La paz es una conquista que deseamos para todos. Promover espiritualidades sanas nos llevará a reducir conflictos entre los hombres.
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Equipo Gama-Virtudes y Valores
Por: P. Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Equipo Gama-Virtudes y Valores
¿Deseas recibir trabajos de análisis, artículos de fondo, opinión y reflexiones sobre temas de actualidad? Recibe el servicio semanal de Gama. Para solicitarlo envía un mensaje a equipogama@arcol.org
¿Deseas estar informado sobre las actividades semanales del Papa? Recibe Antorcha, el servicio de resumen semanal de las actividades del Santo Padre. Solicita suscripciónaquí.
¿Deseas estar informado sobre las actividades semanales del Papa? Recibe Antorcha, el servicio de resumen semanal de las actividades del Santo Padre. Solicita suscripciónaquí.
¿Existe una relación entre la paz que une a pueblos e individuos, y la espiritualidad que cada uno alberga en el propio corazón?
Para afrontar el tema, podemos partir de un dato inicial: existe conflictualidad no sólo entre personas y pueblos, sino que se da también en el interior de cada corazón humano. Porque surgen conflictos cuando en la propia interioridad se enfrentan ideas y emociones, deseos y proyectos, decisiones y resultados.
Es difícil encontrar a alguien que se sienta plenamente satisfecho consigo mismo. Su dinamismo interior le lleva con mayor o menor frecuencia a tensiones internas, a una lucha que necesariamente y en formas no siempre claras termina por reflejarse hacia afuera, en las relaciones con los demás.
Demos un paso ulterior. Una vez que hemos evidenciado que la lucha es parte integrante de la vida de cada ser humano, descubrimos que el modo de afrontar los propios conflictos internos varía mucho de persona a persona.
Unos aceptan las tensiones y luchas de cada día con serenidad, con optimismo, incluso a veces con una sana dosis de humor. Otros las viven de modo dramático, incluso trágico, lo que genera consecuencias graves no sólo para uno mismo, sino para los demás.
Aquí es donde podemos reflexionar sobre la espiritualidad, entendida como visión profunda desde la cual todos valoramos la vida en sus múltiples dimensiones y orientamos y dirigimos las propias decisiones. Según la perspectiva que cada uno asume sobre lo que significa vivir, con las tensiones inevitables de toda existencia humana, es posible alcanzar un cierto estado de equilibrio que lleva a la paz con uno mismo. Igualmente, es posible mantener y aumentar la conflictualidad interna, lo cual no queda circunscrito a la propia conciencia, sino que repercute de modo inevitable entre quienes nos rodean.
Las espiritualidades son muy diversas, y los resultados que se alcanzan con cada una de ellas varían de persona a persona. Una espiritualidad realista, capaz de asumir las propias responsabilidades, de reconocer los errores, de pedir perdón a uno mismo, a Dios, a los demás, conlleva una serie de ventajas importantes en orden a la conquista de la paz. Una espiritualidad ingenuamente optimista, que avanza por la vida sin ponerse preguntas serias, sin observar con atención los peligros y tensiones que surgen de modo inevitable en tantas ocasiones, puede provocar choques y fracasos que generan luego sensaciones de derrota y amargura. Una espiritualidad pesimista, cerrada, dominada por el miedo y la sospecha, encadenará corazones e impedirá ese mínimo de energías que permiten desarrollar una psicología sana, en paz. Una espiritualidad consumista y tecnicista subordinará los juicios y las opciones según el mayor o menor grado de satisfacción que uno crea alcanzar desde los productos adquiridos y usados como centro de la propia realización en clave muchas veces egoística.
Desde las distintas espiritualidades cada uno ingresa en la vida social. Hay quienes vuelcan sus tensiones en la familia, en el trabajo, en la calle, incluso en el tiempo de vacaciones. Basta con ver las caras de algunos automovilistas para comprender quién vive en paz y quién está controlado por la amargura y la rabia.
Otros, en cambio, difunden a su alrededor una paz y una dicha profunda, que contagia y suscita remansos de armonía y de concordia. Da gusto hablar con un familiar equilibrado, trabajar con un compañero sereno y reflexivo, ir por la calle entre personas que sonríen o que simplemente tienen un rostro amable y relajado.
Lo que vale para la vida social pequeña, cotidiana, vale para los pueblos y las naciones. Los conflictos que destruyen y dañan regiones pequeñas o países inmensos nacen, ciertamente, desde situaciones económicas y políticas muy complejas. Pero ello no quita que haya individuos, pueblos y culturas que superan las pruebas desde una perspectiva de paz. En otros lugares, en cambio, personas y grupos reducidos (pero llenos de rabia y, por desgracia, a veces muy bien financiados) lanzan ataques contra soldados, policías o incluso contra personas inocentes y sencillas. Provocan así conflictos sangrientos que pueden durar años y que desgastan y destruyen los esfuerzos de muchos por conseguir una sociedad más justa y más pacífica.
La paz es una conquista que deseamos para todos y en todos los niveles. Promover espiritualidades sanas llevará a reducir conflictos y a levantar caminos de diálogo y de encuentro entre las personas, los grupos y las culturas. Denunciar y aislar espiritualidades violentas y desequilibradas permitirá reducir males que dañan enormemente a miles de inocentes que sufren como víctimas de conflictos absurdos y endémicos.
