Gualfardo, Santo
Monje Camaldulense, Abril 30
Por: . | Fuente: santiebeati.it
Martirologio Romano: En Verona, en la región de Venecia, san Gualfardo, quien, oriundo de Alemania y guarnicionero de profesión, después de pasar varios años en la soledad fue recibido por los monjes del monasterio de San Salvador, cerca de la ciudad (1127).
De origen germánico y de profesión guarnicionero (talabartero), san Gualfardo, obedeciendo a su deseo interior de una vida todo entregada a Dios, después de haber transcurrido algún tiempo en Verona, se apartó en soledad eremítica, como hicieron muchos jóvenes hombres de la Edad Media, en un lugar cerca del Adige.
Sobre el ejemplo de san Romedio, ermitaño en el Val di Non en Trentino, pasadas en este lugar solitarios veinte años de aislamiento, luego algunos barqueros que navegaron por el río lo descubrieron, obligándolo así a trasladarse a Verona cerca de la iglesia de San Pedro.
Después de cierto tiempo, pasó a la iglesia de la Santísima Trinidad fuera de los muros de la ciudad y por fin fue acogido caritativamente como oblato, por los monjes camaldulenses de San Salvador de Corteregia en Verona, con los que permaneció durante diez años hasta su muerte.
Mediante la oración incesante, las vigilias nocturnas, los ayunos, las penitencias, logró llegar a los más altos grados de la contemplación y santidad; todo lo anterior estaba entretejido con gracias tales como equilibrio, serenidad, modestia y prudencia, que reflejaban su paz interior y su íntima unión con Dios.
Un monje contemporáneo, que fue el autor de la primera hagiografía de San Gualfardo, describió el fervor que aquel ponía en la santa conversación con los fieles y con los camaldulenses; además relató muchos milagros que obró en vida y después de muerto.
Murió en el convento de Verona el 30 de abril de 1127; los veroneses celebran la fiesta el 1° de mayo como protector de los guarnicioneros, mientras que el orden Camaldulense y el Martirologio Romano, lo recuerda el 30 de abril, aniversario de su nacimiento al cielo.
Reproducido con autorización de Santiebeati.it
Por: . | Fuente: santiebeati.it
Monje Camaldulense
Sobre el ejemplo de san Romedio, ermitaño en el Val di Non en Trentino, pasadas en este lugar solitarios veinte años de aislamiento, luego algunos barqueros que navegaron por el río lo descubrieron, obligándolo así a trasladarse a Verona cerca de la iglesia de San Pedro.
Después de cierto tiempo, pasó a la iglesia de la Santísima Trinidad fuera de los muros de la ciudad y por fin fue acogido caritativamente como oblato, por los monjes camaldulenses de San Salvador de Corteregia en Verona, con los que permaneció durante diez años hasta su muerte.
Mediante la oración incesante, las vigilias nocturnas, los ayunos, las penitencias, logró llegar a los más altos grados de la contemplación y santidad; todo lo anterior estaba entretejido con gracias tales como equilibrio, serenidad, modestia y prudencia, que reflejaban su paz interior y su íntima unión con Dios.
Un monje contemporáneo, que fue el autor de la primera hagiografía de San Gualfardo, describió el fervor que aquel ponía en la santa conversación con los fieles y con los camaldulenses; además relató muchos milagros que obró en vida y después de muerto.
Murió en el convento de Verona el 30 de abril de 1127; los veroneses celebran la fiesta el 1° de mayo como protector de los guarnicioneros, mientras que el orden Camaldulense y el Martirologio Romano, lo recuerda el 30 de abril, aniversario de su nacimiento al cielo.
Reproducido con autorización de Santiebeati.it
responsable de la traducción: Xavier Villalta
Paulina von Mallinckrodt, Beata
Paulina von Mallinckrodt, Beata
Paulina von Mallinckrodt, Beata
Fundadora, Abril 30
Por: . | Fuente: UruguayArgentinasCC.org.ar
Fundadora de la
Martirologio Romano: En Paderborn, en Alemania, beata Paulina von Mallinckrodt, virgen, fundadora de las Hermanas de la Caridad Cristiana, para atender a los niños pobres y ciegos y auxiliar a los enfermos y pobres (1881).
