San Andrés, apóstol
fecha: 30 de noviembre
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Fiesta de san Andrés, apóstol, natural de Betsaida, hermano de Pedro
y pescador como él. Fue el primero de los discípulos de Juan el Bautista a
quien llamó el Señor Jesús junto al Jordán y que le siguió, trayendo consigo a
su hermano. La tradición dice que, después de Pentecostés, predicó el Evangelio
en la región de Acaya, en Grecia, y que fue crucificado en Patrás. La Iglesia
de Constantinopla lo venera como muy insigne patrono.
Patronazgos: patrono de Rusia, Escocia, España, Grecia, Sicilia, Austria, Borgoña,
Grecia, y en multitud de ciudades, patrono de pescadores y comerciantes de
pescado, mineros, protector del noviazgo, la felicidad conyugal y los niños,
protector contra la gota, dolores de garganta, calambres, y erisipela
(enfermedad de Andrés).
Oración: Protégenos, Señor, con la constante intercesión del apóstol san
Andrés, a quien escogiste para ser predicador y pastor de tu Iglesia. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Ver más información en: Los Doce
Decía Aristóteles que la naturaleza
aborrece el vacío, y nosotros podríamos agregar que el ser humano también:
cuando, por ejemplo, sabemos que deberíamos tener recuerdos de algo, pero se da
la circunstancia de que no los tenemos, ya se encarga nuestra mente de
proveerse de «recuerdos» sustitutos, en forma de leyendas y de cosas que «se
dicen por ahí» pero nadie sabe exactamente cómo surgieron. Muchos cristianos
están convencidos de que en eso consiste la «tradición», en aceptar llenar los
huecos de nuestras incertezas con datos cuyo único valor es ser muy muy viejos,
como si lo viejo y lo antiguo fueran lo mismo, o como si lo viejo, por el mero
hecho de serlo, fuera garantía de verdad.
Cuando nació nuestra fe, era todo muy
pequeño, no había ni el interés, ni la necesidad, ni la motivación, ni siquiera
el mandato explícito de Jesús de organizar una «nueva religión»; el
cristianismo funcionó por casi cerca de 50 años como una parte del judaísmo;
apenas si san Pablo hacía planteos que podían suponer en algún momento la
noción de algo enteramente nuevo, de una ruptura total con el judaísmo, pero ni
siquiera él llevó esa posible ruptura a su extremo lógico. Así que el
cristianismo naciente conservó intactas las tradiciones profundas en torno a
Jesús y a la iglesia inicial (todo eso sí que es auténtica Tradición), pero no
conservó casi datos cotidianos de los primeros miembros de la nueva fe, como
hubieran hecho si hubieran sentido que eran «los fundadores» de algo. No
sabemos la edad de Jesús cuando murió y resucitó, no sabemos cuándo ni dónde
nacieron los apóstoles, no sabemos exactamente qué hizo cada uno después de la
ascensión del Maestro, etc. Pasa con ello como vemos cotidianamente con los
mártires antiguos del santoral: cuando se vuelven importantes, que es cuando
dan su testimonio, ya no hay datos ni a quién preguntarle, entonces surgen las
leyendas y tradiciones pías rellenando las lagunas de nuestro saber, porque
también la memoria aborrece el vacío.
Estos párrafos debería ponerlos al iniciar
cualquier escrito sobre cualquiera de los doce apóstoles, pero toca hoy hablar
de san Andrés, y vengo embebido de leer una larguísima «Biografía de san
Andres», con detalles de diálogos y todo, de cabo a rabo inventada, puesto que,
a decir verdad, a pesar de ser Andrés el «Protocletos» -es decir, el primer
llamado por el Señor-, sabemos sobre él apenas poquito más que eso.
