jueves, 22 de noviembre de 2018

COSMOLOGÍA Y COSMOVISIÓN (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

COSMOLOGÍA Y COSMOVISIÓN
El cosmos es un espectáculo. Un espectáculo inacabable, interminable. Fascina, atrae, seduce. Es un discurso y una lección. Es una teofanía, pensaban los antiguos: Una brecha por la que los dioses se asoman. Es hermoso -Kosmos- , pensaban los griegos. Es limpio -mundus-, decían los romanos, y es una unidad con sentido -universus-, añadían, en un afán muy romano por colonizarlo. Empeño en el que no hemos cejado todavía.
Este universo por otra parte, no es un sustantivo: es un verbo. Y se conjuga: pasado, presente y futuro. No está hecho: se hace.
Desde los primeros días, el hombre ha considerado el mundo como una realidad maravillosa llena de sorpresas y de posibilidades. Y se ha lanzado a la conquista de él, a el desentrañamiento de los rincones de misterio que se le sustraían. El mundo fue considerado como un continente para ser colonizado: Dominad la tierra, ordena el Génesis. El largo y sostenido esfuerzo por someter el universo, por dominar la tierra, ha dado resultados sobrecogedores: La colonización sigue adelante y las barreras que se resistían van cediendo una tras otra. Apenas quedan zonas acotadas o prohibidas.
Y es importante tomar nota de que, en la medida en que el universo ha sido sometido, parece que el hombre se ha hecho dueño de si. Las riquezas del mundo han enriquecido al hombre.
El mundo es el paisaje del hombre. Un mundo desertizado es un hombre devastado. Un hombre sin paisaje interior tiende a deturpar el paisaje que es su patria. Y, en su intento de domesticar al mundo, el hombre no ha sabido, a menudo, sustraerse de la tentación de colonizarlo desde su propia devastación. Y así hombre y mundo se han depauperado uno al otro progresivamente. Alarmantemente.
No hay más que un camino: Conocerse y colonizarse a sí mismo y, desde el dominio de sí, pasar al dominio del mundo. Lo contrario es peligroso. Ante el espectáculo del mundo el hombre nunca es un analfabeto: Siempre es capaz de leer el mensaje de la creación; es capaz de procesar sus datos y de interpretar esa conjugación magnífica del cosmos.
Así pues, asomarse al misterio del mundo que se hace y se despliega ante los ojos, es también asomarse al mundo interior del propio ser humano. Y lo definitivo es que sólo conociendo, interpretando y conviviendo con el cosmos, lleno de sentido y de sorpresas, el hombre tiene acceso a las propias constelaciones que, en círculos aún no definidos espacial ni temporalmente, tejen y destejen el cosmos de la propia vida. La vida es el raudal que invade la creación y las profundidades, en eclosión inacabable del ser, tan huidizo del hombre, hermano y contemporáneo de la creación entera. Fuera de ella el hombre no es inteligible. En el cosmos el hombre no es una isla.

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