INTRODUCCIÓN AL CURSO, “EL HOMBRE NUEVO” (HN-01)
Antes de iniciar este curso hay que hacer una
introducción, para evitar problemas de entendimiento. No solo por la teología,
pues vamos a estar hablando de “teología del gozo”, sino fundamentalmente por el
hombre que trate de sumergirse en ella; dado que, por el océano de “la
sabiduría del gozo” solo pueden navegar “los hombres nuevos”. Así
que, a la vez que se facilite el material para cada reflexión tendremos que ir
aprendiendo a reflexionar como hombres nuevos: haciendo nuevo nuestro camino. Y
como para esto no tenemos caminos asfaltados ni fáciles por los que avanzar,
tendremos que roturar nuestra propia espesura: incluso arrancando árboles
viejos que impidan el paso, desbrozando mucho matorral que no deje ver nuestros
fundamentos, allanando dificultades de todo tipo...; en resumen, avanzando de
sorpresa en sorpresa impulsados por nuestra ansiedad interior, que se muestra
insaciable por alcanzar ese infinito que, en semilla, ya llevamos dentro. Abrir
caminos nuevos significa dolor y esfuerzo, pero ya tenemos como soporte los
cursos anteriores. Ahora bien, cuando nos adentremos en el curso y
profundicemos en sus puntos difíciles nos podemos encontrar con el tema de la
sospecha: que afecta a todas las ciencias y que surge siempre frente al prurito
de innovación de los estudiosos. Porque, ¿a qué viene tanta novedad? dicen
muchos, ¿a qué viene proponer constantemente caminos nuevos? ¿Por qué tanta
insistencia en caminar por otros derroteros, distintos a los del siglo pasado y
que nos han sido tan útiles? Esta pregunta, que pesa sobre nuestra cabeza como
una espada a punto de caer, está muy bien que aparezca y sobre todo en lo
referente a lo cristiano. ¡Tengamos mucho cuidado, no nos deje clavados!
Olvidando que, si hay una dimensión típicamente cristiana es la
dimensión de lo nuevo: del hombre nuevo. En el cristianismo, lo viejo es lo
verdaderamente sospechoso. Lo que está prohibido en el cristianismo es
repetir rutinariamente, como
hacían los fariseos. Lo peligroso,
sospechoso y no cristiano es aplicar y depender de leyes cuadriculadas, que
porque hayan existido con anterioridad tengan a su vez que seguir existiendo
inmutables. Los cristianos hemos de saber que, para los pájaros cautivos
puede haber jaulas pero a los Hijos de Dios
–pájaros libres– no hay jaulas capaces de contenerlos.
Si hay algo
sospechoso en el cristianismo es lo ya hecho, lo sabido, lo dicho desde siempre
y para siempre, sin que nunca cambie nada. Estas son dimensiones para vagos y
borregos, pero no para cristianos que caminan hacia delante... ¡no! El
cristiano, por pequeño que sea, no cabe en esas dimensiones limitadas y
cómodas. Si hay algo seguro en el cristianismo es lo que sentimos en nuestro
interior: eso que nos impulsa hacia lo nuevo, y nunca acaba de saciarse. Seamos
humildes, a pesar de lo que hemos avanzado durante los cursos pasados, pues
esto no significa que hayamos llegado a nada definitivo. No, lo que hayamos
avanzado –sea más o menos– debe desembocar siempre en esta afirmación: todo
lo que sé, me empuja a continuar avanzando para seguir sabiendo. Todo lo
que sé nunca me puede empujar a dejar de estudiar o a dejar de... sino a
continuar avanzando. Ser cristiano consiste en caminar hacia lo nuevo, constante,
interminable e incansablemente.
Urs Von Balthasar, catedrático en Basilea durante toda su
vida y, junto con Rahner, uno de los dos pilares de la teología del s. XX,
después de todo lo que escribió y cuando sintió que ya había llegado su hora se
dedicó a escribir lo que tituló: “Si no os hacéis como este niño”. Libro que
nos dejó como herencia y que es justamente lo que propone el Evangelio, como
condición para entrar en la eternidad: “Si
no os hacéis como este niño, no entraréis...”. ¡El niño es un ser nuevo,
en él nace lo nuevo!
También es aconsejable “Un nuevo estilo de vida”, libro de
otro gran teólogo, esta vez protestante, Jürgens Moltmann. Fíjense otra vez en
la palabra "nuevo". En este curso trataremos de descubrir que, en el
cristianismo casi todo es nuevo. ¡Cristo es el hombre nuevo! Todo aquello que toca Cristo lo hace
nuevo, pues Cristo llega para romper cadenas y liberar al hombre de todo lo que
sea viejo; y por tanto, como decía San Agustín, ahora podemos empezar a cantar
un cántico nuevo: "Estos son los
primeros liberados de la Creación". Lo de cantar tiene mucha
importancia, y con esto nos metemos ya plenamente en el tema.
J. Moltmann dice: ... “para
hablar de la novedad de lo cristiano hay que tener mucho cuidado, porque lo
nuevo siempre es un cántico, una alegría y un juego”. Juguemos ahora con
estas palabras y así nos entenderemos bien.
Pongamos: “nuevo”, “libertad”, “alegría”, “juego”... y recordemos que de
esto vamos a hablar durante todo el curso.
