San Alonso Rodríguez, religioso
fecha: 31 de octubre
n.: 1532 - †: 1617 - país: España
otras formas del nombre: Alfonso Rodríguez
canonización: B: León XII 1825 - C: León XIII 1888
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1532 - †: 1617 - país: España
otras formas del nombre: Alfonso Rodríguez
canonización: B: León XII 1825 - C: León XIII 1888
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En la ciudad de Palma, en la isla de Mallorca, en España, san Alonso
Rodríguez, que al perder a su esposa e hijos entró como religioso en la Orden
de la Compañía de Jesús y estuvo como portero del colegio de aquella ciudad
durante largos años, mostrando una gran humildad, obediencia y constancia en
una vida penitente.
Patronazgos: patrono de la isla de Mallorca y de la ciudad de Palma.
refieren a este santo: Beata Humiliana
Diego Rodríguez era un comerciante
acomodado de Segovia, que tuvo una numerosa prole, de la que el tercero, nacido
hacia 1533, fue Alonso. El beato Pedro
Fabro y otro jesuita, llegaron a predicar una misión en
Segovia y se hospedaron en la casa de Diego. Al terminar la misión, el huésped
les propuso que fuesen a descansar unos días en su casa de campo y los
misioneros aceptaron. Alonso, que tenía entonces unos diez años, partió con
ellos, y el beato Pedro se encargó de prepararle para la primera comunión. A
los catorce años, Alonso partió con su hermano mayor a estudiar en el colegio de
los jesuitas de Alcalá, pero su padre murió menos de un año después y Alonso
tuvo que volver, para ayudar a su madre en la administración de los negocios.
Cuando Alonso tenía veintitrés años, su madre se retiró de la administración y
le dejó encargado de ella. Tres años más tarde, Alonso contrajo matrimonio con
María Suárez.
Los negocios iban mal, y la dote de la
mujer de Alonso no era suficiente para mejorarlos. El joven no era mal
comerciante, pero la situación no le ayudaba. La hijita de Alonso murió a poco
de nacer; su esposa la siguió al sepulcro, después de dar a luz a un niño. Dos
años después, murió también la madre del futuro santo. Esa serie de pérdidas e
infortunios hizo pensar a Alonso, seriamente, en lo que Dios quería de él en
este mundo. Hasta entonces, había sido un cristiano bueno y devoto, pero empezó
a caer en la cuenta de que era necesario distinguirse de los otros comerciantes
de Segovia, que llevaban una vida ejemplar pero no heroica. Vendió, pues, su
negocio a fin de obtener lo suficiente para sostenerse y se fue a vivir, con su
hijito, a la casa de sus dos hermanas solteras, Antonia y Juliana, que eran muy
piadosas. Enseñaron a su hermano los rudimentos de la oración mental, de suerte
que, al poco tiempo, Alonso meditaba dos horas cada mañana y, por la tarde,
reflexionaba sobre los misterios del rosario. Pronto empezó a descubrir la
imperfección de su vida pasada, viéndola a la luz de Cristo. A raíz de una
visión de la felicidad del cielo, hizo una confesión general. Desde entonces, empezó
a practicar duras mortificaciones y a confesarse y comulgar una vez por semana.
Algunos años más tarde, murió su hijo; Alonso, que se hallaba en el paroxismo
del dolor, experimento un gran consuelo al comprender que su hijo se había
librado del peligro de ofender a Dios.
Aunque no por primera vez, le vino
entonces la idea de abrazar la vida religiosa, y pidió su admisión a los
jesuitas de Segovia. Estos le disuadieron sin vacilar, pues tenía ya casi
cuarenta años, su salud era bastante mala y su educación no era suficiente para
el sacerdocio. Sin perder ánimo, Alonso fue a ver a Valencia, a su antiguo
amigo, el P. Luis Santander, S.J., quien le recomendó que empezase a aprender
el latín para ordenarse cuanto antes. Así pues, como lo había hecho san Ignacio
de Loyola, Alonso empezó a asistir a la escuela con los niños, lo cual
constituía no poca mortificación. Como había dado a sus hermanas y a los pobres
casi todo el dinero que tenía, hubo de entrar a servir como criado y aun se vio
obligado a pedir limosna, de cuando en cuando. En la escuela conoció a un
hombre de su edad y de aspiraciones semejantes a las suyas, el cual trató de
persuadirle a que renunciase a ser jesuita y se fuese con él a vivir como
ermitaño. Alonso le hizo una visita en su ermita de la montaña, pero
súbitamente cayó en la cuenta de que se trataba de una tentación contra su
verdadera vocación y volvió en seguida a Valencia, donde dijo al P. Santander:
«Os prometo que jamás en mi vida volveré a hacer mi propia voluntad. Haced de
mí lo que queráis». En 1571, el provincial de los jesuitas, desoyendo el
parecer de sus subordinados, aceptó a Alonso Rodríguez como hermano coadjutor.
Seis meses más tarde, le envió al colegio de Montesión, en Mallorca, donde
pronto fue nombrado portero.
San Alonso desempeñó ese oficio hasta que
la edad y los achaques se lo impidieron. El P. Miguel Julián resumió, en una
frase, la fama de santidad que alcanzó el hermanito en ese puesto: «Este
hermano no es un hombre, sino un ángel». San Alonso consagraba a la oración
todos los instantes que le dejaba libres su oficio. Aunque llegó a vivir en
constante unión con Dios, su camino espiritual estuvo muy lejos de ser fácil.
