sábado, 1 de octubre de 2016

San Romano «Mélodos», diácono - San Nicecio de Tréveris, obispo y confesor (1 de octubre)

San Romano «Mélodos», diácono

fecha: 1 de octubre
n.: c. 490 - †: d. 555 - país: Turquía
otras formas del nombre: Melodista, Melodioso, Meloda
canonización: pre-congregación
hagiografía: Vaticano

Elogio: En Constantinopla, san Romano, diácono, que mereció ser llamado «Mélodos» por su sublime arte en componer himnos sacros en honor del Señor y de los santos.
refieren a este santo: San Juan Damasceno
Catequesis de SS Benedicto XVI, en la audiencia del miércoles 21 de mayo de 2008:

En la serie de catequesis sobre los Padres de la Iglesia, quiero hablar hoy de una figura poco conocida: Romano el Meloda, que nació en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs), en Siria. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al gran grupo de teólogos que transformó la teología en poesía. Pensamos en su compatriota, san Efrén de Siria, que vivió doscientos años antes que él. Y pensamos también en teólogos de Occidente, como san Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen tocando el corazón; o en un teólogo, un pensador muy profundo, como santo Tomás, que nos ha dejado los himnos de la fiesta del Corpus Christi de mañana; pensamos en san Juan de la Cruz y en otros muchos. La fe es amor y por ello crea poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.
Romano el Meloda es uno de estos, un poeta y compositor teólogo. Aprendió los primeros elementos de la cultura griega y siríaca en su ciudad natal, se trasladó a Berito (Beirut), perfeccionando allí su formación clásica y sus conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente (en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se fue a Constantinopla, hacia fines del reino de Anastasio I (alrededor del año 518), y allí se estableció en el monasterio anexo a la iglesia de la Theotókos, la Madre de Dios.
Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición de la Madre de Dios en sueños y sobre el don del carisma poético. En efecto, María le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente -era la fiesta de la Navidad-, Romano se puso a declamar desde el ambón: "Hoy la Virgen da a luz al Trascendente" (Himno sobre la Navidad I, Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (acontecida después del año 555).
Romano ha pasado a la historia como uno de los más representativos autores de himnos litúrgicos. Para los fieles, la homilía era entonces prácticamente la única oportunidad de enseñanza catequética. Así, Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso de su época y también de un modo vivo y original de catequesis. A través de sus composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la himnografía sagrada de aquella época.
El lugar en el que Romano predicaba era un santuario de las afueras de Constantinopla: subía al ambón, colocado en el centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una escenografía bastante compleja: montaba representaciones en las paredes o ponía iconos sobre el ambón y también utilizaba el recurso del diálogo. Pronunciaba homilías métricas cantadas, llamadas kontákia. Al parecer, el término kontákion, «pequeña vara», hace referencia al pequeño palo redondo en torno al cual se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los kontákia que se han conservado con el nombre de Romano son ochenta y nueve, pero la tradición le atribuye mil.
En Romano, cada kontákion se compone de estrofas, por lo general de dieciocho a veinticuatro, con el mismo número de sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); también los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas siguen el modelo del irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), por lo general idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa indican el nombre del autor (acróstico), precedido frecuentemente por el adjetivo "humilde". El himno se concluye con una oración que hace referencia a los hechos celebrados o evocados. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, casi siempre en forma de oración o súplica. Así anunciaba el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se debía repetir en coro al final de cada estrofa, declamada por él rítmicamente en voz alta.
Un ejemplo significativo es el kontákion con motivo del Viernes de Pasión: se trata de un diálogo entre María y su Hijo, que tiene lugar en el camino de la cruz.
María dice:
«¿A dónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?
Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,
y nunca habría podido imaginar que llegarían a este grado de locura los impíos,
poniéndote las manos encima contra toda justicia.»

Jesús responde:
«¿Por qué lloras, Madre mía? (...). ¿No debería padecer? ¿No debería morir?
Entonces, ¿cómo podría salvar a Adán?»

