La tontería del antiglobalismo
2018-12-09
Se está produciendo en todo
el mundo una ola anti-globalista. Tal vez pocas cosas sean más regresivas y
disparatadas en el mundo actual que ésta. Había un cierto anti-globalismo,
fruto del proteccionismo de varios países, pero que no amenazaba el proceso
general e irreversible de la globalización. Esa ola fue asumida como plataforma
política por Donald Trump que, según el premio Nobel en economía Paul Krugman,
sería uno de los presidentes más tontos de la historia norteamericana. Lo mismo
sirve para nuestro recién electo presidente brasileño, el ex capitán Bolsonaro
y sus Ministros de Educación y de Relaciones Exteriores, negacionistas de este
fenómeno, que sólo personas desinformadas y con prejuicios no perciben.
¿Por
qué se trata de un disparate de los más insensatos? Porque va directamente
contra la lógica del proceso histórico incontenible. Hemos alcanzado un nuevo
estadio en la historia de la Tierra y de la Humanidad. Si no, veamos: hace
miles de años, los seres humanos, surgidos en África (todos somos africanos),
empezaron a dispersarse por el vasto mundo, comenzando por Eurasia y terminando
en Oceanía. Al final del paleolítico superior, hace cuarenta mil años, ya
ocupaban todo el planeta con cerca de un millón de personas.
Desde
el siglo XVI comenzó la vuelta de la diáspora. En 1519-1522 Fernando de
Magallanes realizó la primera vuelta al planeta, comprobando que es redondo.
Cada lugar puede ser alcanzado desde cualquier lugar. El proyecto colonialista
europeo occidentalizó el mundo. Grandes redes, especialmente comerciales,
conectaron a todos con todos. Este proceso se prolongó desde siglo XVII al XIX
cuando el imperialismo europeo, a hierro y fuego, sometió el mundo entero a sus
intereses. Nosotros, los del Extremo-Occidente nacimos ya globalizados. Este
movimiento se reforzó en el siglo XX, después de la segunda guerra mundial. Y
en los tiempos actuales, cuando las redes sociales nos hicieron a todos
vecinos, a la velocidad de la luz, y la economía comandó el proceso,
especialmente a través de la “gran transformación” (K. Polanyi), que significó
el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado. Todo, todo, hasta
lo más sagrado de la verdad y de la religión, se convirtió en mercancía. Karl
Marx en La Miseria de la Filosofía (1847) llamó a esto “la corrupción
general” y la “venalidad universal”.
La
globalización que los franceses prefieren llamar, con mayor razón, planetización,
es un hecho histórico innegable. Todos nos estamos encontrando en un mismo
lugar: en el planeta Tierra. Estamos en la fase tiranosáurica de la
globalización, que viene siendo hecha bajo el signo de la economía mundialmente
integrada, voraz como el mayor de los dinos, el tiranosaurio, al ser
profundamente inhumana, por la pobreza que causa y por la acumulación absurda
que permite.
Ya
hemos entrado en la fase humano-social de la globalización por algunos factores
que se han vuelto universales, como la ONU, la OMC, la FAO y otros, los
derechos humanos, el espíritu democrático, la percepción de un destino común
Tierra-Humanidad y el ser el homo sapiens sapiens y demens, una
única especie.
Notamos
ya los albores de la fase ecozoico-espiritual de la globalización. La ecología
integral y la vida en su diversidad, y no la economía, tendrán la centralidad,
la reverencia ante todo lo creado y un nuevo acuerdo con la Tierra, vista como
Madre y como un super Organismo vivo que debemos cuidar y amar, valores
profundamente espirituales. Crece la noción de que somos aquella porción de la
Tierra viva que con un alto grado de complejidad comenzó a sentir, a pensar, a
amar y a venerar. Tierra y Humanidad formamos una única entidad, como bien
testificaron los astronautas desde sus naves espaciales.
Ha
llegado el momento, como profetizaba el paleontólogo y científico Pierre
Teilhard de Chardin ya en 1933, en que “la edad de las naciones ha pasado. Si
no queremos morir es la hora de sacudir viejos prejuicios y construir la
Tierra”. Ella es nuestra única Casa Común, la única que tenemos, como enfatizó
el Papa Francisco en su encíclica Sobre el cuidado de la Casa Común.
(2015). No tenemos otra.
Estamos
oyendo prejuicios extraños a los futuros gobernantes y ministros en el sentido
de que la globalización es una trama de los comunistas, para dominar el mundo.
Son los que, según Chardin, no se ocupan de construir la Casa Común, sino que
se vuelven rehenes de su pequeño y mezquino mundo, del tamaño de sus cabezas,
escasas de luz.
Si
no consiguen ver la nueva estrella que ha irrumpido, el problema no es de la
estrella sino de sus ojos ciegos.
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