can.: B: Benedicto XVI 24 nov 2008
país: Japón - †: 1633
país: Japón - †: 1633
En la colina
Nishizaka, Nagasaki, beato Miguel Kusuriya, laico, mártir.
188 mártires de la
evangelización del Japón, 1603-1639
Beatificación de 188 mártires, cuyo testimonio ocurrió en
distintas partes de Japón, entre los años 1603 y 1639, realizada en Nagasaki el
24 de noviembre de 2008.
En este grupo:
Pedro Kibe
Kasui y 187 compañeros mártires (1603-1639)
Presentación
histórica del martirio realizada por monseñor Juan Esquerda Bifet, director
emérito del Centro internacional de animación misionera (Ciam).
A fin
de resaltar la actualidad del tema de la esperanza, decía el Papa Benedicto XVI
a los obispos del Japón en la visita "ad limina" del 15 de diciembre
de 2007, citando su segunda encíclica: "Quien tiene esperanza vive de otra
manera; se le ha dado una vida nueva" (Spe salvi, 2). Y para
contextualizar esta afirmación añadió: "A este respecto, la próxima
beatificación de 188 mártires japoneses ofrece un signo claro de la fuerza y la
vitalidad del testimonio cristiano en la historia de vuestro país. Desde los
primeros días, los hombres y mujeres japoneses han estado dispuestos a derramar
su sangre por Cristo. Gracias a la esperanza de esas personas, "tocadas
por Cristo, ha brotado esperanza para otros que vivían en la oscuridad y sin
esperanza" (Spe salvi, 8). Me uno a vosotros en la acción de gracias a
Dios por el testimonio elocuente de Pedro Kibe y sus compañeros, que "han
lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Ap
7, 14 ss)" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de
diciembre de 2007, p. 8).
Fueron
muchos miles los cristianos japoneses que, en el decurso de cuatro siglos, pero
especialmente durante los siglos XVI-XVII, dieron este testimonio heroico de
esperanza. Algunos ya han sido canonizados. El 8 de junio de 1862, Pío IX
canonizó a veintiséis. El mismo Papa beatificó a 205 el día 7 de julio de 1867.
Juan Pablo II canonizó a veintiséis el día 18 de octubre de 1987. Los nuevos
188 mártires —han sido beatificados el pasado 24 de noviembre— se suman, pues,
a una cifra considerable que, no obstante, viene a ser sólo una pequeña
representación de los muchos miles que dieron la vida por Cristo, además de los
innumerables que afrontaron toda suerte de sufrimientos por el Señor.
Esta
realidad histórica queda ya como un hecho salvífico imborrable en la
evangelización del Japón y es también una herencia común para toda la Iglesia.
Será siempre un punto de referencia, como lo ha sido para toda la historia
eclesial la realidad martirial de los primeros cuatro siglos del cristianismo
bajo el imperio romano.
Entre
estos mártires se encuentran todas las clases sociales. Cabe recordar que hubo
también algunas apostasías, como en toda persecución. Pero, al contemplar el
conjunto admirable de unas estadísticas controladas, cabe preguntarse sobre el
punto de apoyo de su perseverancia ante el martirio. ¿Qué preparación y medios
habían tenido? ¿Cuál fue y sigue siendo la clave de la perseverancia?
Las
circunstancias actuales han cambiado en todas las latitudes. Pero será siempre
una realidad la "persecución" contra los seguidores de Cristo como él
mismo profetizó (cf. Jn 15-16; Mc 13, 9). La Iglesia estará siempre "en
estado de persecución" (Dominum et vivificantem, 60). Las dificultades,
siendo muy diversas, no son menores en la actualidad, especialmente en una
sociedad donde se sobrevalora lo útil, lo eficaz, lo inmediato, la ganancia, el
éxito, las impresiones, las leyes que contrastan con la conciencia... El cristiano
que quiera ser coherente, tendrá que estar dispuesto, en cualquier época, como
decía san Cipriano refiriéndose a los mártires y confesores del siglo III, a
"no anteponer nada al amor de Cristo".
Afirmar
hoy explícitamente la divinidad y la resurrección de Jesús es un riesgo de
"martirio", de marginación y descrédito... Decidirse por seguir los
principios básicos de la conciencia y de la razón iluminados por la fe —sobre
la vida, la familia, la educación— será frecuentemente fuente de malentendidos y
tergiversaciones por parte de los que se oponen a los valores evangélicos.
La
beatificación de los nuevos 188 mártires, todos ellos japoneses y casi todos
laicos (183), tendrá ciertamente una gran repercusión, especialmente en el
Japón. Si "la sangre de mártires es verdadera semilla de cristianos"
(según Tertuliano: PL I, 535), esta realidad martirial actual anuncia, a pesar
de las previsiones humanas, un resurgir de la comunidad eclesial en el Japón,
con repercusión en la Iglesia universal.
El
martirio cristiano es siempre un "misterio" de la historia. Ninguna
figura histórica ha sido tan amada y tan perseguida como la figura de Jesús,
que prometió estar presente entre los que creen en él. Pero la vida martirial
de los discípulos de Jesús es siempre una gracia que tiene un dinamismo
misionero imparable.
Un hecho
histórico de valor permanente: los mártires japoneses, especialmente de los
siglos XVI-XVII
El 15
de agosto de 1549 llegó san Francisco Javier al Japón, donde desarrolló su
actividad apostólica durante unos tres años. Los jesuitas fueron llegando
continuamente. Los primeros franciscanos misioneros llegaron de Filipinas en
1592. Los dominicos y agustinos, también procedentes de Filipinas, llegaron en
1602. Hay que recordar que las Filipinas fueron evangelizadas inicialmente por
los misioneros agustinos, ya desde la ocupación española, en 1565. Fueron
cuatro las Órdenes religiosas que evangelizaron el Japón durante estos inicios:
jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos.
Los
años que transcurren entre 1549 y 1650 se han calificado de "siglo
cristiano" del Japón; en 1644 los católicos eran unos 300.000, según la
cifra aceptada por algunos historiadores. San Francisco Javier había escrito en
1552 que se produciría persecución azuzada por algunos bonzos. Él mismo había
manifestado la alegría de poder llegar a ser mártir.
Se
pueden observar, en el contexto histórico, diversos motivos circunstanciales
que dieron origen a la persecución: las luchas comerciales por parte de
navegantes ingleses y holandeses, que sembraban la sospecha y el rechazo hacia
los portugueses, provenientes de Macao, y hacia los españoles, provenientes de
Filipinas; el temor de algunas autoridades japonesas a una invasión; la inquina
de algunos bonzos budistas que veían disminuir a sus seguidores. Pero los
mártires japoneses murieron por no querer renunciar a su fe; se les proponía la
posibilidad de salvar su vida a precio de esta renuncia a la misma, aunque
fuera simulada.
Un
primer edicto de persecución en todo el país fue firmado en 1614, y se enviaron
copias a todos los "daimyós" del Japón. Hay que recordar que existía
un ambiente de guerra civil en Japón entre dos "shôgun" o
gobernadores mayores; de hecho, el emperador estaba como "prisionero"
en Kyoto. Tokugawa Leiasu se proclamó "shôgun" en 1603 y murió en
1616, contra el "Shôgun" Toyotomi Hideyoshi, dejando fundada la
dinastía "Tokugawa". Tokugawa Yemitsu asumió la plena autoridad del
"shôgunado" en 1632 y reclamó obediencia absoluta a su autoridad por
parte de los cristianos, por encima de la fe y de la conciencia.