El Hijo de María consuela a su Madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación:
«Depón, por tanto, Madre; depón tu dolor:
no está bien que gimas, pues fuiste llamada 'llena de gracia'»

(María al pie de la cruz, 1-2; 4-5).
Asimismo, en el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice:
«Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,
al conocer tu voluntad, me dirá:
'Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?
(...) Tú, oh anciano, déjame a mi hijo,
y cuando lo quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí'»

(El sacrificio de Abraham, 7).
Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quiero citar un ejemplo del modo vivo y muy personal como habla del Señor Jesús: lo llama «fuente que no quema y luz contra las tinieblas», y dice:
«Yo me atrevo a tenerte en mis manos como una lámpara,
pues quien lleva un candil entre los hombres es iluminado sin quemarse.
Ilumíname, por tanto, tú que eres Luz inextinguible»

(La Presentación o Fiesta del encuentro, 8).
La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia que existía entre sus palabras y su vida. En una oración dice:
«Haz clara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca
y, después de llenarla, traspasa mi corazón para que mi actuar
sea coherente con mis palabras.»

(Misión de los Apóstoles, 2).
Examinemos ahora algunos de sus temas principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de Dios en la historia, la unidad entre la creación y la historia de la salvación, la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Otro tema importante es la pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de Pentecostés subraya la continuidad que existe entre Cristo, que ha ascendido al cielo, y los Apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en el mundo:
«Con la fuerza divina han conquistado a todos los hombres;
han tomado la cruz de Cristo como una pluma,
han utilizado las palabras como redes y con ellas han pescado al mundo,
han usado el Verbo como anzuelo agudo;
para ellos ha servido de cebo
la carne del Soberano del universo»

(Pentecostés, 2; 18).
Naturalmente, otro tema central es la cristología. No entra en el problema de los conceptos difíciles de la teología, tan debatidos en aquel tiempo, y que rasgaron la unidad, no sólo entre los teólogos, sino también entre los cristianos en la Iglesia. Predica una cristología sencilla, pero fundamental: la cristología de los grandes Concilios. Pero sobre todo está cerca de la piedad popular -de hecho, los conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento del corazón cristiano-; así, Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y al ser verdadero hombre-Dios es una sola persona, la síntesis entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del Verbo mismo de Dios: «Cristo era hombre -dice-, pero también Dios; sin embargo, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es Uno solo» (La Pasión, 19).
Por lo que se refiere a la mariología, agradecido a la Virgen por el don del carisma poético, Romano la recuerda al final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más hermosos: Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.
Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final (cf. Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión haciendo penitencia y ayuno. De modo positivo, el cristiano debe practicar la caridad, la limosna. En dos himnos, Las Bodas de Caná y Las diez vírgenes, pone de relieve el primado de la caridad sobre la continencia. La caridad es la más grande de las virtudes:
«Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta,
pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto.
Las otras brillaron con las lámparas del amor a la humanidad,
por eso las invitó el esposo»

(Las diez vírgenes, 1).
Los cantos de Romano el Meloda están impregnados de humanidad palpitante, de ardor de fe y de profunda humildad. Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo, con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, ha nacido la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural no muere, sino que sigue viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes; no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos «en casa»: en ellas encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música -el canto gregoriano, o Bach o Mozart- es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe. Si la fe es viva, la cultura cristiana no se convierte en algo «pasado», sino que sigue viva y presente. Y si la fe es viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: «Cantad al Señor un cántico nuevo».
Creatividad, innovación, cántico nuevo, cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de Dios y de la alegría de ser hijos suyos.
fuente: Vaticano
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3578





San Nicecio de Tréveris, obispo y confesor

fecha: 1 de octubre
fecha en el calendario anterior: 5 de diciembre
†: 561 - país: Alemania
otras formas del nombre: Niceto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: En Tréveris, en la Renania, en Austrasia, san Nicecio, obispo, que, según el testimonio de san Gregorio de Tours, era fuerte en la predicación, terrible en la argumentación y constante en la enseñanza. Sufrió el destierro bajo Clotario, rey de los francos.
refieren a este santo: San Magnerico de Tréveris

