San Juan Bosco, presbítero y
fundador
fecha: 31 de enero
n.: 1815 - †: 1888 - país: Italia
otras formas del nombre: Don Bosco
canonización: B: Pío XI 2 jun 1929 - C: Pío XI 1 abr 1934
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1815 - †: 1888 - país: Italia
otras formas del nombre: Don Bosco
canonización: B: Pío XI 2 jun 1929 - C: Pío XI 1 abr 1934
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria
de san Juan Bosco, presbítero, el cual, después de una niñez dura, fue ordenado
sacerdote, y en la ciudad de Turín se dedicó esforzadamente a la formación de
los adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María
Domènica Mazzarello, el Instituto de Hijas de María Auxiliadora, para enseñar
oficios a la juventud e instruirles en la vida cristiana. Lleno de virtudes y
méritos, voló al cielo, en este día, en la misma ciudad de Turín, en Italia.
patronazgo: patrono de la
juventud, de los estudiantes, de la pastoral de juventud, de los educadores, de
los editores y de los magos.
refieren a este santo: Beato Felipe Rinaldi, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo, Santa María Dominica Mazzarello, Beato Miguel Rua
oración:
Señor,
tú que has suscitado en san Juan Bosco un padre y un maestro para la juventud,
danos también a nosotros un celo infatigable y un amor ardiente, que nos
impulse a entregarnos al bien de los hermanos y a servirte a ti en ellos con
fidelidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en
la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén
(oración litúrgica).
En
su vida, lo sobrenatural se hizo casi natural y lo extraordinario, ordinario.
Tales fueron las palabras que el Papa Pío XI dijo sobre Don Bosco.
Juan
Melchor había nacido en 1815, y era el menor de los hijos de un campesino
piamontés. Su padre murió cuando Juan sólo tenía dos años. Su madre, santa y
laboriosa mujer, que debió luchar mucho para sacar adelante u sus hijos, se
hizo cargo de su educación. A los nueve años de edad, un sueño que el rapazuelo
no olvidó nunca, le reveló su vocación. Más adelante, en todos los períodos
críticos de su vida, una visión del cielo le indicó siempre el camino que debía
seguir. En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de chiquillos que
se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la paz, primero
con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció una misteriosa
mujer que le dijo: «¡No, no; tienes que ganártelos por el amor! Toma tu cayado
de pastor y guía a tus ovejas». Cuando la señora pronunció estas palabras los
niños se convirtieron, primero en bestias feroces y luego en ovejas. El sueño
terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió que su vocación era
ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar el catecismo y a
llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos, acostumbraba ejecutar
ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a ser muy ducho. Un
domingo por la mañana, un acróbata ambulante dio una función pública y los
niños no acudieron a la iglesia; Juan Bosco desafió al acróbata en su propio
terreno, obtuvo el triunfo, y se dirigió victoriosamente con los chicos a la
misa. Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios en casa
de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser
sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar
sus estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de
Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos
indispensables. El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la chaqueta,
uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después de haber
recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y allí
empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo
de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.
San José Cafasso, cura de la parroquia
anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación,
explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras:
«Desempaca tus bártulos -le dijo-, y prosigue tu trabajo con los chicos
abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti». El mismo Don
Cafasso le puso en contacto con los ricos que podían ayudarle con limosnas para
su obra, y le mostró las prisiones y los barrios bajos en los que encontraría
suficientes clientes para aprovechar los donativos de los ricos. El primer
puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar en una casa de refugio
para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola, la rica y caritativa
mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la prisión. Los
domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de sus chicos,
a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y centro de
recreo, que él llamó «Oratorio Festivo». Pero muy pronto, la marquesa le negó
el permiso de reunir a los niños en sus terrenos, porque hacían ruido y
destruían las flores. Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron «de
Herodes a Pilatos», porque nadie quería aceptar ese pequeño ejército de más de
un centenar de revoltosos muchachos. Cuando Don Bosco consiguió, por fin,
alquilar un viejo granero, y todo empezaba a arreglarse, la marquesa, que a
pesar de su generosidad tenía algo de autócrata, le exigió que escogiera entre
quedarse con su tropa o con su puesto en el refugio para muchachas. El santo
escogió a sus chicos.
En
esos momentos críticos, le sobrevino una pulmonía, cuyas complicaciones
estuvieron a punto de costarle la vida. En cuanto se repuso, fue a vivir en
unos cuartuchos miserables de su nuevo oratorio, en compañía de su madre, y
allí se entregó, con toda el alma, a consolidar y extender su obra. Dio forma
acabada a una escuela nocturna, que había inaugurado el año precedente, y como
el oratorio estaba lleno a reventar, abrió otros dos centros en otros tantos
barrios de Turín. Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños
abandonados. Al poco tiempo, había ya treinta o cuarenta chicos, la mayoría aprendices,
que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Los chicos
llamaban a la madre de Don Bosco «Mamá Margarita». Pero Don Bosco cayó pronto
en la cuenta que todo el bien que hacía a sus chicos se perdía con las malas
influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de
aprendizaje. Los dos primeros: el de los zapateros y el de los sastres, fueron
inaugurados en 1853.