Era hermano de Simón Pedro, y su padre se
llamaba Jonás, eso lo sabemos porque a Pedro se lo llama «hijo de Jonás» (Mt
16,17), pero el pobre Andrés quedó tan eclipsado por la figura de su hermano,
que sabemos su filiación sólo a través de Pedro. Es nombrado doce veces en todo
el Nuevo Testamento:
-Ocho entre Marcos, Mateo, Lucas y Hechos,
donde invariablemente aparece como «hermano de Simón» y nombrado siempre en
lugar secundario (Mt 4,18; 10,2; Mc 1,16; 1,29; 3,17-18; 13,3; Lc 6,14 y Hech
1,13). De todas estas citas quizás la más interesante sea la de Mc 13,3; Jesús
habla de la futura ruina del templo de Jerusalén, y como introducción al
pequeño «discurso escatológico» (mucho más amplio en Mateo y Lucas) dirá: «Estando
luego sentado en el monte de los Olivos, frente al Templo, le preguntaron en
privado Pedro, Santiago, Juan y Andrés...» ¿Qué tiene de interesante
esta cita en relación a Andrés? que estamos más bien acostumbrados a la terna
Pedro, Santiago y Juan, llamados «Columnas de Jerusalén», pero este pasaje de
Marcos probablemente represente un recuerdo histórico mucho más antiguo que el
de las «Columnas de Jerusalén», y nos muestra una reunión de Jesús con los
suyos sin que el narrador le superponga una teología de cómo instruía Jesús a
su Iglesia; en los pasajes paralelos, en cambio, toda la escena aparece ya más
elaborada y cada detalle más «teologizado»: en Mt 24,3 esta «enseñanza privada»
es «a los discípulos» (teológicamente: a toda la Iglesia), mientras que en Lc
21,5 no hace distingo entre enseñada privada y pública, por lo que da por
supuesto que es «a todos los que escuchaban». Y así, con ocasión de Andrés en
ese fragmentito «preteológico» de Marcos hemos podido tomar una instantánea sin
poses de Jesús con algunos de los suyos.
-Las otras cuatro veces son en Juan, donde
asume una importancia un poquito mayor. No mucho más que lo visto, pero en
medio de la sequía de información que tenemos, las dos o tres gotas que nos
aporta Juan saben a diluvio. Veámoslas en detalle:
Juan 1,40: Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.
Nos muestra a un Andrés con inquietudes religiosas: no sólo Jesús lo llamó, él mismo estaba a la búsqueda de algo -por eso andaba tras Juan el Bautista-, y ese «algo» que buscaba coincidió, o se encontró, con el llamado de Jesús.
Juan 1,44: Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro.
No nos aporta mucho más, pero es la única cita donde, mencionando a los dos, pone a Andrés primero. Además nos enteramos de que es de Betsaida, pero lamentablemente la localización de esa aldea no es del todo segura, aunque siempre dentro de Galilea.
Y en ésta, ¡por fin habla!
Juan 6,8: Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
Aquí vemos la Iglesia en pleno funcionamiento,
Juan 12,20ss: Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús responde con algo incomprensible en el momento, y que incluso nosotros podemos quedarnos perplejos preguntándonos qué tiene que ver en el contexto, les dice a Andrés y Felipe:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto...» (12,23-24)
¿qué tenía que ver la llegada de unos griegos que tenían deseos de ver a Jesús con la llegada de la Hora de Jesús? Ahora no se entiende, pero más tarde, cuando la Iglesia reflexione, entenderá que esa llegada de «los griegos» (es decir, de judíos griegos, puesto que vienen «a adorar») marca el instante en que Jesús ha quedado de manifiesto a todos los judíos, ha quedado exhibido ante el judaísmo entero, el de Jerusalén y el de la Diáspora, y ahora debe realizar aquello para lo que vino.
Quizás por relacionar este episodio de
Andrés y los griegos con la evangelización de los paganos que comienza unas
décadas después, una tradición posterior hace de san Andrés Apóstol entre los
griegos, martirizado en la muy griega ciudad de Patras, en Acaya. En realidad
no sabemos qué fue de cada uno de los apóstoles. Hay muchas tradiciones de los
siglos II y III que nos cuentan dónde y cuándo evangelizó y murió cada uno de
ellos, y muchos de los Padres de la Iglesia (no todos, porque no hay unanimidad
en la transmisión de estos datos) se hacen eco de esas tradiciones a falta de
datos documentales. Está bien, nada impide que San Andrés haya muerto en Acaya
crucificado en una cruz de aspas, predicando desde la cruz durante tres días
hasta morir, o que Santiago haya llegado hasta Hispania, o santo Tomás hasta la
India, pero hay que tener en cuenta dos aspectos:
-Que en el siglo II se planteó un problema
muy grave con el surgimiento de las diversas sectas gnósticas, para quienes
todo el mensaje de Jesús era tan pero tan espiritual, que negaban toda realidad
histórica concreta a los evangelios, por lo que muchas veces esas tradiciones
no documentadas sobre los Apóstoles no representaban verdaderamente recuerdos
históricos sino argumentos apologéticos populares, para uso «en la trinchera».
