lunes, 27 de abril de 2015

Soy ‘oveja’ y sé leer y meditar. ¡Creo en ti! ¡Te quiero! (Evangelio de Juan 10,)

Soy ‘oveja’ y sé leer y meditar. ¡Creo en ti! ¡Te quiero! 

Evangelio de Juan 10,11-18. Este es el relato que se nos propone para la lectura y meditación en las celebraciones del domingo 26 de abril.Cuando uno se acerca al texto completo del capítulo diez de Juan constata que los diez primeros versículos no se nos leerán y tampoco se van a leer los versículos 19,21, que son ¡¡¡importantísimos!!!, tanto como todos los versículos anteriores. Y la clave de la comprensión literaria la sitúa el evangelista en el verso 10,22: “Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno”. Entonces, todo el relato anterior (Juan 10,1-21) sobre la puerta (10,1-10) y el pastor (10,11-18) forman parte, a modo de conclusión, del relato mayor dedicado a la llamada fiesta judía de las Tiendas en memoria y recuerdo de las tiendas en las que vivió después de la salida liberadora de Egipto y antes de la ocupación de la tierra de los cananeos.

Esta fiesta de las Tiendas se celebraba en los días finales del verano y como acción de gracias al Dios Yavé en quien creían por las cosechas recogidas. Y era, pues, el tiempo apropiado para pagar en el templo de Jerusalén los diezmos (el diez por ciento) y primicias (lo mejor de lo mejor) de lo obtenido en la tierra, en el establo, en el taller o en los negocios. Claro, Dios lo recibía una vez que los creyentes contribuyentes judíos hubieran efectuado sus ofrendas en el único templo (¿oficina de recaudación?) y por medio de sus ministros ordenados sacerdotales. El agua y la luz eran los dos signos centrales de las celebraciones religiosas del templo en esta semana de Las Tiendas. El agua y la luz que son la vida de cuanto existe, nace y crece sobre la tierra que le pertenece al único Señor de Israel, el Dios Yavé.

En el contexto de las celebraciones de esta fiesta es donde se comprende el mensaje del evangelista sobre la persona de Jesús y de su misión. Y esto se nos ha transmitido en este evangelio y en los capítulos 7,1 hasta el 10,21. Probablemente el relato más extenso de este cuarto evangelio y cuyo centro se sitúa en la curación del ciego de nacimiento (Juan 9). Una ceguera que no es física de los ojos de la cara de una persona, sino que se trata de la ceguera que produce la religión judía, su templo y su organización sacerdotal, en cada una de las personas, tradiciones e instituciones del pueblo. Jesús se presentó en esa fiesta para liberar de esa ceguera a quienes quisieron escucharlo y creer en él. Y esta liberación ocurre por medio del agua y de la luz (9,1-7). Liberación que implica abandono del templo y de su organización.

Creo que ahora comprendo este mensaje que no se quiere leer en las celebraciones del domingo cristiano: “Se produjo otra vez una discusión entre los judíos. Muchos decían de Jesús: tiene dentro un demonio y está loco… Pero otros decían: sus palabras no son de un endemoniado ¿puede un endemoniado abrir los ojos de los ciegos? (10,19-21).¿Y cuáles eran esas palabras suyas? Las que acababa de escribir el evangelista como pronunciadas por el propio Jesús de Nazaret, palabras que sólo aparecen aquí y en ningún otro evangelio: Yo soy la puerta siempre abierta, yo soy el pastor bueno… (10,1-18). Para los judíos de entonces, ese ‘yo soy’, ese ser ‘puerta’ y ese ser ‘pastor’ sólo se le podía atribuir a Dios, el Dios Yavé del Sinaí, de Moisés, de la Ley y los Profetas. Sin lugar a ninguna duda, la osadía y el atrevimiento de Jesús de Nazaret fueron inmensos y nada prudentes. Sencillamente, arriesgó plenamente su vida y su persona en la liberación de esta ceguera religiosa.

Por eso, y desde mis adentros, este mensaje de la misión de Jesús de ser puerta y pastor no se dirige explícitamente a los pastores que deben ‘oler a oveja’, que dijo el que se cree primer pastor actual Francisco. Este mensaje pertenece a cualquier ’oveja’, laica o laico, como tú y como yo, que cree y quiere a Jesús de Nazaret y que,como él y con él, se atreve a liberarse y liberar de la ceguera que toda religión engendra en sus ‘religionarios’. Dentro de una semana nos citamos en Juan 15, 

Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñes (José Ortega y Gasset)

“Yo soy el pastor bueno” (Juan 10,14). ¿Y quién es un buen pastor? ¿El que tiene muchas ovejas? ¿El que tiene buenas ovejas? El que tiene ovejas sanas. ¿Sanas? Sí,libres, liberadas y liberadoras. De nada sirve tener ‘pastores’ y ‘ovejas’ que lleguen a ser como el oso yel osero de aquel viejo cuento del genial y repudiado Tony de Mello:

Un oso recorría constantemente, arriba y abajo, los seis metros de largo de la jaula. Cuando, al cabo de cinco años, quitaron la jaula el oso siguió recorriendo, arriba y abajo, los mismos seis metros, como si aún estuviera la jaula… Y lo estaba… para él.


Los muros que nos aprisionan son mentales, no reales... Los muros, las cegueras, las cojeras, las sorderas… Y estos muros los levantan, entre otros muchos albañiles, las Religiones, todas. También la Católica y el Cristianismo del magisterio del Catecismo y de la Tradición. Y la inmensa mayoría de sus pastores.

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