JONEYED Y EL BARBERO
El santo Joneyed acudió a La Meca vestido de mendigo. Estando allí, vio cómo un barbero afeitaba a un hombre rico. Al pedirle al barbero que le afeitara a él, el barbero dejó inmediatamente al hombre rico y se puso a afeitar a Joneyed. Y al acabar no quiso cobrarle. En realidad, lo que hizo fue dar además a Joneyed una limosna.
Joneyed quedó tan impresionado que decidió dar al barbero todas las limosnas que pudiera recoger aquel día.
Sucedió que un acaudalado peregrino se acercó a Joneyed y le entregó una bolsa de oro. Joneyed se fue aquella tarde a la barbería y ofreció el oró al barbero.
Pero el barbero le gritó: «¿Qué clase de santo eres? ¿No te da vergüenza pretender pagar un servicio hecho con amor?».
A veces se oye decir a la gente: «Señor, he hecho mucho por Ti. ¿Qué recompensa me vas a dar?».
* * *
Siempre que se ofrece o se busca una recompensa, el amor se hace mercenario.
Una fantasía:
El discípulo clamó al Señor: «¿Qué clase de Dios eres? ¿No te da vergüenza pretender recompensar un servicio hecho con amor?». .
El Señor sonrió y dijo: «Yo no recompenso a nadie; lo único que hago es regocijarme con tu amor».
EL HIJO MAYOR
El tema del sermón era el del hijo pródigo. El predicador hablaba con honda emoción del increíble amor del Padre. Pero ¿Qué había de asombroso en el amor del Padre? Hay miles de padres humanos (y probablemente más madres aún) capaces de amar de semejante modo.
La parábola realmente pretendía ser una indirecta dirigida a los fariseos:
Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a El para oírle; y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Entonces les dijo esta parábola...
(Lc 15, 1-2)
¡El protestón! ¡El fariseo! ¡El hijo mayor! Ahí está la finalidad de la parábola.
Estaba Dios un día paseando por el cielo cuando, para su sorpresa, se encontró con que todo el mundo se hallaba allí. Ni una sola alma había sido enviada al infierno. Esto le inquietó, porque ¿acaso no tenía obligación para consigo mismo de ser justo? Además, ¿para qué había sido creado el infierno, si no se iba a usar?
De modo que dijo al ángel Gabriel: «Reúne a todo el mundo ante mi trono y léeles los Diez Mandamientos».
Todo el mundo acudió y leyó Gabriel el primer mandamiento. Entonces dijo Dios: «Todo el que haya pecado contra este mandamiento deberá trasladarse al infierno inmediatamente». Algunas personas se separaron de la multitud y se fueron llenas de tristeza al infierno.
Lo mismo se hizo con el segundo mandamiento, con el tercero, el cuarto, el quinto... Para entonces, la población del cielo había decrecido considerablemente. Tras ser leído el sexto mandamiento, todo el mundo se
fue al infierno, a excepción de un solo individuo gordo, viejo y calvo. Le miró Dios y dijo a Gabriel: «¿Es ésta la única persona que ha quedado en el cielo?». «Sí», respondió Gabriel.
«¡Vaya!», dijo Dios, «se ha quedado bastante solo, ¿no es verdad? Anda y di a todos que vuelvan».
Cuando el gordo, viejo y calvo individuo oyó que todos iban a ser perdonados, se indignó y gritó a Dios: «¡Eso es injusto! ¿Por qué no me lo dijiste antes?».
¡Ajá! ¡Otro fariseo a la vista! ¡Otro hijo mayor! ¡El hombre que cree en recompensas y castigos y que es un fanático de la más estricta justicia!
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