Etimológicamente: Paulihna = Aquella de pequeño tamaño, es de origen latino.
Paulina von Mallinckrodt nace el 3 de junio de 1817 en Minden, Westfalia. Es la mayor de los hijos de Detmar von Mallinckrodt, de religión protestante y alto funcionario de gobierno del estado de Prusia y de su esposa, la baronesa Bernardine von Hartmann, de religión católica, originaria de Paderborn.
Desde pequeña absorbe con avidez la formación cristiana que le imparte su madre, con amor. De ella hereda una fe profunda, un gran amor a Dios y a los pobres y una férrea adhesión a la Iglesia católica y a sus pastores. Herencia paterna son la firmeza de carácter, los sólidos principios, el respeto hacia los demás y el cumplimiento de la palabra empeñada.
Parte de su niñez y juventud pasa Paulina en Aquisgrán, adonde fue trasladado su padre. Por la temprana muerte de su madre, Paulina, cuando sólo cuenta 17 años de edad, toma en sus manos la dirección de su casa y la educación de sus hermanos menores Jorge y Hermann y de la pequeña Berta. Cumpliendo su tarea a plena satisfacción de su padre, encuentra tiempo y medios para ponerse al servicio de tantos pobres que por los cambios técnicos, económicos y sociales de su siglo, sufren de miserias materiales y espirituales. En Aquisgrán, con sus amigas, cuida enfermos, niños y jóvenes.
A los 18 años recibe el sacramento de la Confirmación y se hace habitual en ella la Misa diaria. Un poco más tarde su confesor le permite la comunión diaria, algo infrecuente en esa época. Fruto de la Confirmación es también la decisión de Paulina de consagrar su vida entera al servicio de Dios.
Cuando su padre se retira del servicio estatal y se instala con su familia en Paderborn, prosigue Paulina su actividad caritativa. Invita y entusiasma a señoras y jóvenes a colaborar en el cuidado de enfermos pobres; pero ante todo le parece necesaria la educación e instrucción de los niños pobres.
Funda para ellos una guardería y acoge niños ciegos para cuidarlos e instruirlos. Impulsada por la fuerza de la gracia, organiza la Liga Femenina para el cuidado de los enfermos pobres. Luego funda un jardín de infantes para atender a los niños de las madres que deben trabajar fuera de su hogar para ganar el sustento diario de la familia. La fundación de este kindergarten en 1840 fue una idea novedosa y de avanzada para proteger y dar un ambiente de contención y afecto a estos niños que no podían ser cuidados por sus madres.
Llega hasta las chozas de los pobres para aliviar sus miserias; los ayuda, consuela, exhorta y ora con los enfermos, sin temer ni la suciedad ni los contagios, sino por el contrario, lo afronta todo con una sonrisa dedicando gran parte de su vida en un incansable servicio en favor de los que sufren. "Nunca he encontrado a una persona como ella; es difícil describir la imagen tan atrayente y emotiva de su vivir en Dios" escribe en una carta su prima Bertha von Hartmann.
En 1842 poco después de la muerte del señor von Mallinckrodt, le confían a Paulina el cuidado de unos niños ciegos muy pobres. Ella los atiende con la exquisita afabilidad que la caracteriza. Y como Dios sabe guiar todo según sus planes, son los niños ciegos los que darán origen a la Congregación, porque a Paulina la admiten en distintas congregaciones religiosas pero no así a los ciegos. Paulina pide una vez más consejo a Monseñor Antonio Claessen quien después de escucharla atentamente y de hacer mucha oración le hace ver que ella está llamada por Dios a fundar una Congregación. Y obtenida la aprobación del Obispo de Paderborn Monseñor Francisco Drepper, el 21 de agosto de 1849 funda la Congregación de las Hermanas de la Caridad Cristiana, Hijas de la Bienaventurada Virgen María de la Inmaculada Concepción con tres compañeras más. Pronto se abren otros campos de actividad: hogares para niños y escuelas.
