LA ORACIÓN DE LA VIDA
El nuevo catecismo dedica a la oración abundantes páginas tan frescas que parecen sacadas del pozo de Siquém.
Inicia el tema una definición de Santa Teresa del Niño Jesús: "Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde el fondo de la prueba como desde el fondo de la alegría''.
Eso se llama adivinar. Los místicos tienen la costumbre de poner la flecha allá donde ponen el ojo.
Y es que la oración se entiende demasiado a menudo como una petición o como una recitación de plegarias; el hombre acude a Dios para pedirle los favores que necesita. Un poco más adelante en el camino, la oración se entiende como meditación o contemplación: adentrarse en el mar de Dios y de su presencia. Es un paso más. Pero la oración de la cual Jesús decía que ha de ser constante y en la que se detiene el Catecismo, es la vida de oración. La oración que es la vida misma; aquella actitud que hace de la vida una oración. "Tanto si coméis como si bebéis, como cualquier cosa que hagáis, hacedlo en nombre de Jesús" y todo aquello que pidáis en su nombre se os concederá''. Es la vida de oración que cualquier cosa que toca la hace buena y limpia. Eso es ir por la vida santificando las cosas, haciendo de todo cuanto se hace oración.
Aludiendo al encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo de Jacob, San Agustín hace un maravilloso comentario que el Catecismo recoge. Es todo un programa de vida, de vida de oración, de vida cristiana: "La flor de la maravilla de la oración se abre y se expande justo allá, junto al brocal del pozo adonde acudimos cada mañana a sacar el agua de cada día. Allí Jesús nos sale al camino; es Él el primero que nos encuentra y nos pide de beber. Jesús tiene sed, una sed que sube de las profundidades de Dios. La oración es el punto donde se encuentra la sed Dios y la sed del hombre. Es que Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Dios".
No se podría decir de una manera más admirable: Dios nos espera en el corazón de todas las cosas, en el meollo de la tarea de cada día. Vaciar la jarra del amor sobre todo aquello que nos salga al camino, y llenarla del gozo de toda criatura que es un pozo de agua llena de estrellas.
"Una verdad sobrenatural que no llega a tener una resonancia dentro del corazón es que ha perdido su carácter sagrado", escribía Tilmann. Esta resonancia dentro del corazón es la oración. Así pues, la oración es la resonancia sentida de la revelación. Es cristiano todo aquel que sabe transformar en oración cualquier enseñanza. Todas las cosas han sido creadas para nosotros, y se mueren de ganas de entrar dentro de nosotros. Cuando el milagro se produce, toda la creación se pone a cantar, la vida es una canción: El de la creación. La oración es una canción y una acción de gracias.
Una de las oraciones de alabanza más entrañables es el Benedicite: el sol, la luna, las estrellas, el rocío, la lluvia, la nieve, el agua y el viento; la noche y el día, la oscuridad y la luz, las bestias y el hombre son un himno inmenso que se levanta desde los valles hasta las estrellas.
Y es bien notorio que el canto de Daniel convoca a cantar a todo el conjunto de las cosas profanas. Es que la oración hace santo todo lo que toca. Ahora que hablamos tanto del papel de los laicos dentro de la Iglesia, es conveniente subrayar la "laicidad" de la oración bien hecha, desde el punto de vista de los laicos cristianos, su papel no es moverse dentro de la sacralidad de la Iglesia: su papel es, como decía el Concilio: "Ocuparse de las realidades temporales y ordenarlas hacia Dios...'' A ellos les corresponde sanear las estructuras y las condiciones del mundo (LG 31 y 36). Traducido en términos de ahora, esto quiere decir que el punto donde la Iglesia santifica el mundo es en la tarea misma de los seglares; la frontera por donde el Reino conquista lo mundano, el sitio donde la historia profana deviene historia de salvación es la tarea laica de los seglares. No es propio de los laicos manejar los sagrado sino manejar lo laico.
Los laicos tienen sentimiento de culpa cuando no cumplen algunos de los deberes sagrados -como ir a misa o recibir sacramentos-, pero no se acusan nunca de sus fallos como profesionales (¿qué cristiano se acusa de haber calculado mal un edificio, o de haber perdido un pleito por mala preparación, o de haber maltratado a un cliente?). Jesús nos pide agua en el brocal del pozo de la tarea de cada día. Cuando un cristiano lo descubre y pone esmero en todo aquello que hace, le ha nacido entre las manos el canto de la oración.
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