Estas
dificultades se acentuaban por el hecho de que, para los perseguidores, los
"shôgun" —gobernadores mayores— eran la ley suprema. Los cristianos
tenían que ser eliminados porque seguían el primer mandamiento del decálogo:
amar a Dios sobre todas las cosas. Ese es el argumento del apóstata Fabián
Ungyô, con su libro: "Ha Deus, Contra la secta de Dios", año 1620.
Se
puede constatar la internacionalidad de los mártires, aunque la inmensa mayoría
eran japoneses. En la documentación y también en las listas de los ya
beatificados o canonizados, se encuentran coreanos, mestizos (luso-japoneses,
chino-japoneses), de Malaca, un indio de Malabar, un indio de Bengala, uno de
Sri Lanka, algunos chinos, etc. Entre los misioneros, casi un centenar, había
portugueses, españoles, italianos, mexicanos y algunos de Flandes, Francia,
Filipinas, Polonia...
Los
primeros mártires fueron asesinados ya en 1558. Desde entonces están
documentados los martirios, al inicio casi anualmente y en diversos lugares del
Japón, hasta 1867. Pero especialmente quedan documentados con más precisión
hasta el año de la clausura del Japón, en 1639, época "Sakoku" o de
país clausurado. Todavía después de esta fecha, quedaron —o ingresaron clandestinamente—
muchos cristianos, misioneros y catequistas que fueron mártires durante el
decurso de todo el siglo XVII.
Desde
el martirio masivo de Nagasaki, el 5 de febrero de 1596, con Pablo Miki, s.j.,
a la cabeza —veintiséis mártires ya canonizados el 8 de junio de 1868, entre
los que aparece san Felipe de Jesús—, hubo siempre "grandes
martirios": en Edo —Tokio— (año 1613, con veintitrés mártires),
Arima-Kuchinotsu (año 1614, con cuarenta y tres mártires), Miyako-Kyoto (año
1619, con cincuenta y tres mártires), Nagasaki (año 1622, con cincuenta y tres
mártires), Shiba-Edo (año 1623, dos grupos, con cincuenta y veinticuatro
mártires), Minato-Akita (año 1624, con treita y dos mártires), Kubota-Akita
(año 1624, con cincuenta mártires), Okusanbara (año 1629, con cuarenta y nueve
mártires), Omura (año 1630, dos grupos, con setenta y tres, y diez mártires),
Aizu-Wakamatsu (año 1632, con cuarenta y tres mártires), Edo -Tokio— (año 1632,
con quince mártires), etc.
Es
imposible concretar con exactitud el número de mártires. Ciertamente pasaron de
varios miles. El cálculo más conservador sobre este número, desde finales del
siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, indica entre 5.000 y 10.000 mártires
(cf. Positio, p. 40). Los mártires extranjeros no pasan del centenar. Pero sólo
en la llamada "insurrección" de Shimabara, abril de 1638, según
algunos escritores modernos, pudieron haber llegado a 20.000 —aparte de los
caídos en la guerra— los japoneses que fueron sacrificados por el hecho de ser
cristianos. En una publicación reciente, las fichas documentadas y precisas,
con nombre, fecha, lugar, modalidades, etc., pasan de dos mil, pero alguna de
estas fichas se refieren a algún grupo sin poder precisar más (El Martirologio
del Japón 1558-1873; ver el grupo de Shimabara en la página 740).
Es
impresionante la actitud de muchos niños mártires, en solitario, en grupo o con
sus padres. Algunos eran de muy tierna edad. Un testimonio muy documentado
habla de un grupo de dieciocho niños, en el segundo gran martirio de Edo-Tokio,
24 de diciembre de 1623: "Los seguían (a los mártires adultos) dieciocho
niños, que como casi todos eran pequeñitos y no sabían todavía temer a la
muerte, iban alegres y risueños como si fueran a jugar, llevando algunos de
ellos en las manos los juguetes que en esa edad suelen usar, moviendo con ello
a lágrimas a los mismos gentiles que lo veían... Llegados al lugar determinado,
los primeros en que se ejecutó la cruel sentencia fueron los dieciocho niños,
en los cuales ejecutaron crueldades tan bárbaras que sólo oírlas causa
horror" (ib., p. 490).
Los
suplicios fueron variando y recrudeciéndose, como puede constatarse en el
conjunto de los 188 que resumiremos más abajo. Además de la cárcel y arresto
domiciliario, se produjo frecuentemente la pérdida de todos los bienes y el
exilio. Pero en el caso de martirio cruento, además de las decapitaciones,
hogueras y crucifixiones, se ejercieron toda clase de humillaciones o
vejaciones y torturas, que constan detalladamente en los documentos de la
época, por parte de testigos presenciales. Además de la amputación de miembros
y el apaleamiento, se practicaba el ahogo lento o repetido en agua, el veneno,
el aceite hirviendo, la crucifixión, alanceados o también quemados, el
lanzamiento al mar, la inmersión en los sulfatos del monte Unzen en Nagasaki,
lapidación, tormento de la fosa —colgados boca abajo y metida la cabeza en una
fosa—, etc.
Eran de
todas las clases sociales: nobles samurais, autoridades civiles, artesanos,
profesores, pintores, literatos, campesinos, ex-bonzos convertidos, esclavos ya
liberados y prisioneros de guerra (de Corea), algún corsario convertido,
trovadores ciegos especializados y diplomados en el arte melódico-narrativo.
Pero dentro del cristianismo se sentían todos como en familia.
Como
dato interesante hay que constatar que en 1632 fueron desterrados a Manila más
de cien leprosos cristianos. En 1601 tuvieron lugar las primeras ordenaciones
de sacerdotes japoneses, jesuitas y diocesanos. A pesar de la fidelidad por
parte de la inmensa mayoría, se constata también la primera apostasía de un
misionero europeo, el padre Cristóbal Ferreira, en 1633.
La
invasión de Corea, a finales del siglo XVI, había dado como resultado la
llegada de muchos esclavos coreanos, que vivían en el distrito de Nagasaki
llamado Korai-machi. En una reunión de los misioneros con el obispo de
Nagasaki, padre Cerqueira, s.j., en 1598, se inició un proceso de liberación.
Muchos coreanos se hicieron cristianos; algunos serían mártires, ya
beatificados y canonizados.
La
persecución y los martirios continuaron hasta 1873. Fueron todavía muchos los
mártires de la segunda mitad del siglo xix, al inicio de la
"apertura" comercial del Japón. En 1873, por presión de los gobiernos
occidentales, un decreto oficial hizo retirar los bandos oficiales que habían
prohibido la religión cristiana durante siglos, desde el inicio del siglo XVII;
los cristianos apresados pudieron volver a sus casas. Pero en los años
inmediatamente anteriores a 1873 habían muerto en las cárceles 664 cristianos,
por inanición o por torturas. La discriminación respecto de los católicos, a
veces por parte de algunos bonzos budistas, continuó hasta casi la segunda
guerra mundial, a mediados del siglo xx.
El nuevo
elenco de 188 mártires beatificados
El
conjunto de los 188 mártires corresponde a una misma época (1603-1636). Todos
ellos fueron víctimas de la misma tendencia claramente persecutoria respecto
del cristianismo, con el objetivo claro y planificado de borrarlo totalmente
del Japón. Esta lista de 188 corresponde a quienes fueron compañeros de otros
numerosos mártires ya reconocidos precedentemente por la Iglesia como tales, y
que sufrieron el martirio en las mismas circunstancias.
