Beata Delfina, viuda
fecha: 26 de noviembre
fecha en el calendario anterior: 27 de septiembre
n.: c. 1285 - †: c. 1360 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Inocencio XII 1694
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 27 de septiembre
n.: c. 1285 - †: c. 1360 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Inocencio XII 1694
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Apt, de la Provenza, beata Delfina, esposa de
san Elzear de Sabran, con el cual prometió guardar la castidad, y después de su
muerte permaneció en la pobreza y en la oración.
Patronazgos: patrona de las novias.
Aunque san Elzear y la beata Delfina están inscritos en el Martirologio en
sus respectivas fechas de fallecimiento, 27 de septiembre y 26 de noviembre,
llegaron a la santidad santificándose en el matrimonio, al igual que otros
matrimonios santos donde los dos miembros se veneran juntos; por ello pareció
apropiado mantener la biografía unificada que trae el Butler-Guinea del 27 de
septiembre (t. III, pág. 684).
El año de 1285 vino al
mundo Eleazar de Sabran en el castillo que poseía su padre junto a la ciudad de
Ansouis, en Provenza. Por parte de su madre, recibió valiosas lecciones de
virtud que fueron perfeccionadas por su tío Guillermo de Sabran, abad de San Víctor
en Marsella, que se hizo cargo de educarlo en el monasterio. El abad debió
reprender a su sobrino por las excesivas mortificaciones que practicaba; sin
embargo, en su fuero interno, admiraba un fervor tan grande en un joven noble.
Cuando Eleazar era todavía niño, se concertó su matrimonio con Delfina de
Glandéves, la hija y heredera del señor de Puy-Michel que, habiendo quedado
huérfana desde niña, quedó al cuidado de unos tíos suyos y fue educada por otra
tía que era abadesa. Cuando tanto Delfina como Eleazar cumplieron los dieciséis
años se realizó el matrimonio. Se afirma que la joven, aconsejada por un fraile
franciscano, pidió a su esposo que guardaran la continencia en el matrimonio,
pero pasó bastante tiempo antes de que Eleazar accediera. Sin embargo, a partir
de entonces, el mundo vio en aquella virtuosa pareja la práctica de la devoción
religiosa en medio de las dignidades seculares, de la contemplación en el ruido
de la vida pública y una rivalidad amistosa por parte del uno y la otra para hacer
el bien y prodigar su caridad. Eleazar recitaba a diario el oficio divino y
comulgaba con mucha frecuencia. «Yo creo -le dijo cierta vez a Delfina- que
ningún hombre sobre la tierra siente una felicidad tan grande como la que yo
experimento al recibir la santa comunión».
Eleazar tenía veintitrés
años cuando heredó los títulos, la fortuna y las tierras de su padre y se vio
obligado a viajar a Italia para tomar posesión de las propiedades en Ariano.
Ahí encontró a sus vasallos, los campesinos napolitanos que habitaban en sus
tierras, con una mala disposición manifiesta hacia el nuevo señor y Eleazar
tuvo que echar mano de todo su tacto y natural bondad, para arreglar las cosas
satisfactoriamente. En aquella ocasión, un primo suyo comentó que sus maneras delicadas
y sus métodos suaves no servían de nada y le propuso: «Déjame tratar con esas
gentes en tu nombre. Mandaré ahorcar a unos cuantos y te dejaré al resto suaves
como un guante. Está bien conducirse como un cordero en el rebaño, pero si
andas entre los lobos tiene que ser como un león. La insolencia de tus siervos
debe ser castigada. Dame mano libre y propinaré en tu lugar golpes tan fuertes
y efectivos que esa plebe no volverá a molestarte nunca». A aquella perorata
repuso sonriente Eleazar: «¿Me pides que comience a gobernar mis señoríos con
matanzas y sangre? Yo llegaré a ganarme la voluntad de esos hombres con el
bien. No es ninguna hazaña que el león devore a los corderos, pero que una
oveja despedace a un león ya es otra cosa. Ahora, con la ayuda de Dios, verás
realizarse ese milagro». Los resultados que obtuvo Eleazar con sus métodos,
confirmaron plenamente su predicción. Relatemos otro ejemplo de la forma en que
practicaba las normas del cristianismo: entre los papeles que dejó su padre,
encontró las cartas de cierto caballero, llenas de calumnias contra él y de
argumentos para convencerle de que desheredase a su hijo único porque era un
incapaz, destinado más bien a la vida del convento que a defender sus tierras
con las armas. Delfina experimentó una indignación desbordante al enterarse del
contenido de aquellas cartas y pidió a su esposo que respondiese al malvado
caballero como merecía. Pero Eleazar le recordó que Jesucristo nos había
recomendado perdonar las injurias y no tomar venganza, combatir el odio por la
caridad. En consecuencia, destruyó inmediatamente aquellas cartas y no se
volvió a hacer mención del asunto. Al poco tiempo, el autor de la intriga se
presentó en el castillo, y Eleazar lo acogió con extraordinaria amabilidad y
acabó por conquistarse su amistad.
Es un grave error el
creer que se puede ser verdaderamente devoto si se dedica mucho tiempo a la
oración y, por ello, se descuidan o se olvidan las procupaciones temporales.
