Lamento de cautiverio y de liberación
para el día de la conciencia negra
2018-11-24
La Pasión de Cristo continúa
siglo tras siglo en el cuerpo de los crucificados. Jesús agonizará hasta el fin
del mundo, mientras uno solo de su hermanas y hermanos esté pendiendo todavía
de alguna cruz, a semejanza de los bodhisatwas budistas (los iluminados)
que se detienen en el umbral del Nirvana, no entran, para retornar al mundo del
dolor –samsara– en solidaridad con quienes sufren, personas, animales y
plantas. Con esta convicción, la Iglesia Católica, en la liturgia de Viernes
Santo, pone en la boca de Cristo estas palabras conmovedoras:
“Pueblo
mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, respóndeme. ¿Qué más podría
haber hecho por ti? ¿en qué te falté? Yo te hice salir de Egipto y te alimenté
con maná. Te preparé una tierra hermosa; tú, preparaste la cruz para tu rey”.
Al
celebrar la abolición de la esclavitud, el 13 de mayo de 1888, nos damos cuenta
de que aún no se ha completado. La pasión de Cristo continúa en la pasión del
pueblo negro. Falta la segunda abolición, la de la miseria y el hambre. Se oyen
todavía los lamentos de cautiverio y de liberación, venidos de las senzalas,
hoy de las favelas alrededor de nuestras ciudades. La población negra todavía
nos habla en forma de lamento y de súplica.
“Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te he
ofendido?, ¡respóndeme! ”
Yo
te inspiré la música cargada de banzo y de ritmo contagiante. Te enseñé
cómo usar el bumbo, la cuica y el atabaque. Fui yo quien
te dio el rock y la ginga de la samba. Y tú tomaste lo que era mío, te
hiciste nombre y renombre, acumulaste dinero con tus composiciones y nada me
devolviste.
Yo
bajé de los montes y te mostré un mundo de sueños, de una fraternidad sin
barreras. Creé mil fantasías multicolores y te preparé la mayor fiesta del
mundo: dancé el carnaval para ti. Y tú te alegraste y me aplaudiste de pie.
Pero pronto, muy pronto, me olvidaste, reenviándome al monte, a la favela, a la
realidad desnuda y cruda del desempleo, del hambre y de la opresión.
“Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he
ofendido?, ¡respóndeme! ”
Yo
te di en herencia el plato del día-a-día, el frijol y el arroz. De los restos
que recibía hice la feijoada, el vatapá, el efó y el acarajé:
la cocina típica de Bahia y de Brasil. Y tú me haces pasar hambre. Y permites
que mis niños mueran de desnutrición o que sus cerebros sean irremediablemente
afectados, infantilizándolos para siempre.
Yo
fui arrancado violentamente de mi patria africana. Conocí el navío-fantasma de
los negreros. Fui hecho cosa, “pieza“, esclavo. Fui la
madre-negra para tus hijos. Cultivé los campos, recogí el tabaco y planté la
caña. Hice todos los trabajos. Fui yo quien construyó las bellas iglesias que
todos admiran, y los palacios que los dueños de esclavos habitaban. Y tú me
llamas perezoso y me detienes por vagabundeo. A causa del color de mi piel me
discriminas y todavía me tratas como si siguiese siendo esclavo.
“Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he
ofendido?, ¡respóndeme! ”
Yo
supe resistir, conseguí huir y fundar quilombos: sociedades fraternales, sin
esclavos, de gente pobre pero libre, negros, mestizos y blancos. A pesar de los
azotes en mi espalda, trasmití la cordialidad y la dulzura al alma brasileña. Y
tú me enviaste al capitão-do-mato para cazarme como a un bicho,
arrasaste mis quilombos y aún hoy impides que la abolición de la miseria
que esclaviza sea para siempre verdad cotidiana y efectiva.
Yo
te mostré lo que significa ser templo vivo de Dios. Y, por eso, cómo sentir a
Dios en el cuerpo lleno de axé y celebrarlo en el ritmo, en la danza y
en las comidas. Y tú reprimiste mis religiones llamándolas ritos
afro-brasileros o considerándolas simple folclore. Invadiste mis terreiros
echándoles sal y destruyendo nuestras figuras sagradas. No raras veces, hiciste
de la macumba un caso policial. La mayor parte de los jóvenes asesinados
en las periferias con edades entre 18 y 24 años son negros, y por el hecho de
ser negros son sospechosos de estar al servicio de las mafias de la droga. La
mayoría de ellos son simples trabajadores.
“Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te he
ofendido?, ¡respóndeme! ”
Cuando
con mucho esfuerzo y sacrificio conseguí ascender un poco en la vida, ganando
un salario sudado, comprando mi casita, educando a mis hijos, cantando mi samba,
apoyando a mi equipo preferido y pudiendo tomar el fin de semana una cervecita
con los amigos, tú dices que soy un negro de alma blanca, disminuyendo así el
valor de nuestra alma de negros dignos y trabajadores. Y en los concursos, en
igualdad de condiciones, casi siempre me postergas en favor de un blanco.
Y
cuando se pensaron políticas que reparasen la perversidad histórica,
permitiéndome lo que siempre me negaste, estudiar y formarme en las
universidades y en las escuelas técnicas y así mejorar mi vida y la de mi
familia, la mayoría de los tuyos grita: es contra la constitución, es una
discriminación, es una injusticia social.
“Hermano
mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te he
ofendido?, ¡respóndeme! ”
Mis
hermanos y hermanas negros, en este día 20 de noviembre, día de Zumbí y de la
conciencia negra, quiero homenajearles a todos ustedes que consiguieron
sobrevivir durante todo este largo tiempo, porque la alegría, la música, la
danza y lo sagrado están dentro de ustedes, a pesar de todo el viacrucis de
sufrimientos que injustamente les son impuestos.
Con
mucho axé y amorosidad, LEONARDO BOFF, blanco y negro, por opción.
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