Sí, pero...
Hay un juego
psicológico, el del triángulo, que se suele llamar el juego del "Sí,
pero..." Es como una transacción entre dos o más personas. Un psicólogo,
que era un genio, pensó que tú, en ese juego, irremediablemente haces uno de
esos tres papeles del triángulo: rescatador, perseguidor o víctima.
El rescatador actúa
bajo el influjo de la culpabilidad.
El perseguidor
actúa bajo el influjo de la agresividad.
La víctima actúa
bajo el influjo del resentimiento.
Si tú entras en el
triángulo, irremediablemente cargarás con las consecuencias: te quemarás.
Supongamos que
estoy cansado y necesito tiempo para mí. Y tú vienes a mí con cara de víctima
reclamando mi atención. Yo, que soy incapaz de decir que no a nadie, te doy
una cita para después de cenar. Inmediatamente me voy sintiendo cada vez más
resentido por tu intromisión, me pongo furioso por haberte dicho que sí.
Entonces vienes, y me contengo y te recibo bastante bien, pero cuando veo que
no son más que banalidades lo que me dices, empiezo a impacientarme y el enojo
se me sale por los poros. Así es que, violentamente, te corto para decir:
"Pero ¡para este problema me vienes a molestar a estas horas!" Y
estalla la tragedia. Con decirte que no podía atenderte a esa hora se hubiese
evitado todo esto; pero al no saber decir que no, hice:
- de rescatador
cuando dije que sí,
- de víctima cuando
me dolí por dar un tiempo que no quería dar,
- de perseguidor
porque te di un palo.
¿Qué hay de bueno
en esto?
Pero aún no para
allí, pues por la noche me siento culpable y arrepentido; con lo que, por la
mañana voy con mucha amabilidad a preguntarte qué tal estás. Y tú aprovechas
mi buena disposición para pedirme otra entrevista. ¿Ves el juego? He querido
hacer de rescatador y no sólo me he dejado utilizar, sino que, a consecuencia
de ello, he pasado a ser víctima y perseguidor y, "además, tú sigues con la
misma actitud, no aprendiste nada.
La culpa en verdad
la tengo yo, por meterme en el juego y dejarme enredar en él, en vez de ser
sincero y decir que no puedo. Es como aquel proverbio: "Si dejas la
puerta abierta, los que se meten son los fuertes y quedan fuera los
débiles." Dejar la puerta abierta para todos, sin discernimiento, es peligroso.
Alardeas de
servicial y de bueno y no caes en la cuenta de que no saber decir que no, es de
cobardes, egoístas e hipócritas, pues te gusta parecer bueno cuando por dentro
estás echando chispas. Todos, alguna vez, dijimos sí cuando deseábamos decir
no, y lo hacemos por el sentido de culpabilidad metido en nuestra mente y por
las buenas apariencias, por lo que puedan pensar de nosotros. En el pecado
llevamos la penitencia. Sólo el día que no nos importe lo que piensen de
nosotros las personas, comenzaremos a saber amarlas como son y darles la
respuesta adecuada. Lo cierto es que nuestro ego es el que propicia esa
necesidad de que nos necesiten para sentirnos importantes.
Vamos a poner unos
ejemplos, que muestran cuatro casos de "rescatador":
1) Cuando me lanzo
a darte ayuda, pero, en realidad, no lo veo claro o no veo la necesidad de que
tenga que hacerlo yo y no otro; o cuando sin pedírmelo tú, yo me ofrezco.
2) Cuando me presto
a ayudarte porque me lo pides, pero yo no quiero ayudarte.
3) Cuando intento
ayudarte yo, sin antes insistir para que seas tú quien te ayudes.
4) Cuando tú
necesitas algo de mí, pero no lo dices explícitamente, esperando que yo lo
adivine.
Sólo
el día que no nos importe lo que piensen de nosotros las personas, comenzaremos
a saber amarlas como son y darles la respuesta adecuada.
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