Por el contrario, las gentes de más firmes virtudes son las más capaces para
entendérselas con los asuntos de este mundo. La piedad de Eleazar no sólo hizo
de él un devoto fiel, sino también un hombre prudente y diestro en el manejo de
las cuestiones temporales, tanto privadas como públicas; valeroso en la guerra,
activo en la paz, leal para todos y celoso guardián de su hogar, para cuyo
gobierno impuso reglamentos bien meditados. El mismo ponía el ejemplo en todo
lo que ordenaba hacer a los demás y Delfina, su esposa, apoyaba todas sus
opiniones y le dispensaba una perfecta obediencia. Jamás hubo un desentono en
la armonía o un enfriamiento en el afecto de aquella virtuosa pareja. Nunca
olvidó Delfina que las devociones de una mujer casada deben seguir otro sistema
que las de una monja, ni que la contemplación puede hermanarse con la acción,
ni de que Marta y María deben ayudarse mutuamente.
Alrededor del año 1317,
Eleazar regresó a Nápoles y llevó consigo a su esposa, quien fue una de las
damas de honor de la reina Sancha, esposa del rey Roberto. Los reyes nombraron
a Eleazar tutor de su hijo Carlos. Aquel joven príncipe era insoportablemente
altanero, muy pagado de sí mismo y de su alta posición, intratable, y con todos
los defectos de los cortesanos. El conde Eleazar advirtió desde el primer
momento las peligrosas inclinaciones de su pupilo, pero no dijo una palabra
sobre ellas, hasta que hubo conquistado su afecto y su confianza. Entonces,
Eleazar condujo al joven Carlos por mejores caminos y se lo devolvió a su padre
convertido en un hombre de provecho. Por aquel entonces, el rey tuvo necesidad
de un juez cauto y enérgico para la turbulenta región de los Abruzos, y Eleazar
fue a ocupar el cargo. Algunos años después, el monarca lo envió a París a fin
de que pidiera la mano de María de Valois para su hijo Carlos. En ocasión de
aquel viaje, Delfina se mostró un tanto preocupada ante la perspectiva de que
su marido se mezclase con los escandalosos y poco recomendables personajes de
la corte francesa, pero Eleazar le respondió con cierta sequedad que, si por
gracia de Dios había logrado conservar su virtud en Nápoles, no era probable
que la perdiese en París. En realidad, el peligro que le aguardaba en la
capital francesa era de otra índole. Después de haber cumplido con su cometido,
cayó enfermo y ya no volvió a recuperarse. Tan pronto como sintió los efectos
del mal, hizo una confesión general y no dejó de confesarse ni un solo día a lo
largo de su enfermedad, a pesar de que, según afirman sus biógrafos, nunca
ofendió a Dios con un pecado mortal. A diario también se hacía leer la historia
de la Pasión de Cristo, porque aseguraba encontrar en ella un gran consuelo
para sus sufrimientos. Al recibir el viático exclamó lleno de alegría: «¡Se ha
realizado mi esperanza! ¡Así quiero morir!» Y el 27 de septiembre de 1323, murió
en los brazos del fraile franciscano que había sido su confesor. Alrededor del
año de 1309, Eleazar había sido el padrino de bautismo de su sobrino, Guillermo
de Grimoard, una criatura enfermiza, que, años más tarde, recuperó la salud y
la fuerza, gracias a las plegarias que se elevaron a su padrino. Cincuenta y
tres años después, el niño débil se convirtió en el enérgico papa Urbano V,
quien, en 1369, firmó el decreto de canonización de san Eleazar.
La Beata Delfina
sobrevivió a su esposo treinta y siete años. Después de la muerte del rey
Roberto, la reina Sancha tomó el hábito de las Clarisas Pobres en un convento
de Nápoles y así continuó su vida, sin apartarse de Delfina, que era su
consejera y su guía en los ejercicios de la vida espiritual. Al morir la
soberana, Delfina regresó a su Provenza natal, donde llevó una existencia de
reclusión, primero en Cabriéres y después en Apt. Casi todos sus bienes los
distribuyó entre los pobres y, durante los últimos años de su vida, sufrió una
dolorosa enfermedad que soportó con heroica paciencia. Murió en el año de 1360
y fue sepultada en la tumba de su esposo, en Apt. Una antigua tradición dice
que tanto San Eleazar como la Beata Delfina eran miembros de la tercera orden
de San Francisco y, por lo tanto, son especialmente venerados por los
franciscanos; en el suplemento franciscano del martirologio, a la Beata Delfina
se la conmemora el 9 de diciembre, aunque al parecer murió el 26 de noviembre.
Los materiales
manuscritos coleccionados e impresos por los bolandistas en su volumen VII para
septiembre, son de considerable interés. A esas fuentes de información recurrió
el P. Girard para escribir una biografía de tipo popular, titulada: Saint
Elzéar de Sabran et la B. Delphine de Signe (1912). El oficio litúrgico que antaño
se rezaba en la fiesta de este santo y la beata, se encuentra en el Archivum
Franciscanum Historicum, vol. x (1917), pp. 231-238.
Cuadro: San Elzear y la beata Delfina presentados a Cristo por San Francisco de Asís, óleo de Claude Francois (1655), museo municipal de Châlons-en-Champagne, Francia.
Cuadro: San Elzear y la beata Delfina presentados a Cristo por San Francisco de Asís, óleo de Claude Francois (1655), museo municipal de Châlons-en-Champagne, Francia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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