viernes, 23 de noviembre de 2018

Las mujeres de mi pueblo (Ingrid MARTÍNEZ)

Las mujeres de mi pueblo

Ingrid MARTÍNEZ




Ahí van una vez más, la Juana, la Tencha, la Chabela, La Cata, la Josefa, la Beatriz, la Tere, la Martha y nunca falta la María. ¿Qué tendrán de común, a parte de ser mujeres?
Caminando va Pedro, apresura el paso, ya es muy tarde, ha tenido mala suerte, el restaurante de Hamburguesas donde trabaja fue invadido de niños y niñas celebrando el cumpleaños del hijo de un diplomático. De pronto, alguien lo detiene con un puñal que coloca atrás, en su espalda, Pedro no se defiende, el otro, joven como él, no quiere matarlo, pero por descuido se ha dejado ver el rostro, es la primera vez que roba, desesperado aprieta el puñal, inmediatamente cae Pedro dejando su huella de sangre en el suelo.
¡Ay! ¡Ay! ¡Mi hijo me lo mataron! Así grita enloquecida la Juana, mi Pedrito, y ayer cumplió 21 años, ¡Ay! ¡Ay! Recoger su cadáver. Fue mi culpa –dice esto mientras se golpea el pecho- ¡No! Fue esta mano tullida que ya no me dejó trabajar, de tanto planchar y lavar ¡jodida quedé! No tardes hijo le decía siempre, ya no trabajes tan lejos, y él tiernamente respondía: Y si no trabajo… ¿Qué comemos?
Y suspirando sin resignarse termina la Juana: ¡Qué me importa hoy la comida si ya no te tengo Hijito mío!
Y el viento seca la sangre derramada de Pedro, ¿quién te mató? No fue La Juana, no fue la artritis, no fue el puñal, entonces… ¿Quién será?
¡Ay! ¡Ay! ¡Mi hijo lo capturaron! Ya no estará conmigo, a la cárcel lo metieron. Así llora la Tencha, ¡Mi Chepe! ¡Chepito mío, tan sólo de 18 años! Yo soy la culpable, tan vieja que estoy, sin leer ni escribir, sin trabajar. Te me fuiste de las manos, y tus amigos eran esos muchachos tatuados. No querías robar, naciste bueno, ¿Quién te hizo malo? Fui yo, no te di lo suficiente, ¿cómo dártelo si viniste al mundo sin nada para ofrecerte? Me quedé sola, ¡ay! ¡ay! Mi único hijo.
¡Ay! ¡Ay! Mi hijo Juan-se lamenta Chabela- ¿Cuándo te volveré a ver?, recuerdo tus palabras cada mañana y saber que ya no estás ahí en el campo sembrando, cuando me decías: “Mamá ya deje de llorar, cuando llegue al norte le enviaré muchos dólares para cambiar “esta casa de cartón por una de cemento” y se pondrá muy contenta.
Pero no sólo llora la Chabela, sino la Cata la esposa de Juan: ¡ay! ¡ay! Mi Juan, se me fue para el norte -y diciendo esto acaricia su barriguita de 5 meses de embarazo- y dice para el viento: (porque la Chabela no la escucha, está contemplando la foto de su hijo)
Y cuando nazcas tus ojos buscarán a los de un hombre al que querrás llamar papá y por más que busques no los encontrarás; al pasar los años me reclamarás, ¿por qué se fue mi papá? Y responderé: que tengo llagados los píes tratando de vender en el mercado, que tu papá es un gran campesino, que se cansó de cultivar la tierra, bueno la verdad no se cansó, le arrebataron la tierra que es diferente, y ¿para qué trabajaba? Para recibir una miseria, al pobre Juan lo explotaban y aun así ni para los fríjoles nos alcanzaba.
Entonces lloraremos los dos, tú llorarás por ser huérfano y yo por estar como si fuera una viuda, con un esposo que ha marchado, soñando engañadamente con ¡El norte! pero que a la vez en el norte se vuelve luchador y valiente, sufre, pero se levanta, para que nosotros tengamos una vida mejor.
¿Por qué te marchas Juan?
¡Ay! ¡Ay! Mi hijo se me muere. Éstos son los lamentos diarios de Josefa, y continúa: ¿No quiere qué lave, qué planche, qué barra? cualquier cosa patroncita, pero es que mi hijo se muere, necesito comprar las pastillas, bueno, con lo que usted me paga sólo para medicinas me alcanza, ¿para comer? Eso es de vez en cuando, a veces comemos y a veces no, Pero mire patrona… la Josefa sigue arreglando la ropa mientras habla, y la patrona sin atención a la conversación, sigue de espaldas viendo el televisor.