Bendecida por la Iglesia, la Congregación florece y se extiende rápidamente en Alemania; pero como toda obra grata a Dios, debe ser probada por el sufrimiento; la prueba no tarda en llegar. El Canciller von Bismark emprende en 1871 una dura lucha contra la Iglesia católica. Una tras otra ve la Madre Paulina cómo se van cerrando y expropiando las casas de la Congregación en Alemania.
Con su profundo espíritu de fe la Madre Paulina ve la mano de Dios en esta persecución religiosa. Las casas de la joven Congregación fueron confiscadas, las Hermanas expulsadas, la fundación parecía llegar a su fin. Pero justamente así produjo frutos, se extendió por Estados Unidos y América Latina.
En la misma época de las persecuciones en Alemania llegan muchos pedidos de Hermanas desde Estados Unidos y Sudamérica para enseñar a los niños inmigrantes alemanes. Paulina respondió enviando pequeños grupos de Hermanas a Nueva Orleans en 1873.
En los siguientes meses se enviaron más grupos de religiosas a los Estados Unidos y ella misma hizo dos largos viajes a América para constatar en persona las necesidades del Nuevo Mundo, donde fundó al poco tiempo una Casa Madre en Wilkesbarre, Pennsylvania. Desde entonces las Hermanas abrieron además casas en las arquidiócesis de Baltimore, Chicago, Cincinnati, New York, Philadelphia, St. Louis, y St. Paul, y en la diócesis de Albany, Belleville, Brooklyn, Detroit, Harrisburg, Newark, Sioux City y Syracuse.
En noviembre de 1874 arriban las primeras religiosas a la diócesis de Ancud, en Chile, solicitadas por Monseñor Francisco de Paula Solar. De allí partirían unos años más tarde hacia el Río de la Plata, en 1883 a Melo, Uruguay, y en 1905 a Buenos Aires, Argentina.
A fines de década de 1870 la persecución religiosa terminó en Alemania y las Hermanas pudieron volver desde Bélgica a su patria donde prosiguieron con su obra. La Comunidad había crecido en integrantes y en misiones durante los años de opresión. La Madre Paulina volvió a Paderborn después de su viaje a América en 1880. A los pocos meses, ante el dolor de las Hermanas, la Madre Paulina enfermó gravemente de neumonía y murió el 30 de abril de 1881.
S.S. Juan Pablo II la beatificó el 14 de Abril de 1985.
Por: . | Fuente: UruguayArgentinasCC.org.ar
Fundadora de la
Congregación de las Hermanas de la Caridad Cristiana
Etimológicamente: Paulihna = Aquella de pequeño tamaño, es de origen latino.
Desde pequeña absorbe con avidez la formación cristiana que le imparte su madre, con amor. De ella hereda una fe profunda, un gran amor a Dios y a los pobres y una férrea adhesión a la Iglesia católica y a sus pastores. Herencia paterna son la firmeza de carácter, los sólidos principios, el respeto hacia los demás y el cumplimiento de la palabra empeñada.
Parte de su niñez y juventud pasa Paulina en Aquisgrán, adonde fue trasladado su padre. Por la temprana muerte de su madre, Paulina, cuando sólo cuenta 17 años de edad, toma en sus manos la dirección de su casa y la educación de sus hermanos menores Jorge y Hermann y de la pequeña Berta. Cumpliendo su tarea a plena satisfacción de su padre, encuentra tiempo y medios para ponerse al servicio de tantos pobres que por los cambios técnicos, económicos y sociales de su siglo, sufren de miserias materiales y espirituales. En Aquisgrán, con sus amigas, cuida enfermos, niños y jóvenes.
A los 18 años recibe el sacramento de la Confirmación y se hace habitual en ella la Misa diaria. Un poco más tarde su confesor le permite la comunión diaria, algo infrecuente en esa época. Fruto de la Confirmación es también la decisión de Paulina de consagrar su vida entera al servicio de Dios.