En la
presente lista destaca la fidelidad a la Santa Sede, por parte de Julián
Nakaura; la tenacidad en seguir la vocación, padre Pedro Kibe; la heroicidad de
misioneros y catequistas japoneses perseguidos y ocultos durante años; la vida
cristiana de familias enteras sacrificadas, etc. Los treinta samurais
martirizados, nobles y casi siempre con sus familias, junto con numerosos
fieles del pueblo sencillo, son una muestra de la importancia de este martirio
para la historia del Japón, en un momento clave de su unificación política en
el inicio del siglo XVII; fueron fieles a la autoridad civil, dispuestos a dar
su vida y sus haciendas por sus señores, pero nunca a renegar de su fe ni de
los deberes de conciencia.
De los
detalles concretos del martirio consta por parte de numerosos testigos y por
documentos contemporáneos eclesiásticos y civiles, puesto que las autoridades
dieron pie a la máxima espectacularidad de cada evento. Muchas veces, los perseguidores
hicieron desaparecer los restos, por ejemplo arrojando las cenizas en el mar,
para evitar el culto a las reliquias de los martirizados. Pero, todavía hoy,
algunos de estos mártires son considerados como héroes por la sociedad japonesa
no cristiana.
La
intención anticristiana de los perseguidores es evidente, como consta por los
edictos de los gobernantes, así como por la búsqueda organizada para apresar a
todos los cristianos y la invención de toda clase de tormentos para conseguir
la apostasía, con la cual hubieran quedado liberados del suplicio.
Cinco
son religiosos: cuatro jesuitas —tres sacerdotes y un hermano— y un padre
agustino; ciento ochenta y tres son laicos. Los treinta samurais murieron
indefensos, dejando aparte las armas, hecho inexplicable y señal de cobardía en
ellos si no fuera por un ideal superior. Hay niñas y niños pequeños, ya
llegados al uso de razón, que mostraron una tenacidad heroica unida a su candor
y fervor cristiano. Hay familias enteras, madres embarazadas o con sus hijos
muy pequeños, jóvenes y ancianos, catequistas —uno era ciego— y gente sencilla
del pueblo, que se prepararon asiduamente con oración y penitencias para el
martirio, mostrando siempre no solamente entereza y fortaleza, sino también la
alegría de dar la vida por Cristo.
Algunos
de los mártires ya beatificados o canonizados anteriormente, habían dejado
escrito su testimonio sobre estos 188 mártires, que han sido beatificados el
pasado 24 de noviembre . La causa de los nuevos mártires, todos ellos japoneses
y casi todos laicos (183), no había sido estudiada hasta hace pocos años. Fue
Juan Pablo II, en su visita al Japón (año 1981), quien alentó a recordar y
estudiar otros muchos mártires además de los ya reconocidos; esta invitación
fue corroborada por una carta del entonces prefecto de la Congregación para la
evangelización de los pueblos, cardenal Agnelo Rossi.
Estos
188 mártires, distribuidos en 16 grupos, fueron martirizados entre 1603 y 1639,
prácticamente de todas las zonas geográficas del Japón, las diversas diócesis
actuales. La investigación fue realizada por una comisión de cinco
historiadores, especializados en temas japoneses, y se hizo con toda precisión
y seriedad histórica, aprovechando el material existente en numerosas
bibliotecas y archivos de dentro y de fuera del Japón: once archivos japoneses
y doce archivos o bibliotecas occidentales.
A veces
son fuentes civiles, pertenecientes a los mismos perseguidores, donde no se
oculta el motivo de la persecución, el género de martirio, algunas apostasías y
la tenacidad en afirmar la fe cristiana por parte de las víctimas. Son muy
importantes las "cartas anuales" contemporáneas que enviaban a Roma
los superiores jesuitas del Japón, misioneros y algunos de ellos también
mártires posteriormente.
Ha habido
una petición oficial de la Conferencia episcopal del Japón, firmada por todos
los obispos el 14 de junio de 2004, suplicando la beatificación de los 188, que
dieron su vida "por Cristo y por la Iglesia", y motivándola con
razones de actualidad pastoral. Los 188 mártires corresponden a las actuales
diócesis de Nagasaki, Fukuoka, Kyoto, Niigata, Hiroshima, Kagoshima, Oita,
Tokio (Edo) y Osaka.
1) Once mártires de Yatsushiro, hoy Kumamoto, diócesis de Fukuoka: seis de familia de samurais (año 1603) y cinco de gente del pueblo (años 1606 y 1609)
Entre
los samurais, destacan dos familias: Juan Minami y su esposa Magdalena, con su
hijo adoptivo Luis, de siete años; Simón Takeda y su esposa Inés, con su madre
Juana. Los varones samurais mueren decapitados. Las mujeres y el niño,
crucificados. Destaca la alegría en el momento del martirio, vistiendo su mejor
vestido de fiesta. Magdalena Minami, desde la cruz, rezaba a coro con su hijo
Luis. Juana Takeda predicaba desde la cruz.
Entre
la gente sencilla del pueblo: Joaquín y Miguel, con su hijo Tomás, de trece
años; Juan y su hijo Pedro, de cinco o seis años. Son tres catequistas, con sus
hijos. Mueren decapitados, menos Joaquín, que muere en la cárcel a causa de los
tormentos. Todos muestran alegría, oración y firmeza en la fe. Se conservan
algunas cartas desde la cárcel, donde leían libros de espiritualidad.
El caso
del niño Pedro Hatori, de cinco o seis años, es emblemático. Vestido con su
kimono de fiesta, en el lugar del suplicio se acercó al cadáver de su padre,
martirizado unos momentos antes, se bajó el kimono de los hombros, se
arrodilló, juntó las manos para orar y presentó su cuello desnudo ante los
verdugos aterrorizados; estos no acertaron en el primer golpe, hiriéndolo en el
hombro y tumbándolo a tierra, de donde se levantó para seguir arrodillado en
oración; murió decapitado pronunciando los nombres de Jesús y María. Algo
parecido pasó con el niño Tomás, de trece años, hijo de Miguel; este niño tenía
el brazo izquierdo atrofiado, pero lo levantó con su brazo derecho para morir
en actitud de oración (cf. P. Pasio, o.c., cap. 9, foll. 328-330).
2) Mártires de Yamaguchi y Hagi, Melchor Kumagai, samurai, y Damián, catequista ciego, año 1605, 16 y 19 de agosto respectivamente, en la diócesis de Hiroshima
El samurai
Melchor muere decapitado en su casa, por defender la fe cristiana, mientras
oraba y meditaba la pasión. La importancia del martirio de este samurai estriba
también en su calidad de descendiente de familia noble que se remonta al
emperador Kammu (782-805).
El
samurai Melchor precedentemente se había enfriado en la fe, pero luego, después
de la guerra de Corea, tomó un camino de segunda conversión, entregándose con
generosidad hasta el momento de su martirio. En sus cartas dirigidas a sus
amigos manifiesta su adhesión incondicional a la fe, mientras, al mismo tiempo,
estaba dispuesto a servir con fidelidad a su señor el "daimyó",
pariente suyo.
El
catequista ciego Damián muere también decapitado, de rodillas y orando, por
defender y propagar la fe. Su cuerpo fue mutilado y arrojado al río por los
verdugos, con la intención de hacer desaparecer los restos, de donde los
cristianos rescataron la cabeza para enviarla a Nagasaki. Los perseguidores
intentaban conseguir la apostasía. Hay que notar en este caso y en algunos
otros, la acción persecutoria de algunos bonzos de una secta budista, que
instigaron a los gobernantes.
