jueves, 1 de noviembre de 2018

Un pedazo de lo suyo (Nicolás BURGOS CORONEL)

Un pedazo de lo suyo

Nicolás BURGOS CORONEL




La mañana de aquel lunes, mi Ciudad, Limpio; se volvió tranquila. Los ajetreos de las elecciones internas partidarias dejaron papeletas de propagandas diseminadas por las calles de los alrededores del local de votación. Ya nadie hablaba del perdedor, sino la forma como el vencedor festejaba su triunfo.
A una cuadra del mismo local, se encuentra un hospital de nativo, discriminado en la sociedad distrital por su servicio a aborígenes. En el llegan de diferentes partes del país – Paraguay -; familias enteras, niños, jóvenes y adultos quienes viajan un largo trayecto del interior para alojar a su pariente enfermo, en un lugar del nosocomio y vivir la espera en su vereda, hasta que alguien: funcionario, doctor o quien sea se le ocurra informarles del destino de su familiar.
Un día, a un poblador se le ocurrió obsequiar una pelota a un niño nativo. Y éste como si nunca la hubiera visto, quedó maravillado, y no sólo él sino toda la parentela comenzó a entretenerse con ella. A la madre, la vi ocupando el puesto de guarda metas.
El padre –de un zumo de remedios yuyos y sin la yerba –, se servía un remedo de “Tereré” - mate fría, costumbre paraguaya, pero con yerba -, para aplacar la sed en aquel caluroso día de febrero limpeño del 2006, y de allí observar los entretienes del juego peloteril.
Pasé el martes, el miércoles,... es el camino que acostumbró utilizar las primeras horas para llegar a mi lugar de trabajo docente y por supuesto,... volver de siesta a casa.
Una de esas siestas, vi a toda la familia en torno a montones de mangos –arrancadas de las matas del lugar – hacerse de ellas su almuerzo. Y hasta su cena, engañando el hambre estomacal. Cuando del mangal se agotó sus maduras frutas, aun las verdes consumían y esto en ves de aliviar el hambre, dejaba huellas de llagas en los labios de los comensales.
Una de las criaturas se me acerco por el camino y suplico:
- Mil ´i por favor –en un guaraní casi inentendible, pues ni éste ni el castellano son su lengua materna. Mi respuesta fue:
- no tengo,
- Entonces, quinientos, es para comer – me respondió con voz llorosa.
Metí la mano al bolsillo, le pasé unos billetes, sin pretender siquiera contar, pero eso sí... con un dolor de los pecados.
Habían pasado los días y la familia seguía en la misma vereda del hospital, esta vez ya débil y desganada; la madre casi sin ánimo recostada por la pared que daba a la calle. Ya no había pelota, ya no mas mangos,.... los niños casi desnudos y muy hambrientos escudriñaban entre las basuras, para poder así encontrar un pedazo de pan y aplacar el hambre y es más golpeabas puertas de vecinos pidiendo algo que comer.
Pasada las dos semanas una ambulancia se apresta a devolver a la familia a su comunidad de origen. Todos sentados, menos uno. Miré al cielo y me acerqué a preguntar:
- Y el enfermo.
Había muerto. Muerto en la indigencia de los responsables. Muerto la esperanza de los que siempre esperan.
- Bueno, volverá la calle a tener la misma experiencia que antes -dije en mi interior y con un dolor que oprimía mi corazón, mi razón y.... mi conciencia.
Al día siguiente, me topé con la misma realidad, una nueva familia aborigen era huésped de la vereda y con una nueva esperanza. Suspiré y exclamé:
- la historia se repite- y pensé que ellos sólo vienen a reclamar un pedazo de lo suyo y nosotros permanecemos indiferentes ante tan grave problema, participando de nuestra interna partidaria democrática.

Nicolás Burgoscu
Ciudad de Limpio, Paraguay

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