Cuando su padre se retira del servicio estatal y se instala con su familia en Paderborn, prosigue Paulina su actividad caritativa. Invita y entusiasma a señoras y jóvenes a colaborar en el cuidado de enfermos pobres; pero ante todo le parece necesaria la educación e instrucción de los niños pobres.
Funda para ellos una guardería y acoge niños ciegos para cuidarlos e instruirlos. Impulsada por la fuerza de la gracia, organiza la Liga Femenina para el cuidado de los enfermos pobres. Luego funda un jardín de infantes para atender a los niños de las madres que deben trabajar fuera de su hogar para ganar el sustento diario de la familia. La fundación de este kindergarten en 1840 fue una idea novedosa y de avanzada para proteger y dar un ambiente de contención y afecto a estos niños que no podían ser cuidados por sus madres.
Llega hasta las chozas de los pobres para aliviar sus miserias; los ayuda, consuela, exhorta y ora con los enfermos, sin temer ni la suciedad ni los contagios, sino por el contrario, lo afronta todo con una sonrisa dedicando gran parte de su vida en un incansable servicio en favor de los que sufren. "Nunca he encontrado a una persona como ella; es difícil describir la imagen tan atrayente y emotiva de su vivir en Dios" escribe en una carta su prima Bertha von Hartmann.
En 1842 poco después de la muerte del señor von Mallinckrodt, le confían a Paulina el cuidado de unos niños ciegos muy pobres. Ella los atiende con la exquisita afabilidad que la caracteriza. Y como Dios sabe guiar todo según sus planes, son los niños ciegos los que darán origen a la Congregación, porque a Paulina la admiten en distintas congregaciones religiosas pero no así a los ciegos. Paulina pide una vez más consejo a Monseñor Antonio Claessen quien después de escucharla atentamente y de hacer mucha oración le hace ver que ella está llamada por Dios a fundar una Congregación. Y obtenida la aprobación del Obispo de Paderborn Monseñor Francisco Drepper, el 21 de agosto de 1849 funda la Congregación de las Hermanas de la Caridad Cristiana, Hijas de la Bienaventurada Virgen María de la Inmaculada Concepción con tres compañeras más. Pronto se abren otros campos de actividad: hogares para niños y escuelas.
Bendecida por la Iglesia, la Congregación florece y se extiende rápidamente en Alemania; pero como toda obra grata a Dios, debe ser probada por el sufrimiento; la prueba no tarda en llegar. El Canciller von Bismark emprende en 1871 una dura lucha contra la Iglesia católica. Una tras otra ve la Madre Paulina cómo se van cerrando y expropiando las casas de la Congregación en Alemania.
Con su profundo espíritu de fe la Madre Paulina ve la mano de Dios en esta persecución religiosa. Las casas de la joven Congregación fueron confiscadas, las Hermanas expulsadas, la fundación parecía llegar a su fin. Pero justamente así produjo frutos, se extendió por Estados Unidos y América Latina.
En la misma época de las persecuciones en Alemania llegan muchos pedidos de Hermanas desde Estados Unidos y Sudamérica para enseñar a los niños inmigrantes alemanes. Paulina respondió enviando pequeños grupos de Hermanas a Nueva Orleans en 1873.
En los siguientes meses se enviaron más grupos de religiosas a los Estados Unidos y ella misma hizo dos largos viajes a América para constatar en persona las necesidades del Nuevo Mundo, donde fundó al poco tiempo una Casa Madre en Wilkesbarre, Pennsylvania. Desde entonces las Hermanas abrieron además casas en las arquidiócesis de Baltimore, Chicago, Cincinnati, New York, Philadelphia, St. Louis, y St. Paul, y en la diócesis de Albany, Belleville, Brooklyn, Detroit, Harrisburg, Newark, Sioux City y Syracuse.