Habrá seguramente mucho fondo histórico en ellas, pero sin que podamos, a la
distancia, reconocer con claridad qué cosas son sucedidos y cuáles son rellenos
legendarios para hacer más vivo el relato de los orígenes cristianos.
-Que no tiene nada de malo tomarse en
serio esas tradiciones, siempre que no pretendamos sacar de ellas conclusiones
que dependan de la veracidad de unos datos históricos que de ninguna manera
podemos comprobar.
Sobre san Andrés tenemos una tradición
mucho menos conocida que la evangelización entre los griegos: un escrito de
finales del siglo II lo pone como la autoridad apostólica que garantiza la
veracidad del Evangelio de Juan; por lo que podría conjeturarse que es él el
innominado «Discípulo amado» que menciona el evangelio. El texto al que me
refiero se encuentra en un canon, un listado de libros auténticos del NT, que
resulta ser la lista más antigua de escritos del NT que tenemos; se denomina
«Canon de Muratori», fue escrito hacia el año 170 o poco más, luego se perdió,
y fue descubierto por el profesor Luis Muratori en 1740; este texto, de gran
importancia en los estudios de historia del canon bíblico, dice así respecto
del Evangelios de Juan:
El cuarto evangelio es de Juan, uno de los
discípulos. Cuando sus co-discípulos y obispos le animaron, dijo Juan, «Ayunad
junto conmigo durante tres días a partir de hoy, y, lo que nos fuera revelado,
contémoslo el uno al otro». Esta misma noche le fue revelado a Andrés, uno de
los apóstoles, que Juan debería escribir todo en nombre propio, y que ellos
deberían revisárselo. Por lo tanto, aunque se enseñan comienzos distintos para
los varios libros del evangelio, no hace diferencia para la fe de los
creyentes, ya que en cada uno de ellos todo ha sido declarado por un solo
Espíritu...
Como se ve, aquí distingue claramente
«discípulos» de «apóstoles» (identificados con los Doce), el Juan autor del
evangelio no resultaría ser el Apóstol Juan sino un Juan del grupo de los
discípulos (posiblemente el «Juan el presbítero» que firma las cartas de Juan),
que pertenecería a la comunidad de Andrés, y por lo tanto sería este Apóstol,
Andrés, el garante de la apostolicidad del cuarto evangelio. Por supuesto, ésta
también es una tradición del siglo II, que cae por tanto bajo las mismas
prevenciones que lo ya dicho, pero de todos modos, ante lo poco que sabemos de
cada apóstol, y en especial de los que no fueron las «Columnas de Jerusalén»,
puede ser interesante verlo aparecer en su propia figura, y no siempre en el
coro de los Doce.
Bibliografía: Para las tradiciones de los siglos II y
III, cualquier hagiografía clásica las reproduce, en especial están detalladas
en la de Mercabá para
esta fecha; el Canon de Muratori puede ser interesante conocerlo, no sólo la
parte referida a Andrés sino todo el texto,
verdadera perla de la antigüedad cristiana. Para lo que «sabemos y no sabemos»
de cada uno de los Doce, aunque no ya del todo nuevo, pero sigue siendo útil
«Aspectos del pensamiento neotestamentario» de David Stanley y Raymond Brown,
en el tomo V del
Comentario Bíblico «San Jerónimo», en el apartado dedicado a
«Los Doce», como conjunto y cada uno en particular. Un tratamiento más
actualizado lo ofrece John P. Meier, «Un judío
marginal», tomo III, pág. 219, y tdo el contexto para una
lectura más amplia que avbbarque a los Doce, Ed. Verbo Divino, 2003.
Imágenes:
San Andrés en un famoso ícono oriental
Martirio de San Andrés, de Claude Vignon, s XVII, cuadro que se encuentra enla sacristía de la «Iglesia Nueva» de Lleida, España
Uno de los San Andrés pintados por el Greco para uno de sus "Apostolarios", esta versión es de 1610-14, y se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Budapest.
San Andrés en un famoso ícono oriental
Martirio de San Andrés, de Claude Vignon, s XVII, cuadro que se encuentra enla sacristía de la «Iglesia Nueva» de Lleida, España
Uno de los San Andrés pintados por el Greco para uno de sus "Apostolarios", esta versión es de 1610-14, y se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Budapest.
Abel Della Costa
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_4780
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