Este
catequista ciego, que se había convertido del budismo, dedicó su vida a la
catequesis, con su arte musical y narrativo, llegando a convertir, sólo en un
año, a ciento veinte personas, además de dedicarse durante años a fortalecer la
fe de los ya cristianos. Con sus cantos y narraciones, el ciego
"iluminaba" a todos por el camino de la fe. En el momento en que iba
a ser decapitado, le conminaron por tres veces a que apostatara de la fe, pero
Damián ofreció su cuello mostrando gran paz y alegría. Sus restos, recuperados
por los cristianos, fueron trasladados a Nagasaki y luego a Macao.
3) León Saisho Shichiemon Atsutomo, samurai de rango alto (1608, Hirasa, hoy Sendai, diócesis de Kagoshima)
Había
recibido el bautismo el 22 de julio de 1608, de manos del futuro mártir Jacinto
Orfanel, o.p., beato. El samurai convertido se entregó a un camino de oración y
perfección. Instado repetidamente por su señor a apostatar, León resistió con
fortaleza y ánimo tranquilo. Fue condenado a muerte por haberse bautizado en
contra de las órdenes de su señor. Decía que "estaba dispuesto a morir
antes que dejar de ser cristiano" (Carta de Mons. Cerqueira a Pablo V, 5
de marzo de 1609).
Salió
para el lugar del martirio habiendo dejado sus armas, vestido con traje de
fiesta; se arrodilló sobre una estera de paja ante una imagen pequeña del
descendimiento de la cruz, que luego metió en su pecho, mientras enrollaba en
su mano derecha el rosario.
Lo
decapitaron el 17 de noviembre de 1608, a los tres meses y medio después de
haber recibido el bautismo. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido,
es decir, en el cruce de caminos (por significar la cruz de Cristo). El hecho
de morir "con tanta seguridad y alegría... era cosa nunca vista en aquel
reino" (Cerqueira, o.c., fol. 482).
4) Mártires en Ikitsuki (Hirado): el samurai Gaspar Nishi Genka, con su esposa Úrsula y su hijo primogénito Juan Mataichi Nishi (año 1609), diócesis de Nagasaki
Se
trata de una familia de mártires. Estos tres fueron martirizados el 14 de
noviembre de 1609. Hijo de Úrsula es el padre Tomás, o.p., mártir en 1634, ya
canonizado por Juan Pablo II en 1987; también fue martirizado su otro hijo
Miguel con su esposa e hijo en 1634, por haber dado alojamiento a su hermano,
el padre Tomás.
El
samurai Gaspar Nishi era protector y padre de los pobres y campesinos. El
martirio de esta familia fue promovido de modo especial por un bonzo principal
de Hirado, de una secta budista, mitad bonzos mitad soldados, prohibidos
posteriormente, que era amigo del "daimyó". Los datos precisos del
martirio se encuentran en la carta de monseñor Cerqueira, del 10 de marzo de
1610, dirigida al Papa Pablo V.
Los
mártires se prepararon con oración para el martirio. Gaspar, samurai, pidió
morir como Jesús en una cruz, pero sólo se le concedió ser decapitado en el
lugar donde anteriormente el misionero padre Torres había levantado la cruz.
Úrsula
y su hijo Juan murieron decapitados, arrodillados y pronunciando los nombres de
Jesús y María. En sus cabezas, expuestas públicamente, pusieron la causa de la
muerte: "por ser cristianos". Sus cuerpos fueron llevados a Nagasaki
y posteriormente, en 1614, a Macao.
5) Mártires de Arima (diócesis de Nagasaki), año 1613, tres familias de samurais: Adriano con su esposa Juana, León con su esposa Marta y sus dos hijos (Magdalena de diecinueve años, Diego de doce años), León con su hijo Pablo de veinticuatro años
Las
tres familias de samurais (ocho personas) murieron quemados vivos el 7 de
octubre de 1613. Este martirio tiene un significado especial: representa la
cristiandad de Arima, la más cultivada del Japón, semillero de mártires. Estas
tres familias fueron siempre fieles a sus "daimyós" en guerra y en
paz. El odio a la fe provenía especialmente del "daimyó" apóstata
Arima Naozumi. Miles de cristianos, organizados en cofradías, pudieron asistir
al martirio con el rosario en la mano y velas encendidas; habían pasado una
noche entera velando en oración. Cinco días después del martirio, daba cuenta
detallada de todo ello el obispo monseñor Cerqueira al prepósito general de la
Compañía de Jesús, padre Claudio Acquaviva.
Todos
los mártires se habían preparado con oraciones y sacramentos. La numerosa
comunidad cristiana de la ciudad participó en la preparación espiritual. El
influjo de sus gestos audaces llegó hasta conseguir que algunos apóstatas
volvieran a la fe. Estos arrepentidos, no habiéndoseles permitido sumarse a los
presentes mártires, renunciaron a sus rentas y se exiliaron.
Cada
uno de los mártires muestra alguna peculiaridad personal: los tres samurais
anuncian a Cristo sin ambigüedades hasta el último momento. Marta anima a sus
hijos, Magdalena y Diego. Magdalena, de diecinueve años, levanta y ofrece al
cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, de doce años, al vadear el río
de camino hacia el suplicio, no permitió que le ayudara un samurai compasivo,
sino que le dijo: "Déjame ir a pie como mi Señor, ya que no llevo la cruz
a cuestas" (cf. Carta anual de 1613, fol. 271); en el momento del
suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos, corrió hacia
su madre y quedó muerto a sus pies; la madre acogió al niño señalando el cielo.
Todos ellos confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando los
nombres de Jesús y María.
6) Adán Arakawa de Amakusa (1614, diócesis de Fukuoka)
Se
trata de un hombre del pueblo, casado con esposa cristiana, de fe sencilla y
bien formada, siempre contento, catequista ("kambó") y, al marchar
los misioneros, responsable de la comunidad cristiana, dedicado a ella con gran
celo. Se alimentaba de libros espirituales: la "Imitación de Cristo",
libro impreso en japonés en Amakusa y Nagasaki.
Fue
encarcelado y repetidamente torturado desde el 21 de marzo de 1614. Afirmó su
fidelidad a las autoridades civiles, pero también la independencia de su fe. En
medio de las torturas, después de anunciar a Cristo, permanecía continuamente
en oración. Fue decapitado el 5 de junio del mismo año (por la noche y en
clandestinidad, mostrando más ánimo que sus verdugos) por no querer apostatar
de su fe y por su calidad de animador catequista de la comunidad, que constaba
de varios miles de cristianos. Su cuerpo, envuelto en redes y con piedras, fue
arrojado al mar. Los cristianos sólo pudieron recoger algo de su sangre. Tenía
sesenta años. La investigación fue dirigida por el futuro mártir beato
Francisco Pacheco, según orden del provincial padre Carvalho, elegido como
sucesor de monseñor Cerqueira, que había muerto en febrero de 1614.
7) El gran martirio de Miyaco (Kyoto), 6 de octubre de 1619 (cincuenta y dos mártires)
Este es
uno de los martirios numerosos, o masivos, de Japón que hemos citado más
arriba. En el martirio de Kyoto murieron cincuenta y dos cristianos quemados
vivos: un samurai de alto rango, Juan Hashimoto con su esposa Tecla, encinta, y
sus seis hijos, de entre tres y doce años; la mayoría eran gente sencilla del
pueblo, madres jóvenes con sus hijos, que vivían agrupados en una calle de
Kyoto ("calle de los que creen en Dios") y que habían sido atendidos
anteriormente por misioneros y catequistas, también martirizados
posteriormente, algunos ya beatificados. Las madres martirizadas ofrecían a sus
hijos pequeños: "¡Señor Jesús, recibe a estos niños!". Todo el grupo
siguió la misma suerte: encarcelados en diversas fechas, orando y cantando en
la cárcel, crucificados y quemados todos juntos, afirmaron su fe. Constan los
nombres de cada uno y su testimonio cristiano y martirial, algunas familias
enteras. El samurai Juan fue un apoyo para todos.
