LOS NIÑOS TAMBIÉN NOS ANUNCIAN A JESUCRISTO
El sábado pasado tuve un encuentro muy especial y os diría que muy importante: estuve con los niños de Acción Católica General. Participaban en una convivencia de fin de semana más de trescientos niños y niñas. Una vez más entendí aún mejor aquellas palabras del Señor: “dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios” (Mc 10, 14). Los niños tienen una capacidad especial para descubrir y sentir fascinación por la belleza de Dios manifestada en Jesucristo, por su verdad perfecta. Los niños tienen una capacidad singular de absorber el “amor más grande”, que es el que nos regala Dios mismo. Los niños son los mejores para entrar en esta escuela del amor a la que se abren con alegría, y que ellos saben traducir hacia los que tienen a su lado en generosidad, servicio, entrega y ayuda. Los niños fácilmente son y les gusta ser como los santos que tan profundamente siguieron los pasos de Jesús. Con ellos voy a hacer lo que desde hace años vengo realizando donde he estado de diversas formas: el Foro de Niños de nuestra Archidiócesis de Madrid. Escuchándoles seguro que nos acercarán lo que el Señor quiere de nosotros.
¡Cómo tenemos que valorar la vida de los niños! Todo ser humano tiene valor en sí mismo, porque ha sido creado a imagen de Dios. A sus ojos es tanto más valioso cuanto más débil aparece a la mirada del hombre. El niño por edad es débil; quizá por eso Jesús nos dice cuál debe ser la actitud de respeto y acogida con la que hay que tratar a los niños. ¿Dónde lo descubrimos? Dios se hizo Niño. Se hizo dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. En cada niño que viene a este mundo de alguna manera está presente el Niño de Belén. Y cada niño reclama nuestro amor. Pensemos en los niños a los que se les niega el amor: a quienes no se les recibe en este mundo, a los que están en la calle y no tienen un hogar, a los que son utilizados como soldados y convertidos en instrumentos de violencia, a quienes no se les da la oportunidad de recibir esa sabiduría del corazón para aportar a este mundo reconciliación y paz, a los heridos en lo más profundo de su ser por todas las formas abominables de abuso que puedan recibir.
Por eso, Jesús en Belén, Niño como todos nosotros lo hemos sido y como muchos lo siguen siendo hoy, se convierte en una llamada urgente que Él nos dirige para que termine toda clase de tribulación en la infancia, y también para hacer un nuevo reconocimiento de la dignidad que tiene el niño desde que inicia la vida en el vientre de su madre. ¿Damos valor a la infancia, como lo hizo Jesús? Ellos no tienen prejuicios. Son capaces de relacionarse con todos. De entablar juntos una conversación con otros de cualquier latitud de la tierra. Poner a los niños en relación no es cuestión secundaria, sino fundamental, en este mundo globalizado, para hacer global lo más importante: vivir en el amor de Dios hacia todos los hombres. Ellos pueden hacer un mundo diferente. Por eso, contar con ellos no es secundario.
En este encuentro, hubo algo que me impactó: todos los niños, según el programa de trabajo que tenían, iban a recibir una catequesis sobre la parábola del Buen Samaritano. En el inicio de la misma, estuve con todos (cfr. Lc 10, 25-37). Después me reuní con un grupo: el presidente de la infancia de Acción Católica General, Ramón y representantes de todas las parroquias que estaban en la convivencia. Para esta reunión habían hecho un cuestionario sobre la parábola del Buen Samaritano. Las preguntas eran estas: 1) en la parábola del Buen Samaritano hay personas que pasan de largo. ¿Crees que esta situación de pasar de largo ante el que sufre se repite hoy? ¿Quiénes pueden ser esas personas? ¿Podemos llegar a ser nosotros?; 2) el Buen Samaritano se acerca, se compadece, le cura las heridas y se sigue preocupando de él hasta que puede regresar a su casa. ¿Cómo podemos nosotros ser “buenos samaritanos” de nuestro prójimo en nuestro día a día en nuestra casa, en el barrio, en el colegio, en la parroquia…?. Os aseguro que, desde el comienzo de la reunión, en las diversas intervenciones que tuvieron los niños, me impresionaron sus respuestas y sus planteamientos. Descubrí la belleza de la infancia y la predilección que Jesucristo manifiesta hacia ellos. ¡Cuánto pueden enseñarnos! ¡Qué sabiduría les regala el Señor! Los escuché con inmensa atención, y pude experimentar que los niños son el futuro y la esperanza de la humanidad. ¡Qué importancia tiene lo que les damos para crecer como personas!
En el coloquio, que fue un compartir desde lo profundo de su corazón, caló en mí de modo especial la intervención de Adrián, enriquecida por los demás. Nos contó la experiencia que vivía cuando iba de viaje al país de origen de su padre, viendo niños víctimas de diversos sufrimientos, en la calle, no amados, no acogidos, no respetados, sin presente ni futuro. Nos decía Adrián que él tenía siempre en su pensamiento a aquellos niños, no le dejaban tranquilo; tanto es así que, incluso cuando iba a descansar por la noche, tardaba en dormirse, porque no podía retirar lo que habían visto sus ojos. Le venían preguntas como ésta: ¿podría haber sido yo uno de esos niños? Y la reflexión continuaba: sí que podemos ser buenos samaritanos, entre otras cosas, haciendo posible que algo de lo nuestro les llegue a ellos.
En las diversas intervenciones que tuvieron, casi todos coincidían en esto: acoger a Jesús en nuestro corazón, llenarnos de su alegría, acogerlo todos los días entre los juegos y las tareas, en la oración cuando nos pide la amistad con Él y una generosidad como la de Él, cuando nos habla siempre del “amor más grande”, ese que es capaz de una entrega y una ayuda sin límites a quien me encuentre en el camino, de acercar siempre la paz, la salud y la incorporación de todos a las tareas de la construcción de un mundo que sea cada día mejor. Otro expresó algo muy importante: desde pequeños respetar al otro y amarle teniendo el mismo corazón de Jesús, también cuando es diferente a nosotros. En aquellos rostros de los niños descubrí que son un reflejo de la visión de Dios sobre el mundo. ¿Por qué apagar su sonrisa cuando la necesitamos? ¿Por qué envenenar su corazón cuando pueden hacer obras maravillosas? ¿Por qué no acercarles la vida de Jesucristo, que no solamente nos lanza a hacer el Bien, sino que crea en nosotros un corazón para el Bien? Este encuentro me hizo ver la importancia que tiene escuchar a los niños tal y como lo hizo el Señor: “dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis”.
La Iglesia, siempre, se ha tomado muy en serio la llamada que el Señor nos hace en el Evangelio. A lo largo de los siglos han surgido instituciones, asociaciones, proyectos muy diversos, que han querido cuidar a los niños con el mismo amor de Jesucristo. Daremos pasos para hacer el “Foro de Niños” de nuestra Archidiócesis de Madrid, para que nos evangelicen. ¿Cómo?: 1) Haciendo de sus encuentros espacios de escucha y comunión; 2) percibiendo en sus encuentros la urgencia de vivir con el título más grande del ser humano que nos dio el Señor: “hijos de Dios” y, por ello, “hermanos de todos los hombres”; 3) descubriendo lo que ofrecemos: dispuestos a dar la vida como Jesucristo, a conocer y ser amigos de los hombres, saliendo en búsqueda de todos, estén donde estén.
Con gran afecto, os bendice:
+Carlos, Arzobispo de Madrid
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