EL CIELO Y LA TIERRA SE BESARON EN EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN (Los ''Evangelios'' de la Navidad según Antonio Oliver Montserrat)
Todos le sintieron llegar: las montañas, los ríos, las estrellas.
Es curioso pensar que la Navidad es el recuerdo del hecho de la Encarnación y que todavía hoy es capaz de levantar olas de sentimiento, de ternura, de lucecitas por las calles y de vibración interior, de tal forma que mirado desde otro ángulo que no sea la fe, se podría decir: "Es tremendamente ridículo. ¿Qué estamos haciendo en Navidad? ¿El ridículo? En realidad no pasa nada extraordinario el 25 de diciembre. Es un día como los demás, con veinticuatro horas y menos sol que cualquiera de los otros días del año y encima con frío". Y, sin embargo, el hombre es tan tonto que se pone a vibrar, a comprar juguetes, empieza a tirar el dinero, destapa champagne, y se conmueve, va a la misa de gallo, cena... etc.
Todo esto visto desde nuestra realidad, parece una ridiculez. Parece que la Humanidad hace el ridículo y, sin embargo, tal vez sea exactamente al revés. Quizá la auténtica verdad es que este hecho estaba ya llenando todos los ámbitos de la creación y que esto estaba sucediendo desde el principio de todo. Iba sucediendo, iba viniendo, y sus pasos iban llenando los ámbitos de la creación y de la tierra: ''Se oyen sobre las montañas los pasos del mensajero'', decía Isaías, el gran profeta.
Iba viniendo. Y he aquí el resonar de sus pasos en el corazón del hombre, que es donde mejor resuenan los pasos de verdad. No solamente resonó en las montañas. También resonó en el corazón del hombre. Por eso cuando nuestros abuelos soñaban con el Mesías o con un tiempo futuro mejor, que siempre ha sido el sueño de la humanidad, no hacían más que responder a estas ondas que les venían desde el futuro y que levantaban en ellos el deseo de que esto fuera verdad. Por tanto, cuando lo fue materialmente, no hizo más que suceder lo que se esperaba desde siglos. De esta forma no hizo más que tomar una dimensión humana y carnal lo que ya estaba siendo realidad desde hacía millones de años.
En todos los ámbitos de la creación, en todos sus rincones, sonaban los pasos del Señor que venía. Y dice San Gregorio: "Cuando llegó se estremeció toda la creación", porque todos le sintieron llegar: las montañas, los ríos, las estrellas. Incluso una de ellas se descolgó para conducir a los Magos que caminaron desde Babilonia a Israel. Los reyes también. Incluso Herodes, aunque fuera para su disgusto, se enteró. Los pastores y los rebaños se enteraron. El cielo de la noche se llenó de canciones y hasta los ángeles se estremecieron y bajaron a cantar. Todos los elementos se conjuraron, porque cuando llegó Él, se enteraron todos. Poesía, ¿verdad? Sí, pero ésta es la realidad. Todo el mundo le sintió llegar, menos los que no quisieron. ¡Claro está! Aquellos que se empeñaron en sentirle llegar al fragor de las bombas, de misiles, de libertador de Israel contra los romanos, éstos no le sintieron llegar porque no llegaba como le esperaban. Los demás le sintieron llegar y se estremecieron todos.
Esta es la noche de Navidad. Desde aquella primera noche de Navidad empiezan a salir ondas, y estas ondas, como una inmensa inundación, vienen al mundo en cada noche de Navidad, y nos llenan de alegría. Como si aquella alegría fuera una fuente inagotable y desde hace dos mil años estuviera emitiendo agua de festividad y de juerga que llega hasta nosotros al cabo de de dos mil años. ¡Tanto fue el estremecimiento de la creación la primera noche de Navidad!
Los evangelistas para contarle al niño que somos nosotros cómo sucedió la encarnación dicen: "Así sucedió la encarnación". Y lo cuentan con un esquema muy curioso que se llama el "esquema de los patriarcas":
Todo esto es puro esquema de patriarcas. Este esquema ha sido usado por los evangelistas para decirnos que el personaje del que hablan es de la importancia y raigambre de los patriarcas y que por tanto es excepcional. En Él todos los moldes se rompen. Sin embargo es un hombre como todos nosotros y llega al tiempo y al espacio de nuestro mundo igual que hemos llegado todos nosotros.