En noviembre de 1874 arriban las primeras religiosas a la diócesis de Ancud, en Chile, solicitadas por Monseñor Francisco de Paula Solar. De allí partirían unos años más tarde hacia el Río de la Plata, en 1883 a Melo, Uruguay, y en 1905 a Buenos Aires, Argentina.
A fines de década de 1870 la persecución religiosa terminó en Alemania y las Hermanas pudieron volver desde Bélgica a su patria donde prosiguieron con su obra. La Comunidad había crecido en integrantes y en misiones durante los años de opresión. La Madre Paulina volvió a Paderborn después de su viaje a América en 1880. A los pocos meses, ante el dolor de las Hermanas, la Madre Paulina enfermó gravemente de neumonía y murió el 30 de abril de 1881.
S.S. Juan Pablo II la beatificó el 14 de Abril de 1985.
Benito de Urbino, Beato
Benito de Urbino, Beato
Benito de Urbino, Beato
Presbítero Capuchino, Abril 30
Por: Julio Micó, o.f.m.cap. | Fuente: Franciscanos.org
Martirologio Romano: En Fossombrone, del Piceno, en Italia, beato Benito de Urbino, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que fue compañero de san Lorenzo de Bríndisi en la predicación entre husitas y luteranos (1625).
Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen latino.
Nunca se es completamente libre para poder elegir lo que uno quiera. Al menos eso es lo que me pasó a mí. Porque yo nací en Urbino, una ciudad de las Marcas en la Italia central, en septiembre de 1560 y dentro de una familia de nobles, los Passionei. Fui el séptimo de once hermanos, y a los pocos días me bautizaron imponiéndome el nombre de Marcos.
A los cuatro años me quedé sin padre; y a los siete nos dejó también mi madre. Total, que los tutores de la familia nos fueron criando y educando hasta que pudimos valernos por nosotros mismos.
Por lo que a mí respecta, aún recuerdo aquel 28 de mayo de 1582 cuando nueve ilustres «lectores» del Estudio universitario de Padua me declaraban doctor en leyes, en derecho civil y canónico, entregándome la toga, el birrete y el anillo doctoral; tenía 22 años.
El mundo se abría ante mí, y para conquistarlo de una forma más rotunda me hice presentar en el ambiente de la nobleza romana, sobre todo eclesiástica. Pero la cosa no fue como yo soñaba. El precio del éxito era demasiado caro para que me decidiera a invertir en él, por lo que apenas aguanté un año en medio de ese ambiente que me producía asco y también miedo.
De vuelta al pueblo empezó a invadirme una especie de «crisis» espiritual. Mi vida iba tomado sentido a medida que la soñaba como una entrega total a Dios y a la gente. Y una forma de concretarla era haciéndome Capuchino.
Muchas tardes subía al convento y me pasaba las horas muertas en la iglesia; hasta que me decidí a comunicarle al P. Guardián mi voluntad de hacerme religioso. Pero todos se pusieron en contra: los Capuchinos, mi familia, y hasta el obispo. A los frailes les parecía que un señorito como yo no podría aguantar el rigor de la vida capuchina. Para mi familia era demasiado duro tener que perder a uno de sus miembros más cualificados; mientras que el señor obispo trataba de desviarme hacia otra Orden menos austera, como eran los Camaldulenses.
Sin embargo, aunque de naturaleza frágil y quebradiza, mi tenacidad era de acero, por lo que insistí varias veces hasta conseguir que me admitieran en el Noviciado. Recuerdo que al recibir en la calle la noticia de mi admisión pegué tal salto y tal grito de alegría, que todos se quedaron extrañados, dada mi habitual compostura y timidez. Mi gozo era tan grande que me fui directo al convento sin pasar siquiera por mi casa a despedirme.
En el Noviciado lo pasé francamente mal, debido a mi quebradiza salud; pero mi empeño por seguir adelante -y mi enchufe con el General, que todo hay que decirlo- hizo que pudiera profesar como Capuchino. Repartí todos mis bienes y comencé una vida nueva.