Destaca
el martirio de Tecla, en medio de las llamas, sujeta a la cruz con tres hijos
pequeños, consolándolos, apretando a la más pequeña, Luisa, de tres años, entre
sus brazos, mientras los otros tres ardían en la cruz próxima. Destaca también
la actitud martirial de la niña Marta, de siete años, que quedó ciega en la
cárcel y a quien los mismos guardias quisieron liberar haciéndola apostatar; la
niña Marta respondió profesando la fe en nombre de todos y pudo morir junto a
su madre.
El
martirio fue contemplado por numerosos cristianos y miles de paganos. De este
martirio quedan numerosos testimonios, incluso de un anticatólico —trabajador
de la compañía inglesa de Hirado, quien también describe la muerte y oración de
Tecla con sus hijos— y de los archivos civiles japoneses. El martirio fue
divulgado de inmediato en Occidente, gracias a la carta anual de Rodrigues
Giram, del año 1619 —el mismo año del martirio—, que tomó los datos de la
relación del padre Benito Fernández, mártir dos años después.
8) Familia Kagayama-Ogasawara (18 miembros), en Kokura (1619), Hiji (1619) y Kamamoto (1636), diócesis de Fukuoka y Oita
Diego
Kagayama, noble samurai, que era gobernador de Kokura, murió decapitado el 15
de octubre de 1619, con su primo y yerno Baltasar, este con su hijo Diego, de 4
años. Fueron decapitados, por orden del "daimyó" Hosokawa Tadaoki, el
mismo día (15 de octubre de 1619), en distinto lugar (Kokura y Hiji
respectivamente). El samurai Diego marchó descalzo hacia el lugar del suplicio,
encargó dar sus vestidos de fiesta a un pobre y murió orando y arrodillado con
un crucifijo en la mano. Baltasar explicó a los verdugos el porqué de su
alegría al morir defendiendo la fe y oró antes de ser decapitados él y su hijo
pequeño.
Los
dieciocho mártires murieron por no querer apostatar de la fe, en actitud de
oración. Pertenecían a una cristiandad, la de Buzen, muy numerosa —quizá unos
tres mil cristianos— y muy bien formada. Los miembros de la familia samurai
Kagayama-Ogasawara eran fieles a las autoridades superiores y colaboraron en
sus empresas, pero no quisieron abandonar la fe, a pesar de las promesas,
amenazas y castigos.
La
familia Ogasawara Gen'ya (él con su esposa Miya, nueve hijos y cuatro
sirvientes) fueron decapitados en Kumamoto, año 1636. Después del martirio de
sus parientes —familia Kagayama— habían sufrido destierro y prisión, confesando
su fe cristiana ante todo género de amenazas. Clandestinamente recibieron ayuda
espiritual y sacramentos, especialmente por parte del futuro mártir japonés
padre Julián Nakaura. De los esposos Ogasawara y Miya Kagayama, y de algunos de
sus hijos mártires, se conservan cartas, escritas desde la cárcel, que reflejan
claramente sus actitudes martiriales y las de toda la familia. Después de pasar
cuarenta días en la cárcel, el 30 de enero de 1636 los esposos con sus nueve
hijos y cuatro sirvientes fueron todos decapitados en el patio del templo
budista Zengo-In de Kumamoto. Posteriormente se ha descubierto la tumba de la
familia Ogasawara, y se han hallado dieciséis cartas, a modo de testamento,
escritas desde la cárcel, donde aflora la actitud martirial cristiana ante la
incomprensión de sus parientes.
9) Juan Hara Mondo No Suke, mártir de Edo (1623), hoy diócesis de Tokio
El
samurai Juan Hara Mondo es el único que pudo ser escogido, entre los cuarenta y
siete laicos que, junto con tres religiosos, fueron quemados vivos en la colina
de Shinagawa, a la entrada de Tokio, en la presencia de una inmensa muchedumbre
y de numerosos "daimyós", que acudieron a Edo (Tokio) de todo Japón,
para celebrar el inicio del gobierno del nuevo shôgun, Tokugawa Yemitsu, que
había dado la orden de eliminar a todos los cristianos. Era el 4 de diciembre
de 1623. Además de los cuarenta y siete laicos, de los que se destaca como
representante Juan Hara Mondo, había en el mismo grupo tres religiosos: un
franciscano y dos jesuitas, que ya fueron beatificados en 1867, juntamente con
otros doscientos cinco.
El
samurai Hara Mondo procedía de familia enlazada con el emperador Kammu
(782-805). Nació en 1587. Servía como paje del shôgun Tokugawa, se bautizó en
Osaka cuando tenía unos trece años. En su primera juventud fue acusado de
faltas graves dentro de la corte, pero luego consta que vivió una vida
cristiana ejemplar. Se han documentado los detalles más importantes de su vida.
El shôgun Tokugawa Ieiasu, hacia 1612 había iniciado abiertamente la
persecución, intentando hacer apostatar a sus vasallos cristianos.
Ya en
1612, Juan Hara Mondo, por no querer renunciar a su fe, recibió la orden de
destierro, pero se ocultó para poder propagar el cristianismo. En 1615 fue
descubierto, encarcelado y condenado. Le imprimieron en la frente con hierro
candente una cruz y le mutilaron los dedos de manos y pies. Pudo todavía vivir
oculto y sirviendo espiritualmente a la comunidad cristiana, desde una
leprosería. En 1623 fue delatado y, junto con otros cristianos, condenado a
morir en la hoguera. Todos murieron "invocando los santísimos nombres de
Jesús y María" y "no hubo entre ellos quien se moviese".
10) Mártires de Hiroshima: Francisco Tóyama Jintaró, Matías Shóbara Tchizaemon, Joaquín Kuroemon (1624)
De
entre un gran número de mártires de Hiroshima, de algunos de los cuales se
desconocen los nombres, se han escogido estos tres más documentados, todos
ellos martirizados por no querer apostatar.
Francisco
Tóyama era noble samurai, cristiano de vida muy ejemplar, que "tenía
ofrecida su vida a Dios", uno de los cinco firmantes de la carta a Pablo V
en la que prometían fidelidad. Su ejemplo cristiano influyó en la conversión de
muchos. Por no querer apostatar, murió decapitado en su casa el 16 de febrero
de 1624, después de recibir los sacramentos, teniendo en sus manos un
crucifijo, mientras oraba ante un cuadro de la Virgen atribuida a san Lucas (copia
de la de Santa María la Mayor). Unas horas antes de morir, escribió una carta
alentando a otro encarcelado, Matías Shóbara, donde manifiesta claramente su
disponibilidad martirial.
Matías
Shóbara, mientras era guardián en la cárcel, fue bautizado por uno de los
presos, futuro mártir, el jesuita padre Antonio Ishida. De camino hacia el
lugar del martirio, iba rezando el rosario y explicando a la gente la doctrina
cristiana; murió crucificado, después de ser atormentado para hacerlo apostatar
(17 de febrero de 1624). Antes del martirio, todavía pudo responder a la carta
de Francisco Tóyama (ver arriba), donde manifiesta sus actitudes martiriales.
