San Romano «Mélodos», diácono
fecha: 1 de octubre
n.: c. 490 - †: d. 555 - país: Turquía
otras formas del nombre: Melodista, Melodioso, Meloda
canonización: pre-congregación
hagiografía: Vaticano
n.: c. 490 - †: d. 555 - país: Turquía
otras formas del nombre: Melodista, Melodioso, Meloda
canonización: pre-congregación
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Constantinopla, san Romano, diácono, que mereció ser llamado
«Mélodos» por su sublime arte en componer himnos sacros en honor del Señor y de
los santos.
refieren a este santo: San Juan
Damasceno
Catequesis de SS Benedicto XVI, en la
audiencia del miércoles 21 de mayo de 2008:
En la serie de catequesis sobre los Padres
de la Iglesia, quiero hablar hoy de una figura poco conocida: Romano el Meloda,
que nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs), en Siria. Teólogo, poeta y
compositor, pertenece al gran grupo de teólogos que transformó la teología en
poesía. Pensamos en su compatriota, san Efrén de
Siria, que vivió doscientos años antes que él. Y pensamos
también en teólogos de Occidente, como san Ambrosio,
cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen tocando el
corazón; o en un teólogo, un pensador muy profundo, como santo Tomás,
que nos ha dejado los himnos de la fiesta del Corpus Christi de mañana;
pensamos en san Juan de la
Cruz y en otros muchos. La fe es amor y por ello crea
poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.
Romano el Meloda es uno de estos, un poeta
y compositor teólogo. Aprendió los primeros elementos de la cultura griega y
siríaca en su ciudad natal, se trasladó a Berito (Beirut), perfeccionando allí
su formación clásica y sus conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente
(en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después
se fue a Constantinopla, hacia fines del reino de Anastasio I (alrededor del
año 518), y allí se estableció en el monasterio anexo a la iglesia de la
Theotókos, la Madre de Dios.
Allí tuvo lugar un episodio clave en su
vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición de la Madre de Dios en sueños
y sobre el don del carisma poético. En efecto, María le pidió que se tragara
una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente -era la fiesta de la
Navidad-, Romano se puso a declamar desde el ambón: "Hoy la Virgen da a
luz al Trascendente" (Himno sobre la Navidad I, Proemio). De este modo, se
convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (acontecida después del año 555).
Romano ha pasado a la historia como uno de
los más representativos autores de himnos litúrgicos. Para los fieles, la
homilía era entonces prácticamente la única oportunidad de enseñanza
catequética. Así, Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso
de su época y también de un modo vivo y original de catequesis. A través de sus
composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de
catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la
himnografía sagrada de aquella época.
El lugar en el que Romano predicaba era un
santuario de las afueras de Constantinopla: subía al ambón, colocado en el
centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una
escenografía bastante compleja: montaba representaciones en las paredes o ponía
iconos sobre el ambón y también utilizaba el recurso del diálogo. Pronunciaba
homilías métricas cantadas, llamadas kontákia. Al parecer, el término
kontákion, «pequeña vara», hace referencia al pequeño palo redondo en torno al
cual se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los
kontákia que se han conservado con el nombre de Romano son ochenta y nueve,
pero la tradición le atribuye mil.
En Romano, cada kontákion se compone de
estrofas, por lo general de dieciocho a veinticuatro, con el mismo número de
sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); también
los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas siguen el modelo del
irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), por lo general
idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa
indican el nombre del autor (acróstico), precedido frecuentemente por el
adjetivo "humilde". El himno se concluye con una oración que hace
referencia a los hechos celebrados o evocados. Al terminar la lectura bíblica,
Romano cantaba el Proemio, casi siempre en forma de oración o súplica. Así
anunciaba el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se debía repetir
en coro al final de cada estrofa, declamada por él rítmicamente en voz alta.
Un ejemplo significativo es el kontákion
con motivo del Viernes de Pasión: se trata de un diálogo entre María y su Hijo,
que tiene lugar en el camino de la cruz.
María dice:
«¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?
Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,
y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos,
poniéndote las manos encima contra toda justicia.»
Jesús responde:
«¿Por qué lloras, Madre mía? (...). ¿No debería padecer? ¿No debería morir?
Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?»
El Hijo de María consuela a su Madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación:
«Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor:
no está bien que gimas, pues fuiste llamada 'llena de gracia'»
(María al pie de la cruz, 1-2; 4-5).
María dice:
«¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?
Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,
y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos,
poniéndote las manos encima contra toda justicia.»
Jesús responde:
«¿Por qué lloras, Madre mía? (...). ¿No debería padecer? ¿No debería morir?
Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?»
El Hijo de María consuela a su Madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación:
«Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor:
no está bien que gimas, pues fuiste llamada 'llena de gracia'»
(María al pie de la cruz, 1-2; 4-5).
Asimismo, en el himno sobre el sacrificio
de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice:
«Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,
al conocer tu voluntad, me dirá:
'Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?
(...) Tú, oh anciano, déjame a mi hijo,
y cuando lo quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí'»
(El sacrificio de Abraham, 7).
«Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,
al conocer tu voluntad, me dirá:
'Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?
(...) Tú, oh anciano, déjame a mi hijo,
y cuando lo quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí'»
(El sacrificio de Abraham, 7).
Romano no usa el griego bizantino solemne
de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quiero
citar un ejemplo del modo vivo y muy personal como habla del Señor Jesús: lo
llama «fuente que no quema y luz contra las tinieblas», y dice:
«Yo me atrevo a tenerte en mis manos como una lámpara,
pues quien lleva un candil entre los hombres es iluminado sin quemarse.
Ilumíname, por tanto, tú que eres Luz inextinguible»
(La Presentación o Fiesta del encuentro, 8).
La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia que existía entre sus palabras y su vida. En una oración dice:
«Haz clara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca
y, después de llenarla, traspasa mi corazón para que mi actuar
sea coherente con mis palabras.»
(Misión de los Apóstoles, 2).
«Yo me atrevo a tenerte en mis manos como una lámpara,
pues quien lleva un candil entre los hombres es iluminado sin quemarse.
Ilumíname, por tanto, tú que eres Luz inextinguible»
(La Presentación o Fiesta del encuentro, 8).
La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia que existía entre sus palabras y su vida. En una oración dice:
«Haz clara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca
y, después de llenarla, traspasa mi corazón para que mi actuar
sea coherente con mis palabras.»
(Misión de los Apóstoles, 2).
Examinemos ahora algunos de sus temas
principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de
Dios en la historia, la unidad entre la creación y la historia de la salvación,
la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Otro tema importante es la
pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de
Pentecostés subraya la continuidad que existe entre Cristo, que ha ascendido al
cielo, y los Apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en
el mundo:
«Con la fuerza divina han conquistado a todos los hombres;
han tomado la cruz de Cristo como una pluma,
han utilizado las palabras como redes y con ellas han pescado al mundo,
han usado el Verbo como anzuelo agudo;
para ellos ha servido de cebo
la carne del Soberano del universo»
(Pentecostés, 2; 18).
«Con la fuerza divina han conquistado a todos los hombres;
han tomado la cruz de Cristo como una pluma,
han utilizado las palabras como redes y con ellas han pescado al mundo,
han usado el Verbo como anzuelo agudo;
para ellos ha servido de cebo
la carne del Soberano del universo»
(Pentecostés, 2; 18).
Naturalmente, otro tema central es la
cristología. No entra en el problema de los conceptos difíciles de la teología,
tan debatidos en aquel tiempo, y que rasgaron la unidad, no sólo entre los
teólogos, sino también entre los cristianos en la Iglesia. Predica una
cristología sencilla, pero fundamental: la cristología de los grandes
Concilios. Pero sobre todo está cerca de la piedad popular -de hecho, los
conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento
del corazón cristiano-; así, Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y
verdadero Dios, y al ser verdadero hombre-Dios es una sola persona, la síntesis
entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del Verbo
mismo de Dios: «Cristo era hombre -dice-, pero también Dios; sin
embargo, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es Uno solo» (La
Pasión, 19).
Por lo que se refiere a la mariología,
agradecido a la Virgen por el don del carisma poético, Romano la recuerda al
final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más hermosos:
Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.
Por último, las enseñanzas morales están
relacionadas con el juicio final (cf. Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia
ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo,
y por ello exhorta a la conversión haciendo penitencia y ayuno. De modo
positivo, el cristiano debe practicar la caridad, la limosna. En dos himnos,
Las Bodas de Caná y Las diez vírgenes, pone de relieve el primado de la caridad
sobre la continencia. La caridad es la más grande de las virtudes:
«Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta,
pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto.
Las otras brillaron con las lámparas del amor a la humanidad,
por eso las invitó el esposo»
(Las diez vírgenes, 1).
«Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta,
pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto.
Las otras brillaron con las lámparas del amor a la humanidad,
por eso las invitó el esposo»
(Las diez vírgenes, 1).
Los cantos de Romano el Meloda están
impregnados de humanidad palpitante, de ardor de fe y de profunda humildad.
Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura
cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo,
con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor,
ha nacido la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva,
esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos
siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado. Las
catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos
«en casa»: en ellas encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los
otros. Tampoco la gran música -el canto gregoriano, o Bach o Mozart- es algo
del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe. Si la
fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en algo «pasado», sino que
sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al
imperativo que siempre se repite en los Salmos: «Cantad al Señor un cántico
nuevo».
