ACOMPAÑAR AL PUEBLO
Sacerdote en un país
centroamericano en guerra
Voy a hablarles un
poco de mi experiencia, de mi vida, de mi espiritualidad, de mi trabajo.
Soy sacerdote
católico. Tengo casi sesenta años. Nací al sacerdocio antes del Concilio
Vaticano II. Les voy a hablar de tres puntos: mi vocación, mi conversión y mi
alimento espiritual actual.
mi vocación
Mi vocación, casi
desde que nací al sacerdocio, ha sido acompañar al pueblo. Casi tenía 20 años
cuando fui al seminario, un seminario de España. El llamado de Dios que yo
sentí era un llamado a acompañar al pueblo.
En los años en que yo
fui ordenado sacerdote, ser de izquierda era un pecado muy grave, allá en
España. Casi todos los sacerdotes éramos de derecha. Mi familia también era de
derecha. Mi papá estuvo en la guerra civil. En mi pueblo hubo muchos asesinados
por la derecha, "en nombre de Dios". Y sin embargo, cuando yo me hice
sacerdote, no sé por qué, empecé a acompañar a las familias que habían tenido
algún miembro asesinado y eran como leprosos en nuestros pueblos (ser de
izquierda era como una lepra, un pecado).
Después de cinco años
de sacerdocio en España sentí el llamado de los pueblos de América. Y me fui a
la zona de los Andes sudamericanos a acompañar a las comunidades indígenas.
Acompañarles por aquellas montañas horas y horas de a caballo, acompañarles en
la formación de sus escuelas, en la creación de comedores para las escuelas.
Pero insistiría yo que en esta primera etapa de mi vida se trataba de un
"acompañamiento" al pueblo.
Posteriormente entré
en otra área de trabajo. Me pidieron trasladarme a otro lugar, y allí tuve mi
encuentro con la clase obrera. Empecé a acompañar a la clase obrera, a hablar
con los obreros, a estudiar el evangelio desde la realidad. Al final, junto con
otros compañeros sacerdotes, opté por ser sacerdote obrero. Ello me llevó a
acompañar al pueblo en toda la problemática de la realidad, cosa que no me habían
enseñado en el seminario ni en los estudios teológicos. Sobre todo creo que fui
descubriendo el sentido de la dignidad del hombre, el valor que tiene su
pensamiento, su trabajo, el trabajo de sus manos...
Creo que fui fruto del
momento histórico de la Iglesia. El Concilio nos dio una serie de documentos
que nos iluminaron mucho, porque hasta entonces sentíamos una contradicción muy
fuerte entre los planteamientos teóricos y la realidad que vivíamos con nuestra
gente. Pero lo que de verdad fue una lumbrera para nuestra vida, en su
sencillez y en su profundidad, fueron los documentos de Medellín. Los leímos,
los estudiamos, los llevamos a las comunidades... Realmente desataron una etapa
extraordinaria de transformación, no solamente de transformación personal, sino
de transformación de las comunidades, lo que después ha sido transformación de
este continente latinoamericano.
mi conversión
Esta etapa de
acompañamiento al pueblo en el mundo obrero me llevó a participar en huelgas,
en tomas de terreno para tener vivienda, en el mundo campesino de la invasión
de las fincas. Quizá todo esto, mirado desde el otro lado parezca
"subversión ' o "comunismo"... Realmente puede haber una
material coincidencia, pero nosotros ciertamente lo vivimos desde el evangelio.
Dios no dio a nadie escrituras para su tierra. La tierra es de Dios. La tierra
en el Antiguo Testamento se repartía y cada cincuenta años volvía las tierras a
sus dueños originales para impedir la pauperización y la acumulación... Lo cual
quiere decir que la tierra no puede estar sometida a la propiedad privada. Y
desgraciadamente en América Latina los grandes latifundios son la causa de la
pobreza de las grandes mayorías.
Por eso, toda esta
etapa de acompañamiento, tan bella y tan fecunda para mí, supuso una
transformación de mí mismo, desde mi condición de hijo de no diré un gran
terrateniente, pero sí de un terrateniente, de un propietario de tierras, hasta
pasarme al otro lado, al lado del que necesita la tierra para sobrevivir...
Sufrí una profunda transformación. Y fue una transformación desde el evangelio,
leyendo la Palabra de Dios junto con el pueblo. Esta etapa fue la etapa de mi
conversión, conversión a la Palabra de Dios hecha vida.