Podemos hacer una meditación sobre el pesebre y vemos que en la representación de la noche de Navidad se recogen elementos que aparecen en la historia de las religiones desde la más remota antigüedad. Y es curioso ver también que si se deja construir el nacimiento a los niños, que son los que tienen las manos más cercanas a la creación, se verá cómo colocan alrededor del nacimiento todo un paisaje: ¡la creación se ha puesto de rodillas! Esto es fundamental. En torno a la cueva colocan una montaña, un río, unos animales, unas flores, unos reyes, unos camellos: ¡la creación! Y, además, este paisaje, si lo hacen los niños, es, sobre todo, un paisaje de paz. ¡Qué curioso! ¿Qué quiere decir esto? Que alrededor del nacimiento, la montaña, el río, el mar, el camello, etc... se colocan en su sitio. Pero en nuestro paisaje... no están en su sitio. Por eso nos peleamos. En torno a la cueva de Belén cada cosa está en su sitio: Es la creación en paz, Pero, ¿por qué en paz? Porque el Señor vino a traer la paz, pero no una paz lograda con la muerte sino las cosas compuestas cada una, reverentemente, en su sitio, alrededor del Señor que es el centro de la creación.
Todas las cosas se han hecho para el hombre y el hombre para las cosas, lo cual quiere decir que en la Navidad, que es una fecha tan hermosa, le sintieron llegar las estrellas, los mares y los ríos, la mula y el buey, los magos, los astrólogos y los brujos, los sacerdotes (alguno de ellos) y los reyes de la tierra, todos le sintieron llegar y contaron sus pasos. Sabían que acababa de aterrizar en aquel momento y estaIló la noche en luz. El cielo y la tierra se besaron en Él.
Todo esto tiene que venir ahora al hombre por obra del hombre. Por tanto, no puede suceder una Navidad en paz más que en la paz del mundo y por eso la fecha de la Paz es Navidad.
Hagamos un pequeño examen de conciencia ante la luz de Belén. Ese Niño que ha nacido, siendo un niño de tres kilos, es Dios. Ese Niño que no tiene nada, sin embargo Io es todo, y por esto, el instinto cristiano ha hecho esta maravilla que vemos todos los años en casa y es que los niños que, como buenos cristianos, son instintivos y transparentes -nosotros también Io somos pero con menos transparencia, ya que estamos más lejos de la fuente- estos niños, instintivamente, cuando nace el Niño y montan el pesebre, le colocan todas las cosas alrededor enseguida, es típico, y es porque este Niño, que no tiene nada, ni casa, ni calefacción, más que el calor que le da la burrita de Isaías, que viene desnudo, sin embargo es todo; y, por tanto todo mira hacia Él, el camino, el pato, el lago... todo.
En esta fiesta de Navidad, en la cual Dios nos sale al paso, y aterriza en un portal de nuestra tierra, de nuestra pequeña motita de polvo que anda errante por el universo, y cuando aterriza se nos ponen de pie no sólo los pelos del alma, sino los pastores con sus rebaños, las estrellas del cielo, y se raja la lona de arriba abajo y cae un racimo de ángeles que cantan y se ponen los aires tensos y tiesos, y se ponen los niños más cariñosos, y en el hogar hay una presencia inédita, que no solía haber durante el año. Ésta es la presencia de Dios.
Esta serena inquietud, esta noche llena de luz, o esta luz en la noche, estos niños que juegan a arquitectos y estos arquitectos que quisieran ser niños, esto que hemos dejado de ser, pero que otra vez nos nace en el corazón. Este futuro que es pasado y este pasado que es futuro, esta vida que se nos da y esta vida que se nos esconde, este agua que nos nace en el alma y se nos pierde entre las manos, estas ilusiones que queremos lograr, y las que no logramos, estos pobres que andan en la calle, pordioseros, que son nuestra estampa, y nosotros, los que tenemos hogar propio, que somos la estampa de los pordioseros de la calle... Todo esto es Navidad, todo esto sucede cuando Dios llega.
Cuando no llega, todo es de otra manera. También hay pastores, también hay estrellas en el cielo, también hay un paisaje, pero, es el desierto, es la rutina. Cuando Dios llega, se hace la luz.
Antonio Oliver Montserrat
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