Porque patrona -insiste la Josefa- si usted quiere puedo hasta arreglar el jardín , digo pues y así me da un dólar más, porque el doctor del cantón “que por cierto sólo llega una vez cada 15 días”, dice que este mi cipotio (niño), necesita leche y carne, que está desnutridito que no come bien, o mejor dicho porque no come y ahora enfermó de leuce…leucequia no, no leucemia -se corrige Josefa- bueno lo que sea, pero está enfermo, y usted…
La patrona, una mujer alta, fina, elegante, apaga la televisión, se levanta con desprecio de su asiento, ignora que en el rostro morenito de Josefa, quemado por el sol, lleno de arrugas adelantadas a su edad, hay una lágrima que limpia con sus manos callosas, pero que a la vez son cariñosas como sólo una madre acaricia, cómo sólo una madre entrega todo en la lucha diaria, cómo sólo una madre limpia con ternura, el sudor de la calentura, en la carita inocente del hijo enfermo en cama.
Cómo Josefa hay muchas mujeres en el cantón, que hacen de madre y padre, abandonadas, solas, sufrientes, descalzas. Con su esfuerzo y trabajo, tratan de sobrevivir aunque sea de las migajas, para darles a sus hijos el pan.
¿Por qué lloras Josefa? ¿Por qué tu niño no salta, grita, juega? Tienes Josefa el rostro marcado, y el corazón cansado ¿Soñaste alguna vez? tus ojos negros vacilantes no responden. Entonces ¿Quién te impidió soñar?
¡Mamá! ¡Mamá! Despierta, tenemos que caminar mucho para llegar a la escuela, ¡Mamá despierta!
Beatriz, aun con su cara maquillada, hace el mayor de los esfuerzos por levantarse, abre un ojo y tímidamente abre el otro, de un impulso ayudada por Marcos su hijo, se levanta de la cama, se viste con lo primero que encuentra y rápidamente los dos cruzan la puerta de la casita de láminas.
Durante el camino pregunta a su hijo:
-¿Qué tal ayer en la escuela?
Marcos (que asiste a primer grado) responde: ¡Muy bien! Me pusieron un 10.
-¿Y por qué? Pregunta la madre muy alegre
-Pues la maestra dijo que habláramos de nuestra mamá. Yo fui el primero en levantar la mano. Empecé a contar orgullosamente que mi mamá es muy bonita, que sale de noche a trabajar, que se viste con ropa de muchos colores, y faldas cortas porque dice que no alcanza la tela para más, se pinta la cara, siempre está alegre porque trabaja en fiestas, y por eso no puede llorar, ni enfermarse, que tiene muchos amigos y que trabajando conoció a mi papá, que gracias al trabajo que hace yo puedo comer, estudiar, vestirme y jugar.
-pálidamente Beatriz dice: ¿Y te preguntaron en qué trabajaba?
-¡Pues claro mamá!
-¿Y qué les dijiste?
- dije: ¡Está claro en qué trabaja mi mamá! Se viste de colores, se pinta la cara, trabaja en fiestas, solo ríe, no se enferma, tiene muchos amigos, entonces mi mamá es ¡Una Payasita!
-Beatriz, sorprendida, abraza a su hijo de 7 años, dejando correr dos lágrimas que Marcos limpia con cariño.
¿En qué trabajas Beatriz? No importa, Marcos se siente orgulloso de ti. ¿Quién te condenó a trabajar así? ¡Esto si importa!
