martes, 28 de abril de 2015

EL VUELO DEL QUETZAL 84 - 87 (ACOMPAÑAR AL PUEBLO - EL SALVADOR - GUATEMALA).(Pedro Casaldáliga)

ACOMPAÑAR AL PUEBLO

Sacerdote en un país centroamericano en guerra

Voy a hablarles un poco de mi experiencia, de mi vida, de mi espiritualidad, de mi trabajo.
Soy sacerdote católico. Tengo casi sesenta años. Nací al sacerdocio antes del Concilio Vaticano II. Les voy a hablar de tres puntos: mi vocación, mi conversión y mi alimento espiritual actual.

mi vocación
Mi vocación, casi desde que nací al sacerdocio, ha sido acompañar al pueblo. Casi tenía 20 años cuando fui al seminario, un seminario de España. El llamado de Dios que yo sentí era un llamado a acompañar al pueblo.
En los años en que yo fui ordenado sacerdote, ser de izquierda era un pecado muy grave, allá en España. Casi todos los sacerdotes éramos de derecha. Mi familia también era de derecha. Mi papá estuvo en la guerra civil. En mi pueblo hubo muchos asesinados por la derecha, "en nombre de Dios". Y sin embargo, cuando yo me hice sacerdote, no sé por qué, empecé a acompañar a las familias que habían tenido algún miembro asesinado y eran como leprosos en nuestros pueblos (ser de izquierda era como una lepra, un pecado).
Después de cinco años de sacerdocio en España sentí el llamado de los pueblos de América. Y me fui a la zona de los Andes sudamericanos a acompañar a las comunidades indígenas. Acompañarles por aquellas montañas horas y horas de a caballo, acompañarles en la formación de sus escuelas, en la creación de comedores para las escuelas. Pero insistiría yo que en esta primera etapa de mi vida se trataba de un "acompañamiento" al pueblo.
Posteriormente entré en otra área de trabajo. Me pidieron trasladarme a otro lugar, y allí tuve mi encuentro con la clase obrera. Empecé a acompañar a la clase obrera, a hablar con los obreros, a estudiar el evangelio desde la realidad. Al final, junto con otros compañeros sacerdotes, opté por ser sacerdote obrero. Ello me llevó a acompañar al pueblo en toda la problemática de la realidad, cosa que no me habían enseñado en el seminario ni en los estudios teológicos. Sobre todo creo que fui descubriendo el sentido de la dignidad del hombre, el valor que tiene su pensamiento, su trabajo, el trabajo de sus manos...
Creo que fui fruto del momento histórico de la Iglesia. El Concilio nos dio una serie de documentos que nos iluminaron mucho, porque hasta entonces sentíamos una contradicción muy fuerte entre los planteamientos teóricos y la realidad que vivíamos con nuestra gente. Pero lo que de verdad fue una lumbrera para nuestra vida, en su sencillez y en su profundidad, fueron los documentos de Medellín. Los leímos, los estudiamos, los llevamos a las comunidades... Realmente desataron una etapa extraordinaria de transformación, no solamente de transformación personal, sino de transformación de las comunidades, lo que después ha sido transformación de este continente latinoamericano.

