Hermano
Francisco, guarda la portería
para que no marquen goles
Hace poco el cardenal Sarah
te quiso marcar un gol de penalti, tan fuerte que rompiese la red y llegase por
lo menos al Concilio de Trento, volviendo a la misa en latín y además de
espaldas al pueblo. Algo increíble para un purpurado procedente del Tercer
Mundo, que debería estar totalmente dispuesto a conectar muy de cerca y de tu a
tu, con los oprimidos de su tierra. Afortunadamente parece que el Arbitro le
anuló la jugada, porque estaba muy fuera de juego.
Pero muy fuera de juego
parece que está también el cardenal Müller, entreteniéndose con un
planteamiento absurdo sobre qué hacer con los restos de los muertos, sin hacer
ni pizca de caso a Jesucristo cuando dice: “deja a los muertos enterrar a sus
muertos, tu vete a anunciar el Reino de Dios”.
-Porque el Reino de Dios,
señor Müller, es preocuparte de los pobres, hambrientos, sedientos, enfermos,
desnudos, encarcelados; proecuparse de la justicia, la fraternidad, el amor
entre los hombres, porque al final no le van a preguntar por otra cosa más que
por esto.
-Por tanto preocuparse de
los cuerpos de los muertos, de sus cenizas, de sus restos, no tiene sentido: a
los difuntos que han partido de esta etapa de la vida hay que recordarlos en sus
personas, hay que recordarlos, no como muertos, sino como vivos, vivos para
siempre en Dios, porque, como dice Jesús, para Dios todos están vivos.
-Parece que usted, señor
Müller, está más atrasado que Pitágoras, que decía que la vida empieza pero no
termina nunca, que la vida es para siempre. Jesús lo ratificó: “quien cree en
mi no morirá para siempre”. Por tanto, quien vive, vive para siempre, y para
vivir mejor, en plenitud de vida, porque al final la vida cambia pero cambia
para mejor. Es como una gran metamorfosis para más y para mejor.
-Preocúpese señor Cardenal
de los vivos, como le preocuparon a Jesucristo, que lo hizo y nos mandó hacerlo
todo por ellos. Preocúpese de los 70.000 muertos de hambre cada día, de los 30
millones de encarcelados que hay sobre todo en las cárceles horribles del
Tercer Mundo, preocúpese de los miles y miles de emigrantes africanos, que
huyen de la muerte por hambre, porque las Multinacionales sobornan sus
gobiernos y les quitan sus tierras, sus materias primas, sus derechos, su
dignidad, y tienen que huir de una muerte segura por hambre para encontrarla
tal vez en el desierto o cruzando el Mediterráneo, otrora mar de culturas y
ahora Mar de Muertos, sin nombre ni sepultura. Preocúpese, señor Müller, de los
siete millones de latinoamericanos que en 2015 cayeron bajo el umbral de la
pobreza, o los más de cien millones de jóvenes latinoamericanos que viven en
hogares pobres o vulnerables (Informe OCDE en Revista Reflexión y Liberación de
Chile). Siga el testimonio de Francisco y del que fue profesor de usted,
Gustavo Gutiérrez.
-En todo caso dígales a los
que gastan tanto en tumbas, panteones y mausoleos, o columbarios incluso en
campos de fútbol, que eso es un gasto absurdo, que se preocupen de dar casa a
los millones de vivos que la tienen tan solo de plástico, latas y cartones, y
no de dar tumba lujosa a los muertos, ni dejarse embaucar por el opio de
nuestros días que es el fútbol de masas.
-Anímenos a todos, señor
Cardenal, a ser donantes órganos para que aún podamos ser un poco útiles aún
después de pasar por esta vida a los que aún siguen todavía en ella, para que
siga viendo un ojo, latiendo un corazón, respirando un pulmón, purificando un
riñón, trabajando un hígado.
-Y si nuestro cuerpo ya no
sirve para nada para ningún vivo, que aun pueda valer para investigación médica
a fin de que avance la medicina, que haga la vida más saludable y digna a los
que todavía quedan en esta mundo.
-Finalmente, dice usted en
la instrucción “venimos de la tierra y a la tierra volvemos, esperando la
resurrección”. Perfecto. Por tanto que más da volver a la Madre Tierra en
tierra, en agua o en el aire. Todo es parte de este bonito planeta que
debiéramos guardar y cuidar mucho más, que es la Casa Común, como nos dice
Francisco, de todos los hombres y de toda la vida en este mundo. Lo importante
es que volvemos para las manos de Dios, que son las mejores manos que nos
pueden recibir, en la nueva orilla de la vida, porque la vida es para siempre.
Hermano Francisco, Obispo de
Roma, mantente vigilante, porque seguramente hay algún purpurado más y
bastantes Obispos intentando colarse en el área y cogerte desprevenido para
marcarte un gol. Sigue practicando el mejor juego que desarrollaste hasta
ahora, para renovar cada vez más la Iglesia a fin de que vulva a ser cada día
más fiel y coherente con el mensaje del Evangelio de Jesús de Nazaret, y no
dudes en pitarles falta a los que se pongan fuera de juego.
NOTA.-Por si algún amable
lector se anima, deciros que personalmente me hice donante de órganos hace ya
más de 40 años, con el número 672 en el antiguo hospital de Nuestra Señora de
Covadonga de Oviedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario