Maná y Vivencias Pascuales (24), 28.4.15
by ismaelojeda
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Martes de la 4ª Semana de Pascua
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Antífona de entrada: Apocalipsis 19, 7.6
Con alegría y regocijo demos gloria a Dios, porque ha
establecido su reinado el Señor. Aleluya.
TEXTOS ILUMINADORES.- Mis ovejas conocen mi voz y yo las conozco
a ellas. Ellas me siguen y yo les doy vida eterna: nunca morirán. Nadie me las
puede quitar porque mi Padre que me las ha dado es mayor que todos, y nadie se
las puede quitar a él. Yo y mi Padre somos uno” (Jn 10, 27-30).
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación
consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os
llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais “no
pueblo”, ahora sois “pueblo de Dios”; antes erais “no compadecidos”, ahora sois
“compadecidos” (1 P 2, 9-10).
ORACIÓN COLECTA
ORACIÓN COLECTA
Te pedimos, Señor todopoderoso, que la celebración de las
fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de sabernos salvados.
Por nuestro Señor.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos
misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención,
sean también fuente de gozo incesante. Por Jesucristo.
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PRIMERA LECTURA: Hechos 11, 19-26
En aquellos días, los que se habían dispersado a raíz de la
persecución que siguió a la muerte de Esteban, llegaron hasta Fenicia, la isla
de Chipre y la ciudad de Antioquía, aunque sólo predicaban a los judíos.
Sin embargo, había entre ellos algunos hombres de Chipre y de
Cirene que al llegar a Antioquía predicaron también a los griegos y les
anunciaron la buena nueva del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y fueron
numerosos los que creyeron y siguieron al Señor.
Esta noticia llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y mandaron
a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y los
animó a permanecer fieles al Señor con firme corazón, pues era un hombre bueno,
lleno del Espíritu Santo y de fe. Así una enorme multitud conoció al Señor.
Bernabé entonces salió para Tarso en busca de Saulo, y apenas lo
halló, lo llevó consigo a Antioquía. En esta Iglesia convivieron todo un año y
enseñaron la doctrina cristiana a mucha gente. En Antioquía fue donde por primera vez los discípulos
recibieron el nombre de “cristianos”.
SALMO 86, 1-3. 4-5. 6-7
SALMO 86, 1-3. 4-5. 6-7
Alabad al Señor, todas las naciones.
Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las
puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos,
tirios y etíopes han nacido allí.» Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han
nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado.»
El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha
nacido allí.» Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti.»
Aclamación antes del Evangelio: Juan 10, 27
Aclamación antes del Evangelio: Juan 10, 27
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor, y yo las conozco y
ellas me siguen. Aleluya.
EVANGELIO: Juan 10, 22-30.- Yo y el Padre somos uno.
En aquel tiempo se celebraba en Jerusalén la fiesta
conmemorativa de la Dedicación del Templo. Era invierno y Jesús se paseaba en
el templo por el pórtico de Salomón cuando los judíos lo rodearon y le dijeron:
“¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si eres el Cristo, dínoslo
claramente”.
Jesús les respondió: “Ya se lo he dicho, pero ustedes no quieren
creer. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre declaran quién soy yo. Pero
ustedes no creen porque no son de mis ovejas.
Mis ovejas conocen mi voz y yo las conozco a ellas. Ellas me
siguen y yo les doy vida eterna: nunca morirán. Nadie me las puede quitar
porque mi Padre que me las ha dado es mayor que todos, y nadie se las puede
quitar a él. Yo y mi Padre somos uno”.
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Antífona de Comunión: Colosenses 3,17
Todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre de
Jesús, ofreciendo la acción de gracias a Dios. Aleluya.
De
los sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
Sé
tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios.
Os exhorto, por la misericordia de Dios, nos
dice san Pablo. Él nos exhorta, o mejor dicho, Dios nos exhorta, por medio de
él. El Señor se presenta como quien ruega, porque prefiere ser amado que
temido, y le agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor. Dios,
pues, suplica por misericordia para no tener que castigar con rigor.
Escucha cómo suplica el Señor: «Mirad y contemplad en mí vuestro
mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra
sangre. Y si ante lo que es propio de Dios teméis, ¿por qué no amáis al
contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza? Si teméis a Dios como Señor,
¿por qué no acudís a él como Padre?
Pero quizá sea la inmensidad de mi Pasión, cuyos responsables
fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis. Esta cruz no es mi aguijón,
sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen
es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos,
lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en
la cruz os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi
sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio.
Venid, pues, retornad y comprobaréis que soy un padre, que
devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las
muchas heridas».
Pero escuchemos ya lo que nos dice el Apóstol: Os exhorto –dice– a presentar vuestros cuerpos.
Al rogar así el Apóstol eleva a todos los hombres a la dignidad del sacerdocio:
a presentar vuestros
cuerpos como hostia viva.
¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano: el hombre es, a
la vez, sacerdote y víctima! El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la
ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a
sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la
víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio
no podría matar esta víctima.
Misterioso sacrificio en que el cuerpo es ofrecido sin
inmolación del cuerpo, y la sangre se ofrece sin derramamiento de sangre. Os exhorto, por la misericordia de
Dios –dice–,
a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Este sacrificio, hermanos, es como una imagen del de Cristo que,
permaneciendo vivo, inmoló su cuerpo por la vida del mundo: él hizo
efectivamente de su cuerpo una hostia viva, porque a pesar de haber sido
muerto, continúa viviendo. En un sacrificio como éste, la muerte tuvo su parte,
pero la víctima permaneció viva; la muerte resultó castigada; la víctima, en
cambio, no perdió la vida.
Así también, para los mártires, la muerte fue un nacimiento: su
fin, un principio; al ajusticiarlos encontraron la vida y, cuando, en la
tierra, los hombres pensaban que habían muerto, empezaron a brillar
resplandecientes en el cielo.
Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros
cuerpos como una hostia viva. Es lo mismo que ya había
dicho el profeta: Tú no
quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.
Hombre, procura, pues, ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote
de Dios. No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado y concedido.
Revístete con la túnica de la santidad, que la castidad sea tu
ceñidor, que Cristo sea el casco de tu cabeza, que la cruz defienda tu frente,
que en tu pecho more el conocimiento de los misterios de Dios, que tu oración
arda continuamente, como perfume de incienso: toma en tus manos la espada del
Espíritu: haz de tu corazón un altar, y así, afianzado en Dios, presenta tu
cuerpo al Señor como sacrificio.
Dios te pide la fe, no desea tu muerte; tiene sed de tu entrega,
no de tu sangre; se aplaca, no con tu muerte, sino con tu buena voluntad (Sermón 108: PL 52, 499-500).
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