jueves, 22 de noviembre de 2018

TODO CUANTO VEMOS NO ES LO QUE HAY QUE VER (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

TODO CUANTO VEMOS NO ES LO QUE HAY QUE VER
Aquí hay que invocar a dos Santos Padres. Primero a San Pablo -que debió quedarse calvo- cuando dijo: ''hay dos clases de cosas, unas que se ven y otras que no se ven''; aunque luego completó la frase añadiendo: ''las que se ven son pasajeras, las que no se ven son definitivas''. La cara de una persona -sobre todo si son muchas- se ve, pero la idea, la emoción, el amor, el odio, si no sale a la cara como movimiento del alma no se ve. Es verdad que no hay más que dos clases de cosas. Las que se ven pasan, son fugaces, se diluyen con el tiempo. ¡Cuántas cosas pasan con el tiempo!. La técnica actual es inmensa, maravillosa, asombrosa, pero seguirá su camino, no es definitiva. Con ella se puede matar, y por tanto, anular al hombre como tal. ¿Hay algo que hace que el hombre sea ante todo avatar y circunstancia?. Sí, aquello que de verdad el hombre es, en lo oculto. Eso es justamente el símbolo, el entramado que lleva en el fondo del alma, porque es lo definitivo.
Y el segundo Santo Padre que quiero citar es Saint-Exupéry en ''El principito'': ''Las cosas que son verdaderamente grandes, auténticas, se ven sólo con el corazón; son invisibles a los ojos''. Y el hombre técnico de hoy, otra vez se empequeñece y dice: ''Lo que veo es lo que hay que ver. ¿tú ves a Dios?, pues si no lo ves no existe''. Con dos palabras ha barrido a Dios ¡a Dios!. Hay quien se pasa de listo o de chulo. Hay chulos de cátedra que dicen: ''¿Usted puede demostrarme que Dios existe?'', y si tú contestas que no lo puedes hacer, dan por demostrado que no existe y se quedan tan orondos después de decir un disparate que compromete a toda la humanidad y todo el devenir de la misma. Una demostración es filosófica, silogística, algebraica..., es decir, una demostración es siempre racional. Y Dios, por definición, no cabe en la razón. Si Dios fuera demostrable, no sería Dios. Luego todos los que creen en Dios porque se lo han demostrado ¡lo siento!, pero no creen en Él.
También existen los que dicen: ''me ha convencido tu raciocinio''. Pues son unos idiotas, porque los he engañado como un buen profesor que hace fórmulas en la pizarra, llevando a los alumnos donde quiere si están distraídos. Los he engañado y no se han dado cuenta. Cualquier sacamuelas nos puede convencer de lo que queramos, a menos que tengamos las bodegas bien repletas: las de la razón superior e inferior al mito, esto es, las de esa verdad que hace que el mito ilumine por arriba y por abajo todo pensamiento. Eso significa que el mito es incluso el corazón del pensamiento. La mitología de la cual estamos hablando va por ese camino. Las cosas de verdad, las verdaderas, no se ven con los ojos, se ven con el corazón.
Según Hüsserl -que no es un creyente- cuando el hombre mira, se para siempre en la cáscara, porque los cinco sentidos ven lo que las cosas manifiestan. Cuando tú ves un pino, ves su exterior, evidentemente, y cuando ves un hombre, ves sólo su apariencia externa. Eso se llama el fenómeno -fenómeno, en griego, significa lo que se manifiesta-. Tú sabes de mí lo que yo muestro, y basta. En cambio, lo que hace que yo sea yo, tú no lo ves. O sea, que lo más importante es invisible a los ojos, como decía Saint-Exupéry, y tenía razón.
Lo importante de verdad no se ve con los ojos, e interesa que lo volvamos a descubrir, porque los hombres de este siglo tenemos todavía la manera de creer que lo que vemos es lo que hay que ver, cuando en realidad habría que decir, con un poco de malicia, que lo que vemos es lo que nos dejan ver, ¿quién me garantiza que lo que veo es lo que de verdad hay que ver?. Esto vale para el vino, para la estrella, para la ropa o para el compañero ¡da igual!. Eso se llama fenomenología. Y Hüsserl se entretuvo toda su vida pensando y diciendo: ''Hay un camino desde el fenómeno al nóumeno''. Por ejemplo: esto es un lagarto y un hombre que le mira; el hombre ve la periferia, pero el lagarto tiene periferia gracias a unas realidades energéticas que le vienen del fondo de su ser, de un cogollo llamado nóumeno, que significa ''lo que es''. Por tanto la filosofía afirma que, al ver, sólo vemos la cáscara -fenomenología-, y la ciencia, si existiera, que no existe, dice que lo que vemos es el cogollo, la esencia, cuyo nombre es esencialismo o numerología.
Este hermoso mundo que vemos, que tocamos, que oímos, es además ''puñetero'', porque nos deja oler, tocar, oír y ver lo que quiere. Konrad Lorenz, que de esto sabía mucho, decía más aún, explicando acerca de lo que nos dejan tocar: ''¿Quienes son los que nos dejan o no tocar?''. Yo veo lo que me dejan ver. Quién es el sujeto de ese dejan: los dioses?'', y seguía Lorenz -a mi juicio muy certeramente-: ''La naturaleza y la historia, porque ésta hace el camino al revés''. Cuando un ciervo corre por la pradera tan velozmente, que apenas la roza con sus pezuñas, ¿por qué corre tan ágilmente?; porque tiene unas patas aptas para correr. ¿Quién le ha dado esa agilidad?, ¿la naturaleza?. No, los ciervos corren tan perfectamente por la pradera, porque llevan cientos de millones de años corriendo por ella. La pradera ha hecho las patas del ciervo, como el mar ha dotado de aletas al delfín para que se mueva por sus aguas; luego, el agua del mar es la que ha dado la agilidad marítima a este otro mamífero. ¿Quién ha hecho mis ojos para que vean?: la fuerza de la naturaleza, que, a través de millones de años, ha perfeccionado el mirar de los animales primero y de nuestros padres después, desde el parque jurásico. El animal empezó a mirar cada vez con más precisión hasta llegar aquí, de forma que la naturaleza, que ha de ser mirada, me ha hecho los ojos para que la mire.
Pero la naturaleza es ''pilla'', por cuanto sabía que hacía unos ojos que miraran solamente lo que ella quería. Para lo que la naturaleza desea ocultar, yo no estoy preparado; por eso yo no avanzo velozmente por el mar y la pradera, porque ni uno ni otra me han preparado para ello. En cambio, tengo rapidez de pensamiento, -propia del ser humano-; esto es, que los sentidos con los cuales me acerco a las cosas han sido hechos por ellas. De hecho, todo el mundo sabe que vemos, pese a ser visibles. Ahora mismo hay infinidad de cosas visibles: Norteamérica, por ejemplo; desde Europa no la puedo ver, los ojos no me llegan. Si me hubieran dotado de unos ojos con una visión de diez mil kilómetros, que es posible, la vería ahora mismo; como tampoco puedo taladrar las paredes con la vista para ver qué hay más allá de este recinto...

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