Joaquín
Kuróemon, hombre del pueblo, era catequista encargado de las obras de
misericordia y de la animación de la comunidad. Por este motivo fue condenado a
morir en cruz. Marchó con alegría al lugar del martirio, orando y exhortando a
aceptar la fe cristiana. Fue alanceado en la cruz el 8 de marzo de 1624.
11) Mártires del monte Unzen, Nagasaki, 1627
Son un
grupo de veintinueve, todos ellos indicados con sus nombres y datos concretos.
Destacan el samurai Pablo Uchibori, con sus tres hijos, y el anciano señor
("tono") de la aldea Hachirao, Pablo Onizuka, padre del mártir beato
Pedro Onizuka, s.j., quemado vivo en 1622. Pero los veintinueve mártires se
distribuyen en tres grupos, según la fecha del martirio: 21 de febrero, 28 de
febrero y 17 de mayo de 1627.
Casi
todos habían sufrido anteriormente cárcel y torturas. Algunos son descendientes
o familiares de mártires. Otros mueren con su esposa e hijos. Algunos eran
catequistas o jefes de aldeas, o habían hospedado a los misioneros ocultos,
arriesgando su propia vida.
A los
tres hijos de Pablo Uchibori, antes de matarlos y arrojarlos al mar (21 de
febrero de 1627), les cortaron los dedos de las manos, ante su padre y ante un
gran grupo de condenados al martirio, para presionarlos a apostatar. El niño
Ignacio Uchibori, de cinco años, sufrió la mutilación con gran serenidad,
levantando sus dedos y mano mutilada y sangrienta, con la admiración de todos
los presentes. Con ellos murió del mismo modo, con los dedos mutilados y
arrojada al mar, Gracia, esposa de Tomás Soxin, porque no quiso renegar de la
fe; también mataron allí mismo, arrojándolos al mar, a otros doce.
Cinco
de los veintiséis mártires de la presente lista, martirizados en los sulfatos
del monte Unzen —en dos grupos y fecha distinta: 28 de febrero y 17 de mayo—
son firmantes, entre otros doce, de la carta dirigida anteriormente a Pablo V
(18 de octubre de 1620), expresando su disponibilidad de "ofrecer nuestras
vidas en testimonio de Cristo y de la santa Iglesia romana... Nada tenemos tan
grabado en el corazón como el padecer el martirio, cuando la ocasión se
ofrezca, con la gracia de Dios".
El
samurai Pablo Uchibori, ya desde las torturas en la cárcel y durante los
tormentos de los sulfatos, animaba a todos sus compañeros a perseverar en la
fe, mientras él y otros eran torturados y mutilados en rostro y manos. Murió
diciendo: "Alabado sea el Santísimo Sacramento". De él se conserva
una carta escrita desde la cárcel, en la que explica el martirio de otros
mártires anteriores y su propia disponibilidad martirial por amor a Cristo:
"Deseo padecer por su amor".
Todos
murieron orando, fuertes en la fe y con alegría, a veces dejando escritas,
durante el trayecto hacia el martirio, expresiones poéticas de despedida, como
hicieron los mártires Joaquín Mine y Bartolomé Baba con esta afirmación:
"Hasta ahora creía que el cielo estaba muy lejos; ahora, viéndolo tan
cerca, me llena de alegría". El samurai Juan Marsutake murió orando:
"¡Señor Jesús, no me dejéis de vuestra mano!". Los testigos han
dejado constancia de la actitud martirial de todos.
12) Los cincuenta y tres mártires de Yonezawa, hoy diócesis de Niigata. Luís Amagasu y cincuenta y dos compañeros, año 1629
La
comunidad cristiana de Yonezawa, ciudad situada al norte del Japón, en los
"reinos del norte", fue iniciada por un samurai cristiano bautizado
en Edo (Tokio). Desde su hogar cristiano, fue expandiendo la fe por toda la
comarca, predominantemente budista, con la ayuda de algún misionero escondido o
que pasaba para administrar los sacramentos. Dos son los samurais que encabezan
el grupo: Luis Amagasu Uyemon y Pablo Nizhihori Shikibu. Sus esposas e hijos
colaboraron en la evangelización entre amigos y conocidos, convirtiendo también
a algunos bonzos, y permanecieron firmes durante el martirio. Los misioneros
ocultos o de paso, dejaron constancia de los hechos por medio de cartas y
relaciones.
El
grupo de los cincuenta y tres mártires, todos ellos seglares, se divide por
familias —esposos, hijos y sirvientes— y por lugar de procedencia. De todos
ellos se conserva el nombre y otros datos esenciales: edad, etc. Entre ellos,
hay ancianos y jóvenes, esposos y muchos niños pequeños, de entre uno y trece
años de edad.
Los
cincuenta y tres mártires fueron sacrificados en la misma fecha, el 12 de enero
de 1629, conforme iban llegando los grupos al lugar del suplicio. No hubo
encarcelamiento ni fugas. Murieron todos dando testimonio cristiano, en medio
del silencio y las lágrimas de amigos y conocidos, cristianos y paganos. El
shôgun Yemitsu, desde Edo, había dado la orden de eliminar a los cristianos,
pero fue el "daimyó" Uesugi Sadakatsu de Yonezawa, quien llevó a cabo
la orden. A todos se les ofreció la libertad si apostataban.
El
primer grupo en ser sacrificado fue el del samurai Nishihori, decapitado con
toda su familia y sirvientes (esposas y niños pequeños). Al recibir la noticia
de que serían ejecutados, se vistieron de fiesta, tomaron su rosario y pasaron
en oración las últimas horas. El camino hacia el lugar del martirio estaba
cubierto de nieve. Antes de ser decapitados, todos besaron un medallón del
Santísimo Sacramento, presentado por un cristiano, repitiendo tres veces:
"Alabado sea el Santísimo Sacramento".
El
samurai Pablo Nishihori había instruido y bautizado a cuatro no cristianos la
víspera de su martirio. Antes de ir al lugar del suplicio, tomó un dibujo de la
Virgen y lo puso en la funda en lugar del puñal, además de colocarse el rosario
al cuello. De otros grupos se van narrando detalles de delicadeza, alegría,
vida familiar y espiritual antes del martirio y en el mismo martirio.
De
todos los grupos también se dan detalles precisos, con la edad de los niños y
el grado de parentesco. Son familias enteras alentándose mutuamente para dar
testimonio de fe, orando, predicando la fe, ofreciéndose en sacrificio...
La niña
Tecla, de trece años, hija del samurai Simón Takahashi, escapó de quienes la
querían hacer apostatar y corrió hacia donde se habían llevado a su padre;
llegando al lugar donde la nieve estaba teñida de sangre, se quitó las botas de
paja para acercarse con respeto y unirse al martirio de su padre; los dos
oraron antes de ser decapitados. Ignacio Iida arregló la cabellera de su esposa
antes de ser decapitada juntamente con él. Miguel A. Osamu, de trece años, hijo
de Antonio Anazawa, mientras oraba, se arregló él mismo el cabello para ofrecer
su cuello desnudo al verdugo. Cándido Bozo, de catorce años, defendió su fe
ante las repetidas ofertas de libertad si apostataba, diciendo: "Si para
vivir he de apostatar, no quiero la vida".
13) Mártires de la colina Nishizaka, Nagasaki, año 1633: Miguel Kusuriya, Nicolás Nagawara Keyan Fukunaga, s.j., y Julián Nakaura Jingoró, s.j.
Miguel
Kusuriya, laico, ha sido llamado "el buen samaritano de Nagasaki",
por estar dedicado a las obras de misericordia para con los pobres, así como
con las viudas y los huérfanos de los mártires. Subió a la colina cantando el
"Laudate Dominum". Le pusieron en la espalda una banderola con el
motivo de la condena: por ser cristiano y haber prestado ayuda a los cristianos.