Creatividad, innovación, cántico nuevo,
cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe
no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de
Dios y de la alegría de ser hijos suyos.
fuente: Vaticano
accedida 1318 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3578
San Nicecio de Tréveris, obispo y confesor
fecha: 1 de octubre
fecha en el calendario anterior: 5 de diciembre
†: 561 - país: Alemania
otras formas del nombre: Niceto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 5 de diciembre
†: 561 - país: Alemania
otras formas del nombre: Niceto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Tréveris, en la Renania, en Austrasia, san Nicecio, obispo, que,
según el testimonio de san Gregorio de Tours, era fuerte en la predicación,
terrible en la argumentación y constante en la enseñanza. Sufrió el destierro
bajo Clotario, rey de los francos.
refieren a este santo: San Magnerico de
Tréveris
Varios hombres muy destacados de la época
de Nicecio de Tréveris, como san Gregorio de Tours y san Venancio Fortunato,
dan testimonio de los méritos de este santo, que fue el último obispo
galo-romano de Tréveris, en los primeros tiempos del triunfo de los francos en
la Galia. Nicecio nació en Auvernia. Como el cabello del niño formaba una
especie de tonsura, las gentes lo interpretaron como un signo de que abrazaría
el estado eclesiástico. En efecto, Nicecio se hizo monje y llegó a ser abad de
su monasterio, que probablemente estaba en Limoges. En ese cargo atrajo sobre
sí las miradas de Teodorico I. Cuando murió san Aprúnculo, obispo de Tréveris,
el clero y el pueblo enviaron una embajada al rey para pedirle que nombrase
obispo a san Galo de Clermont. Teodorico se negó a ello y nombró a Nicecio. Los
oficiales del monarca acompañaron al obispo electo a Tréveris y éste mostró
desde aquel momento qué clase de prelado iba a ser. En efecto, cuando la
comitiva acampó para pasar la noche, los soldados de la escolta soltaron a sus
caballos en los campos de los vecinos. Nicecio les ordenó que los trajesen de
nuevo al campamento, pero los oficiales se rieron de él. Entonces Nicecio
amenazó con excomulgar a los opresores de los pobres y partió él mismo en busca
de los caballos. El santo había predicado con frecuencia a sus monjes sobre el
texto que dice que «el hombre puede caer de tres modos: por el pensamiento, por
la palabra y por la obra», y reprendió sin temor a Teodorico y a su hijo
Teodoberto por los excesos que cometían. Tal vez esos dos monarcas aprovecharon
los consejos de san Nicecio. En todo caso Clotario I se mostró menos
condescendiente, ya que, cuando el santo le excomulgó por sus crímenes, él le
desterró. El destierro fue de corta duración, pues Clotario murió al poco
tiempo, y su hijo Sigeberto, que le sucedió en el gobierno de esa porción de
sus dominios, restituyó a Nicecio su diócesis.
El santo obispo asistió a varios
importantes sínodos en Clermont y otras ciudades, y restableció
infatigablemente la disciplina en una diócesis en la que los desórdenes civiles
habían causado grandes estragos. El santo llevó a su diócesis obreros italianos
para reconstruir su catedral y fortificar la ciudad por el lado del Mosela.
También fundó una escuela para el clero, pero su ejemplo era la mejor escuela,
tanto para los clérigos como para los laicos. Aunque san Nicecio gozaba del
favor del rey Sigeberto, su celo no dejó de acarrearle persecuciones, pues no
había miedo ni respeto humano que le impidiese defender la causa de Dios. En
particular se creó enemigos tratando de desarraigar la costumbre de los
matrimonios incestuosos, porque excomulgaba a los culpables. Se conservan
algunas cartas del santo; una de ellas, escrita alrededor del año 561, está
dirigida a Clodesinda, hija de Clotario I, casada con el arriano Alboino, rey
de Lombardía. San Nicecio le aconseja que trate de convertir a su marido a la
fe ortodoxa, haciéndole notar los milagros obrados en la iglesia católica por
las reliquias de algunos santos a quienes los arrianos veneraban también. Y
prosigue: «Haced que el rey envíe mensajeros a la iglesia de San Martín. Si se
atreven a entrar en ella, se darían cuenta de que los ciegos recobran la vista,
los sordos el oído y los mudos la palabra, los leprosos y enfermos salen
curados, como nosotros mismos lo hemos visto. ¿Y qué diré de las reliquias de
los santos obispos Germán, Hilario y Lupo, cuyos milagros son innumerables? Aun
los endemoniados confiesan el poder de esas reliquias. ¿sucede acaso lo mismo
en las iglesias de los arrianos? Ciertamente no. Un demonio nunca exorciza a
otro». Una segunda carta está dirigida al emperador Justiniano, a quien su
esposa había arrastrado a una especie de semimonofisismo. Nicecio le dice que
en Italia, Africa, España y Galia se ha lamentado su caída, y que se condenará
si no abjura de sus errores. San Nicecio murió hacia el año 566, tal vez el 1°
de Octubre.
Casi todo lo que sabemos sobre San Nicecio
proviene de las Vitae Patrum, de Gregorio de Tours. Lo que se conserva de la
correspondencia del santo puede verse en Monumenta Germaniae Historica,
Epistolae, vol. III, pp. 116, etc. Véase también a Duchesne en Fastes
Episcopaux, vol. III, pp. 37-38. Hay otra reseña biográfica y una amplia y
actualizada bibliografía en Patrología IV,
de Quasten-Di Berardino, BAC, 2000, pág 360-361.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 605 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3577
No hay comentarios:
Publicar un comentario