Caminando cabizbaja va Tere. Ya son las 6:00 de la mañana, y contempla el panorama de su comunidad marginal, llora al ver las líneas del tren que antes servían para transportar y que ahora al paso del tiempo, están viejas y oxidadas y sirven nada más, para dividir unas champas de otras. Mira la basura tirada por todos lados, al fondo los viejos borrachos que descansan junto a los perros en el suelo de polvo maloliente; los jóvenes huele pega aun duermen, y ya están en la esquina los primeros pidiendo limosna. Sigue observando y se detiene en dos niñas: una lleva en su cabeza un huacal (recipiente) con el maíz molido y la otra leña para encender el fuego, recuerda entonces, cuando ella hacía lo mismo, cuando caminaba por los rieles del tren y jugaba a modelo “una mano en el huacal y la otra en la cintura” o jugaba que iba a la escuela, que aprendía a leer, a contar, a colorear, soñaba con ser una maestra y enseñar en su pobre comunidad. ¡Qué sueños aquellos contados a la línea del tren! Y ahora…no hay ahora, se lamenta mientras limpia su carita pintada de 19 años. Llega al final de la línea del tren, cree estar también al final de su vida, se detiene, mira hacia el cielo, pide un milagro, quiere volver a soñar, volver a reír, está harta que el maquillaje le oculte la sonrisa, quiere ser libre y no esclava de la noche, de las pasiones pagadas por hombres. Se sienta entre las piedras, quiere sentir un abrazo verdadero y dice para ella misma: ¡Qué tonta fui! Fácilmente engañada, claro, ¿De qué más podría trabajar? Crecida en la calle, entre los nidos de la droga, el alcohol, la violencia y el desamor. ¿Qué oportunidades podría tener una muchacha como yo? Y solo le pedí a la vida ¡vivir! ¡Vivir dignamente! ¿Qué me impidió serlo? ¿Cuál es la diferencia entre las mujeres que usan perfume con chaqueta y de aquellas que obligadas usan perfume sin chaqueta, para comer, para comprar medicinas, para ayudar a la familia, para sobrevivir día a día?
Detienen sus pensamientos, las dos niñas aquellas, las dos van sujetadas de las manos, van jugando saltando las piedras, contando también sus sueños a la vía del tren. Tere cierra los ojos, los oprime fuertemente para dejar escapar las lágrimas, se olvida de pedir para ella y reza una plegaria para aquellas dos niñas, para que nunca estén sentadas como ella en la orilla, cansadas por la noche, maltratadas y pintada la cara.
Hoy no se levantó, Martha temprano a cocinar el desayuno para su esposo y sus hijos. Está muy cansada, pues la noche anterior le tocó terminar unos planos para el proyecto de mega comercio en donde trabaja, pero no está cansada solo por los planos, está cansada de los hombres que tiene como jefes, de su salario. Y en la soledad de su cuarto, escucha cerrar la puerta, ya todos se fueron, y mirando hacia la ventana, comienza su monólogo: Cansada estoy de trabajar tanto, de hacer bien mi trabajo, pero… como soy mujer, mi sueldo es inferior en comparación a los demás arquitectos, ¿Por qué ganan mejor si hacemos el mismo trabajo? ¿Por qué no me llaman arquitecta, y yo si tengo que llamarles “Señor Arquitecto”? ¿Por qué nunca me ascienden después de tanto tiempo trabajando con ellos?
Sus reflexiones hacen que desvíe su rostro de la ventana y detiene su mirada al cuadro de al lado, es la foto de su familia, su esposo y sus dos hijos y ella en medio. Calla por un momento…
Interrumpe su silencio el llanto, y continúa hablando queriendo que el mundo la escuche: ¿Y yo quién soy? ¡Una mujer! susurra su conciencia… guarda silencio, y encuentra la foto de su madre. ¡Ay madre querida! perdóname, hasta hoy comprendo tu tristeza, tú mi madre, una campesina condenada al analfabetismo por el hecho de ser mujer. Y que años más tarde, los mismos hijos que alguna vez cuidaste y amaste, te encierran en un asilo, según ellos para que te cuidaran mejor. Y así cada quien escogió su caminó, y se olvidó de tus mejillas, de tus manos amorosas, de tus blancos cabellos. Tanto fue el olvido, que recordamos que tuvimos una madre hasta verte en el ataúd, ¿Para qué sirvieron las flores que compré? Nunca en vida te las di. Dejaste todo y te entregaste olvidándote de ti misma, soportando las borracheras y golpes de mi padre, y sin contar las infidelidades, soportando todo para no destruir el matrimonio y dejar a hijos sin papá. ¿Y cuál fue tu recompensa? olvidada en un asilo, un esposo difunto, y unos hijos dedicados a sus asuntos.
Siempre me decías, vuelve al pueblo que alguna vez te vio nacer, cambia las cosas hija, que tu profesión no sea para ti misma ¡Qué sea para el mundo!
Me amaste sin rencores hasta el final madre querida, hoy no te defraudaré, volveré al pueblo y realizaré tu sueño, tu locura, tu aventura, lo que siempre quisiste y nunca te dejamos hacer. Hoy regreso, y espero madre mía me acompañes y no me abandones.
