De pronto, sentí un inmenso y profundo amor que me rodeaba y me llenaba.
Por: Claudio De Castro | Fuente: Catholic.net
Por: Claudio De Castro | Fuente: Catholic.net
Llevo días pensando en la oración.
Cuánta falta nos hace.
Chiara Lubich escribió: “No podemos vivir sin respirar y la oración es la respiración del alma, la expresión de nuestro amor a Dios”.
Es verdad, pensé, tantas almas que mueren por falta de oración. Caen con tanta facilidad en el pecado mortal.
He pasado sediento de Dios, como el salmista que le decía: “mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti”. Y me encerré en un cuarto de la casa para estar con Dios. Hablarle con el corazón. Así inicié este dialogo hermoso, entre Él, todopoderoso y yo, un simple mortal.
Como Francisco de Asís le preguntaba: “¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?”
Abrí mi librito de salmos y leí:
“En el lecho me acuerdo de ti,
Y velando medito en ti”.
Yo estaba acostado y le dije sorprendido:
“Es lo que hago, Señor, medito en ti, me acuerdo de ti”.
De pronto, sentí un inmenso y profundo amor que me rodeaba y me llenaba. Comprendí, con mi gran limitación, la majestad, el poder, lo infinito y omnipotente que es el Padre. Él, lo ve todo, y yo , apenas veo con mis ojos y mi corazón. Él inmenso y yo pequeño. Él creador y yo creatura.
Comprendí, que su amor sobrepasa todo entendimiento.
Que por nosotros lo da todo; y para nosotros su Amor.
Terminé esta hora extraordinaria, con el salmo 63:
“Tu gracia vale más que la vida,
Te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré mis manos invocándote.
Me saciaré de manjares
y mis labios te alabarán jubilosos”.
Sí... nada se compara al amor de Dios.
Ante Él, todo pierde su valor.
Es como decía santa Teresa: “Sólo Dios basta”.
Cuánta falta nos hace.
Chiara Lubich escribió: “No podemos vivir sin respirar y la oración es la respiración del alma, la expresión de nuestro amor a Dios”.
Es verdad, pensé, tantas almas que mueren por falta de oración. Caen con tanta facilidad en el pecado mortal.
He pasado sediento de Dios, como el salmista que le decía: “mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti”. Y me encerré en un cuarto de la casa para estar con Dios. Hablarle con el corazón. Así inicié este dialogo hermoso, entre Él, todopoderoso y yo, un simple mortal.
Como Francisco de Asís le preguntaba: “¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?”
Abrí mi librito de salmos y leí:
“En el lecho me acuerdo de ti,
Y velando medito en ti”.
Yo estaba acostado y le dije sorprendido:
“Es lo que hago, Señor, medito en ti, me acuerdo de ti”.
De pronto, sentí un inmenso y profundo amor que me rodeaba y me llenaba. Comprendí, con mi gran limitación, la majestad, el poder, lo infinito y omnipotente que es el Padre. Él, lo ve todo, y yo , apenas veo con mis ojos y mi corazón. Él inmenso y yo pequeño. Él creador y yo creatura.
Comprendí, que su amor sobrepasa todo entendimiento.
Que por nosotros lo da todo; y para nosotros su Amor.
Terminé esta hora extraordinaria, con el salmo 63:
“Tu gracia vale más que la vida,
Te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré mis manos invocándote.
Me saciaré de manjares
y mis labios te alabarán jubilosos”.
Sí... nada se compara al amor de Dios.
Ante Él, todo pierde su valor.
Es como decía santa Teresa: “Sólo Dios basta”.
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