Sobre todo en sus últimos años, el santo atravesó por largos períodos de
desolación y aridez y se veía afligido de graves dolores en cuanto hacía el
menor esfuerzo por meditar. Como si eso no bastase, le asaltaron las más
violentas tentaciones, como si tantos años de mortificación no hubiesen servido
de nada. Alonso intensificó, todavía más la penitencia, sin desesperar jamás y
siguió en el escrupuloso cumplimiento de sus obligaciones, convencido de que,
llegado el momento escogido por Dios, volvería a gozar de las dulzuras y
éxtasis de la oración. Algunos sacerdotes que le conocieron durante varios años,
declararon que jamás le habían visto hacer ni decir nada que no estuviese bien.
En 1585, cuando tenía cincuenta y cuatro años, hizo los últimos votos, los que
renovó en la misa todos los días de su vida. La existencia de un portero no
tiene nada de envidiable y, menos tratándose de la portería de un colegio,
donde se necesita una dosis muy especial de paciencia. Sin embargo, el oficio
tiene sus compensaciones, ya que el portero conoce a muchas personas y es una
especie de eslabón entre el exterior y el interior. En el colegio de Montesión,
además de los estudiantes, había un ir y venir continuo de sacerdotes, nobles,
profesionistas y empleados que debían tratar asuntos con los padres, sin contar
a los mendigos que acudían en busca de limosna y a los comerciantes de Palma
que iban a vender sus productos. Todos conocieron, respetaron y veneraron al
hermano Alonso, en busca de cuyo consejo acudían los sabios y los sencillos, y
cuya reputación se extendió mucho más allá de los muros del colegio. El más
famoso de sus «discípulos» fue san Pedro Claver que,
en 1605, estudiaba en el colegio. Durante tres años se puso bajo la dirección
de san Alonso, el cual, iluminado por Dios, le entusiasmó y alentó para
trabajar en América. Allí fue donde san Pedro Claver ganó el título de «apóstol
de los negros».
San Alonso profesó siempre una profunda
devoción a la Inmaculada Concepción. En una época, se creyó incluso que san
Alonso había compuesto el «Oficio Parvo de la Inmaculada», por el fervor con
que el santo practicaba y propagaba esa devoción. Tampoco fue el autor del
«Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas», que se debe a la pluma de otro
jesuita del mismo nombre y apellido, pero no canonizado. Sin embargo, san
Alonso dejó varias obras, que escribió por orden de sus superiores. Su doctrina
es sólida y sencilla, sus exhortaciones tienen el fervor que se podían esperar
de un santo de su talla, y el contenido de esos libros prueba que san Alonso
era un alma mística. Cuando tenía ya más de setenta años, y estaba muy enfermo,
el rector del colegio, para probar su virtud, le ordenó que partiese a las
Indias. San Alonso se dirigió inmediatamente a la puerta y pidió al portero que
le abriese, diciendo: «Tengo orden de partir a las Indias». Así lo habría hecho
si el rector no le hubiese mandado llamar de nuevo. Arriba indicamos que en sus
últimos años sufrió grandes arideces espirituales y violentos ataques del
demonio. A esto se añadieron las enfermedades y los sufrimientos físicos.
Finalmente tuvo que guardar cama; pero su invencible paciencia y su
perseverancia le merecieron entonces consolaciones «tan intensas, que no podía
levantar los ojos del alma a Jesús y María sin verles como si estuviesen
presentes».
En mayo de 1617, el P. Julián, rector de
Montesión, que sufría de una fiebre reumática, rogó a san Alonso que orase por
él. El santo pasó la noche en oración y, a la mañana siguiente, el rector pudo
celebrar la misa. En octubre de ese año, sintiendo aproximarse su fin, el santo
recibió la comunión y, al punto, cesaron todos sus sufrimientos espirituales y
corporales. Del 29 al 31 de octubre estuvo en éxtasis y después comenzó su
terrible agonía. Media hora antes del fin, recobró el conocimiento, miró amablemente
a sus hermanos, besó el crucifijo, pronunció en voz alta el nombre de Jesús y
expiró. El virrey y toda la nobleza de Mallorca asistieron a sus funerales, así
como el obispo y una multitud de pobres y enfermos, cuyo amor y cuya fe premió
el cielo con milagros. San Alonso fue canonizado junto con san Pedro Claver en
1888.
Los documentos publicados para la Sagrada
Congregación de Ritos con miras a la beatificación son muy numerosos, debido a
que el promotor fidei presentó numerosas objeciones, basadas en la primera
parte de la vida y en los escritos del santo. Dichos documentos, así como las
notas autobiográficas que san Alonso escribió, por obediencia, entre 1601 y
1616, constituyen los materiales más valiosos. Las notas autobiográficas forman
la primera parte de sus Obras Espirituales, editadas por el P. J. Nonnell en
Barcelona (1885-1887). El mismo autor escribió en español la mejor de las
biografías del santo, titulada «Vida de San Alonso Rodríguez» (1888); el P.
Coldie aprovechó mucho esa obra para la biografía que publicó en 1889. En Acta
Sanctorarn, oct., vol. XIII, puede verse la biografía más antigua de san
Alonso, publicada por el padre Janin en 1644, en latín. Sobre la relación del
santo con el Oficio Parvo de la Inmaculada, véase Uriarte, Obras anónimas y
seudónimas S.J., vol. I, pp. 512-515. Acerca de la doctrina ascética de san
Alonso, cf. Villier, Dictionnaire de Spiritualité, vol. I (1933), cc. 395-402.
Como biografía más reciente puede consultarse Saborido, J. L., San Alonso
Rodriguez, Bilbao 1998. No debe confundirse este santo con el san Alonso
Rodríguez evangelizador del Paraguay, también jesuita, que celebramos el 15 de
noviembre.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3975
can.: pre-congregación
país: Italia - †: c. 661
país: Italia - †: c. 661
En Milán, de la
Lombardía, san Antonino, obispo, que trabajó esforzadamente para acabar con la
herejía arriana de los lombardos.
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