Un cuento “hasídico”.
Los judíos de una pequeña ciudad rusa esperaban ansiosos la llegada de un rabino. Se trataba de un acontecimiento poco frecuente, y por eso habían dedicado mucho tiempo a preparar las preguntas que iban a hacerle.
Cuando, al fin, llegó y se reunieron con él en el ayuntamiento, el rabino pudo palpar la tensión reinante mientras todos se disponían a escuchar las respuestas que él iba a darles.
Al principio no dijo nada, sino que se limitó a mirarles fijamente a los ojos, a la vez que tarareaba insistentemente una melodía. Pronto empezó todo el mundo a tararear. Entonces el rabino se puso a cantar y todos le imitaron. Luego comenzó a balancearse y a danzar con gestos solemnes y rítmicos, y todos hicieron lo mismo. Al cabo de un rato, estaban todos tan enfrascados en la danza y tan absortos en sus movimientos que parecían insensibles a todo lo demás; de este modo, todo el mundo quedó restablecido y curado de la fragmentación interior que nos aparta de la Verdad.
***
Transcurrió casi una hora hasta que la danza, cada vez más lenta, acabó cesando. Una vez liberados de su tensión interior, todos se sentaron, disfrutando de la silenciosa paz que invadía el recinto. Entonces pronunció el rabino sus únicas palabras de aquella noche: “Espero haber respondido a vuestras preguntas”.
Cuando le preguntaron a un derviche por qué daba culto a Dios por medio de la danza, respondió:
“Porque dar culto a Dios significa morir al propio yo. Ahora bien, la danza mata al yo; cuando el yo muere, todos los problemas mueren con él; y donde no está el yo, está el Amor, está Dios”.
***
El Maestro se sentó con sus discípulos en el patio de butacas y les dijo: “Todos vosotros habéis oído y pronunciado muchas oraciones. Me gustaría que esta noche vierais una”.
En aquel momento se alzó el telón y comenzó el ballet.
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