La tarea es cosa de todos, y empieza de un modo silencioso, humilde, pero decisivo, en uno mismo. Se trata simplemente de mirar el propio corazón, de ver con qué ideas es alimentado, de sentir si vive de amor o de egoísmo. Cuando haga falta, será necesario arrancar rencores y marginar ideales falsos que llevan a conflictos dañinos. En la mayoría de los casos, se tratará simplemente de nutrir lo mucho bueno que hemos recibido en el hogar, en la escuela, en la parroquia. Existen muchos elementos de paz y de concordia que son propios de la gran mayoría de las culturas humanas, y que merecen ser protegidos y difundidos a todos los niveles: familiar, escolar, laboral, local, regional, nacional e internacional.
Para afrontar el tema, podemos partir de un dato inicial: existe conflictualidad no sólo entre personas y pueblos, sino que se da también en el interior de cada corazón humano. Porque surgen conflictos cuando en la propia interioridad se enfrentan ideas y emociones, deseos y proyectos, decisiones y resultados.
Es difícil encontrar a alguien que se sienta plenamente satisfecho consigo mismo. Su dinamismo interior le lleva con mayor o menor frecuencia a tensiones internas, a una lucha que necesariamente y en formas no siempre claras termina por reflejarse hacia afuera, en las relaciones con los demás.
Demos un paso ulterior. Una vez que hemos evidenciado que la lucha es parte integrante de la vida de cada ser humano, descubrimos que el modo de afrontar los propios conflictos internos varía mucho de persona a persona.
Unos aceptan las tensiones y luchas de cada día con serenidad, con optimismo, incluso a veces con una sana dosis de humor. Otros las viven de modo dramático, incluso trágico, lo que genera consecuencias graves no sólo para uno mismo, sino para los demás.
Aquí es donde podemos reflexionar sobre la espiritualidad, entendida como visión profunda desde la cual todos valoramos la vida en sus múltiples dimensiones y orientamos y dirigimos las propias decisiones. Según la perspectiva que cada uno asume sobre lo que significa vivir, con las tensiones inevitables de toda existencia humana, es posible alcanzar un cierto estado de equilibrio que lleva a la paz con uno mismo. Igualmente, es posible mantener y aumentar la conflictualidad interna, lo cual no queda circunscrito a la propia conciencia, sino que repercute de modo inevitable entre quienes nos rodean.
Las espiritualidades son muy diversas, y los resultados que se alcanzan con cada una de ellas varían de persona a persona. Una espiritualidad realista, capaz de asumir las propias responsabilidades, de reconocer los errores, de pedir perdón a uno mismo, a Dios, a los demás, conlleva una serie de ventajas importantes en orden a la conquista de la paz. Una espiritualidad ingenuamente optimista, que avanza por la vida sin ponerse preguntas serias, sin observar con atención los peligros y tensiones que surgen de modo inevitable en tantas ocasiones, puede provocar choques y fracasos que generan luego sensaciones de derrota y amargura. Una espiritualidad pesimista, cerrada, dominada por el miedo y la sospecha, encadenará corazones e impedirá ese mínimo de energías que permiten desarrollar una psicología sana, en paz. Una espiritualidad consumista y tecnicista subordinará los juicios y las opciones según el mayor o menor grado de satisfacción que uno crea alcanzar desde los productos adquiridos y usados como centro de la propia realización en clave muchas veces egoística.
Desde las distintas espiritualidades cada uno ingresa en la vida social. Hay quienes vuelcan sus tensiones en la familia, en el trabajo, en la calle, incluso en el tiempo de vacaciones. Basta con ver las caras de algunos automovilistas para comprender quién vive en paz y quién está controlado por la amargura y la rabia.
Otros, en cambio, difunden a su alrededor una paz y una dicha profunda, que contagia y suscita remansos de armonía y de concordia. Da gusto hablar con un familiar equilibrado, trabajar con un compañero sereno y reflexivo, ir por la calle entre personas que sonríen o que simplemente tienen un rostro amable y relajado.
Lo que vale para la vida social pequeña, cotidiana, vale para los pueblos y las naciones. Los conflictos que destruyen y dañan regiones pequeñas o países inmensos nacen, ciertamente, desde situaciones económicas y políticas muy complejas. Pero ello no quita que haya individuos, pueblos y culturas que superan las pruebas desde una perspectiva de paz. En otros lugares, en cambio, personas y grupos reducidos (pero llenos de rabia y, por desgracia, a veces muy bien financiados) lanzan ataques contra soldados, policías o incluso contra personas inocentes y sencillas. Provocan así conflictos sangrientos que pueden durar años y que desgastan y destruyen los esfuerzos de muchos por conseguir una sociedad más justa y más pacífica.
La paz es una conquista que deseamos para todos y en todos los niveles. Promover espiritualidades sanas llevará a reducir conflictos y a levantar caminos de diálogo y de encuentro entre las personas, los grupos y las culturas. Denunciar y aislar espiritualidades violentas y desequilibradas permitirá reducir males que dañan enormemente a miles de inocentes que sufren como víctimas de conflictos absurdos y endémicos.
La tarea es cosa de todos, y empieza de un modo silencioso, humilde, pero decisivo, en uno mismo. Se trata simplemente de mirar el propio corazón, de ver con qué ideas es alimentado, de sentir si vive de amor o de egoísmo. Cuando haga falta, será necesario arrancar rencores y marginar ideales falsos que llevan a conflictos dañinos. En la mayoría de los casos, se tratará simplemente de nutrir lo mucho bueno que hemos recibido en el hogar, en la escuela, en la parroquia. Existen muchos elementos de paz y de concordia que son propios de la gran mayoría de las culturas humanas, y que merecen ser protegidos y difundidos a todos los niveles: familiar, escolar, laboral, local, regional, nacional e internacional.
¡Vence el mal con el bien!
El servicio es gratuito
El servicio es gratuito
No hay comentarios:
Publicar un comentario