San Egidio o Gil, abad
fecha: 1 de septiembre
†: s. VI/VII - país: Francia
otras formas del nombre: Aegidius, Gilles
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. VI/VII - país: Francia
otras formas del nombre: Aegidius, Gilles
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En la región de Nimes, de la Galia Narbonense, san Egidio o Gil, cuyo
nombre adopta la población que después se formó en la región de la Camarga, y
donde se dice que el santo había erigido un monasterio y completado el curso de
su vida mortal.
Patronazgos: patrono de los lactantes, pastores, cazadores, náufragos, arqueros,
mendigos y leprosos, protector de los bosques y de la ganadería, contra
incendios, sequía, tormenta y desgracias; para invocar en la confesión, en la
angustia y el abandono, contra la epilepsia, la enfermedad mental y la
infertilidad. Patrono de muchas ciudades y diócesis europeas.
Ver más información en: Los 14 santos
auxiliadores
La leyenda de san Gil (Aegidius), una de
las más famosas en la Edad Media, procede de una biografía escrita en el siglo
X. De acuerdo con aquel escrito, Gil era ateniense por nacimiento. Durante los
primeros años de su juventud, devolvió la salud a un mendigo enfermo, en virtud
de haberle cedido su capa, tal como había sucedido con san Martín. Gil
despreciaba los bienes temporales y detestaba el aplauso y las alabanzas de los
hombres, que llovieron sobre él, tras la muerte de sus padres, debido a la
prodigalidad con que daba limosnas y los milagros que se le atribuían. Para
escapar, se embarcó hacia el Occidente, llegó a Marsella y, luego de pasar dos
años en Arles, junto a san Cesareo, se construyó una ermita en mitad de un
bosque, cerca de la desembocadura del Ródano. En aquella soledad se alimentaba
con la leche de una cierva que acudía con frecuencia y se dejaba ordeñar
mansamente por el ermitaño. Cierto día, Flavio, el rey de los godos, que andaba
de cacería, persiguió a la cierva y le azuzó a los perros, hasta que el animal
fue a refugiarse junto a Gil, quien la ocultó en una cueva, y la partida de
caza pasó de largo frente a ella, incluso los perros, que parecían haber
perdido el olfato. Al día siguiente, se reanudó la cacería y la cierva fue
nuevamente descubierta y perseguida hasta la cueva donde la ocultó el ermitaño
y donde se volvía invulnerable. Al tercer día, el rey Flavio llevó consigo a un
obispo para que presenciara el suceso y tratase de explicarle el extraño
proceder de sus perros. En aquella tercera ocasión, uno de los arqueros del rey
disparó una flecha al azar, a través de la maleza que cubría la entrada de la
cueva. Cuando los cazadores se abrieron paso hasta la caverna, encontraron a
Gil herido por la flecha y a la cierva echada a sus pies. Flavio y el obispo
instaron al ermitaño para que diera cuenta de su presencia en aquellos parajes.
Gil les relató su historia y, al escucharla, tanto el monarca como el prelado
le pidieron perdón por haber alterado la paz de su soledad y el rey impartió
órdenes para que fuesen en busca de un médico que le curase la herida de la
flecha, pero san Gil rehusó aceptar la visita del doctor, no quiso tomar
ninguno de los regalos que le presentaron los de la partida real y rogó a todos
que le dejasen tranquilo en su solitario retiro.
