San Jacobo el Interciso, mártir
fecha: 27 de noviembre
†: 421 - país: Irak-Irán
otras formas del nombre: Santiago el Interciso, Jacobo el Persa
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 421 - país: Irak-Irán
otras formas del nombre: Santiago el Interciso, Jacobo el Persa
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Persia, san Jacobo, por sobrenombre «Interciso» («dividido»),
mártir, que en tiempo del emperador Teodosio el Joven renegó de Cristo por
congraciarse con el rey Iasdigerd, pero al ser ásperamente reprendido por su
madre y su esposa, se arrepintió e, intrépidamente, confesó ser cristiano ante
Varam, hijo y sucesor del soberano de Persia, quien, airado, pronunció contra
él sentencia de muerte, ordenando que lo despedazaran miembro a miembro y
finalmente decapitaran.
Patronazgos: protector de las vocaciones
vacilantes.
La segunda gran persecución persa comenzó
hacia el año 420, a causa del celo indiscreto del obispo Abdías. La principal
víctima de aquella persecución fue Santiago. Gozaba éste de gran favor ante el
rey Yezdigerdo I. Cuando dicho príncipe emprendió la persecución de los
cristianos, Santiago no tuvo valor para renunciar a su amistad, de suerte que
abandonó o disimuló la fe en el verdadero Dios, que había profesado hasta
entonces, lo que afligió mucho a su madre y a su esposa. Cuando murió el rey
Yezdigerdo, ambas escribieron a Santiago, echándole en cara la cobardía de su
conducta. Impresionado por esa carta, Santiago empezó a comprender su falta.
Desde entonces, dejó de ir a la corte, renunció a todos los honores que su
cobardía le había procurado y se arrepintió públicamente. El nuevo rey, Bahram
le mandó llamar. Santiago confesó que era cristiano. Bahram le reprochó su
ingratitud, recordándole todos los honores que su padre le había conferido.
Santiago replicó serenamente: «¿Dónde está ahora? ¿Qué ha sido de él?» Tal
respuesta molestó mucho a Bahram, quien amenazó a Santiago con someterlo a una
muerte lenta. El santo respondió: «Cualquier género de muerte no pasa de ser un
sueño. Quiera Dios que muera yo como los justos». Bahram replicó: «La muerte no
es un sueño, es el terror de los reyes». Santiago le dijo: «La muerte aterra a
los reyes y a cuantos no conocen a Dios, porque la esperanza de los malvados es
efímera». El rey replicó: «¿De modo que tú, que no adoras al sol, ni a In luna,
ni al fuego, ni al agua, que son emanaciones de Dios, nos llamas a nosotros
malvados?» Santiago repuso: «Yo no te acuso, pero afirmo que das el nombre de
Dios a criaturas».
El consejo del rey resolvió que, si
Santiago no renunciaba a Cristo, debía ser colgado y destrozado su cuerpo,
miembro a miembro. Toda la ciudad acudió a presenciar esa nueva forma de
tortura. Los cristianos se dedicaron a orar para que Dios concediese al mártir
la perseverancia. Los verdugos tiraron violentamente al mártir por los brazos
como para descoyuntárselos. En esa postura le explicaron el género de muerte
que le esperaba y le exhortaron a abjurar para obedecer al rey y evitar el
castigo. Más aún, le dijeron que bastaba con que fingiese abjurar
momentáneamente y que después se le dejaría en libertad de practicar su
religión. Santiago respondió: «Esta muerte que parece tan terrible es un precio
muy bajo para comprar la vida eterna». En seguida, volviéndose hacia los
verdugos, les dijo: «¿Qué esperáis? Empezad vuestra tarea». Cuando los verdugos
le cortaron el primer dedo del pie derecho, el mártir dijo en voz alta:
«Salvador de los cristianos, recibe la primera rama del árbol. El árbol se
pudrirá; pero volverá a echar retoños y a cubrirse de gloría. La vid muere
durante el invierno, pero resucita en la primavera. También el cuerpo
reflorecerá después de ser podado». Cuando le cortaron el primer dedo de la
mano, el mártir exclamó: «Mi corazón se regocija en el Señor, y mi alma se
llena de gozo en Dios, mi Salvador». Y así siguió alabando a Dios según le iban
cortando los dedos. Cuando ya no le quedaba ningún dedo en las manos ní en los
pies, dijo alegremente al verdugo: «Ya acabaste con los retoños. Corta ahora
las ramas». En seguida le cortaron los miembros, trozo a trozo. Cuando ya no le
quedaba a Santiago más que el tronco, aún alababa a Dios, hasta que un soldado
le cortó la cabeza. El autor de las «actas», que afirma haber presenciado el
martirio, añade: «Todos imploramos entonces la intercesión del glorioso
Santiago». Los cristianos dieron al mártir el sobrenombre de «Intercisus», que
significa «descuartizado» o «dividido».
Bedjan editó el texto sirio de las actas
en Acta martyrum et sanctorum (1890- 1897), vol. II , pp. 539-558. Existe una
traducción alemana en Bibliothek der Kirchenviiter, vol. XXII, pp. 150-162. La
historia llegó a ser muy popular, aunque es en gran parte legendaria. Existen
adaptaciones en griego, latín, copto, etc. Véase también S. E. Assemani, Acta
sanctorum martyrum orientalium et occidentalium, vol. I, pp. 242-258. En Chipre
se profesaba especial devoción a Santiago. Se supone que algunas de sus
reliquias fueron trasladadas a Braga, en Portugal. E. P. D. Devos enumera los
documentos sobre el mártir, en Analecta Bollandiana, vol. LXXI (1953), pp.
157-200, y LXXII, pp. 213-256.
Nota de ETF: aunque el apodo proviene literalmente de que resulta «dividido» en pedazos, tiene algo de simbólico que antes de ser dividido en su cuerpo lo haya estado en su alma, entre la fidelidad y la infidelidad, posiblemente por ese sentido menos obvio -pero seguramente más cierto- de la intercisión el genio popular lo haya proclamado protector de las vocaciones «intercisas», que no saben si continuar o no con el camino emprendido.
Nota de ETF: aunque el apodo proviene literalmente de que resulta «dividido» en pedazos, tiene algo de simbólico que antes de ser dividido en su cuerpo lo haya estado en su alma, entre la fidelidad y la infidelidad, posiblemente por ese sentido menos obvio -pero seguramente más cierto- de la intercisión el genio popular lo haya proclamado protector de las vocaciones «intercisas», que no saben si continuar o no con el camino emprendido.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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