Santos Siete Durmientes, mártires
fecha: 27 de julio
†: s. inc. - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. inc. - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Conmemoración de los Siete Santos
Durmientes, que, como cuenta la tradición, tras haber sido martirizados
descansan en paz en Éfeso, esperando el día de la resurrección.
patronazgo: protectores contra la fiebre y el
insomnio.
Los siete Durmientes nacieron en la ciudad
de Éfeso. Cuando el emperador Decio fue a perseguir a los cristianos de Éfeso,
mandó construir templos en el centro de la ciudad para que todo el pueblo
acudiese a ofrecer sacrificios a los ídolos; quienes se negasen a ello, estaban
condenados a muerte. Las torturas con que el emperador amenazaba eran tan
crueles, que el amigo olvidaba al amigo, el hijo repudiaba al padre y el padre
al hijo. Sin embargo, hubo en la ciudad siete justos, a saber: Maximiano,
Malco, Marciano, Dionisio, Juan, Serapión y Constantino. En el oriente se les
llama Maximiliano, Jámblico, Martín, Juan, Dionisio, Constantino y Antonino y
existen aun otros nombres diferentes. Cuando los justos vieron la perdición del
pueblo, se afligieron en extremo. Como fueron los primeros que se negaron a
sacrificar a los dioses, se ocultaron en sus casas y se consagraron al ayuno y
la oración. Finalmente fueron acusados ante Decio, quien les mandó comparecer y
descubrió que eran verdaderamente cristianos. El emperador les concedió algún
tiempo para reflexionar antes de que volviesen a comparecer ante él. Los justos
emplearon ese tiempo en distribuir su patrimonio entre los pobres. Luego, se
reunieron en consejo y se dirigieron al monte Celión, donde se ocultaron en
gran secreto largo tiempo. Uno de ellos se encargaba de servir a los otros, e
iba a la ciudad disfrazado de mendigo.
Cuando Decio volvió a la ciudad, mandó que
los trajesen prisioneros. Entonces Malco, que era el que les servía y les
llevaba carne y agua, volvió lleno de temor a donde estaban sus compañeros y
les refirió que se les buscaba con gran tenacidad y todos quedaron
espantados... Entonces, dispuso Dios que se quedasen dormidos. Y cuando llegó
el día, los que los buscaban no pudieron hallarlos... Decio se puso a
reflexionar entonces sobre lo que haría con ellos. Y Dios quiso que tapiase con
piedras la entrada de la caverna en que se hallaban para que muriesen en ella,
de hambre, por falta de carne. Entonces, los ministros y dos cristianos llamados
Teodoro y Rufino escribieron el martirio de los siete justos e introdujeron el
escrito entre las rocas. Trescientos sesenta y dos años más tarde, cuando ya
habían muerto Decio y toda su generación, en el trigésimo año del reinado del
emperador Teodosio, cuando surgió la herejía de los que negaban la resurrección
de la carne... Dios, lleno de piedad y misericordia, quiso consolar a los
tristes y adoloridos y restituirles la esperanza en la resurrección de los
muertos; así pues, abriendo el tesoro de su preciosa misericordia, resucitó a
los mártires de la manera siguiente:
Infundió en el corazón de un señor de
Éfeso el deseo de construir en el monte, que era desierto y escabroso, un
refugio para sus pastores. Y sucedió, casualmente, que los obreros que excavaban
para echar los cimientos del refugio, abrieron la cueva. Y entonces los santos
varones que, estaban en ella despertaron y se saludaron unos a otros, creyendo
que sólo habían dormido una noche y recordando la angustia del día anterior...
(Maximiano) ordenó a Malco que fuese a comprar pan a la ciudad y que trajese
más que la víspera. También le mandó que se informase acerca de las intenciones
del emperador. Y Malco tomó cinco monedas y salió de la cueva. Y cuando vio a
los albañiles y las piedras a la entrada de la cueva, empezó a bendecir a Dios
y a maravillarse. Pero prestó poca atención a las piedras, pues tenía otras
cosas en qué pensar. Cuando llegó a la puerta de la ciudad, quedó maravillado,
porque vio sobre ella la señal de la cruz. Inmediatamente se dirigió a otra
puerta y vio también sobre ella la señal de la cruz. Y se maravilló mucho,
porque en todas las puertas halló la señal de la cruz que adornaba la ciudad.