El rey Flavio hizo frecuentes visitas a
san Gil, y éste acabó por solicitar al monarca que dedicase todas las limosnas
y beneficios que le ofrecía, a la fundación de un monasterio. Flavio se
comprometió a hacerlo, a condición de que Gil fuese el primer abad. A su debido
tiempo, el monasterio se levantó cerca de la cueva del ermitaño, se agrupó una
comunidad en torno a Gil, y muy pronto la reputación de los nuevos monjes y de
su abad llegó al oído de Carlos, rey de Francia (a quien los trovadores
medievales identificaron con Carlomangno, aunque resulta anacrónico). La corte
mandó traer a san Gil a Orléans, donde se entretuvo largamente con el rey en
profunda charla sobre asuntos espirituales. Sin embargo, en el curso de
aquellas conversaciones, el monarca calló una gravísima culpa que había
cometido y le pesaba sobre la conciencia... «el domingo siguiente, cuando el
ermitaño oficiaba la misa y, según la costumbre oraba especialmente por el rey
durante el canon, apareció un ángel del Señor que depositó sobre el altar un
rollo de pergamino donde estaba escrito el pecado que el monarca había
cometido. En el pergamino se advertía también que aquella culpa sería perdonada
por la intercesión de Gil, siempre y cuando el rey hiciese penitencia y se
comprometiese a no volver a cometerla ... Al terminar la misa, Gil entregó el
rollo de pergamino al monarca, quien, al leerlo, cayó de rodillas ante el santo
y le suplicó que intercediera por él ante Dios. A continuación, el buen
ermitaño se puso en oración para encomendar al Señor el alma del monarca y a
éste le recomendó, con dulzura, que se abstuviese de cometer la misma culpa en
el futuro». Después de aquella temporada en la corte, san Gil regresó a su
monasterio y, al poco tiempo, partió a Roma para encomendar sus monjes a la
Santa Sede. El Papa concedió innumerables privilegios a la comunidad, y al
monasterio le hizo el donativo de dos portones de cedro tallados con primor. A fin
de poner a prueba su confianza en Dios, san Gil mandó arrojar aquellas dos
puertas a las aguas del Tiber, se embarcó en ellas y, con viento propicio,
navegaron por el Mediterráneo hasta las costas de Francia. Recibió una
advertencia celestial sobre la proximidad de su muerte y en la fecha
vaticinada, un domingo l de septiembre, «dejó este mundo, que se entristeció
por la ausencia corporal de Gil, pero en cambio, llenó de alegría los Cielos
por su feliz arribo».
Este relato sobre san Gil y otros que
circularon durante la Edad Media y que son nuestras únicas fuentes de
información resultan completamente indignos de confianza. Es evidente que
algunos de sus pormenores son contradictorios y anacrónicos; además, la leyenda
está asociada con ciertas bulas pontificias que, como ahora se sabe, fueron
fraguadas para servir a los intereses del monasterio de San Gil, en Provenza.
Lo más que se puede saber sobre el santo es que debe haber sido un ermitaño o
un monje que vivió cerca de la desembocadura del Ródano, en el siglo sexto u
octavo, y que el famoso monasterio que lleva su nombre afirma poseer sus
reliquias. La historia de la cierva se relaciona con varios santos, de entre
los cuales san Gil es el más famoso y, durante muchos siglos, uno de los más
populares. Se le nombra entre los «Catorce Santos Auxiliadores» (el único entre
ellos que no fue mártir) y su tumba, en el monasterio, fue centro de
peregrinaciones de primerísima importancia que contribuyó a la prosperidad de
la ciudad de Saint Gilles durante la Edad Media, hasta el siglo XIII, cuando
quedó convertida en ruinas, durante la cruzada contra los albigenses. Otros
cruzados bautizaron con el nombre de Saint Gilles a una ciudad (la actual
Sinjil) que fundaron en los límites de las regiones de Benjamín y Efraín, de
manera que su culto se extendió por todo el oriente de Europa. En Inglaterra
había 160 parroquias dedicadas a él. Se le invoca como protector de los
tullidos, mendigos y herreros. Juan Lydgate, un monje poeta de Bury, le
invocaba así en el siglo quince:
Gil, santo protector de pobres y lisiados,
consuelo de los enfermos en su mala suerte,
refugio y escudo de los necesitados,
patrocinio de los que miran a la muerte.
Por ti, los moribundos vuelven a la vida.
Gil, santo protector de pobres y lisiados,
consuelo de los enfermos en su mala suerte,
refugio y escudo de los necesitados,
patrocinio de los que miran a la muerte.
Por ti, los moribundos vuelven a la vida.
El texto en latín sobre la vida de San
Gil, se encuentra en Acta Sanctorum, septiembre, vol. I, y una versión
semejante, en Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp. 103-120. También hay
una biografía de versos rimados y una adaptación al francés antiguo. Para estas
últimas, consultar el cuidadoso estudio de la Srta. E. C. Jones, Saint Gilles
(1914). En cuanto a las tradiciones populares reunidas en torno a san Gil,
véase a Bächtold- Stäubli en Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. I,
pp. 212 y ss.; sobre el tratamiento del tema en el arte, véase a Künstle en
Ikonographie, vol. II, pp. 32-34; el emblema distintivo del santo,
naturalmente, es una cierva con una flecha clavada.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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