Al hablar de lo nuevo en el cristianismo, de que lo nuevo no se puede
decir (pues los inventos del año 3.000 no tienen nombre todavía, aunque lo
tendrán cuando lleguen) y que para esto no basta con saber mucha teología,
Moltmann nos dirige certeramente hacia la libertad, la alegría y el juego.
Pues bien, si el
cristianismo es una novedad está claro que nunca tendremos palabras para decirlo
del todo; que lo tendremos que ir diciendo con el tiempo y a lo largo de la
historia.
Para hablar de la novedad
del cristianismo no basta con saber en qué consiste ser cristiano, se necesita
ser nuevo. Para hablar de lo viejo
basta con un teólogo muy sabio, pero para hablar de lo nuevo ha de ser nuevo el
que habla: ¿lo somos? Y para hablar de la alegría no es bueno hablar con muchas
palabras teológicas, pues lo que se necesita sobre todo es estar alegre; porque
la alegría no se comunica hablando sino contagiándola, cuando se está alegre.
¿Y cómo vamos a hablar de alegría, si no estamos alegres? ¿Y cómo vamos a
hablar de libertad, si no somos libres? ¿Y cómo vamos a hablar del juego, si no
sabemos jugar como niños? Esto es lo que dice Urs Von Balthasar en su último
libro. Es decir, se impone un método nuevo. Por eso se procurará, a lo largo del curso, exponer los
conceptos con palabras densas y simbólicas: se irán arrojando símbolos, para
que cada uno los interprete en su justa dimensión. Y de la misma forma que para
conocer el efecto del buen vino no acudimos nunca a la lectura de su
definición, por muy buena que pueda ser
nuestra definición de Dios no embelesará a nadie; en cambio, cuando Dios
llega a nosotros nos embelesa sin decir una sola palabra: esto es lo que
estamos queriendo decir. Por tanto, este curso no será un curso de
palabras sino de símbolos que hablen;
con lo que, será el lector el que
los tenga que interpretar.
Empecemos ya con el primer ejemplo del curso, y de la
reflexión de hoy. Para ello tomemos la palabra “Dios” y traduzcámosla como “Cristo”, porque Cristo es Dios. Supongamos ahora que Cristo se nos presenta
en persona o que nosotros nos vamos allí –2.000 años atrás– y nos colocamos
junto a él. Cristo grande y yo pequeño –por humildad y porque en la iconografía
siempre son de mayor tamaño los santos–; nosotros pequeños, allí, y mirándole.
Este es el escenario esencial para nuestro curso: hemos topado con una
persona, con Cristo, y no con una palabra ni con un concepto. La
persona de Jesús nos interpela siempre, mientras que una columna de iglesia no interpela nunca;
tampoco un coche ni una estrella, pero una persona sí. Una persona, cuando
se acerca mucho y nos invade el territorio, nos obliga siempre a responder;
bien con un beso, o con una bofetada.
¡La persona interpela siempre!
Ante una persona es imposible la indiferencia. Por eso, nos parece coherente
que Dios, cuando quiso hablarnos –es decir presentársenos como una palabra
viva, que sonara en todo el universo–, se presentase como una “persona divina
con realidad y naturaleza humana perfectas”: Este es Cristo. Cuando yo
quiero toparme con Cristo, ¿qué es lo primero que veo? Un hombre. Este es
mi primer nivel de percepción de Cristo, y este es el método para el curso. No
lo olvidemos. Por eso hay que insistir: Las palabras no interpelan, y las
personas sí. Por tanto, las palabras que aquí se lean son solo un primer y
mínimo nivel de percepción. Lo que realmente se tiene que hacer, si no se
quiere perder el tiempo, es un esfuerzo por asimilar lo que aquí se diga a la
manera de cada uno. Sí, ¡a su manera! El cristianismo está en crisis porque
está masificado y somos demasiado iguales. Somos demasiados los que vamos a
misa en masa, los que sufrimos en masa, y casi ninguno ponemos de nuestra parte
algo propio y personal. Cada uno deberíamos poner en común nuestra propia
personalidad, nuestra gota intraducible. Nos falta riqueza individual,
estamos aborregados, y así no se puede seguir; porque ni como personas ni
como cristianos podemos quedarnos en ser números: persona y cristiano –que es lo mismo– se puede conjugar
perfectamente como verbo de movimiento, pero no conjugamos.
Para resumir, hemos dicho que
para topar con Cristo lo primero que vemos es un hombre y con él una
interpelación; y a la inversa, que al sentirnos interpelados por algo deducimos
tener delante un hombre y en su cogollo a Cristo: a diferencia de si veo unas
gafas, que las veo y ahí queda todo.
Las personas irradian siempre
algo. Ante una persona, sobre todo si es muy
irradiante, lo que percibo –intuyo– sobrepasa lo que pretendía o esperaba ver
de ella; pues me encuentro ante una realidad humana que, si resonamos como
toca, me solicita y acoge a la vez: apenas llego a ella y ya me capta –como si me tendiese sus manos–, tirando
de mí e introduciéndome en su humanidad. ¿Y cuando llego a toparme
con Cristo, y me quedo... ante él? ¿sólo me pasa, lo que pasa con un
hombre? ¡No, me pasa algo más! Y ese algo más consiste en que, siento cómo
tira de mí para llevarme hacia... ¿hacia él? No, para llevarme hacia mí
mismo, mi cogollo, para que entre dentro de mi propia realidad; para
llevarme hacia lo que yo estoy buscando, hacia lo que me hechiza de él y que
está dentro de mí: el Hombre Nuevo.
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