mi conversión
Esta etapa de acompañamiento al pueblo en el mundo obrero me llevó a participar en huelgas, en tomas de terreno para tener vivienda, en el mundo campesino de la invasión de las fincas. Quizá todo esto, mirado desde el otro lado parezca "subversión ' o "comunismo"... Realmente puede haber una material coincidencia, pero nosotros ciertamente lo vivimos desde el evangelio. Dios no dio a nadie escrituras para su tierra. La tierra es de Dios. La tierra en el Antiguo Testamento se repartía y cada cincuenta años volvía las tierras a sus dueños originales para impedir la pauperización y la acumulación... Lo cual quiere decir que la tierra no puede estar sometida a la propiedad privada. Y desgraciadamente en América Latina los grandes latifundios son la causa de la pobreza de las grandes mayorías.
Por eso, toda esta etapa de acompañamiento, tan bella y tan fecunda para mí, supuso una transformación de mí mismo, desde mi condición de hijo de no diré un gran terrateniente, pero sí de un terrateniente, de un propietario de tierras, hasta pasarme al otro lado, al lado del que necesita la tierra para sobrevivir... Sufrí una profunda transformación. Y fue una transformación desde el evangelio, leyendo la Palabra de Dios junto con el pueblo. Esta etapa fue la etapa de mi conversión, conversión a la Palabra de Dios hecha vida.
Hay cosas curiosas. En el año 61, recién llegado a una zona de los Andes sudamericanos, empezó a correrse la voz de que nosotros no éramos sacerdotes españoles, sino sacerdotes cubanos enviados por Castro... sencillamente porque nos acercábamos al campesinado, porque hablábamos de salarios justos, porque nuestra voz se levantaba contra el atropello al indígena...
A los 15 años de estar en esa zona montañosa indígena regresé a la primera parroquia en que había estado, y me di cuenta de que ahora yo entendía el lenguaje de los indígenas, que entendía sus palabras, sus miradas... Antes, después de haber estado tres años y medio con ellos, me fui con la sensación de que los quería, de que había trabajado por ellos pero que no entendía nada de su planteamiento ni de su vida. Ahora notaba que mi conversión me había hecho capaz de leer la vida desde el otro lado. Me había hecho capaz de leer el evangelio desde la realidad de los pobres. Y esto es lo que me dio la capacidad de entender ahora incluso la mirada, el gesto, el apretón de manos...
En este mi proceso de conversión ha influido siempre el pueblo. Por ejemplo, ¿por qué me quité la sotana? Un gitano fue quien me hizo a mí quitarme la sotana. El no sabía que yo era sacerdote. Y me preguntó si yo sabía leer. Le dije que sí, y me pidió que le enseñara. Después le enseñé el catecismo y luego él hizo de catequista para otro hermano suyo... Pero supe que si él me hubiera visto con sotana nunca se hubiera acercado a mí. Me di cuenta de que la sotana era un estorbo para mi vida, para mi condición de ministro del Señor y servidor de los hermanos. Esto fue en el año 66. Nunca más he tenido una sotana.
Hoy sigo intentando leer la realidad desde la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios desde la realidad.
En Centroamérica, ante nuestros pueblos, que viven en una situación de guerra, bajo una guerra impuesta me siento llamado a vivir esta misma realidad, con el pueblo. Nuestro pueblo es profundamente pacifista. Aspira a la paz. Pero se le ha impuesto una guerra. Y la guerra es fruto de la miseria, fruto de la carencia de tierra, fruto del hambre, de la opresión, de los bajísimos salarios (¿cómo una familia puede vivir con un salario inferior a un dólar? ¿quién de nosotros podríamos sobrevivir físicamente con un dólar al día, aún sin mujer ni hijos?). Como fruto de esta situación de injusticia y opresión ha venido la guerra. Y la guerra trae muertos. Porque la guerra se hace con armas. Y a nosotros nos toca vivir esta situación extrema de compartir con los hermanos esta situación de guerra.
Personalmente creo que ello nos proporciona una situación privilegiada para ser "buenos samaritanos": para acompañar a nuestros hermanos heridos cuando no tienen un hospital que les pueda curar de sus heridas. Los acuerdos de Ginebra dicen que un herido de guerra ya no es un combatiente, y que por lo tanto tiene todos los derechos. En nuestros países, por el contrario, un herido de guerra es visto como un ser débil que hay que rematar, como un enemigo que hay que eliminar, y los gobiernos que combaten a nuestros pueblos lo hacen, y tenemos que denunciar ante el mundo que partidos que se dicen "demócratas y cristianos" matan cobardemente a heridos de guerra
En esta situación, nosotros, si tenemos un mínimo de sensibilidad humana, tenemos que hacer de buenos samaritanos. Esto "nos convierte" en guerrilleros: el hecho de que uno asuma transportar a un herido o tenerlo en casa le hace adquirir ante el gobierno el papel de guerrillero, porque para ellos el que no está contra el enemigo es enemigo. Todo esto nos da la capacidad para comprender mejor desde dentro, la situación y la vida de nuestro pueblo, sus organizaciones, esas organizaciones populares tan humildes, tan sencillas, pero al mismo tiempo tan profundas y tan eficaces... ¿Cómo se explica que unos hombres con unas armas conseguidas del enemigo, sin aviones, sin vehículos, sin alimentos, sin presupuestos... puedan hacer frente a gobiernos, a ejércitos que están sostenidos directamente por el Imperio, por el país más poderoso del mundo? Y a mí que no me vengan con cuentos de que el problema es este-oeste. Que no me vengan con cuentos sobre el enfrentamiento de Estados Unidos y Rusia, a mí que vivo esta realidad centroamericana. Porque aquí no se ve un arma rusa, aquí no llegan rublos, ni pesos cubanos. Aquí lo que hay es hambre contra abundancia. Los ejércitos centroamericanos se enriquecen con la guerra, con los millones de dólares que les envía Estados Unidos. Los ejércitos centroamericanos se venden incluso a la guerrilla, venden sus armas, venden todo. Y el ejército popular se mantiene sobre la base de unas migajas -muy valiosas- de la solidaridad internacional, que gota a gota llegan para permitir sobrevivir a este pueblo que tiene la esperanza del triunfo.
Insisto en que nuestro pueblo es sumamente pacífico. Cuando nos toca acompañarlo por la montaña y nos toca celebrar la misa en medio de las mayores dificultades, en medio de bombardeos, cargando a los heridos, teniendo que tapar la boca a los niños para que el enemigo, que puede estar muy cerca, no los oiga y nos masacre a todos... uno puede hablar del pacifismo de nuestro pueblo. Cuando nos toca acompañar a los campesinos que salieron a los refugios bajo los bombardeos, enterrando a sus muertos por los caminos y que vuelven ahora, después de seis, siete u ocho años, con esa esperanza de rehacer sus casas, y llegan a sus pueblos-fantasmas y en dos o tres días vuelve la vida, descubren sus piedras de molino para hacer las tortillas y comer el primer alimento después de tantos días de caminata... cuando uno acompaña a este pueblo puede hablar de su sentido pacifista. Uno puede hablar del sentido fraterno profundo que le anima. Cuando uno ve que en un poblado las primeras casas que se construyen son las de las viudas, y que después los hombres empiezan a sembrar y que sólo después harán sus propias casas... a uno le parece revivir el éxodo, la experiencia más profunda del pueblo de Dios. Si a estos pueblos les quieren llamar belicosos... no podrán decirlo más que en el sentido de que no se resignan a aceptar la situación de injusticia, en el sentido de que se han dado cuenta de que su clamor ha llegado al cielo y se dan cuenta de que Dios está con nosotros. Y solamente con esa protección, ante esa confianza, ante esa seguridad de que Dios está con nosotros se explica el proceso insurreccional y el proceso de transformación que frente al Imperio se está dando. Ante esa pequeñita Nicaragua, con todo el bloqueo económico y toda la agresión militar... solamente la presencia de Dios en ese pueblo puede explicar que sobreviva y mantenga su triunfo. Y lo mismo podríamos decir del proceso de El Salvador y del proceso de Guatemala.

mi alimento espiritual actual
En primer lugar yo diría que la religiosidad popular. Esa religiosidad tan sencilla, incluso tan tradicional y tan clásica en la que el pueblo se ha alimentado siempre y en la que yo me alimenté también. Compartir con la gente, por ejemplo, el rezo del rosario, los cantos clásicos y tradicionales, los mismos que se cantaban en mi pueblo cuando yo era niño... me devuelve a mis raíces religiosas. Me siento profundamente revolucionario, tanto cristiana como políticamente; y, sin ninguna contradicción, la religiosidad popular es uno de los soportes de mi vida.
Otro alimento espiritual para mi es la problemática del pueblo. Tengo que confesar que un pobre, un hombre que pide limosna, un hombre que busca comida en el basurero me conmueve, me rebela ante el Señor: ¿por qué él está así y no yo? Esto me hace meditar y me exige ser profundamente humilde y me hace reconocer la cantidad de dones que me ha regalado el Señor... ¿Por qué esta persona no sabe leer, y sin embargo, a la vez, cuando habla lo hace con tanta profundidad? Todo esto me lleva a ver la presencia de Dios en nuestras comunidades analfabetas, sin cursos bíblicos, sin títulos de ninguna clase, pero con una profundidad de vida que me alimenta a mí personalmente.
También, la celebración de la misa con mi comunidad. Yo no celebro la misa todos los días. Hay que hacer muchas cosas con nuestros hermanos a lo largo de toda la semana. Sin embargo, celebro una misa el sábado y tres misas los domingos para distintas comunidades y tengo que reconocer que la celebración de la palabra y la celebración eucarística son los puntos fuertes de mi vida en comunión con mi pueblo. Nuestras homilías son siempre un diálogo de toda la comunidad. Y escuchar la interpretación de cada uno de los hermanos de la comunidad es un alimento para mi vida. La Eucaristía ha cambiado de dimensión para mí. Aquella Eucaristía estática del sagrario ha pasado a ser la Eucaristía del pueblo de Dios que se alimenta del pan de vida que Jesús nos ofrecía allí junto al lago... Es una prolongación de aquella promesa de Jesucristo como pan de vida para nuestro pueblo. El pan de vida del éxodo, del desierto...
En fin, yo diría que mi espiritualidad estaría basada fundamentalmente en la religiosidad popular, vivida con mi pueblo, en la vida del pueblo que me hace reflexionar y que me hace ver a Dios presente en la miseria, en el hambre, en la rebeldía, en la lucha por superar todo esto... Y como momento más fuerte, la Eucaristía con mi pueblo.
La religiosidad "individualista" pienso que ha disminuido en mí. Me considero un hombre profundamente religioso. Creo que ese ha sido un don muy grande que Dios me ha dado. Pero quizá, dentro del activismo en que vivimos, mi religiosidad "individual" está limitada a ese contacto con el prójimo. Quizá tendrá que ser una etapa nueva de mi vida, o quizá será en el momento de la paz, cuando el pueblo triunfe y podamos dedicarnos a ello, o cuando los últimos años de mi vida pueda entregarme a una oración personal más detenida...


EL SALVADOR

• El 1'5 % de los propietarios poseen la mitad de las tierras cultivables.
• El 48'9 de las propiedades agrícolas de los pequeños campesinos ocupan d 4'8 % del territorio salvadoreño.
• EEUU gasta un millón y medio de dólares por día en la guerra de El Salvador.
• El obispo de San Miguel es coronel del ejército y capellán vitalicio del mismo: el obispo Alvarez.
• Las "catorce familias" son: Llach, De Sola, Hill, Dueñas, Regalado, Wright, Salaverría, García Prieto, Quiñónez, Guirola,  Borja, Sol, Daglio y Meza Ayau.
Fuente: SISAC, São Paulo 71 (diciembre 86)9.



GUATEMALA

* El 89'56 % de las fincas (microfincas y fincas subfamiliares) solamente conforman el 16'53 % de la superficie, en tanto que el 2'25 % de las fincas (fincas multifamiliares y grandes) conforman el 64'51 % de la superficie (Datos proporcionados por la Conferencia Episcopal Guatemalteca en su carta pastoral "El clamor por la tierra" de febrero de 1988).
* La represión de los últimos años (1978-1985) costó la vida a 50 - 70.000 personas. (Boletín de la Coordinadora Regional Centroamericana Mons. Oscar Romero 8 (junio 87)4).
* El GAM plantea la urgencia de una comisión que investigue los 40.000 casos de desaparecidos (ibid.).
* El desempleo, según cifras recientes de la Secretaría de Planificación económica, estaría afectando a cerca del 47 % de la población económicamente activa (ibid.).
* La esposa de Vinicio Cerezo reconoció el 21 de abril de 1987 que 93 de cada 100 niños en el oriente del país padecen de algún grado de desnutrición (ibid. ).
* El 41 % de la población que trabaja en la agricultura -Guatemala es un país eminentemente agrario- no tiene tierra (ibid. ).
* De cada 100 niños que nacen en Guatemala, solamente 35 tienen el privilegio de cumplir 15 años. Según Amnistía Internacional, en los últimos 15 años ha ocurrido un asesinato político cada cinco horas (Eduardo Galeano en "Guatemala, un pueblo en lucha", Madrid 1183, libro de González-Campos).
* Desde 1954 han sido asesinados por las fuerzas gubernamentales 150.000 guatemaltecos y 53.000 desaparecidos. Como consecuencia de las campañas contrainsurgentes que el ejército ha realizado desde 1978, se calcula entre 50.000 y 70.000 los muertos, en un millón los desplazados dentro de Guatemala y en otros 150.000 los refugiados en el exterior. Un obispo estima que el 98 % de todos los desplazados son indígenas. El ejército ha destruido 440 aldeas y ha dejado 100.000 niños huérfanos. El ejército ha creado 70 "aldeas modelo" (militarizadas) y ha reclutado 900.000 hombres y jóvenes, forzándolos a integrar las patrullas de "autodefensa" para controlar la población civil. Once veces, en cinco años, ha sido condenado el gobierno guatemalteco por las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Pax Christi y el Consejo Mundial de Iglesias, como violador de los Derechos Humanos. La ayuda militar del exterior -en armamentos o en hombres, asesores y técnicos- le viene a Guatemala de Estados Unidos, de Israel, de Taiwan, de Sudáfrica y de Europa (Austria, Holanda, Alemania Federal, Suiza, Bélgica). Guatemala re-exporta el 30 % de las armas suministradas por Israel a otros países centroamericanos aliados de EEUU. (Iglesia Guatemalteca en el Exilio).

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