Una vez ordenado sacerdote y tras ejercer el ministerio por los conventos de las Marcas, me enviaron a Bohemia, junto con S. Lorenzo de Brindis y otros hermanos, a convertir a los protestantes. Menos mal que estuve poco tiempo, porque aquello fue durísimo. De nuevo volví a las Marcas y allí se desarrolló toda mi vida.
Los que escribieron mi biografía han dicho que me distinguí por tres cosas: por la cantidad y calidad de la oración, por mi austeridad de vida, y por dedicarme al ministerio de los pobres. Ellos sabrán.
Lo que sí os puedo decir es que, después de abandonar mi vida de «señorito» y hacerme fraile, estaba como seducido por esa presencia misteriosa que es Dios, de modo que dedicaba a Él todo mi tiempo disponible; así fue como me salieron hasta callos en las rodillas de estar arrodillado en su presencia. Sin embargo lo que más me asombraba era experimentarlo como un Dios sufriente; de ahí que reflexionara continuamente sobre la Pasión de Cristo.
Esto me hacía pensar en mi frágil salud y en la urgencia de remediar las necesidades de los pobres. Con frecuencia los enviaba a casa de mis hermanos para que los atendieran, hasta el punto de que solían decir, en plan de broma: «Nuestro hermano el fraile, no contento con haber distribuido todo lo suyo en limosnas, quiere también repartir todo lo nuestro».
La verdad es que yo me contentaba con poco, y hubiera estado dispuesto a repartirlo cien veces si hubiera tenido algo que dar; pero sólo disponía de mi persona y del servicio que pudiera prestar a los demás. Así que la mayoría del tiempo lo pasaba predicando en los pueblecitos donde me llamaban, ya que, por lo visto, mi oratoria no iba muy allá. Sin embargo yo me encontraba muy a gusto entre esa gente pobre, pues eran más receptivos al Evangelio.
Y así estuve casi toda mi vida, hasta que mi frágil cuerpo empezó a envejecer y a resistirse a caminar. Ya al final de mis días, un hermano religioso, creyendo que estaba ya en la agonía final encendió, como era costumbre, una vela; pero yo me di cuenta y le hice una señal para que la apagara, porque todavía no me estaba muriendo. Tardé tres días más, y el 30 de abril de 1625 me encontraba con la hermana muerte.
La gente me veneraba como un santo, hasta el punto de que tuvieron que cambiarme de sepultura y guardarme en un lugar tan escondido, que estuvieron dos siglos sin encontrarme. Por fin lo hicieron y pudieron beatificarme en 1867. Después de todo me cabe la satisfacción de no ser un «santo» del todo, sino simplemente el beato Benito de Urbino.
Pío V, Santo
Pío V, Santo
Por: Julio Micó, o.f.m.cap. | Fuente: Franciscanos.org
Presbítero
Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen latino.
A los cuatro años me quedé sin padre; y a los siete nos dejó también mi madre. Total, que los tutores de la familia nos fueron criando y educando hasta que pudimos valernos por nosotros mismos.
Por lo que a mí respecta, aún recuerdo aquel 28 de mayo de 1582 cuando nueve ilustres «lectores» del Estudio universitario de Padua me declaraban doctor en leyes, en derecho civil y canónico, entregándome la toga, el birrete y el anillo doctoral; tenía 22 años.
El mundo se abría ante mí, y para conquistarlo de una forma más rotunda me hice presentar en el ambiente de la nobleza romana, sobre todo eclesiástica. Pero la cosa no fue como yo soñaba. El precio del éxito era demasiado caro para que me decidiera a invertir en él, por lo que apenas aguanté un año en medio de ese ambiente que me producía asco y también miedo.
De vuelta al pueblo empezó a invadirme una especie de «crisis» espiritual. Mi vida iba tomado sentido a medida que la soñaba como una entrega total a Dios y a la gente. Y una forma de concretarla era haciéndome Capuchino.