Fue difícil para Martha. Empezó con los planos para construir el sueño de su madre: “una escuelita en el pueblito”, una escuelita cerca para todos y todas.
Por fin terminaron la escuelita, pero faltaban, pupitres, pizarras y lo más importante estudiantes, maestras y maestros. Así que reunió Martha a todos los habitantes y empezó diciendo: Mi mamá María, que muchos de ustedes la recordarán, tenía un sueño, éste consistía en tener una escuela, en donde se enseñara a vivir mejor, a no dejarse engañar, a defender sus derechos, a organizarse, a convivir, a cuidar la naturaleza y juntos salir de la pobreza. María murió, pero aquí estamos para resucitar ese sueño, les pido, que seamos fuertes, que nos unamos; así que empezaré pidiendo su ayuda, no tenemos aun maestros ni maestras, yo les propongo que para iniciar seamos nosotros mismos los que inauguremos la escuela “Yo me ofrezco a enseñar a leer y escribir” y… ¿Ustedes en qué se apuntan? Hubo un silencio muy prolongado…La Juana fue la primera en hablar:
-Yo... yo... yo puedo leer aunque sea un poquito y con los números nadie me engaña. Puedo....puedo…enseñar a contar, a sumar y a restar.
-¡Bienvenida!-grita Martha- no termina de hablar, cuando dice la Tencha:
-Bueno, yo puedo enseñar a cortar la tela y a la fuerza me sale una que otra camisa, si le parece Martha, empezamos
-¡Muy bien! dijo ilusionada Martha, cuando de pronto habló la Chabela:
- yo puedo enseñar a hacer pan, mi santo padre que en paz descanse, me enseñó y nunca se me olvidó, y así trabajando juntos hasta ponemos una panadería, ya me imagino el pancito calientito, se venderá ya verán.
-¡Excelente! Tendremos que hacer rifas, ventas para reunir dinero y comprar los materiales-comentó Martha-
-pues yo no sé ni leer ni escribir-gritó la Josefa-pero la patrona siempre bota un sin fin de cuadernos y papeles, me los traeré para la escuelita.
-¡Buena idea! Con una gran sonrisa - dijo Martha-
-digo…digo…yo…yo el poco tiempo que fui a la escuela aprendí a dibujar, y a pintar la ropa con añil, bueno pues… esto…esto fue antes que me expulsaran… pero eso es olvido…puedo enseñar a los niños y niñas, y además recuerdo unas clases para cuidar el medio ambiente, puedo… bueno si ustedes quieren…digo pues… ¡Hay ya me enredé!
-No te preocupes Beatriz-añadió Martha- entendemos ¡Bienvenida a la escuela!
-Este… este…me permiten… ustedes saben lo que yo soy-dijo apenada la Tere- pero he querido reeducarme, y es así, como unas mujeres me han estado hablando de un tal Jesús, yo pudiera enseñar a los niños y niñas lo que ese Jesús hizo en vida. Sólo les pido que me den una oportunidad.
-Martha rápidamente la abrazó y le dijo: La oportunidad te espera, necesitamos también espiritualidad.
Tere con una sonrisa volvió su mirada hacia los rieles del tren, sospechando que le habían ayudado a realizar su sueño de enseñar, de ser maestra.
Y así cada quien iba ofreciendo su ayuda.
Y ahí van una vez más, la Juana, la tencha, la Chabela, La Cata, la Josefa, la Beatriz, la Tere, la Martha y nunca falta el recuerdo de la María, la madre de Martha. ¿Qué tendrán de común, a parte de ser mujeres? ¡No! no es el sufrimiento recogiendo los cadáveres de sus hijos, ¡no! no son las lágrimas viendo emigrar a sus muchachos, ¡no! No es la angustia de ver a sus hijas enfermas, ni la discriminación, ni el dolor, ni el hambre, son las ganas de vivir dignamente y en paz, de luchar contra la injusticia, de crecer como mujeres valoradas, de soñar con la igualdad, de la esperanza de ser madres, esposas, hijas, hermanas, abuelas construyendo otra sociedad rompiendo las estructuras de opresión, en donde sus hijos e hijas vivan con un cielo más azul que los vea ser felices, amando, creyendo, confiando, y por qué no decirlo ¡sonriendo a cada hermana y hermano!

Ingrid Martínez
El Salvador

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