atribuidos a san Simeón el Viejo y a otros estilitas, las
pruebas históricas son indiscutibles. Por ejemplo, Teodoreto, historiador de la
Iglesia, que es una de las principales autoridades sobre san Simeón el Viejo,
le conoció personalmente, fue su confidente, y escribió su narración durante la
vida misma del santo. El problema de esta fase extraordinaria del ascetismo ha
sido discutido a fondo por Hippolyte Delehaye, en su monografía Les Saints
Stylites (1923). Esta obra supera a todas las anteriores sobre el mismo tema.
Basándose en las investigaciones de Delehaye, Fr. Thurston publicó un artículo
de vulgarización sobre el tema, en la revista irlandesa Studies, diciembre de
1923, pp. 584-596. Además de la narración de Teodoreto, existen otras dos
fuentes importantes sobre la vida de san Simeón: la biografía griega escrita
por su discípulo y contemporáneo, Antonio, y la biografía siria, escrita
ciertamente menos de cincuenta años después de la muerte del santo. Lietzmann
publicó una edición crítica de ambos textos en Das Leben des reiligen Symeon
Stylites (1908); ver también P. Peeters, Analecta Bollandiana, vol. LXI (1943),
pp. 71 ss., a propósito de los primeros biógrafos de san Simeón. Las biografías
griega y siria difieren en una buena cantidad de detalles, pero no podemos
ocuparnos de ello aquí.
En la foto inferior puede verse las ruinas del monasterio con los restos de la columna de san Simeón; lamentablemente, los turistas -llevándose una a una las piedras como recuerdos de su visita- han terminado con la columna.
En la foto inferior puede verse las ruinas del monasterio con los restos de la columna de san Simeón; lamentablemente, los turistas -llevándose una a una las piedras como recuerdos de su visita- han terminado con la columna.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 2051 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2584
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