Muchas tardes subía al convento y me pasaba las horas muertas en la iglesia; hasta que me decidí a comunicarle al P. Guardián mi voluntad de hacerme religioso. Pero todos se pusieron en contra: los Capuchinos, mi familia, y hasta el obispo. A los frailes les parecía que un señorito como yo no podría aguantar el rigor de la vida capuchina. Para mi familia era demasiado duro tener que perder a uno de sus miembros más cualificados; mientras que el señor obispo trataba de desviarme hacia otra Orden menos austera, como eran los Camaldulenses.
Sin embargo, aunque de naturaleza frágil y quebradiza, mi tenacidad era de acero, por lo que insistí varias veces hasta conseguir que me admitieran en el Noviciado. Recuerdo que al recibir en la calle la noticia de mi admisión pegué tal salto y tal grito de alegría, que todos se quedaron extrañados, dada mi habitual compostura y timidez. Mi gozo era tan grande que me fui directo al convento sin pasar siquiera por mi casa a despedirme.
En el Noviciado lo pasé francamente mal, debido a mi quebradiza salud; pero mi empeño por seguir adelante -y mi enchufe con el General, que todo hay que decirlo- hizo que pudiera profesar como Capuchino. Repartí todos mis bienes y comencé una vida nueva.
Una vez ordenado sacerdote y tras ejercer el ministerio por los conventos de las Marcas, me enviaron a Bohemia, junto con S. Lorenzo de Brindis y otros hermanos, a convertir a los protestantes. Menos mal que estuve poco tiempo, porque aquello fue durísimo. De nuevo volví a las Marcas y allí se desarrolló toda mi vida.
Los que escribieron mi biografía han dicho que me distinguí por tres cosas: por la cantidad y calidad de la oración, por mi austeridad de vida, y por dedicarme al ministerio de los pobres. Ellos sabrán.
Lo que sí os puedo decir es que, después de abandonar mi vida de «señorito» y hacerme fraile, estaba como seducido por esa presencia misteriosa que es Dios, de modo que dedicaba a Él todo mi tiempo disponible; así fue como me salieron hasta callos en las rodillas de estar arrodillado en su presencia. Sin embargo lo que más me asombraba era experimentarlo como un Dios sufriente; de ahí que reflexionara continuamente sobre la Pasión de Cristo.
Esto me hacía pensar en mi frágil salud y en la urgencia de remediar las necesidades de los pobres. Con frecuencia los enviaba a casa de mis hermanos para que los atendieran, hasta el punto de que solían decir, en plan de broma: «Nuestro hermano el fraile, no contento con haber distribuido todo lo suyo en limosnas, quiere también repartir todo lo nuestro».
La verdad es que yo me contentaba con poco, y hubiera estado dispuesto a repartirlo cien veces si hubiera tenido algo que dar; pero sólo disponía de mi persona y del servicio que pudiera prestar a los demás. Así que la mayoría del tiempo lo pasaba predicando en los pueblecitos donde me llamaban, ya que, por lo visto, mi oratoria no iba muy allá. Sin embargo yo me encontraba muy a gusto entre esa gente pobre, pues eran más receptivos al Evangelio.
Y así estuve casi toda mi vida, hasta que mi frágil cuerpo empezó a envejecer y a resistirse a caminar. Ya al final de mis días, un hermano religioso, creyendo que estaba ya en la agonía final encendió, como era costumbre, una vela; pero yo me di cuenta y le hice una señal para que la apagara, porque todavía no me estaba muriendo. Tardé tres días más, y el 30 de abril de 1625 me encontraba con la hermana muerte.
La gente me veneraba como un santo, hasta el punto de que tuvieron que cambiarme de sepultura y guardarme en un lugar tan escondido, que estuvieron dos siglos sin encontrarme. Por fin lo hicieron y pudieron beatificarme en 1867. Después de todo me cabe la satisfacción de no ser un «santo» del todo, sino simplemente el beato Benito de Urbino.