Murió quemado vivo el 28 de julio de 1633. Son muchos los testigos que dejaron
escritos los detalles del martirio.
Nicolás
Nagawara Keyan Fukunaga, de familia de samurais, hermano jesuita, se dedicaba a
la predicación y catequesis. Son numerosos los detalles de su vida que se
encuentran en los documentos de la época. Es el primer misionero que murió en
el tormento llamado de la fosa: colgado, con la cabeza metida en un hoyo,
durante varios días. Murió durante el tormento (28-31 de julio de 1633)
predicando e invocando a la Virgen; tal vez, según testigos, experimentando una
aparición o locución de María.
Julián
Nakaura Jingoró, sacerdote jesuita, había sido uno de los niños enviados a Roma
en 1582, de parte de los "daimyós" cristianos. Es una figura
japonesa, símbolo del intercambio cultural entre Oriente y Occidente. Se dedicó
a la evangelización en medio de grandes peligros, como misionero oculto,
durante muchos años. Le llevaron a la colina Nishizaka, con las manos atadas a
la espalda y en compañía de un grupo de misioneros jesuitas y dominicos. Murió
en el tormento de la fosa (18-21 de octubre de 1633), confesando su fe,
diciendo: "Este gran dolor, por amor de Dios". Son muchos los
testigos de su martirio en todos sus detalles.
Las
autoridades civiles quisieron dar publicidad a los martirios, para atemorizar y
conseguir apóstatas entre los cristianos. Por esto, fueron muchos los testigos
de los hechos, especialmente portugueses comerciantes (algunos jóvenes nacidos
en Nagasaki, que conocían bien el japonés).
14) Diego Yuki Ruosetsu, s.j., martirizado en Osaka, 1636
El
padre Diego Yuki, sacerdote japonés, era en 1621 el único misionero estable en
Japón central (cerca de Kyoto, Osaka). Había pronunciado sus primeros votos en
la Compañía de Jesús cuando fueron crucificados en Nagasaki san Pablo Miki y
compañeros (año 1597). Diego Yuki se formó en Macao junto con futuros mártires,
como el beato Antonio Ishida. Antes de adentrarse como sacerdote en Japón,
escribió una carta al padre general, donde aflora su actitud martirial.
Ordenado
sacerdote en 1615, fue misionero oculto en Japón desde 1616 hasta su martirio
en 1636, animando y confortando con los sacramentos a los cristianos
perseguidos. Una carta del padre Yuki, del 18 de diciembre de 1625, describe
con detalle la situación de la comunidad eclesial en aquel ambiente
persecutorio.
El
padre Diego Yuki, apresado en Osaka, lugar de su apostolado, fue condenado a
morir en la fosa (Osaka, febrero de 1636); afirmó siempre su fe, sin delatar a
sus colaboradores ni a los cristianos que le habían albergado; de haberlos
delatado, hubiera sido señal de apostasía y le hubieran liberado. Los testigos
ofrecen testimonio fehaciente de su actitud martirial, sin callar la defección
de otros. Con él murió su catequista Miguel Soan.
15) Tomás de San Agustín, o.s.a., Kintsuba Jihyoe, 1637, diócesis de Nagasaki
El
padre Tomás de San Agustín pertenecía a familia de mártires; así se afirma de
sus padres, León y Clara. Fue ordenado sacerdote en 1626 ó 1627 en Manila, en
la Orden de San Agustín. Logró introducirse en Japón (Nagasaki), el año 1631,
después de varios intentos y de un naufragio. Realizó su apostolado primero
disfrazado de samurai, pudiendo así asistir a los cristianos detenidos en la
cárcel, donde estaba preso también su superior, el mexicano Bartolomé
Gutiérrez; muchos de ellos ya fueron beatificados por Pío IX. Luego, disfrazado
de diversas maneras y escondido en lugares desconocidos y abruptos, lograba
atender a los cristianos perseguidos. Las autoridades civiles organizaban verdaderas
y costosas cacerías por los montes, pero le descubrieron cuando atendía a los
cristianos en Nagasaki.
Fue
apresado el 1 de noviembre de 1636, por ser cristiano y sacerdote. Por estos
mismos motivos y por no querer delatar a sus protectores, sufrió martirio con
refinados tormentos en la cárcel, intentando hacerle apostatar; pero el mártir
proclamaba siempre su fe. Sufrió el martirio de la "horca y fosa" ya
una primera vez los días 21-23 de agosto, llevándolo de nuevo a la cárcel para
que apostatara. Nuevamente fue puesto en la "horca y fosa" el 6 de
noviembre de 1637, cuando murió, junto con otros cristianos. Mostró gran
fortaleza. Cuando lo llevaban al lugar del martirio, la colina de los mártires
de Nagasaki, amordazado para que no predicara, no pudieron impedir que mostrara
con gestos su adhesión a la fe.
Su
nombre ha quedado ligado durante siglos a dos lugares ahora famosos (uno cerca
de Nagasaki y otro en los montes), donde él atendía a los cristianos,
desbaratando la búsqueda de los perseguidores. Su recuerdo y su martirio se
conservaron durante siglos por parte de los cristianos ocultos.
16) Pedro Kibe Kasui, s.j., mártir en Edo (Tokio), 1639
Constan
con precisión los datos más importantes de la vida de este mártir japonés, que
encabeza la lista de los 188 mártires. De joven era catequista y, con un grupo
de catequistas también japoneses, acompañó en el exilio a los jesuitas hacia
Macao, cuando estos fueron desterrados (1614). Debido a las circunstancias del
momento, y a la opinión de algunos misioneros, no se permitía ordenar
sacerdotes a jóvenes japoneses. Los catequistas se fueron dispersando: algunos
volvieron al Japón para continuar como catequistas; cinco de ellos ya han sido
beatificados como mártires de Nagasaki; otros marcharon a Manila para ingresar
en los dominicos o en los agustinos.
Pedro,
que en 1606 había hecho el voto privado de ingresar en la Compañía, por amor a
su vocación y junto con otros compañeros, todos aconsejados por algunos
superiores, emprendió el viaje a Roma, en medio de grandes dificultades,
siguiendo la ruta de la seda, por Persia, Goa, Jerusalén. En Roma estudió
teología, se ordenó sacerdote y entró en la Compañía como novicio. Continuó el
noviciado en Portugal, donde hizo la profesión religiosa. Reemprendió el viaje,
con otros veintitrés misioneros, hacia el Japón, viaje que duró seis años, en
medio de dificultades, enfermedades, naufragios, para entrar en su patria el
año 1630. Misionó en la clandestinidad primero en Nagasaki, hasta 1633, y luego
pasó a las regiones del norte, Oshu y Dewa.
En 1638
fue apresado, con algunos de sus catequistas, en el reino de Sendai y luego
llevado a Edo (Tokio) donde fue interrogado por el gran perseguidor, el shôgun
Tokugawa Yemitsu, quien cerraría las puertas del Japón al resto del mundo. Un
apóstata, padre Ferreira, intentó hacerles apostatar, pero Pedro animó a todos
a la perseverancia en la fe. Después de diversos tormentos, fue martirizado en
la "horca y fosa" y quemado a fuego lento, en Edo, en julio de 1639,
juntamente con dos de sus catequistas, a quienes el padre Pedro exhortó a
perseverar en la fe, hasta que a él, para reducirlo al silencio, le acabaron de
matar; tenía cincuenta y dos años.
