por
Pedro CASALDÁLIGA
I. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» Sabiendo o no sabiendo lo que hacemos, sabemos que nos amas, porque ya hemos visto tus maneras en los ojos y en la boca de tu Hijo Jesús. Ya no eres más para nosotros el Dios terrible. ¡Sabemos que eres Amor! Sabemos que no sabes castigar... Tú eres un Dios vencido en la ternura. Tú esperas siempre, Padre, y acoges y restauras la vida hasta de los asesinos de tu Hijo (que somos todos nosotros). ¡Perdónalos! ¡Perdónanos! Atiende este pedido de tu Hijo en la cruz, prueba mayor de tu amor de Padre. ¡Y acógenos, oh Padre, oh Madre, oh cuna, oh casa de cuantos retornamos buscando tu abrazo! II. «En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» Tu corazón sin puertas, siempre abierto, ¡qué fácil es robarte el Paraíso! Bandidos todos nosotros, depredadores del Cosmos y de la Vida, sólo podemos salvarnos asaltándote, Cristo, en nuestro «hoy» diario- esa Misericordia que chorrea en tu sangre... Tu blando silbo de Buen Pastor nos llama. Tu corazón reclama, impaciente, a todos los marginados, a todos los prohibidos. Tú nos conoces bien, y nos consientes, hermano de cruz y cómplice de sueños, compañero de todos los caminos, ¡Tú eres el Camino y la Llegada! III. «¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!» Por causa de ese Hombre, el más totalmente humano, ¡tú eres la bendita entre todas las mujeres! Madre de todas las madres, dulce Madre nuestra, ¡por causa de ese Hijo, hermano de todos! ¡Hagamos casa, pues, oh Madre! ¡Hagamos la familia de todas las familias de todas las naciones! A cuenta de esa Carne, hermana de toda carne, destrozada en la cruz, Hostia del mundo. Cansados o perdidos, necesitamos, Madre, tu agasajo, sombra clara de Dios en toda cruz humana, divina canción de cuna en todo humano sueño. Queremos ser discípulos amados, ¡oh Maestra del Evangelio! Queremos ser herederos de Jesús, oh Madre, ¡vida de la Vida! En ese cambio de hijos, tú sabes bien, María, que nos ganas a todos y no pierdes el Hijo ya de vuelta a su Padre, para esperarnos con la Casa pronta. IV. «Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?» Todos nuestros pecados se hacen hematoma en tu Carne, oh Verbo. Todos nuestros rictus te deforman el Rostro. En tu soledad se refugian todas las soledades de la Historia Humana... En tu grito vencido (¡misteriosa victoria!) detonan, oh Jesús, todos nuestros gritos ahogados, todas nuestras blasfemias... -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué nos abandonas en la duda, en el miedo, en la impotencia? ¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas delante de la injusticia, en Rio o en Colombia, en África, en el mundo, ante los tribunales o en los bancos...? ¿No te importan los hijos que engendraste? ¿No te importa tu Nombre? Es la hora de las tinieblas, del silencio del Padre, para su Hijo. Es la hora de la fe, oscura y desnuda, del silencio de Dios, para todos nosotros... V. «¡Tengo sed!» Tú tienes sed ¿de qué, oh Fuente Viva? En el manantial quebrado de tu Cuerpo los ángeles se sacian. Y todos los humanos bebemos en tus ojos moribundos la luz que no se apaga. Tierra de nuestra carne, calcinada por todo el egoísmo que brota de la Humanidad, tienes la sed del Amor que no tenemos, ebrios de tantas aguas suicidas... Sabemos, sin embargo, que será de esa boca, reseca por la sed, de donde nos vendrá el Himno de la Alegría, el Vino de la Fraternidad, ¡la crecida jubilosa de la Tierra Prometida! ¡Danos sed de la sed! ¡Danos la sed de Dios! VI. «Todo está consumado» De Tu parte, ¡sí! De nuestra parte, nos falta aún ese largo día a día de cada historia humana, de toda la Humana Historia. Tú ya lo has hecho todo, ¡Rey y Reino! Todo está por hacer, a la luz del Reino, en esta noche que nos cerca (de lucro y de egoísmo, de miedo y de mentira, de odios y de guerras). El Padre te dio un Cuerpo de servicio y Tú has rendido el ciento, el infinito. Todo está consumado, en el Perdón y en la Gloria. Todo puede ser Gracia, en la lucha y en el camino. Ya has sido el Camino, Compañero. Y eres, por fin, ¡la Llegada! En tu Cruz se anulan el poder del Pecado y la sentencia de la Muerte. Todo canta Esperanza... VII. «¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!» Gloria de su Gloria, Dios de Dios, de siempre igual a Él, Tú has venido del Padre. Y ahora al Padre vuelves desde nosotros, igual a nosotros, Dios y Hombre para siempre. En el seno del Espíritu el Padre te acoge, Hijo Bienamado, Amén de su Amor ya satisfecho. La Muerte ha sucumbido en tu Muerte como un fantasma inútil, para siempre. Y en tus Manos reposan nuestras vidas, vencedoras de la muerte, a su hora. En tu Paz descansa esperanzada nuestra agitada paz. Descansa en Paz, por fin, en la Paz del Padre, eterna, Tú que eres ¡nuestra Paz! |
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