Entonces bendijo a Dios y retornó a la primera puerta, pensando que se trataba
de un sueño. Tomando ánimo, se cubrió el rostro y penetró en la ciudad. Y,
cuando llegó a donde se hallaban los panaderos y les oyó hablar de Dios, se
asombró aún más y dijo: «¿Cómo es posible que todos hayan negado ayer el nombre
de Jesucristo y hoy se confiesen abiertamente cristianos? Tal vez no es ésta la
ciudad de Éfeso, pues las construcciones han cambiado. Sin duda es otra ciudad,
y yo no sé cuál». Y habiendo preguntado y oído que era la ciudad de Éfeso, no
creyó lo que oía y decidió volver a donde estaban sus compañeros. Pero antes,
se dirigió a donde estaban los vendedores de pan. Y cuando les mostró las
monedas que tenía, los vendedores quedaron atónitos y se dijeron unos a otros
que aquel joven había encontrado un tesoro. Y cuando Malco los vio hablar entre
ellos, creyó que iban a llevarle ante el emperador y, lleno de miedo, les rogó
que se quedasen con el dinero y con el pan y le dejasen partir. Pero ellos le
detuvieron y le preguntaron:
-¿De dónde eres? Porque has descubierto sin duda un tesoro de los antiguos emperadores. Muéstranoslo y seremos buenos contigo y guardaremos el secreto.
-¿De dónde eres? Porque has descubierto sin duda un tesoro de los antiguos emperadores. Muéstranoslo y seremos buenos contigo y guardaremos el secreto.
Y Malco estaba tan aterrado que no supo
qué responder. Y cuando vieron que no hablaba, le echaron una cuerda al cuello
y le llevaron al centro de la ciudad. Y cuando el obispo san Martín y el cónsul
Antípater, que acababan de llegar a la ciudad, oyeron hablar del suceso,
mandaron que Malco compareciese ante ellos con su dinero. En el camino a la
iglesia Malco estaba persuadido de que le llevaban ante el emperador Decio. El
obispo y el cónsul se maravillaron al ver las monedas y preguntaron a Malco
dónde había descubierto ese tesoro desconocido. Y él respondió que no lo había
descubierto en ninguna parte, sino que sus parientes se lo habían dejado en
herencia... Entonces dijo el juez:
-¿Cómo vamos a creer que tus parientes te legaron esas monedas, si sobre ellas está escrito que fueron acuñadas hace más de 372 años, en los primeros tiempos del reinado del emperador Decio? Tu dinero no se parece al nuestro...
Y Malco dijo:
-Señor, estoy muy desconcertado y nadie me cree; pero yo sé perfectamente que huimos por temor al emperador Decio; ayer mismo le vi entrar en esta ciudad, si ésta es la ciudad de Éfeso.
Entonces el obispo, después de reflexionar, dijo al cónsul que se trataba de una visión que el Señor les había concedido por medio del joven. Después dijo el joven:
-Seguidme; voy a llevaros a donde están mis compañeros y a ellos sí les creeréis. Yo sé perfectamente que huimos del rostro del emperador Decio.
Los jueces le siguieron y una gran muchedumbre del pueblo se unió al cortejo. Y Malco entró primero a la cueva, seguido por el obispo. Y encontraron entre las piedras las cartas selladas con dos sellos de plata. Entonces el obispo congregó a todos los que habían ido a la cueva y les leyó las cartas, de suerte que todos quedaron desconcertados y maravillados. Y vieron a los santos sentados en la cueva, con rostros florecientes como rosas y todos se arrodillaron y glorificaron a Dios. E inmediatamente, el obispo y el juez mandaron un recado al emperador Teodosio para que viniese al punto a ver las maravillas que el Señor había obrado...
-¿Cómo vamos a creer que tus parientes te legaron esas monedas, si sobre ellas está escrito que fueron acuñadas hace más de 372 años, en los primeros tiempos del reinado del emperador Decio? Tu dinero no se parece al nuestro...
Y Malco dijo:
-Señor, estoy muy desconcertado y nadie me cree; pero yo sé perfectamente que huimos por temor al emperador Decio; ayer mismo le vi entrar en esta ciudad, si ésta es la ciudad de Éfeso.
