domingo, 30 de noviembre de 2014

El mal no existe (AUTOLIBERACIÓN INTERIOR) Anthony de Mello

El mal no existe
Párate a pensar si, en algún momen­to de tu vida, has hecho mal a sabien­das; y si no lo has hecho, ¿por qué crees que los demás sí son capaces de hacer­lo? Algún enfermo mental puede que lo haga, pero éste no es responsable de sus actos. Todos, sin excepción, busca­mos nuestro bien, aunque lo disimule­mos, pero la mayor parte de las veces ese bien es equivocado, no es bien en realidad.

El miedo y el recelo a perder el bien nos hacen egoístas, interesados y hasta crueles. ¡Cuando el verdade­ro bien es libre y gratuito y está den­tro de nosotros! Cuando creemos atrapar el bien nos volvemos vanido­sos: ¡tontos, pero si ha estado siem­pre con nosotros y no es obra nues­tra!

El bien existe, es la esencia de la vida. Cuando no sabemos verlo o dis­frutarlo, a esa sensación la llamamos mal, pero en sí el mal no existe, lo que apreciamos es una ofuscación o menor percepción del bien, y a eso lo llamamos mal y nos da miedo, por­que estamos hechos para el bien y la felicidad, y el perderlos de vista nos asusta, nos inquieta hasta el sufri­miento cuando no somos capaces de ver la realidad tal cual es.

Si lo comprendes todo, lo perdo­nas todo, y sólo existe el perdón cuando te das cuenta de que, en rea­lidad, no tienes nada que perdonar. Así es el perdón del Padre. La civili­zación no ha avanzado lo suficiente para comprender que el criminal es un enfermo que no es responsable de sus actos, como no lo son los locos. Ambos necesitan cura y no que los encierren.

Todos cambiamos en presencia del amor, aun cuando el amor puede ser muy duro. No olvidemos que la res­puesta del amor es siempre la que el otro necesita, porque el amor verda­dero es clarividente y comprensivo. Siempre está de parte del otro.

Un niño malo no existe y un hom­bre malo no existe. Pero sí equivoca­dos, mal programados y locos. Pegan­do al hombre o encerrándolo, no lo curas. Puedes hacerle cambiar su con­ducta presionándolo mucho, por mie­do, pero no cambiarás la enfermedad que lo hace funcionar así, su compulsión. La puedes reprimir, pero saldrá luego y saldrá con más agresividad y más violencia.

Los actos compulsivos vienen, la mayoría de las veces, por la represión sexual, que sale con una forma simbólica, como la cleptomanía, para sa­tisfacer deseos que están reprimidos en el inconsciente. Como no llegues a descubrirlo y des libre paso a esa represión, los actos compulsivos se­guirán ahí y no se curarán nunca por mucho que te empeñes en cambiar la conducta.

Si descubriésemos el origen de nues­tras represiones, nos curaríamos para siempre; por eso es tan importante que nos conozcamos a fondo; bien despier­tos y conociéndonos nosotros, fácil­mente conoceremos a los demás.

El inconsciente humano tiene una enorme importancia. Es algo muy de­licado y enormemente complicado en su sensibilidad, con casos de efecto ­causa que, al descubrirlos, se logran resultados mágicos. Pero si esto no se conoce, ¿cómo se puede cambiar? El mal que haces a los demás es lo mis­mo que hacerte el mal a ti mismo. El día que comprendas esto, el perdón será muy fácil. Podrás defenderte del otro, lo pararás, pero no sentirás nin­gún odio, sino la comprensión del amor clarividente.

El hombre es libre, pero no existe libertad para distorsionar el bien. Sólo un loco o un dormido hacen el mal -los que no saben lo que es la libertad o no tienen libertad para ser ellos mismos- porque son esclavos de sus compulsiones o sus miedos. Son llevados por su resentimiento y su egoísmo que los hacen crueles. Te tienes que defender de sus modos, pero no confundir al enfermo con su enfermedad y condenarlo.


Existe el pecado, pero es un acto de locura.

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