Hay cosas curiosas. En
el año 61, recién llegado a una zona de los Andes sudamericanos, empezó a
correrse la voz de que nosotros no éramos sacerdotes españoles, sino sacerdotes
cubanos enviados por Castro... sencillamente porque nos acercábamos al
campesinado, porque hablábamos de salarios justos, porque nuestra voz se levantaba
contra el atropello al indígena...
A los 15 años de estar
en esa zona montañosa indígena regresé a la primera parroquia en que había
estado, y me di cuenta de que ahora yo entendía el lenguaje de los indígenas,
que entendía sus palabras, sus miradas... Antes, después de haber estado tres
años y medio con ellos, me fui con la sensación de que los quería, de que había
trabajado por ellos pero que no entendía nada de su planteamiento ni de su
vida. Ahora notaba que mi conversión me había hecho capaz de leer la vida desde
el otro lado. Me había hecho capaz de leer el evangelio desde la realidad de
los pobres. Y esto es lo que me dio la capacidad de entender ahora incluso la
mirada, el gesto, el apretón de manos...
En este mi proceso de
conversión ha influido siempre el pueblo. Por ejemplo, ¿por qué me quité la
sotana? Un gitano fue quien me hizo a mí quitarme la sotana. El no sabía que yo
era sacerdote. Y me preguntó si yo sabía leer. Le dije que sí, y me pidió que
le enseñara. Después le enseñé el catecismo y luego él hizo de catequista para
otro hermano suyo... Pero supe que si él me hubiera visto con sotana nunca se
hubiera acercado a mí. Me di cuenta de que la sotana era un estorbo para mi
vida, para mi condición de ministro del Señor y servidor de los hermanos. Esto
fue en el año 66. Nunca más he tenido una sotana.
Hoy sigo intentando
leer la realidad desde la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios desde la
realidad.
En Centroamérica, ante
nuestros pueblos, que viven en una situación de guerra, bajo una guerra
impuesta me siento llamado a vivir esta misma realidad, con el pueblo. Nuestro
pueblo es profundamente pacifista. Aspira a la paz. Pero se le ha impuesto una
guerra. Y la guerra es fruto de la miseria, fruto de la carencia de tierra,
fruto del hambre, de la opresión, de los bajísimos salarios (¿cómo una familia
puede vivir con un salario inferior a un dólar? ¿quién de nosotros podríamos
sobrevivir físicamente con un dólar al día, aún sin mujer ni hijos?). Como
fruto de esta situación de injusticia y opresión ha venido la guerra. Y la
guerra trae muertos. Porque la guerra se hace con armas. Y a nosotros nos toca
vivir esta situación extrema de compartir con los hermanos esta situación de
guerra.
Personalmente creo que
ello nos proporciona una situación privilegiada para ser "buenos
samaritanos": para acompañar a nuestros hermanos heridos cuando no tienen
un hospital que les pueda curar de sus heridas. Los acuerdos de Ginebra dicen
que un herido de guerra ya no es un combatiente, y que por lo tanto tiene todos
los derechos. En nuestros países, por el contrario, un herido de guerra es
visto como un ser débil que hay que rematar, como un enemigo que hay que
eliminar, y los gobiernos que combaten a nuestros pueblos lo hacen, y tenemos
que denunciar ante el mundo que partidos que se dicen "demócratas y
cristianos" matan cobardemente a heridos de guerra
En esta situación,
nosotros, si tenemos un mínimo de sensibilidad humana, tenemos que hacer de
buenos samaritanos. Esto "nos convierte" en guerrilleros: el hecho de
que uno asuma transportar a un herido o tenerlo en casa le hace adquirir ante
el gobierno el papel de guerrillero, porque para ellos el que no está contra el
enemigo es enemigo. Todo esto nos da la capacidad para comprender mejor desde
dentro, la situación y la vida de nuestro pueblo, sus organizaciones, esas
organizaciones populares tan humildes, tan sencillas, pero al mismo tiempo tan
profundas y tan eficaces... ¿Cómo se explica que unos hombres con unas armas
conseguidas del enemigo, sin aviones, sin vehículos, sin alimentos, sin
presupuestos... puedan hacer frente a gobiernos, a ejércitos que están
sostenidos directamente por el Imperio, por el país más poderoso del mundo? Y a
mí que no me vengan con cuentos de que el problema es este-oeste. Que no me
vengan con cuentos sobre el enfrentamiento de Estados Unidos y Rusia, a mí que
vivo esta realidad centroamericana. Porque aquí no se ve un arma rusa, aquí no
llegan rublos, ni pesos cubanos. Aquí lo que hay es hambre contra abundancia.
Los ejércitos centroamericanos se enriquecen con la guerra, con los millones de
dólares que les envía Estados Unidos. Los ejércitos centroamericanos se venden
incluso a la guerrilla, venden sus armas, venden todo. Y el ejército popular se
mantiene sobre la base de unas migajas -muy valiosas- de la solidaridad
internacional, que gota a gota llegan para permitir sobrevivir a este pueblo
que tiene la esperanza del triunfo.
Insisto en que nuestro
pueblo es sumamente pacífico. Cuando nos toca acompañarlo por la montaña y nos toca
celebrar la misa en medio de las mayores dificultades, en medio de bombardeos,
cargando a los heridos, teniendo que tapar la boca a los niños para que el
enemigo, que puede estar muy cerca, no los oiga y nos masacre a todos... uno
puede hablar del pacifismo de nuestro pueblo. Cuando nos toca acompañar a los
campesinos que salieron a los refugios bajo los bombardeos, enterrando a sus
muertos por los caminos y que vuelven ahora, después de seis, siete u ocho
años, con esa esperanza de rehacer sus casas, y llegan a sus pueblos-fantasmas
y en dos o tres días vuelve la vida, descubren sus piedras de molino para hacer
las tortillas y comer el primer alimento después de tantos días de caminata...
cuando uno acompaña a este pueblo puede hablar de su sentido pacifista. Uno
puede hablar del sentido fraterno profundo que le anima. Cuando uno ve que en
un poblado las primeras casas que se construyen son las de las viudas, y que
después los hombres empiezan a sembrar y que sólo después harán sus propias
casas... a uno le parece revivir el éxodo, la experiencia más profunda del
pueblo de Dios. Si a estos pueblos les quieren llamar belicosos... no podrán
decirlo más que en el sentido de que no se resignan a aceptar la situación de
injusticia, en el sentido de que se han dado cuenta de que su clamor ha llegado
al cielo y se dan cuenta de que Dios está con nosotros. Y solamente con esa
protección, ante esa confianza, ante esa seguridad de que Dios está con
nosotros se explica el proceso insurreccional y el proceso de transformación
que frente al Imperio se está dando. Ante esa pequeñita Nicaragua, con todo el
bloqueo económico y toda la agresión militar... solamente la presencia de Dios
en ese pueblo puede explicar que sobreviva y mantenga su triunfo. Y lo mismo
podríamos decir del proceso de El Salvador y del proceso de Guatemala.
mi alimento espiritual
actual
En primer lugar yo
diría que la religiosidad popular. Esa religiosidad tan sencilla, incluso tan
tradicional y tan clásica en la que el pueblo se ha alimentado siempre y en la
que yo me alimenté también. Compartir con la gente, por ejemplo, el rezo del
rosario, los cantos clásicos y tradicionales, los mismos que se cantaban en mi
pueblo cuando yo era niño... me devuelve a mis raíces religiosas. Me siento
profundamente revolucionario, tanto cristiana como políticamente; y, sin
ninguna contradicción, la religiosidad popular es uno de los soportes de mi
vida.
Otro alimento
espiritual para mi es la problemática del pueblo. Tengo que confesar que un
pobre, un hombre que pide limosna, un hombre que busca comida en el basurero me
conmueve, me rebela ante el Señor: ¿por qué él está así y no yo? Esto me hace
meditar y me exige ser profundamente humilde y me hace reconocer la cantidad de
dones que me ha regalado el Señor... ¿Por qué esta persona no sabe leer, y sin
embargo, a la vez, cuando habla lo hace con tanta profundidad? Todo esto me
lleva a ver la presencia de Dios en nuestras comunidades analfabetas, sin
cursos bíblicos, sin títulos de ninguna clase, pero con una profundidad de vida
que me alimenta a mí personalmente.
También, la
celebración de la misa con mi comunidad. Yo no celebro la misa todos los días.
Hay que hacer muchas cosas con nuestros hermanos a lo largo de toda la semana.
Sin embargo, celebro una misa el sábado y tres misas los domingos para
distintas comunidades y tengo que reconocer que la celebración de la palabra y
la celebración eucarística son los puntos fuertes de mi vida en comunión con mi
pueblo. Nuestras homilías son siempre un diálogo de toda la comunidad. Y
escuchar la interpretación de cada uno de los hermanos de la comunidad es un
alimento para mi vida. La Eucaristía ha cambiado de dimensión para mí. Aquella
Eucaristía estática del sagrario ha pasado a ser la Eucaristía del pueblo de
Dios que se alimenta del pan de vida que Jesús nos ofrecía allí junto al
lago... Es una prolongación de aquella promesa de Jesucristo como pan de vida
para nuestro pueblo. El pan de vida del éxodo, del desierto...
En fin, yo diría que
mi espiritualidad estaría basada fundamentalmente en la religiosidad popular,
vivida con mi pueblo, en la vida del pueblo que me hace reflexionar y que me
hace ver a Dios presente en la miseria, en el hambre, en la rebeldía, en la
lucha por superar todo esto... Y como momento más fuerte, la Eucaristía con mi
pueblo.
La religiosidad
"individualista" pienso que ha disminuido en mí. Me considero un
hombre profundamente religioso. Creo que ese ha sido un don muy grande que Dios
me ha dado. Pero quizá, dentro del activismo en que vivimos, mi religiosidad
"individual" está limitada a ese contacto con el prójimo. Quizá
tendrá que ser una etapa nueva de mi vida, o quizá será en el momento de la
paz, cuando el pueblo triunfe y podamos dedicarnos a ello, o cuando los últimos
años de mi vida pueda entregarme a una oración personal más detenida...
EL
SALVADOR
•
El 1'5 % de los propietarios poseen la mitad de las tierras cultivables.
•
El 48'9 de las propiedades agrícolas de los pequeños campesinos ocupan d 4'8 %
del territorio salvadoreño.
•
EEUU gasta un millón y medio de dólares por día en la guerra de El Salvador.
•
El obispo de San Miguel es coronel del ejército y capellán vitalicio del mismo:
el obispo Alvarez.
•
Las "catorce familias" son: Llach, De Sola, Hill, Dueñas, Regalado,
Wright, Salaverría, García Prieto, Quiñónez, Guirola, Borja, Sol, Daglio y Meza Ayau.
Fuente:
SISAC, São Paulo 71 (diciembre 86)9.
GUATEMALA
*
El 89'56 % de las fincas (microfincas y fincas subfamiliares) solamente
conforman el 16'53 % de la superficie, en tanto que el 2'25 % de las fincas
(fincas multifamiliares y grandes) conforman el 64'51 % de la superficie (Datos proporcionados
por la Conferencia Episcopal Guatemalteca en su carta pastoral "El clamor
por la tierra" de febrero de 1988).
*
La represión de los últimos años (1978-1985) costó la vida a 50 - 70.000
personas. (Boletín
de la Coordinadora Regional Centroamericana Mons. Oscar Romero 8 (junio 87)4).
*
El GAM plantea la urgencia de una comisión que investigue los 40.000 casos de
desaparecidos (ibid.).
*
El desempleo, según cifras recientes de la Secretaría de Planificación
económica, estaría afectando a cerca del 47 % de la población económicamente
activa (ibid.).
*
La esposa de Vinicio Cerezo reconoció el 21 de abril de 1987 que 93 de cada 100
niños en el oriente del país padecen de algún grado de desnutrición (ibid. ).
*
El 41 % de la población que trabaja en la agricultura -Guatemala es un país
eminentemente agrario- no tiene tierra (ibid. ).
*
De cada 100 niños que nacen en Guatemala, solamente 35 tienen el privilegio de
cumplir 15 años. Según Amnistía Internacional, en los últimos 15 años ha
ocurrido un asesinato político cada cinco horas (Eduardo Galeano en "Guatemala, un
pueblo en lucha", Madrid 1183, libro de González-Campos).
*
Desde 1954 han sido asesinados por las fuerzas gubernamentales 150.000
guatemaltecos y 53.000 desaparecidos. Como consecuencia de las campañas
contrainsurgentes que el ejército ha realizado desde 1978, se calcula entre
50.000 y 70.000 los muertos, en un millón los desplazados dentro de Guatemala y
en otros 150.000 los refugiados en el exterior. Un obispo estima que el 98 % de
todos los desplazados son indígenas. El ejército ha destruido 440 aldeas y ha
dejado 100.000 niños huérfanos. El ejército ha creado 70 "aldeas
modelo" (militarizadas) y ha reclutado 900.000 hombres y jóvenes,
forzándolos a integrar las patrullas de "autodefensa" para controlar
la población civil. Once veces, en cinco años, ha sido condenado el gobierno
guatemalteco por las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Pax Christi y el
Consejo Mundial de Iglesias, como violador de los Derechos Humanos. La ayuda
militar del exterior -en armamentos o en hombres, asesores y técnicos- le viene
a Guatemala de Estados Unidos, de Israel, de Taiwan, de Sudáfrica y de Europa
(Austria, Holanda, Alemania Federal, Suiza, Bélgica). Guatemala re-exporta el
30 % de las armas suministradas por Israel a otros países centroamericanos
aliados de EEUU. (Iglesia
Guatemalteca en el Exilio).
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