viernes 29
Agosto 2014
Santa María de la Cruz (Juana) Jugan
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Santa María de la Cruz Jugan, virgen y
fundadora
Cerca de Renes, en Francia, santa
María de la Cruz (Juana) Jugan, virgen, que fundó la Congregación de las
Hermanitas de los Pobres para pedir limosna para los necesitados y para Dios,
pero injustamente alejada de la dirección del Instituto, pasó el resto de su
vida en la oración y en la humildad.
Nació el 25 de octubre de 1792. Su
padre era un honrado pescador en las costas de Terranova y un día el mar
bravío lo engulló. Ella tenía cuatro años. Después fue de gran ayuda para su
madre, que debía alimentar a todos los hijos; cuidaba un rebaño mientras
rezaba y mantenía viva la presencia de Dios en su corazón. En 1810 obtuvo
empleo como ayudante de cocina en casa de la vizcondesa de la Chouë. A los 18
años la cortejó un marinero. No quiso comprometerse entonces y al cumplir los
24 el enamorado insistió. Su madre juzgaba que el matrimonio sería ventajoso,
pero a Juana le movía esta poderosa convicción: «Dios me quiere para
Él. Él me guarda para una obra que no es aún conocida...». En 1816
participó en una «Misión». Y en medio de la oración brotó el afán de
consagrarse a Dios y de asistir a los pobres por amor a Él, vinculada a la
Tercera Orden del Corazón de la Madre Admirable, obra de san Juan Eudes.
Comenzó a trabajar como ayudante de enfermería en el hospital «du Rosais» de
Saint-Servan, hasta que en 1823 cayó enferma por causa de gran fatiga. Pero
ya había hecho acopio de una excelente formación que iba a ayudarle en su
misión, y mostrado gran sensibilidad para comprender y paliar el dolor ajeno.
Convivió con Marie Lecoq doce años. Compartían el mismo ideal: misa diaria,
oración, visitas a los pobres de la parroquia, y la formación catequética a
los niños. Ella ayudó a Juana a restablecerse.
Lecoq murió en 1835. Pocos años más
tarde, la santa alquiló una vivienda junto a François Aubert, que era conocida
suya. Inició la fundación en el invierno de 1839 con la acogida de una
anciana viuda, pobre, ciega y enferma de la que tenía referencia directa. La
ubicó en su dormitorio portándola en sus brazos, y ella se mudó al granero.
Las siguientes integrantes fueron Virginia, una joven de 17 años, que sanó
gracias a sus cuidados, y otra persona mayor, soltera, que había servido
gratuitamente a un matrimonio sin recursos y que no tenía a donde ir. La
demanda crecía y pronto escaseó el espacio. Abnegada, generosa, llena de
piedad y misericordia por los pobres desvalidos, los buscaba en barrios
marginales y en toda clase de tugurios. En 1840 pusieron en marcha una
asociación caritativa junto al vicario del lugar, Augusto Le Pailleur; éste
sería su cruz. François tuvo en cuenta su avanzada edad, y prefirió quedarse
en la retaguardia. Esta mujer, Juana y Magdalena Bourges, otra enferma
cobijada en casa que la fundadora auxilió, fueron las primeras integrantes de
las Hermanitas de los Pobres.
Para alimentar a tantas personas
recogidas y a falta de ingresos, mendigaban. Lo habían hecho antes las
ancianas, pero pidieron a Juana que las sustituyera. Y ella aceptó animada
por un religioso de san Juan de Dios. Tuvo que vencerse y hacer un ímprobo
esfuerzo, pero salió a la calle y plantó cara muchos desplantes y chanzas.
Sufrió las inclemencias meteorológicas y la penalidad de los largos
trayectos. Tenía dotes para la colecta, y obtenía no solo dinero sino también
ayuda en especies. Un día le dieron una bofetada, y ella respondió
mansamente: «Gracias; eso es para mí. ¡Pero ahora deme algo para mis
pobres, por favor!». Una persona que poseía cuantiosos bienes juzgó que
era suficiente con la notable cantidad que le entregó; no llevó bien que
Juana volviese de nuevo en otra ocasión y la trató sin miramiento. Pero ella
no se arredró. Le recordó que precisaban comer todos los días. El hombre,
impresionado, se avergonzó y se convirtió en uno de sus benefactores. La
santa también infundía el amor al trabajo a los ancianos, que ayudaban con lo
que sabían hacer para costear los gastos.
En 1843 fue unánimemente reelegida
superiora por sus compañeras. En 1845 la Academia Francesa le concedió el
premio Montyon por su labor humanitaria; el dinero que le dieron lo invirtió
en reparar un techo. También la logia masónica premió su labor con una
medalla de oro que fundió para hacer un cáliz. Su fama crecía, aunque ella no
la buscara. Sin embargo Le Pailleur tenía aspiraciones que no discurrían por
el camino evangélico. Su intención era manejar a su antojo la fundación y
pensando que no podría intervenir en ella si Juana estaba al frente, poco
tiempo después de la elección, dando por inválida su designación, la relegó a
la colecta sin más atribuciones. Como siempre, un santo obra milagros en la
adversidad y arrebata las gracias con su virtud. Juana, que no perseguía el
poder, obedeció y asumió con mansedumbre la decisión y las humillaciones que
siguieron después, incluido el trato prepotente y altivo de la nueva y joven
superiora.
Enviada a Rennes a mendigar, fundó
allí en 1846 y luego abrió casas en distintos puntos del sur de Francia.
Devotísima de san José, logró que los ancianos se encomendaran a él, y
obtuvieran lo que pedían. En 1852 Le Pailleur, que le prohibió también pedir
limosna, la envió a la casa fundadora. Allí permaneció cerca de tres décadas
realizando tareas domésticas, completamente postergada, íntima y
profundamente unida a Cristo, amando a los pobres, en quienes le veía: «No
olviden nunca que el pobre es nuestro Señor». Desde el anonimato
se ocupó de mantener en pie la Orden, impulsándola, gozándose íntimamente en
su sencillez de los frutos que se cosechaban. ¡Qué corazón tan grande! Con
sus propios matices, es la noble y conmovedora historia que late en las
fundaciones porque quienes las impulsaron murieron día a día a sí mismos
buscando únicamente la gloria de Dios. La obra fue aprobada por León XIII en
marzo de 1879. El 29 de agosto de ese año ella murió en silencio, como hizo
en las décadas de humano ostracismo mientras que su espíritu iba inundándose
con la luz divina. Muchas de las hermanas supieron después que era la
fundadora. Juan Pablo II la beatificó el 3 de octubre de 1982. Benedicto XVI
la canonizó el 11 de octubre de 2009.
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viernes, 29 de agosto de 2014
Santa María de la Cruz (Juana) Jugan 29082014
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