¡Feliz Navidad!
Al escribir estas palabras, estoy recogiendo mis pensamientos para prepararme para las liturgias de la Navidad.
Yo no sé ustedes, pero por lo que a mí respecta, la Navidad es un momento en el que reflexiono, de una manera más profunda, acerca del año que está terminando y del nuevo año que se abre ante mí. Cada Navidad me trae a la mente la multitud de navidades anteriores de mi vida.
Esto es parte de la belleza y del misterio de la Navidad.
En Navidad, al principio de la Misa de medianoche, se acostumbra recitar el hermoso “Pregón del Nacimiento de Cristo” – una lectura de la historia desde el principio del mundo:
“Hoy, 25 de diciembre, habiendo pasado miles y miles de años desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra. Miles y miles de años, desde el momento en que Dios quiso que apareciera en la tierra el hombre, hecho a su imagen y semejanza… Miles y miles de años desde que Dios decidió purificar al mundo con las aguas torrenciales del diluvio… Miles y miles de años desde que David fue ungido por Dios como el gran rey de Israel…
…. El año 42 del reinado del emperador Octavio Augusto… Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, que deseaba santificar el mundo con su misericordiosa venida… en Belén de Judá, de la Virgen María, nació Jesús. Hoy es el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo; hoy él se hizo carne”.
La Navidad lo cambia todo. Porque en Navidad, el Dios eterno entra en nuestra realidad humana del tiempo y el espacio.
La Navidad cambia el “tiempo” pasado, presente y futuro. La Navidad nos muestra que el tiempo no es una serie de eventos que suceden por “casualidad” o al azar.
La Navidad nos dice que todo el tiempo tiene una dirección. Todo, desde el comienzo de la creación, conduce hacia la Natividad de Jesús. No sólo la historia de las naciones, sino también la historia de vida de cada persona. El sentido de nuestra vida, nuestro tiempo en la tierra, está ahora envuelto en el acontecimiento de la Navidad.
La Navidad cambia el “espacio”. Ahora, todo apunta hacia el pesebre de Belén y hacia el Niño que encontramos ahí. No importa quiénes seamos o donde vivamos, o la época en la que nos haya tocado vivir, el camino de nuestra vida pasa ahora a través de Belén, a través de Jesucristo. Toda vida empieza de nuevo en el pesebre.
La Navidad es un nuevo amanecer para el mundo y un nuevo amanecer para cada uno de nosotros. La Navidad nos dice que sí es posible encontrar el amor. Que sí es posible obtener misericordia. Que sí es posible llevar una vida feliz que nos conduzca al cielo.
Estoy seguro de que ustedes habrán notado cómo un bebé parece cambiar todo en su entorno.
Cuando una madre entra en una habitación cargando a su bebé, el bebé es como un imán que atrae todo hacia él. Todo el mundo es consciente de la presencia del niño y todos quieren acercarse y estar cerca de él.
De repente, cuando hay un niño en la habitación, todos están contentos, sonrientes y amables. La gente le dice palabras dulces al niño; todos miran los ojos del bebé con expectación. Y, sobre todo, nos sentimos muy bien cuando el bebé nos sonríe; la sonrisa del niño es como un regalo o una afirmación.
Al menos durante un corto tiempo, la presencia de un bebé puede cambiar nuestras prioridades y personalidades.
El niño en el pesebre cambia la “habitación” de la misma manera, pero de una forma permanente. Dios viene como un niño para “desarmarnos”. Viene para resquebrajar nuestros miedos naturales, nuestras resistencias y excusas. Al venir como un niño, su presencia no nos intimida sino que nos invita.
Jesús viene al mundo con una “agenda”. Al venir como el Hijo, nos atrae al corazón amoroso y misericordioso de nuestro Padre.
Al revelarnos al Padre, el Hijo nos revela que hemos sido creados para ser hijos e hijas de ese Padre. La Navidad nos dice que podemos llegar a ser una nueva creación, a imagen de Jesús. Podemos llegar a ser hijos de Dios, como él lo es. La familia de Dios es ahora nuestra familia. El Padre de Jesús es nuestro Padre. La Madre de Jesús es nuestra Madre.
Este es el hermoso misterio que se nos revela en la Navidad. Dios es nuestro Padre. Él nos ama verdaderamente y con certeza absoluta. ¡Él está vivo en el mundo y en nuestras vidas!
De manera que esta Navidad, estoy orando por ustedes y por sus familias. Espero que oren por mí y por mi ministerio. Oremos juntos por los pobres, por los que se sienten solos y por los que se han extraviado. Pidamos para que podamos ser una bendición en sus vidas y en las vidas de todos los que conocemos.
Y que nuestra Santísima Madre vele sobre ustedes y les otorgue la alegría de Navidad todos los días, esa alegría que proviene de encontrarse con el amor de Dios y de conocer su misericordia.
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