La clave de la
perseverancia y su significado actual
La
aprobación del martirio de estos 188 mártires es una óptima oportunidad de
renovación eclesial y de evangelización, después de haber celebrado el V
centenario del nacimiento de san Francisco Javier (1506-2006), que dio inicio a
la evangelización del Japón, al llegar a esas tierras tan martiriales y tan
marianas, el día 15 de agosto de 1546, Asunción de María.
Este
evento es de suma actualidad eclesial, no sólo para Japón. Al mismo tiempo,
suscita un cuestionamiento y presenta un reto a todas nuestras comunidades
actuales y a cada creyente en particular: ¿Estamos preparados como estos
mártires para afrontar las situaciones actuales de cierto rechazo a los valores
de la fe cristiana?
San
Cipriano, en los tiempos martiriales del siglo III y en un ambiente de
persecución y de molestias de todo tipo, instaba a adoptar una actitud de
"no anteponer nada al amor de Cristo". La instancia de aquel mártir y
santo obispo de Cartago sigue siendo apremiante e insoslayable.
El
ejemplo de los mártires japoneses es un testimonio imborrable de
"fidelidad a Cristo y a la Iglesia de Roma". Es la afirmación que
algunos de ellos, cristianos de la península de Shimabara, dejaron escrita en
la carta enviada a Pablo V el 18 de octubre de 1620. De los doce firmantes de
la carta, cinco serían mártires en las aguas sulfurosas del monte Unzen
(Nagasaki).
Muchos
de estos mártires se habían alimentado con la relativamente abundante lectura
espiritual, impresa en japonés ("Imitación de Cristo", meditaciones
de los Ejercicios, "Historia de la pasión"), y todos vivían una
intensa vida sacramental (confesión y Eucaristía, gracias a los misioneros
ocultos) y mariana (rosario, imágenes, medallas), como vivencia del Bautismo.
La imprenta se había introducido en Japón el año 1590, para editar libros
religiosos, además de estudios sobre idiomas. El libro de la "Imitación de
Cristo" tenía edición japonesa en Amakusa y Nagasaki.
Algunas
cartas, escritas por los mártires desde la cárcel, fueron una gran ayuda para
perseverar en la fe y afrontar el martirio. En esas cartas se refleja la
situación dolorosa de las cárceles y el ambiente de oración y alegría que se
mantenía en ellas. La "Hermandad de la Misericordia", radicada en
Nagasaki, se dedicaba a la acción caritativa.
La
comunidad eclesial los arropaba, en todos los sentidos, desde el compartir
familiarmente los bienes, hasta el acompañamiento hacia el lugar del suplicio,
en medio de cantos y oraciones. Precedentemente al martirio, las comunidades se
agrupaban por cofradías, de piedad, de catequesis o formación y de caridad. Una
comunidad eclesial fruto de tantas "lágrimas" tenía asegurado un
porvenir de fidelidad martirial. Se puede afirmar que las comunidades actuales
del Japón son fruto de aquellas lágrimas del pasado y que, por tanto, tienen
asegurada la fecundidad espiritual y apostólica si se abren a esta nueva gracia
fruto de innumerables mártires, casi todos desconocidos.
Como
caso concreto, cabe recordar que en Arima había la Congregación Mariana llamada
de los mártires, que en el año 1612 afiliaba a más de tres mil cristianos. En
sus reglas se comprometían a aceptar el martirio. En la Congregación se habían
integrado algunos arrepentidos de sus fallos anteriores, es decir, que habían
simulado una especie de apostasía. La Congregación Mariana estaba fundada en varias
localidades.
Las
familias cristianas se animaban mutuamente a perseverar en la fe. El martirio
sería la prueba de amor a Cristo crucificado. "Las madres enseñaban a los
hijos pequeños cómo tenían que descubrirse el cuello de la yukata o del kimono,
cómo poner las manos y mirar al cielo, qué oraciones jaculatorias debían decir
cuando llegase el momento supremo" (El Martirologio del Japón, p. 838).
Los
niños eran adoctrinados para anunciar el Evangelio por las calles. Esta acción
catequética y misionera llegaba a donde no podían llegar los misioneros. Esta
misión infantil estimuló a los adultos a profundizar la fe. A su vez, los
recién convertidos eran fervientes anunciadores. A veces hubo conversiones
masivas espontáneas.
En 1615
circulaba el libro "Exhortaciones para el martirio", compuesto por
los misioneros para alentar a los cristianos. Para superar el fervor imprudente
de algunos, se llegó a la conclusión de no provocar positivamente a los
perseguidores. Las cartas escritas desde la cárcel servían de estímulo. Los
testimonios de mártires y sus reliquias, cuando podían conseguirse, eran una
preparación para el martirio.
Los
cristianos eran asiduos a la catequesis postbautismal, que les llevaba siempre
a la celebración sacramental y a la caridad. Había algunos catequistas, como el
ciego Damián, mártir, que exponían los temas con su arte musical y narrativa.
Practicaban la devoción a las imágenes de la pasión, especialmente la cruz, y
de María, como puede verse en pinturas de la época, ahora en los museos del
Japón. En el museo de la universidad estatal de Kyoto se puede ver uno de estos
cuadros, del año 1611, anónimo, de la cofradía del Santísimo Sacramento de
Nagasaki, encontrado en 1930. En torno a la Eucaristía están dibujados los
misterios del rosario.
La
pasión del Señor, meditada con el rezo del Rosario, y especialmente celebrada
en el sacrificio eucarístico, era fuente de audacia. La referencia a la cruz o
a sus signos es frecuente durante la cárcel o el martirio cruento.
No era
raro que la comunidad cristiana, y las masas del pueblo, acompañasen a los
mártires, puesto que los perseguidores querían dar publicidad al caso con el
objetivo de suscitar escarmiento. Así se explica que frecuentemente los
mártires eran acompañados con cantos y velas encendidas. Por esta misma razón,
fueron numerosos los testigos que dejaron por escrito su testimonio.
A veces
los cristianos podían recoger algunas reliquias, que los perseguidores
intentaban hacer desaparecer. Pero, en su mentalidad japonesa, el lugar donde
habían dado la vida era más importante que las reliquias.
Como
caso concreto, que refleja este ambiente de una comunidad cristiana martirial,
podemos recordar a Francisco Tóyama (Hiroshima, 1624), que era noble samurai,
cristiano de vida muy ejemplar, y que "tenía ofrecida su vida a
Dios". Había sido uno de los cinco firmantes de la carta a Pablo V, en la
que prometían fidelidad a Dios y a la Iglesia. Su ejemplo cristiano influyó en
la conversión de muchos. Por no querer apostatar, murió decapitado en su casa el
16 de febrero de 1624, después de recibir los sacramentos, teniendo en sus
manos un crucifijo, mientras oraba ante un cuadro de la Virgen atribuida a san
Lucas, copia de la de Santa María la Mayor.
La
perseverancia de tantos mártires es una gracia y un misterio. Pero hay que
recordar que la comunidad cristiana se había preparado por medio de una
catequesis organizada y permanente, la frecuencia de los sacramentos, y la
dedicación a la caridad. Hay que notar que eran frecuentes las visitas de
catequistas y misioneros escondidos e itinerantes. La costumbre de pasar la
noche orando en la cárcel, antes de la muerte, era una continuación de una vida
cristiana ejemplar. La vida familiar e intercomunitaria que se había llevado
anteriormente, se continuaba con alegría y piedad durante el encarcelamiento
antes del martirio.
Juan
Esquerda Bifet en L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 28 de
noviembre de 2008, p. 10.
fuente: «L`Osservatore Romano»
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Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar
esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el
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