jueves, 25 de junio de 2015

Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón XVIII

SERMÓN XVIII (174)
Adolescens, tibi dico: surge.

Nuestro Señor se dirigió a una ciudad, llamada Naín, y con Él iban una muchedumbre
y también los discípulos. Cuando llegó al portón [de la ciudad] estaban sacando de
ahí a un joven muerto, hijo único de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó el féretro
donde yacía el muerto, y dijo: «Joven, yo te digo ¡levántate!». El joven se incorporó y
en seguida comenzó a hablar gracias a [su inherente] semejanza [con el Verbo divino =
Cristo], diciendo que había resucitado merced a la Palabra eterna (Lucas 7, 11 a 15).
Ahora digo yo: «Él se dirigió a la ciudad». Esa ciudad es aquella alma que se halla
bien ordenada y fortificada y protegida contra las imperfecciones y que ha excluido toda
multiplicidad y se encuentra en armonía y bien fortalecida en la salvación por Jesús,
mientras está amurallada y cercada por la luz divina. Por eso dice el profeta: «Dios es
un muro alrededor de Sión» (Cfr. Isaías 26, 1). Dice la eterna Sabiduría: «Pronto descansaré
de nuevo en la ciudad bendecida y santificada» (Eclesiástico 24, 15). Nada descansa
ni une tanto como lo semejante; por ende, todo lo semejante se halla adentro y
cerca y al lado. Es bendita aquella alma en la cual se encuentra sólo Dios y donde ninguna
criatura logra [su] descanso. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad
bendecida y santificada». Toda santidad proviene del Espíritu Santo. La naturaleza
no salta por encima de nada; siempre comienza a obrar en la parte más baja y sigue
obrando así hasta llegar a lo más elevado. Dicen los maestros (175) que el aire, si primero
no se ha vuelto enrarecido y caliente, nunca se convierte en fuego. El Espíritu Santo
toma al alma y la purifica en la luz y en la gracia y la atrae hacia arriba hasta lo altísimo.
Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada». Cuanto descansa el
alma en Dios, tanto descansa Dios en ella. Si ella descansa [sólo] en parte en Él, Él descansa
[sólo] en parte en ella; si ella descansa totalmente en Él, Él descansa totalmente
en ella. Por eso dice la Sabiduría eterna: «(Pronto descansaré de nuevo».
Dicen los maestros (176) que en el arco iris los colores amarillo y verde se unen el uno
al otro tan parejamente que no hay ningún ojo dotado de vista tan aguda que sea capaz
de percibir [la transición]; tan parejamente obra la naturaleza, y se parece con ello al pri-
174 Atribución: «S. m. Echardi». Encabezamientos: «El domingo XVI después de la Santa Trinidad, el cuarto sermón».
175 Cfr. Albertus Magnus, De gener. et corrupt. I tr. 1 c. 25.
176 En Sermo XXXVI n. 365 Eckhart se refiere a Avicena.