El
siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San Francisco de Sales.
Después vino la construcción de una casa para la enorme familia. El dinero no
faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco distinguía dos grupos entre
sus chicos: el de los aprendices, y el de los que daban señales de una posible
vocación sacerdotal. Al principio iban a las escuelas del pueblo; pero con el
tiempo, cuando los fondos fueron suficientes, Don Bosco instituyó los cursos
técnicos y los de primeras letras en el oratorio. En 1856, había ya 150
internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes.
Los externos eran 500. Con su extraordinario don de simpatía y de leer en los
corazones, Don Bosco ejercía una influencia ilimitada sobre sus chicos, de
suerte que podía gobernarles con aparente indulgencia y sin castigos, para gran
escándalo de los educadores de su tiempo. Además de este trabajo, Don Bosco se
veía asediado de peticiones para que predicara, la fama de su elocuencia se
había extendido enormemente a causa de los milagros y curaciones obradas por la
intercesión del santo. Otra forma de actividad, que ejerció durante muchos
años, fue la de escribir libros para el gusto popular, pues estaba convencido
de la influencia de la lectura. Unas veces se trataba de una obra de
apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien de una serie de
lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran parte de la noche y al fin,
tuvo que abandonarlo, porque sus ojos empezaron a debilitarse.
El
mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de encontrar
colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes entusiastas, ofrecían sus servicios,
pero acababan por cansarse, ya fuese porque no lograban dominar los métodos
impuestos por Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para sobrellevar las
travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y frecuentemente viciosos, o
porque perdían la cabeza al ver que el santo se lanzaba a la construcción de
escuelas y talleres, sin contar con un céntimo. Aun hubo algunos que llevaron a
mal que Don Bosco no convirtiera el oratorio en un club político para propagar
la causa de «La Joven Italia». En 1850, no quedaba a Don Bosco más que un
colaborador y esto lo decidió a preparar, por sí mismo, a sus futuros
colaboradores. Así fue como santo Domingo Savio ingresó en el
oratorio, en 1854.
Por
otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea, más o menos vaga, de
fundar una congregación religiosa. Después de algunos descalabros, consiguió
por fin formar un pequeño núcleo. «En la noche del 26 de enero de 1854 -escribe
uno de los testigos- nos reunimos en el cuarto de Don Bosco. Se hallaban allí
además, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rúa. Llegamos a la conclusión de que,
con la ayuda de Dios, íbamos a entrar en un período de trabajos prácticos de
caridad para ayudar a nuestros prójimos. Al fin de ese período, estaríamos en
libertad de ligarnos con una promesa, que más tarde podría transformarse en
voto. Desde aquella noche recibieron el nombre de Salesianos todos los que se
consagraron a tal forma de apostolado. Naturalmente, el nombre provenía del
gran obispo de Ginebra. El momento no parecía muy oportuno para fundar una
nueva congregación, pues el Piamonte no había sido nunca más anticlerical que
entonces. Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido expulsados;
muchos conventos habían sido suprimidos y, cada día, se publicaban nuevas leyes
que coartaban los derechos de las órdenes religiosas. Sin embargo, fue el
ministro Rattazzi, uno de los que más parte había tenido en la legislación,
quien urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para perpetuar su
trabajo y le prometió su apoyo ante el rey.
En
diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidós compañeros decidieron finalmente
organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. Pero
la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con el
permiso de ordenación para los candidatos del momento. La nueva congregación
creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve salesianos; y a la muerte del
fundador, eran ya 768. Don Bosco realizó uno de sus sueños al enviar sus
primeros misioneros a la Patagonia. Poco a poco, los Salesianos se extendieron
por toda la América del Sur. Cuando san Juan Bosco murió, la congregación tenía
veintiséis casas en el Nuevo Mundo y treinta y ocho en Europa. Las
instituciones salesianas en la actualidad comprenden escuelas de primera y
segunda enseñanza, seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas y de
agricultura, talleres de imprenta y librería, hospitales, etc. sin omitir las
misiones extranjeras y el trabajo pastoral.
El
siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una congregación femenina,
encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos hacían por los niños. La
congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete
jóvenes a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los
Cristianos. La nueva comunidad se desarrolló casi tan rápidamente como la
anterior y emprendió, además de otras actividades, la creación de escuelas de
primera enseñanza en Italia, Brasil, Argentina y otros países. Para completar
su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos colaboradores del exterior en una
especie de tercera orden, a la que dio el título de Colaboradores Salesianos.
