miércoles, 21 de noviembre de 2018

LA AVENTURA DE LA FE, LA NAVIDAD (P. Antonio Oliver Montserrat) Vin Cens

LA AVENTURA DE LA FE, LA NAVIDAD
El cristiano ha logrado hacer una fiesta desvaída y vacía incluso de la celebración, y es de lo más triste. Que seamos capaces de vaciar cosas vacías sonaría bien, pero que logremos vaciar de contenido a la Plenitud, es muy triste.
La fe es una AVENTURA y una celebración. Aventura significa dos cosas. Primero, que es un camino, una experiencia de desierto, un meandro de la vida (avanzar o retroceder). Y segundo, que se avanza hacia algo siempre sorprendente. Aventura significa no saber cómo serán las cosas mañana, de forma que uno se adentra por el bosque y no sabe lo que le espera. Ésta es la fe.
Una vez más he de decir que hay que insistir en el tema porque, hoy, como otras veces en la Historia, pero hoy sobre todo, se está haciendo de la fe una cabaña donde guarecerse, una seguridad. La fe no da ninguna seguridad, justamente es la capacidad de avanzar sin seguridades, sin cabañas, sin lugar donde guarecerse. Y, además, esta inseguridad se celebra. Pero parece que es al revés, parece que cuanto más se avanza por la vida uno se construye mejor casa, y cuando eso se ha logrado se celebra la Navidad descorchando el mejor cava: el ideal de vida consumista.
Pues bien, la celebración es al contrario. Es no tener casa, es llegar a tener cada vez menos casa y terminar por tener como techo las estrellas, que una de ellas bajó a Belén. Y una vez que se llega a tener como techo las estrellas, sin meta ninguna y sin posibilidad de tocar arriba, además, se celebra. Porque no se celebra lo que se tiene, se celebra Io que se espera. ¿Lo entenderemos los cristianos?
Navidad es una celebración, porque nos ha nacido un Niño que es todo esperanza y todo futuro. ¡Si hubiese nacido como nacían los dioses de la antigüedad, que todos nacían mayores de edad! ¡Faltaba más que un dios naciera cagoncete!, ¡los dioses nacen como Júpiter manda y vienen entre los hombres, como en la Ilíada, con paso de rey y de señor! Los dioses nacen grandes, y el nuestro, sin embargo, nace sin terminar de hacerse. Viene a la puerta del tiempo a vivir con nosotros y a ser uno de nosotros el Rey, el Señor, el Mesías, Dios, y llega infante, como un niño sin cobijo ninguno y por construir toda una vida (es decir, es todo futuro) y, además, al final se atreven a desmontarle. Y eso Él lo celebra toda su vida. He aquí el ejemplo de todo cristiano.
La vida se celebra, la vida es una celebración. Cuando la vida se manifiesta de una manera vital, burbujea: es la fuente que nace, es la aurora, es el Sol, es el chispazo del fuego, la chispa de la primavera, la chispa del amor...
Hoy, sobre todo, manoseamos la religión. Sucede como cuando éramos niños y cogíamos una mariposa con la mano y para que no se nos fuera apretábamos y apretábamos sin darnos cuenta de que cuanto más tiempo la reteníamos en nuestra mano, más se convertía en polvo. Eso es lo que sucede con la religión, porque no la tenemos viva en nuestro interior y decimos mirándonos la mano: "¡Soy cristiano!" Pues bien, a partir de ese momento la religión que tenemos en la mano empequeñece y al final sólo nos queda el polvo de la religión. Menos mal que el polvo es brillante, pero sólo queda eso, el polvo, pues el cuerpo (la esencia) y la vida se nos han muerto en la mano. Lo que estamos haciendo no es poesía, desgraciadamente es anti-poesía, es la realidad de nuestro mundo. Es buen tiempo pues el de Navidad para poner otra vez sobre el tapete estas verdades e inyectarles vida sobre todo.
La religión tiene "cara", rasgos personales. Hoy todo invita, sin embargo, a que la religión sea impersonal y venga dictada desde arriba: "¡Acércate a nosotros y practica!" Predique quien predique, esta fórmula es anticristiana, Jesús predica precisamente lo contrario: la religión es vivir y, sobre todo, vivir en la dimensión amorosa. Así, que desde arriba no se dicta ninguna religión, porque o Dios vive en ti en una expansión total y continua sin choza ni cabaña, o Dios no existe fuera de ti. Que Dios esté feliz en su cielo sin cuidar de nuestras cosas se llama deísmo y, en realidad, es una herejía del siglo XVIII. Ése Dios no existe. Jesús decía que el reino de Dios está en el interior de cada uno de nosotros (Cf. Lc. 17,21) y eso se celebra como el hontanar de la vida.
Pues bien, la "cara" de la religión es la de la Libertad cantada o la de Canción liberada. Pero nosotros la tenemos sin rasgos personales. Habría que recordar, por tanto, aquella expresión tan importante de Jesús cuando le preguntaron si había que pagar el tributo al César y el Señor dijo: "¿De quién es la moneda?" (Lc. 20,24), como dirá San Pedro cuando cada uno de nosotros lleguemos a la eternidad: " ¿Quién eres tú?" Y Jesús dirá: "Miradle a la cara para ver qué rasgos tiene". Y contestará Pedro: "Los tiene muy gastados, ha creído tanto, tanto ique le han quitado la fisonomía!" ¡Claro!, como irás en nombre del Papa o del Obispo tendrás la fisonomía de ellos y te dirán que no, que no puedes pasar. La religión es la que modela los rasgos personales de un hombre. La religión es la personalidad de uno, lo que uno tiene de personal es religioso y Io que tiene de irreligioso es impersonal.
Dios es Transcendental, está más allá de toda montaña. Por mucho que se corra, nunca se alcanzará la estrella que está en la cima de la montaña. Pero lo malo es que como no se le puede alcanzar se le reviste, se le envuelve. A Dios se le vive, no se le reviste. Pero le colocamos en una hornacina de un altar, le damos incienso, que aturde, y nos dedicamos a nuestras cosas mientras Él devora el chivo que le hemos sacrificado: hay que aplacar a los dioses y mientras ellos devoran, no molestan. Luego si logras envolver a Dios no te molestará. Esta es la visión de los dioses y de la religión en la Humanidad.
Y las religiones de la Tierra y la nuestra, si no tenemos cuidado, son una forma de envolver a Dios para que no moleste: le damos la misa del domingo, para que se calle..., le damos el bautizo de los niños, para que se contente..., le damos la confesión anual, para que no nos castigue demasiado... Qué barbaridad. ¿Son éstas celebraciones? ¿Esto es celebrar?... Y luego nos empeñamos en celebrar la Navidad, y no nos sale. iNaturaImente!, si no celebramos nada durante el año, ¿cómo vamos a celebrar la Navidad?
Al final, arropando a Dios como lo hacemos, nos queda un Dios pequeñito y los que le ven huyen de estampida y hacen bien. Si Dios fuera lo que de Él presentamos, deberíamos de escapar. Entonces, ¿quién es Dios? Pues lo cuenta el Misterio de la Navidad que celebramos.

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