mer efluvio violento, al cual los ángeles todavía se asemejan en forma tal que Moisés no
se animó a escribir sobre ello a causa de la [poca] comprensión de la gente imperfecta,
para que no adorasen a ellos [=los ángeles]: tanto se asemejan al primer efluvio violento.
Dice un maestro muy eminente (177) que el ángel supremo de los espíritus [=inteligencias]
se halla tan cerca del primer efluvio violento y encierra en sí una parte tan grande
de la semejanza divina y del poder divino que él creó todo este mundo y además todos
los ángeles que se encuentran por debajo de él. Esta [idea] encierra la buena enseñanza
de que Dios es tan alto y tan puro y tan simple que influye en su criatura más elevada de
modo tal que ella obra [revestida] de su poder, así como un trinchante obra como apoderado
del rey y gobierna su país. Dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada
y bendecida».
El otro día dije que la puerta por donde Dios se derrite hacia fuera, es la bondad. [El]
ser, empero, es aquello que se conserva dentro de sí mismo y no se derrite hacia fuera; al
contrario, se derrite hacia dentro. Por otra parte, es [una] unidad aquello que se mantiene
en sí mismo como uno solo, separado de todas las cosas sin comunicarse hacia fuera.
[La] bondad, empero, es aquello donde Dios se derrite hacia fuera comunicándose a todas
las criaturas. [El] ser es el Padre, [la] unidad es el Hijo junto con el Padre, [la] bondad
el Espíritu Santo. Ahora bien, el Espíritu Santo toma al alma, «la ciudad
santificada», en [su punto] más puro y elevado y la alza hasta su origen, éste es el Hijo,
y el Hijo continúa llevándola hasta su origen, éste es el Padre, en el fondo, en lo primigenio
donde el Hijo tiene su esencia, allí donde la eterna Sabiduría «pronto descansará
de nuevo en la ciudad bendecida y santificada», o sea, en lo más íntimo.
Ahora dice: «Nuestro Señor se dirigió a la ciudad de Naín». «Naín» quiere decir lo
mismo que «hijo de la paloma» y significa simplicidad (178). El alma no ha de descansar jamás
en la fuerza potencial hasta que llegue a ser totalmente una en Dios. [Naín] quiere
decir también «un caudal de agua» y significa que el hombre ha de mantenerse inmóvil
frente a los pecados e imperfecciones. «Los discípulos» son la luz divina que debe fluir
copiosamente en el alma. «La muchedumbre», éstas son las virtudes de las que hablé el
otro día. El alma tiene que ascender con ardientes ansias y sobrepasar en las grandes virtudes
buena parte de la dignidad de los ángeles. Allá se llega al «portón», es decir, [se
entra] en el amor y la unidad, [o sea] «el portón» por donde se sacaba al muerto, el joven,
hijo de una viuda. Nuestro Señor se acercó y tocó [el féretro] donde yacía el muerto.
Paso de alto cómo se acercó y cómo tocó, pero no que dijo: «Incorpórate, joven!»
177 Avicenna y en contra de su opinión cfr. Thomas, S. theol. I q. 47 a. 1.
178 Quint (t. I p. 303 n. 3) señala que en el Medioevo la etimología corriente de «Naín» era «conmotio
vel fluctus» (Movimiento o flujo).
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Era el hijo de una viuda. El marido estaba muerto, de ahí que también el hijo estuviera
muerto. El único hijo del alma, esto es la voluntad y lo son todas las potencias del
alma; ellas son todas uno en lo más íntimo del entendimiento. [El] entendimiento, en el
alma es el marido. Puesto que el marido está muerto, también está muerto el hijo. A este
hijo muerto le dijo Nuestro Señor: «¡Te digo, joven, levántate!» El Verbo eterno y el
Verbo vivo en el cual viven todas las cosas y que sostiene todas las cosas, infundió vida
al muerto, y éste «se incorporó y comenzó a hablar». Cuando la Palabra habla dentro del
alma y el alma contesta en medio de la Palabra viva, entonces el Hijo cobra vida en el
alma.
Los maestros preguntan (179) ¿qué es lo que es mejor: [el] poder de las hierbas o [el]
poder de las palabras o [el] poder de las piedras? Hay que reflexionar sobre qué es lo
que se elige. Las hierbas tienen gran poder. Oí decir (180) que una víbora y una comadreja
luchaban entre ellas. Entonces la comadreja se alejó corriendo y buscó una hierba y la
envolvió en otra cosa y arrojó la hierba sobre la víbora y ésta reventó y [ahí] yacía
muerta. ¿Qué le habrá dado semejante inteligencia a la comadreja? El hecho de estar enterada
del poder de la hierba. En esto reside realmente una gran sabiduría. También [las]
palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras. Todas las palabras
deben su poder al Verbo primigenio. También [las] piedras tienen gran poder a causa de
la igualdad que producen en ellas las estrellas y la fuerza del cielo. Si, pues, lo igual es
tan poderoso en lo igual, el alma debe levantarse a su luz natural hacia lo más elevado y
puro y entrar así en la luz angelical, llegando con la luz angelical a la luz divina, y así ha
de estar parada por entre las tres luces en el cruce de caminos, [allá] en las alturas donde
se encuentran las luces. Allá habla el Verbo eterno infundiéndole la vida; allá el alma cobra
vida y da su respuesta dentro del Verbo.
Que Dios nos ayude para que nosotros también lleguemos a responder dentro del
Verbo. Amén.
179 Cfr. Aristóteles, De animalibus IX t. XX; Albertus Magnus, De animalibus 1. XXI tr. I c. 2; Konrad
von Megenberg, Das Buch der Natur, ed. por Fr. Pfeiffer, 1861, p. 152, 16 ss.
180 Cfr. las obras citadas en nota 6.
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Maestro Eckhart, Obras Alemanas, Tratados y Sermones

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