miércoles, 26 de noviembre de 2014

Una madre rejuvenecida, fecunda y acogedora (Virtudes y Valores)

Una madre rejuvenecida, fecunda y acogedora
Sí al afecto, a la gratuidad y a la ternura en el presente, pero también paciencia y esperanza para el futuro


Por: P. Ramiro Pellitero | Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.es



El 16 de junio el Papa Francisco se ha dirigido a la asamblea diocesana de Roma, reunida bajo el tema: “Un pueblo que genera a sus hijos, comunidades y familias en las grandes etapas de la iniciación cristiana”. Y su propuesta está llena de sugerencias para la formación de los cristianos en la Iglesia entera.


Una sociedad de huérfanos

1. Señala que siendo arzobispo solía hablar frecuentemente de la orfandad que sufren hoy muchos niños y jóvenes. “Los jóvenes están huérfanos de un camino seguro que recorrer, de un maestro al que confiarse, de ideales que caldeen su corazón, de esperanzas que les sostengan en el trabajo del vivir cotidiano. ¡Están huérfanos pero conservan vivo en su corazón el deseo de todo eso!”. Por eso deduce el Papa: “Esta es la sociedad de los huérfanos”.

Huérfanos sin “memoria de familia” y de lo que significa gratuidad. “Huérfanos, sin memoria de familia”, porque los abuelos no viven con la familia, sino en una residencia, y no pueden aportar esa “memoria de la familia”. Huérfanos de gratuidad, porque los padres no tienen tiempo para dar afecto a sus hijos, para jugar con ellos. “Papá está cansado, mamá está cansada, se van a dormir…”. También porque la sociedad les descarta, les deja sin trabajo –aunque aumente las posibilidades de placer y entretenimiento–, les aporta ídolos pero no la verdadera alegría.

Huérfanos sobre todo de gratuidad. “Pero –observa Francisco– si nosotros no tenemos el sentido de la gratuidad en la familia, en la escuela, en la parroquia, nos será muy difícil entender qué es la gracia de Dios, esa gracia que no se vende, que no se compra, que es un regalo, un don de Dios: es Dios mismo”.

Pues bien –continúa–, Jesús nos ha prometido: “No os dejaré huérfanos” (Jn 14, 18), porque él es el camino que hay que recorrer, el maestro que hay que escuchar, la esperanza que no defrauda. “Cómo no sentir arder el corazón y decir a todos, sobre todo a los jóvenes: ¡No eres huérfano! Jesucristo nos ha revelado que Dios es Padre y quiere ayudarte, porque te ama”. Y así llega el Papa a la primera cumbre de su argumento. He aquí el sentido profundo de la iniciación cristiana, poder decirles a esos jóvenes: “no eres huérfano”. Y de esta manera, “engendrar a la fe quiere decir anunciar que no somos huérfanos”.

Necesitamos que Jesús nos mire y que su mirada nos diga: “Es bello que vivas, tu vida no es inútil, porque te he confiado una gran tarea”. Tal es la sabiduría cristiana.


"Tener hijos"

2. Para combatir la orfandad es necesario tener hijos. Por eso Francisco da un paso más mirando ahora hacia los pastores y educadores, e ilustrando el lema del congreso. Necesitamos una “conversión misionera”: un cambiar la vida, el método, tantas cosas, incluso cambiar el alma. “Pero este camino de conversión nos dará la identidad de un pueblo que sabe engendrar hijos, no un pueblo estéril”.

El planteamiento es claro: “¡Si nosotros como Iglesia no sabemos engendrar hijos, algo no funciona! El desafío grande de la Iglesia es hacerse madre: ¡madre!”, repite Francisco, no una oenegé bien organizada: cierto que hace falta la organización; pero una organización que ayude a la maternidad de la Iglesia. Porque si la Iglesia no es madre, aunque sea feo decirlo, se convierte en una solterona infecunda. La Iglesia no solo engendra hijos, sino que su identidad consiste en engendrar hijos, es decir, evangelizar.

El Antiguo Testamento nos cuenta de mujeres –Sara, Isabel, Noemí– que eran estériles, pero que por la acción de Dios tuvieron descendencia. Y hoy, insiste Francisco, la Iglesia debe cambiar, convertirse, hacerse madre, ser fecunda. “La fecundidad es la gracia que hoy debemos pedir al Espíritu Santo, para que podamos ir adelante en nuestra conversión pastoral y misionera”.

No se trata –explica– de ir por las casas buscando adeptos, pues la Iglesia crece por atracción materna, y por eso debe ofrecer su maternidad, crecer por la ternura, por la maternidad, por el testimonio que engendra siempre más hijos. Hoy la Iglesia está un poco envejecida y debemos rejuvenecerla. Pero no simplemente a base de cosmética. “La Iglesia se hace más joven cuando es capaz de engendrar más hijos; se hace más joven porque se hace madre”.


Recuperar la "memoria de la familia"

En el congreso diocesano de Roma alguien ha hablado de individualismo, de fuga de la vida comunitaria, de huir de la vida de familia. En cambio, propone Francisco, “debemos recuperar la memoria de la Iglesia que es pueblo de Dios”. Nos falta el sentido de la historia. Tenemos miedo del tiempo. Queremos todo ahora y aquí, en este espacio. También en la comunicación: luces, el móvil, el mensaje, aunque el contenido del mensaje se ha reducido. Y vamos deprisa, esclavos de la situación.

Necesitamos –propone– “recuperar la memoria en la paciencia de Dios, que no ha tenido prisa en la historia de la salvación, que nos ha acompañado a lo largo de la historia, que ha preferido la historia larga para nosotros, tantos años, caminando con nosotros”.


Acogida y ternura

3. Acogida y ternura. “Una madre es tierna, sabe acariciar”. En la práctica esto debe traducirse, por ejemplo, en evitar las burocracias y las dificultades administrativas en las parroquias. Acogida y ternura. Ser capaces también de hacernos cargo de las dificultades y de los problemas que los jóvenes encuentran en su vida. Y con la familia, dar testimonio de esperanza y de paciencia. Así lo dice San Pablo: sobrellevaos mutuamente.

El corazón de Jesús se remueve, tiene compasión de la muchedumbre porque están como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 36). Y compasión es “padecer con”, sentir lo que sienten los demás, acompañarles en sus sentimientos. “Es la Iglesia madre, como una madre que acaricia a sus hijos con la compasión. Una Iglesia que tenga un corazón sin límites; pero no sólo el corazón, también la mirada, la dulzura de la mirada de Jesús, que con frecuencia es más elocuente que tantas palabras”. Las personas esperan encontrar en nosotros la mirada de Jesús, a veces sin que lo sepamos, aquella mirada serena y feliz que entra en el corazón. Así debe ser la Iglesia. Y por eso, concluye Francisco, hemos de pensar si somos acogedores, todos. Si nuestras puertas están abiertas.

Pero también es importante que a la acogida siga una clara propuesta de fe; “una propuesta de fe tantas veces no explícita, sino con la conducta, con el testimonio”. Una propuesta –cabe decir– que se realice ya por el ambiente mismo de confianza que sepamos generar.

En suma, no a la orfandad, sí a la “memoria” de la familia de Dios. Sí al afecto, a la gratuidad y a la ternura en el presente, pero también paciencia y esperanza para el futuro. Cercanos a la gente, aunque eso implique hacer frente a las dificultades. Eso es una Iglesia madre y una madre creyente.

 
 
 
 
 
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