Atendió a los pobres e incurables, gratis, en la epidemia de cólera del s.XIX y toda su vida
José Moscati, un médico santo y entregado, muy adecuado para épocas de confinamiento y dudas
El pasado 12 de abril, en plena pandemia del coronavirus, con numerosos países decretando estrictos confinamientos, muchos celebraron el día del santo médico José Moscati, que murió en 1827 con sólo 47 años y canonizado en 1987. Popularizado por la película italiana de 2007 Moscati, el Médico de los Pobres, este santo dio ejemplo de generosidad, entereza y vocación a la santidad desde su oficio de médico. En la diócesis de Palencia lo han querido recordar con este texto.
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San José Moscati - Santos en tiempos de coronavirus
En las últimas semanas, en el contexto de la pandemia del coronavirus, los médicos y profesionales de la salud han adquirido un rol muy importante y están en el foco de atención de todo el mundo, ganándose merecidamente la admiración y el reconocimiento social.
En un contexto semejante se fraguó uno de los ejemplos de santidad laical más brillantes del pasado siglo: san José Moscati, napolitano, conocido como el “médico de los pobres”. Juan Pablo II, en la homilía de su canonización, en octubre de 1987, aseguró que “el móvil de su actividad como médico no fue, pues, solamente el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes y para llevar, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece a los hombres, mitigando el dolor y haciéndoles recobrar la salud”.
Una escena de la película de 2007: el doctor atiende a los enfermos considerados incurables
San José Moscati nace en 1880 en Benevento, Italia, en la misma ciudad y siete años antes que el padre Pío de Pietrelcina. Ingresó en la universidad para estudiar medicina, rompiendo una larga tradición familiar de abogados y juristas. A los 22 años se graduó con las mejores calificaciones de su promoción, con una tesis sobre la urogénesis hepática.
Terminada su carrera, fue elegido para trabajar en el hospital de los incurables de Nápoles, una institución que recogía desde hacía siglos a todos aquellos pobres que estaban desahuciados y que padecían enfermedades que en ese momento no tenían cura. Desde ese momento, su prioridad se convirtió en atender personalmente y con especial dedicación a cada uno de los enfermos a él confiados.
Lo hizo con cuidado y reverencia, percibiendo en cada uno a un hermano que sufre, y tratando de descubrir y aliviar en ellos el rostro de Cristo que sufre, independientemente de su condición física, moral, social o familiar.
Debido a sus excelentes calificaciones y a su exquisito trato humano, recibió numerosas ofertas y promociones, tanto en el campo sanitario como académico, que rechazó decididamente.
Su intensa vida de fe le había llevado a descubrir que el plan de Dios para él era servir a los pacientes más pobres, a quienes nunca cobró dinero y siempre atendía con una sonrisa y sin darse importancia.
José Moscati murió con 47 años, después de dedicar su vida a los enfermos
En 1906 el volcán Vesubio, situado a unos pocos kilómetros de Nápoles, entró en erupción, y a José Moscati le tocó organizar la evacuación de una filial del hospital en el que trabajaba, situado en Torre del Greco, a los pies del Vesubio. Muchos enfermos allí eran discapacitados, y el doctor Moscati no se limitó a dar órdenes y coordinar las operaciones, sino que él mismo cargó y puso a salvo a muchos enfermos. En cuanto terminaron las labores de evacuación, el techo del hospital se hundió.
Ayudó a muchos durante la epidemia de cólera que asoló Nápoles en 1911, tratando de investigar al mismo tiempo acerca del origen de la epidemia. Sus consejos y descubrimientos sobre la transmisión fueron muy útiles para limitar los daños y reducir el número de muertos.
Rehusó alistarse en el ejército y participar en la 1ª Guerra Mundial; prefirió, en cambio, organizar un hospital para los heridos, donde atendió personalmente a más de 3.000 soldados procedentes del frente de batalla.
Una de sus pasiones era enseñar a los futuros médicos: aceptó dictar lecciones en la facultad de medicina. No se conformaba con transmitir lo que ya está escrito en los libros, sino que partía de su propia experiencia con los enfermos, convirtiéndose en un ejemplo de profesionalidad y también en una fuente de inspiración vocacional para sus alumnos.
La fuente secreta de esta dedicación y amor radicaba en la eucaristía diaria y la oración. Se levantaba muy temprano para asistir a misa y comulgar, después de dirigía a las colonias pobres y barriadas para visitar a algunos enfermos, y a las 8.30h iniciaba su trabajo en el hospital.
Estatua del santo médico en la iglesia de Gesù Nuovo de Nápoles
Antes de examinar a alguien o de realizar una investigación médica, se colocaba en la presencia de Dios y se encomendaba a Él. Tenía un amor especial por María y era muy devoto de una santa que había muerto unos pocos años antes, Teresita de Lisieux.
Su amor preferencial por los pobres le llevó a hacer una consagración total a Dios. Hizo un compromiso de celibato y de no casarse, para poder estar así más disponible para los enfermos y los que lo buscaban.
A muchos enfermos no cobraba por sus servicios, y a muchos otros devolvía la suma que habían pagado, aunque tuviera derecho por venir de lejos o a horas intempestivas. Aquellos que no podían costearse las medicinas, él mismo se las compraba.
Precisamente a causa de su radicalidad y fidelidad, la contradicción y la cruz no estuvieron ausentes de su vida: su aprecio por parte de los más pobres contrastaba con la envidia de algunos de sus colegas y estudiantes, y de los grupos masónicos de la ciudad de Nápoles.
Su visión de la persona y de la medicina, inspirada por la antropología cristiana, chocaba frontalmente con una visión materialista que se extendía cada vez más ampliamente en los ámbitos universitarios. Su desprecio por la fama, el éxito, el reconocimiento y el ascenso social le hicieron también objeto de burlas y desprecios.
Una selección de frases del santo, de sus cartas y escritos
Sus jornadas se prolongaban entre los muchos quehaceres, ante la cantidad de personas que atendía, pero a esto sumaba el tiempo dedicado a su estudio personal, para estar bien formado y no perder el paso de los avances médicos. Destacó como investigador y publicó numerosos de artículos científicos en revistas especializadas de la época, de Italia y del extranjero, participando así en el diálogo científico al más alto nivel, y demostrando con los hechos que no existe incompatibilidad entre ciencia y fe.
Participó en varios congresos médicos internacionales, y fue profesor libre en el Instituto de Química Fisiológica, de Química Médica, y director del Instituto de Anatomía Patológica, aunque nunca aceptó convertirse en profesor estable, para no tener que abandonar así el contacto directo con los enfermos.
La muerte le sorprendió el 12 de abril de 1927, sentado en el sofá, después de comer, a la edad de 46 años. Dicha poltrona y muchísimos de sus objetos se conservan en su parroquia, la iglesia del Gesù Nuovo, en el centro de Nápoles, regentada todavía hoy por los jesuitas, adonde acudía diariamente a misa y a rezar.
El Papa Juan Pablo II le canonizó en octubre de 1987, al término del Sínodo de los Laicos proponiendo su vida como un ejemplo luminoso de santidad laical.
Y terminamos con unas palabras de nuestro santo, habituado a tocar la carne humana doliente, a mirar cara a cara el sufrimiento, la enfermedad y la muerte: «La vida es un momento. El honor, las victorias, la riqueza y la ciencia se acaban. Los encantos de la vida pasan y solo el amor eterno permanece, la causa de todo acto de bondad. El amor nos sobrevive, porque Dios es amor».
Trailer de la película Moscati, de 2007
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