Santos Justino Orona Madrigal y Atilano Cruz Alvarado, presbíteros
y mártires
fecha: 1 de julio
†: 1928 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
†: 1928 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
En el Rancho de las Cruces, aldea de
Guadalajara, en México, santos Justino Orona Madrigal y Atilano Cruz Alvarado,
presbíteros y mártires, que, durante la persecución desencadenada en ese país,
por el Reino de Cristo recibieron juntos la muerte.
Ver más información en:
Mártires mexicanos (1915-1937)
Mártires mexicanos (1915-1937)
Justino Orona Madrigal nació
en Atoyac, Jalisco, México, el 14 de abril de 1877, en un hogar sumido en la
pobreza; desde muy temprana edad manifestó su inclinación por el sacerdocio. Su
familia se opuso porque contaban con su mano de obra para obtener recursos;
finalmente pudo ingresar al Seminario Conciliar de Guadalajara en octubre de
1894.
Fue ordenado sacerdote por su arzobispo,
Don José de Jesús Ortiz, el 7 de agosto de 1904 y fue asignado a diferentes
parroquias, hasta que el 19 de octubre de 1916, se le confió la Parroquia de
Cuquío, con un especial encargo de atender la preceptoría del Seminario
establecida en esa población. Los vecinos de Cuquío se distinguía por su apatía
a las prácticas religiosas y aún por actitudes anticlericales; lo cual, lejos de
intimidar al pastor, le sirvió de estímulo. Sobrellevó con dignidad las
muestras gratuitas de odio que le fueron proferidas por su condición de
consagrado, inclusive murmuraciones calumniosas acerca de su vida privada.
Sus virtudes, en especial la esperanza, le
permitieron afrontar la adversidad con entereza: cuantas mayores eran los
trabas, más aumentaba su ahínco para ganar adeptos a la causa de Cristo.
Quienes lo trataron afirmaron que su vida fue ejemplar, edificante y entregada,
sin tasa ni medida; en su trato habitual era amable y bondadoso, especialmente
con los pobres. No supo límites en la cura de almas, y durante los tiempos de
persecución religiosa aprovechó al máximo la oportunidad de ejercitar su
fortaleza, sufrió con heroicidad las agresiones contra su ministerio de parte
de agentes del gobiernos civil. Cuando la persecución arrecio, san Justino se
alejó de la cabecera parroquial pero sin abandonar a los suyos.
A partir de agosto de 1926 ejerció su
ministerio en aldeas, ranchos y no pocas veces a campo abierto, entre muchas
limitaciones, a veces con los perseguidores pisando sus huellas. Así se mantuvo
casi dos años hasta el día de su sacrificio. En 1928 las tropas gubernamentales
se posesionaron de Cuquío. El sábado 30 de junio, sin angustias ni aflicciones,
el Padre Justino presintió su muerte, y refiriéndose a la escasez de lluvia que
inquietaba a los campesinos en las Cruces les dijo: «No se preocupen, yo pronto
iré con mi Madre Santísima y les mando la lluvia».
Atilano Cruz Alvarado nació en
Ahuentia de Abajo, aldea de Teocaltiche, Jalisco, el 5 de octubre de 1901. Sus
padres, José Isabel Cruz y Máxima Alvarado, conformaban una familia cristiana,
pero de una precaria situación económica, por lo que durante su infancia se
ocupó de cuidar ganado. Después de mucho insistir, obtuvo el permiso de sus
padres para cursar la instrucción primaria en el Colegio llamado de Los
Dolores, en Teocaltiche.
Inició su vida clerical durante los peores
años de la persecución religiosa y pese a ello, se mantuvo firme en su
convicción de ser sacerdote, por lo que recibió presbiterado de manos de su
obispo, don Francisco Orozco y Jiménez, en algún lugar de la Barranca de San
Cristóbal, el 24 de julio de 1927.
A partir de la suspensión del culto
público, el 1° de agosto de 1926, pertenecer al clero llegó a convertirse en
sinónimo de proscripción. El 11 de enero de 1927, pocos meses antes de la
ordenación de nuestros santo, el gobernador de Jalisco había girado una
circular telegráfica confidencial a los presidentes municipales, en cuya parte
final ordena; «...sírvase asimismo aprehender desde luego a todos los
sacerdotes católicos, es a comprensión de su mando y remitirlos esta Capital,
disposición Ejecutivo».
Desde entonces fueron asesinados algunos
sacerdotes por su condición de ministros del culto. Tales antecedentes, lejos
de amedrentar a Atilano, lo decidieron a afrontar con valor sus riesgos. Su
vida fue muy breve, vivió solo 27 años, de los cuales sólo uno fue sacerdote,
por lo que tuvo un único nombramiento, como Vicario Cooperador de la Parroquia
de Cuquío, a donde llegó en el mes de septiembre de 1927, luego de haber sido
ordenado sacerdote. Ejerció su ministerio en calidad de fugitivo: administrado
los Sacramentos a salto de mata en los ranchos donde el párroco le indicaba; a
fin de sortear los peligros, vestía el humilde atuendo de los campesinos,
calzón blanco, huaraches y sombrero de falda ancha.
Entonces, el muncipio de Cuquío se
encontraba bajo la férula de José Ayala, personaje de poca solvencia moral,
quien atribuyéndose facultades amplísimas que desbordaban su autoridad, puso
precio a la vida de los sacerdotes que atendían Cuquío, les tendió un cerco. La
noche del 30 de junio fue denunciado el paradero de los sacerdotes gracias a la
indiscreción de Simplicio Gómez. Un nutrido contingente salió de Cuquío,
capitaneado por José Ayala, el capitán Vega y Gregorio Gonzáles Gallo, quienes
llegaron a las Cruces a las 2:00 horas, sitiando la vivienda donde pernoctaban
los clérigos. Los soldados, haciendo alarde de fuerza, despertaron a golpes y
gritos a sus ocupantes; al abrir la puerta de su aposento, el párroco alzó la
voz y exclamó: «¡Viva Cristo Rey!». En respuesta José Ayala, el capitán Vega y
Gregorio Gonzáles Gallo, lo tirotearon dejándolo muerto en el dintel de la
puerta, la cual remataron asesinando a los indefensos presbíteros Atilano Cruz
y a José María Orona. Los asesinos se enfilaron a Cuquío llevando como carga
los cadáveres, que exhibieron en la plaza del pueblo durante cuatro o cinco
horas, ya que una muchedumbre cerró filas en torno a los muertos.
Algunos vecinos, desafiando el mandato,
lavaron, vistieron y colocaron en ataúdes los restos de las víctimas, a fin de
proceder al sepelio, que convocó a muchísimas personas. Los restos mortales,
veneradas reliquias, descansan ahora en el templo parroquial de San Felipe, de
Cuquío. Fueron canonizados el 21 de mayo del 2000.
fuente: Mártires
Mexicanos
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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