San Rodrigo Aguilar Alemán, presbítero y mártir
fecha: 28 de octubre
n.: 1875 - †: 1927 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
n.: 1875 - †: 1927 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
Elogio: En la localidad de Ejutla, en México, san Rodrigo Aguilar Alemán,
presbítero y mártir, que durante la persecución fue colgado de un árbol por los
soldados, y alcanzó así gloriosamente el martirio que deseaba.
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Luego de que fue ordenado sacerdote el 4
de enero de 1905 y que fue designado a distintas parroquias, peregrinó a Tierra
Santa, en donde recogió sus impresiones en la obra “Mi viaje a Jerusalén”; allí
consigna que en el lugar donde según la tradición el Verbo se hizo carne,
pidió, como una gracia, el martirio. El 20 de marzo de 1925 fue designado Cura
interino de Unión de Tula, y desde ese lugar oró en diversas ocasiones por esa
misma gracia, además de pedirles a sus llegados que en sus oraciones pidieran por
él en ese sentido.
Primogénito de doce hermanos, niño aún,
ingresó al Seminario Auxiliar establecido en Sayula, Jalisco, su lugar de
origen, en donde tuvo un notable aprovechamiento. A los 50 años de edad –nació
el 13 de marzo de 1875- ya en Unión de Tula, conquistó la simpatía y el respeto
de quienes lo trataron. Paciente y caritativo con el prójimo, se preocupó por
instruir y catequizar a sus fieles, fundando asociaciones de laicos.
Escaso tiempo pudo estar al frente de su
parroquia, pues al decretarse la suspensión del culto público en agosto de
1926, el Presbítero Aguilar decidió permanecer en los límites de su parroquia y
el 12 de enero de 1927, la autoridad civil giró una orden de aprehensión en su
contra, considerando delito el ejercicio de su ministerio. El Cura huyó a un
rancho próximo a la cabecera municipal, pero su huésped lo denunció: apenas
pudo escapar a Ejutla, Jalisco, donde llegó el 26 de enero.
Se refugió en el Colegio de San Ignacio,
de las religiosas Adoratrices de Jesús Sacramentado. Desde los corredores del
inmueble, siempre que podía celebraba la misa y administraba los sacramentos.
Hasta él acudían sus feligreses de Unión de Tula, a quienes atendía en sus
necesidades espirituales, renovando cada semana la Reserva Eucarística, gracias
a la valiente cooperación de una religiosa. La mañana del 27 de octubre de
1927, una columna de soldados del ejército federal invadieron Ejutla; un grupo
de soldados tomó el convento de las adoratrices, cuya superiora yacía en cama,
gravemente enferma. Los presbíteros Rodrigo Aguilar, Juan de la Mora y Emeterio
Covarrubias, se disponían a practicar un examen de lengua latina al seminarista
Jesús Garibay cuando advirtieron la presencia de los soldados en las
inmediaciones del convento y apenas lograron escapar.
El Padre Aguilar, sin embargo, antes de
huir, destruyó la nómina de alumnos del Seminario, invirtiendo en ello minutos
muy valiosos. El estudiante Rodrigo Ramos ayudó al párroco en su intento de
escapar, pues se encontraba lastimado de los pies; los soldados lo sometieron.
El Padre Aguilar, extenuado, dijo a su asistente: “Se llegó mi hora, usted
váyase”. Un militar le pidió identificarse: “Soy sacerdote”, respondió. En la
redada había sido capturados el seminarista Garibay y algunas religiosas. Sabedor
de su suerte, con ánimo sereno, el Padre Aguilar se despidió de las religiosas:
“Nos veremos en el Cielo”. Su semblante no manifestaba turbación, antes bien,
se mantenía sereno. Dos religiosas adoratrices pudieron cruzar palabra con el
reo. Amablemente, tranquilo y atento, les dijo: “Tengo hambre, tráiganme, si
pueden, unos taquitos de frijoles. Los jefes me exigen documentos para
demostrar por escrito que soy inocente, pero no tengo ninguno”.
Donato Aréchiga, quien encabezaba el
contingente bélico, odiaba al párroco por haber impedido un matrimonio
irregular, por que obtuvo la pena de muerte para Rodrigo Aguilar. A la media
noche del 28 de octubre de 1928, el Padre Aguilar fue llevado a la plaza
central de Ejutla; tranquilo, las horas transcurridas las invirtió orando. En
una rama de un robusto árbol de mango, los soldados descolgaron una soga, uno
de cuyos extremos tomó el Padre Aguilar, lo bendijo y en voz alta perdonó a sus
verdugos. Luego de ponerle la soga al cuello, uno de estos le gritó en pleno rostro:
“¿Quién vive?”... “Cristo Rey y Santa María de Guadalupe”, contestó con firmeza
el interpelado. La soga fue tirada con fuerza y la víctima suspendida en el
aire. A punto de asfixiarse fue bajado para repetirle la pregunta, su respuesta
fue la misma; nuevamente fue colgado por el cuello y vuelto a bajar, y aún muy
lastimado de la garganta, arrastrando las palabras, su pronunciamiento fue el
mismo: Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. Vuelto a colgar se le provocó la
muerte por asfixia.
Por la tarde, unos vecinos descolgaron el
cadáver, lo trasladaron al cementerio municipal y lo sepultaron. Cinco años
después, los restos del Padre Aguilar fueron exhumados para ser depositados en
uno de los cruceros del Templo Parroquial de Unión de Tula.
fuente: Mártires
Mexicanos
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