Se trataba de hombres y mujeres de todas las clases sociales, que se obligaban
a ayudar en alguna forma a los educadores salesianos.
El
sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda su actividad
posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con los niños,
hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en forma
comprensible para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era
evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo,
en una época en que nadie ponía en tela de juicio las más burdas supersticiones
acerca de ese punto. Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el
sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en
saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877
escribía: «No recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por
la gracia de Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo
las reglas, sino aun mis menores deseos». Pero a esta cualidad se unía la
perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado
indulgente, y así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres. Una de las
imágenes más agradables que suscita el nombre de Don Bosco es la de sus
excursiones domingueras al bosque, con una parvada de rapazuelos. El santo
celebraba la misa en alguna iglesita de pueblo, comía y jugaba con los chicos
en el campo, les daba una clase de catecismo, y todo terminaba al atardecer,
con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía firmemente en los benéficos
efectos de la buena música.
El
relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no hiciéramos mención de su
obra de constructor de iglesias. La primera que erigió era pequeña y resultó
pronto insuficiente para la congregación. El santo emprendió entonces la
construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada en 1868. A ésta
siguió una gran basílica en uno de los barrios pobres de Turín, consagrada a
San Juan Evangelista. El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido
inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo y estaba muy
fatigado, pero su trabajo no había acabado todavía. Durante los últimos años
del pontificado de Pío IX, se había creado el proyecto de construir una iglesia
del Sagrado Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para
comprar el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la obra tanto como su
predecesor, pero parecía imposible reunir los fondos para la construcción. «Es
una pena que no podamos avanzar -dijo el papa al terminar un consistorio-; la
gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien espiritual de muchos fieles
están comprometidos en la empresa. Y no veo cómo podríamos llevarla adelante».
-Yo puedo sugerir una manera de hacerlo -dijo el cardenal Alimonda.
-¿Cuál? -preguntó el papa.
-Confiar el asunto a Don Bosco.
-¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?
-Yo le conozco bien -replicó el cardenal-; la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad será una orden para él.
-Yo puedo sugerir una manera de hacerlo -dijo el cardenal Alimonda.
-¿Cuál? -preguntó el papa.
-Confiar el asunto a Don Bosco.
-¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?
-Yo le conozco bien -replicó el cardenal-; la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad será una orden para él.
La
tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la aceptó al punto. Cuando ya no pudo
obtener más fondos en Italia, se trasladó a Francia, el país en que había
nacido la devoción al Sagrado Corazón. Las gentes le aclamaban en todas partes
por su santidad y sus milagros y el dinero le llovía. El porvenir de la
construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado; pero cuando se aproximaba
la fecha de la consagración, Don Bosco repetía que, si se retardaba demasiado,
no estaría en vida para asistir a ella. La consagración de la iglesia tuvo
lugar el 14 de mayo de 1887, y san Juan Bosco celebró allí la misa poco
después. Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos habían
declarado que el santo estaba completamente agotado y que la única solución era
el descanso; pero el reposo era desconocido para Don Bosco. A fines de 1887, sus
fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de enero de
1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores escriben,
sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San Francisco
de Sales (que en aquel momento se celebraba el 29 de enero). Cuarenta mil
personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia, y sus funerales fueron una
especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle a
honrar a Don Bosco por última vez. Su canonización tuvo lugar en 1934.
La
vida de Don Bosco, escrita en italiano por G. B. Lemoyne, ha tenido una
popularidad enorme; pero la más conocida de todas es la de A. Auffray (1929).
Existen en muchas lenguas numerosos estudios y biografías. La obra de G. Bonetti,
St. John Bosco's Early Apostolate (1934), es un estudio exhaustivo de los
primeros veinticinco años de sacerdocio del santo. En la Biblioteca de ETF se
hallarán algunas de las obras fundamentales del santo.
Nota:
según recoge un blog dedicado a la magia,
san Juan Bosco realizaba trucos de magia para atraer a los niños y mantener su
atención. Por ese motivo, en el II Congreso de Magia realizado en Segovia,
España, en 1953, fue elegido patrono de estos artistas. Puede leerse la noticia
contemporánea en la Hemeroteca del diario ABC (el
dato del patronazgo se halla en la primera columna, hacia la mitad).
fuente: «Vidas
de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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o última modificación relevante: ant 2012
Estas
biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una
fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia
completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor,
al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel)
y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?ids=384
Gracias y muchas bendiciones para todos ustedes
ResponderEliminarGracias a usted y a personas como usted, que con el seguimiento al blog dan ánimos para seguir en esta hermosa labor, de que todos seamos cirios que lleven la Luz donde se necesite. Que Dios la bendiga.
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