Entonces el obispo, después de reflexionar, dijo al cónsul que se trataba de una visión que el Señor les había concedido por medio del joven. Después dijo el joven:
-Seguidme; voy a llevaros a donde están mis compañeros y a ellos sí les creeréis. Yo sé perfectamente que huimos del rostro del emperador Decio.
Los jueces le siguieron y una gran muchedumbre del pueblo se unió al cortejo. Y Malco entró primero a la cueva, seguido por el obispo. Y encontraron entre las piedras las cartas selladas con dos sellos de plata. Entonces el obispo congregó a todos los que habían ido a la cueva y les leyó las cartas, de suerte que todos quedaron desconcertados y maravillados. Y vieron a los santos sentados en la cueva, con rostros florecientes como rosas y todos se arrodillaron y glorificaron a Dios. E inmediatamente, el obispo y el juez mandaron un recado al emperador Teodosio para que viniese al punto a ver las maravillas que el Señor había obrado...
Y tan pronto como los benditos santos de
Nuestro Señor vieron acercarse al emperador, su rostro empezó a brillar como el
sol. Y el emperador entró en la cueva y glorificó al Señor y abrazó a los
santos, llorando sobre cada uno de ellos y diciendo:
-Veros a vosotros es como haber visto al Señor resucitando a Lázaro.
Y Maximiano le dijo:
-Créenos a nosotros, pues el Señor es quien nos ha resucitado antes del día de la gran resurrección para que tú creas firmemente que los muertos resucitarán un día como nosotros y vivirán. Y así como el niño que está en el vientre de su madre no siente nada, así nosotros hemos estado durmiendo aquí, acostados, sin sentir nada.
Y después de haber dicho todo esto, los justos reclinaron la cabeza por tierra y exhalaron el último suspiro por mandato de nuestro Señor Jesucristo y así murieron. Entonces se levantó el emperador y se postró junto a ellos llorando amargamente y los abrazó y los besó. En seguida, mandó construir un sepulcro de oro y plata para enterrarlos en él. Y esa misma noche, los justos se aparecieron al emperador y le dijeron que debía darles sepultura en la tierra desnuda, tal como habían estado hasta que el Señor los resucitó, pues en la tierra debían esperar la resurrección final. Entonces, el emperador mandó adornar rica y noblemente el sitio de la sepultura con piedras preciosas y promulgó un decreto por el que perdonaba a todos los obispos que creyesen en la resurrección. Es dudoso que los justos hayan dormido 372 años, ya que fueron resucitados en el año de gracia de 478 y Decio sólo reinó durante un año y tres meses, en el año de gracia de 270. Así pues, los justos sólo estuvieron dormidos 208 años.
-Veros a vosotros es como haber visto al Señor resucitando a Lázaro.
Y Maximiano le dijo:
-Créenos a nosotros, pues el Señor es quien nos ha resucitado antes del día de la gran resurrección para que tú creas firmemente que los muertos resucitarán un día como nosotros y vivirán. Y así como el niño que está en el vientre de su madre no siente nada, así nosotros hemos estado durmiendo aquí, acostados, sin sentir nada.
Y después de haber dicho todo esto, los justos reclinaron la cabeza por tierra y exhalaron el último suspiro por mandato de nuestro Señor Jesucristo y así murieron. Entonces se levantó el emperador y se postró junto a ellos llorando amargamente y los abrazó y los besó. En seguida, mandó construir un sepulcro de oro y plata para enterrarlos en él. Y esa misma noche, los justos se aparecieron al emperador y le dijeron que debía darles sepultura en la tierra desnuda, tal como habían estado hasta que el Señor los resucitó, pues en la tierra debían esperar la resurrección final. Entonces, el emperador mandó adornar rica y noblemente el sitio de la sepultura con piedras preciosas y promulgó un decreto por el que perdonaba a todos los obispos que creyesen en la resurrección. Es dudoso que los justos hayan dormido 372 años, ya que fueron resucitados en el año de gracia de 478 y Decio sólo reinó durante un año y tres meses, en el año de gracia de 270. Así pues, los justos sólo estuvieron dormidos 208 años.