Pío V, Santo
Pío V, Santo
CCXXV Papa, Abril 30
Fuente: Archidiócesis de Madrid
Fuente: Archidiócesis de Madrid
CCXXV Papa
Martirologio Romano: San Pío V, papa, de la Orden de Predicadores, que, elevado a la sede de Pedro, se esforzó con gran piedad y tesón apostólico en poner en práctica los decretos del Concilio de Trento acerca del culto divino, la doctrina cristiana y la disciplina eclesiástica, promoviendo también la propagación de la fe. Se durmió en el Señor en Roma, el día primero del mes de mayo (1572).
Etimológicamente: Pío = Aquel que es piadoso, es de origen latino.
Etimológicamente: Pío = Aquel que es piadoso, es de origen latino.
Breve Biografía
Se le recuerda principalmente como “el Papa de la victoria de Lepanto”, no porque fuera un hombre belicoso, sino porque con su autoridad y con su prestigio personal logró imponer una tregua en las discordias caseras de los Estados europeos y llevarlos a una “santa alianza” para detener la amenazadora avanzada de los turcos. El 7 de octubre la armada Cristiana obtuvo en las aguas de Lepanto una definitiva victoria contra la flota turca. Ese mismo día Pío V, que no disponía de los rápidos medios de comunicación de hoy, ordenó que tocaran todas las campanas de Roma, invitando a los fieles a darle gracias a Dios por la victoria obtenida.
Michele Ghisleri elegido Papa en 1566 con el nombre de Pío V, nació en Bosco Marengo, Provincia de Alessandria (Italia) en 1504. A los 14 años entró a la Orden de los dominicos. Una vez ordenado sacerdote, atravesó todas las etapas de una carrera excepcional: profesor, prior del convento, superior provincial, inquisidor en Como y en Bérgamo, obispo de Sutri y Nepi, cardenal, grande inquisidor, obispo de Mondoví, y Papa.
Pío V fue sobre todo un gran reformador. Entre las reformas que promovió, siguiendo el concilio de Trento, recordamos la obligación de residencia para los obispos, la clausura de los religiosos, el celibato y la santidad de vida de los sacerdotes, las visitas pastorales de los obispos, el impulso a las misiones, la corrección de los libros litúrgicos, la censura de las publicaciones. La rígida disciplina que el santo Pontífice impuso a la Iglesia fue también norma constante de su vida. Vivía el ideal ascético del fraile mendicante.
Condescendiente con los humildes, paterno con la gente sencilla, pero sumamente severo con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I, a sabiendas de las consecuencias trágicas que esto acarrearía a los católicos ingleses.
Pío V murió el 1 de mayo de 1572, a los 68 años de edad. Fue canonizado 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI.
Michele Ghisleri elegido Papa en 1566 con el nombre de Pío V, nació en Bosco Marengo, Provincia de Alessandria (Italia) en 1504. A los 14 años entró a la Orden de los dominicos. Una vez ordenado sacerdote, atravesó todas las etapas de una carrera excepcional: profesor, prior del convento, superior provincial, inquisidor en Como y en Bérgamo, obispo de Sutri y Nepi, cardenal, grande inquisidor, obispo de Mondoví, y Papa.
Pío V fue sobre todo un gran reformador. Entre las reformas que promovió, siguiendo el concilio de Trento, recordamos la obligación de residencia para los obispos, la clausura de los religiosos, el celibato y la santidad de vida de los sacerdotes, las visitas pastorales de los obispos, el impulso a las misiones, la corrección de los libros litúrgicos, la censura de las publicaciones. La rígida disciplina que el santo Pontífice impuso a la Iglesia fue también norma constante de su vida. Vivía el ideal ascético del fraile mendicante.
Condescendiente con los humildes, paterno con la gente sencilla, pero sumamente severo con cuantos comprometían la unidad de la Iglesia, no dudó en excomulgar y decretar la destitución de la reina de Inglaterra, Isabel I, a sabiendas de las consecuencias trágicas que esto acarrearía a los católicos ingleses.
Pío V murió el 1 de mayo de 1572, a los 68 años de edad. Fue canonizado 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI.
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