sábado 01 Noviembre 2014
Santos no ejemplares
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Santos no ejemplares
La santificación se da en la misteriosa unión de la gracia de Dios y de la libertad humana, pero ambas, gracia y libertad, transcienden en última instancia todo condicionamiento exterior a ellas. Esto significa que la santidad esencial no puede verse limitada por adversas circunstancias psíquicas, corporales o ambientales, pero éstas sí pueden limitar, sin que haya culpa, la íntima experiencia psicológica de la santidad, así como su ejercicio moral en actos concretos.
Sabemos que concretamente en los cristianos, Dios santifica al hombre contando con el concurso de sus facultades mentales. Pero sabemos que Dios también santifica al hombre sin el concurso consciente y activo de sus potencias psicológicas. Así son santificados los niños sin uso de la razón.
Los locos durante su tiempo de alienación mental. Los paganos, pues los que son santificados sin fe-conceptual (no conocen a Cristo), habrán de tener un cierto modo de fe-ultra conceptual, ya que sin la fe no podrían agradar a Dios (Heb. 11, 5-6) Los místicos, cuando al orar o al actuar bajo la intensa acción de los dones del Espíritu Santo, no ejercitan activamente las potencias psicológicas; ellos nos hablan de cómo la fe ha de trascender tanto lo inferior sensitivo como lo racional y superior.
Por otra parte, la distinción real que hay entre el alma y las potencias que de ella fluyen nos ayuda también mucho a comprender estos modos de santificación al margen de las potencias del hombre. En efecto, lo que santifica al hombre es la gracia, pero propiamente la gracia perfecciona la esencia misma del alma, que es distinta de sus potencias psicológicas; éstas, en la santificación, pueden quedar eventualmente incultas, por designio divino.
Este designio de Dios, como decíamos, parece bastante frecuente, pues hay que reconocer que entre los hombres – y también a veces los «cristianos»- el número de niños, locos y paganos son muy grande. Entre todos éstos la santificación de Dios realizará no pocas veces «santos no ejemplares». Recordemos también en esto que la santificación cristiana es escatológica: se realizará plenamente en la resurrección.
Pero aquí en la tierra muchas veces el Espíritu Santo habita y santifica realmente a hombres cuya lamentable circunstancia, impide todavía ciertas vivencias psicológicas y ciertas manifestaciones éticas que corresponderían normalmente a la santidad. Ahora bien, si desde el fondo de su humillación, esos hombres aceptan la cruz de la vergüenza, son santos: las realizaciones psicológicas y morales de la santidad pueden ser en ellos desastrosas, pero son santos. No son santos «canonizables», por supuesto, ya que la Iglesia sólo canoniza santos ejemplares.
La obra santificante de Dios, en esta vida histórica, produce, pues, dos tipos de santos, según que la gracia actúe sobre naturalezas individuales relativamente sanas o particularmente deterioradas, o más exactamente, según los designios de la Providencia. En palabras de Beirnaert: « Existen los santos cuyos psiquismos son desfavorecidos y pobres, la multitud de los angustiados, agresivos, carnales, todos aquellos que arrastran el peso insoportable de los determinismos... Y junto a ellos existen los santos de feliz psiquismo, los santos castos, fuertes y dulces, los santos modelo, canonizados o canonizables, los santos admirables que provocan la acción de gracias y en quienes vemos a la humanidad transformada por la gracia ( L. Beirnaert, Experiencia Cristiana y sicología, Barcelona, Estela 1969)
La gracia de Dios, en cada hombre concreto, no sana necesariamente en esta vida todas las enfermedades y atrofias de la naturaleza humana; sana lo que, en los designios de la Providencia, viene requerido para la divina unción. Permite, pues, a veces que perduren en el hombre deificado no pocas deficiencias psicológicas y morales inculpables, que para la persona será una no pequeña humillación y sufrimiento.
Fuente: José Rivera y José María Irabury; « Espiritualidad Cristiana»; Prólogo de Don Marcelo González Martín, Arzobispo de Toledo, Cardenal Primado de España; Centro de estudios de Teología Espiritual; Madrid 1982 (Pág. 408 a 413)
Oremos
Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes celebrar los méritos de todos los santos en una misma solemnidad, te rogamos que, por las súplicas de tan numerosos intercesores, nos concedas en abundancia los dones que te pedimos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
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