Hemos traducido directamente de la obra de
Jacobo de Vorágine la famosa leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso para
conservarle su sabor original, que se perdería si sólo hubiésemos hecho un
resumen. Baronio fue el primero que puso en duda, en el siglo XVI, la veracidad
de la leyenda; desde entonces, para explicar su origen, se lanzó la hipótesis
de que en la época de Teodosio II se habían encontrado, en una cueva de Éfeso,
las reliquias de siete mártires. La hipótesis era verosímil; pero no existe ninguna
prueba o documento que registre el descubrimiento de tales reliquias, y todo
parece indicar que la leyenda de los Siete Durmientes es una pura invención.
Probablemente se trata de la interpretación cristiana de un tema muy antiguo de
la tradición judía o pagana, que se repite en el folklore de todos los pueblos
de Europa y Asia. El cuento infantil de La Bella Durmiente es una de las
múltiples variaciones del tema. La leyenda de los Siete Santos Durmientes fue
redactada en el siglo VI por Jacobo de Sarug en el Oriente y por san Gregorio
de Tours en el Occidente. Poco después, empezó a desarrollarse el culto de esos
santos legendarios. En el Oriente, donde los Santos Durmientes son niños, se
celebra todavía su fiesta en el rito bizantino y en otros; el «Euchologion»
griego contiene una oración en la que se invoca contra el insomnio a los Santos
Durmientes. No menor popularidad alcanzó la leyenda en el Occidente: el
Martirologio Romano menciona a los Siete Durmientes y su fiesta se celebra
todavía en dos o tres sitios.
Nota de ETF: legendarios y todo, nadie
quiere perder esta preciosa exaltación de la fe de la Iglesia en al
resurrección de la carne, así que el Martirologio actual, expurgado de decenas
de elementos legendarios, ha conservado esta celebración cuya memoria nos viene
de tan lejos, a pesar de que ya hoy no es posible recuperar a qué personas
concretas se refiere.
Se ha discutido mucho acerca del origen de
la leyenda y del idioma en que pasó a formar parte de la hagiografía. El tema
del hombre que se queda dormido y despierta muchos años después en un mundo
totalmente cambiado, es tan antiguo como el folklore universal. Acerca de la
leyenda de Epiménides en particular, cf. H. Demoulin, Epiménide de Créte
(1901). La forma cristiana de la leyenda empezó a circular relativamente
pronto. En efecto, constituía el tema de una de las homilías en verso de Jacobo
de Sarug, quien murió el año 521; además, en un manuscrito del Museo Británico,
que data del siglo VI, hay un fragmento de la leyenda, escrito en sirio. En el
mismo siglo, san Gregorio de Tours narró detalladamente el episodio de los
Siete Durmientes, en latín, con esta advertencia: «Syro quodam interpretante»,
una frase que significa casi seguramente que un oriental le había traducido la
leyenda. B. Krusch en su edición critica de la traducción de san Gregorio
(Analecta Bollandiana, vol. XII, pp. 372-388), opinaba que el intérprete era un
sirio, pero que la leyenda era de origen griego. Lo mismo piensan los PP.
Peeters y Delehaye. También Ignacio Guidi, en su edición de los textos
orientales de la leyenda, se inclinaba a pensar que la forma original era
griega; pero en su artículo de la Encyclopedia of Religion and Ethics, vol. XI,
pp. 426-428, parece haber cambiado de opinión. A Allgeier, en Oriens Christianus
(vols. IV-VII) defiende la prioridad del texto sirio. Dom M. Huber sostiene la
opinión desconcertante de que el texto original de la leyenda era el latino. A
pesar de ello, Huber ha merecido bien de la historia por la vasta colección de
materiales que reunió en su obra Die Wanderlegende von den Siebenschläfern
(1910). Ver también J. Koch, Die Siebenschläferlegende... (1883). Acerca de la
Leyenda de los Durmientes en el Islam, cf. Analecta Bollandiana, vol. LXIII
(1950), pp. 245-260.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1156 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2580
can.: Conf. Culto: Clemente VIII 1602
país: Italia - n.: 1140 - †: 1200
formas del nombre: Raimundo Zanfogni
país: Italia - n.: 1140 - †: 1200
formas del nombre: Raimundo Zanfogni
En Piacenza, beato
Raimundo Palmerio, padre de familia, que, al quedar privado de su esposa y de
sus hijos, fundó un albergue para recibir a los pobres.
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