Varios hombres muy destacados de la época de Nicecio de Tréveris, como san Gregorio de Tours y san Venancio Fortunato, dan testimonio de los méritos de este santo, que fue el último obispo galo-romano de Tréveris, en los primeros tiempos del triunfo de los francos en la Galia. Nicecio nació en Auvernia. Como el cabello del niño formaba una especie de tonsura, las gentes lo interpretaron como un signo de que abrazaría el estado eclesiástico. En efecto, Nicecio se hizo monje y llegó a ser abad de su monasterio, que probablemente estaba en Limoges. En ese cargo atrajo sobre sí las miradas de Teodorico I. Cuando murió san Aprúnculo, obispo de Tréveris, el clero y el pueblo enviaron una embajada al rey para pedirle que nombrase obispo a san Galo de Clermont. Teodorico se negó a ello y nombró a Nicecio. Los oficiales del monarca acompañaron al obispo electo a Tréveris y éste mostró desde aquel momento qué clase de prelado iba a ser. En efecto, cuando la comitiva acampó para pasar la noche, los soldados de la escolta soltaron a sus caballos en los campos de los vecinos. Nicecio les ordenó que los trajesen de nuevo al campamento, pero los oficiales se rieron de él. Entonces Nicecio amenazó con excomulgar a los opresores de los pobres y partió él mismo en busca de los caballos. El santo había predicado con frecuencia a sus monjes sobre el texto que dice que «el hombre puede caer de tres modos: por el pensamiento, por la palabra y por la obra», y reprendió sin temor a Teodorico y a su hijo Teodoberto por los excesos que cometían. Tal vez esos dos monarcas aprovecharon los consejos de san Nicecio. En todo caso Clotario I se mostró menos condescendiente, ya que, cuando el santo le excomulgó por sus crímenes, él le desterró. El destierro fue de corta duración, pues Clotario murió al poco tiempo, y su hijo Sigeberto, que le sucedió en el gobierno de esa porción de sus dominios, restituyó a Nicecio su diócesis.
El santo obispo asistió a varios importantes sínodos en Clermont y otras ciudades, y restableció infatigablemente la disciplina en una diócesis en la que los desórdenes civiles habían causado grandes estragos. El santo llevó a su diócesis obreros italianos para reconstruir su catedral y fortificar la ciudad por el lado del Mosela. También fundó una escuela para el clero, pero su ejemplo era la mejor escuela, tanto para los clérigos como para los laicos. Aunque san Nicecio gozaba del favor del rey Sigeberto, su celo no dejó de acarrearle persecuciones, pues no había miedo ni respeto humano que le impidiese defender la causa de Dios. En particular se creó enemigos tratando de desarraigar la costumbre de los matrimonios incestuosos, porque excomulgaba a los culpables. Se conservan algunas cartas del santo; una de ellas, escrita alrededor del año 561, está dirigida a Clodesinda, hija de Clotario I, casada con el arriano Alboino, rey de Lombardía. San Nicecio le aconseja que trate de convertir a su marido a la fe ortodoxa, haciéndole notar los milagros obrados en la iglesia católica por las reliquias de algunos santos a quienes los arrianos veneraban también. Y prosigue: «Haced que el rey envíe mensajeros a la iglesia de San Martín. Si se atreven a entrar en ella, se darían cuenta de que los ciegos recobran la vista, los sordos el oído y los mudos la palabra, los leprosos y enfermos salen curados, como nosotros mismos lo hemos visto. ¿Y qué diré de las reliquias de los santos obispos Germán, Hilario y Lupo, cuyos milagros son innumerables? Aun los endemoniados confiesan el poder de esas reliquias. ¿sucede acaso lo mismo en las iglesias de los arrianos? Ciertamente no. Un demonio nunca exorciza a otro». Una segunda carta está dirigida al emperador Justiniano, a quien su esposa había arrastrado a una especie de semimonofisismo. Nicecio le dice que en Italia, Africa, España y Galia se ha lamentado su caída, y que se condenará si no abjura de sus errores. San Nicecio murió hacia el año 566, tal vez el 1° de Octubre.
Casi todo lo que sabemos sobre San Nicecio proviene de las Vitae Patrum, de Gregorio de Tours. Lo que se conserva de la correspondencia del santo puede verse en Monumenta Germaniae Historica, Epistolae, vol. III, pp. 116, etc. Véase también a Duchesne en Fastes Episcopaux, vol. III, pp. 37-38. Hay otra reseña biográfica y una amplia y actualizada bibliografía en Patrología IV, de Quasten-Di Berardino, BAC, 2000, pág 360-361.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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