viernes, 26 de junio de 2015

Beatas Magdalena Fontaine, Francisca Lanel, Teresa Fantou y Juana Gérard - San José María Robles Hurtado - Beato Andrés Jacinto Longhin 26062015


Beata Magdalena Fontaine

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Beatas Magdalena Fontaine, Francisca Lanel, Teresa Fantou y Juana Gérard
En Cambrai, de nuevo en Francia, beatas Magdalena Fontaine, Francisca Lanel, Teresa Fantou y Juana Gérard, vírgenes y mártires, de la Compañía de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, que durante la Revolución Francesa fueron condenadas a muerte y conducidas al suplicio coronadas a modo de burla con el Rosario.
Estas cuatro mártires eran Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, en el convento de Arras. Fueron la madre superiora, beata Magdalena Fontaine, de 71 años; la beata Francisca Lanel, 42 años; la beata Teresa Fantou, una bretona de 47; y la beata Juana Gerard, de 42 años.

En plena Revolución Francesa, las cuatro hermanas, de acuerdo con el criterio de su regla, se negaron a prestar el juramento de fidelidad que exigía la Convención a clérigos y religiosas y, por lo tanto, se las apuntó en la lista de sospechosos. Pocos meses más tarde, el 14 de febrero de 1794, fueron detenidas por infidelidad. Con base en cierto documento que había sido introducido clandestinamente en el convento por alguno de sus enemigos, fueron interrogadas sobre «sus actividades contrarevolucionarias». El tristemente célebre sacerdote renegado Joseph Lebon, solicitó a la Convención el envío de las cuatro hermanas a la ciudad de Cambrai, para ser juzgadas por él. Las prisioneras llegaron a Cambrai el 26 de junio y, el mismo día, comparecieron ante el tribunal donde se acusó a la superiora Magdalena de ser «una piadosa contra-revolucionaria» y a las otras tres como sus cómplices, por lo que fueron condenadas a muerte, sin apelación.

Sin tardanza, las cuatro hermanas de la caridad fueron conducidas al cadalso y las gentes se detenían a mirarlas, conmovidas, porque todas ellas iban cantando a voz en cuello el Ave Maria. Sobre la plataforma de la guillotina se produjo un suceso notable: la madre Magdalena que fue la última en subir, luego de haber visto rodar las cabezas de sus tres hijas, se volvió hacia la multitud y gritó: «¡Oíd, cristianos! Nosotras hemos sido las últimas víctimas. La persecución se detendrá; las guillotinas serán destruidas y los altares de Jesucristo se levantarán de nuevo, llenos de gloria». La profecía se realizó al pie de la letra. Tras la ejecución de las cuatro religiosas y ante críticas tan violentas que amenazaban con transformarse en ataques armados, Lebon se vio obligado a detener la matanza y, menos de seis semanas después, su propia cabeza cayó en el cesto. Las cuatro hermanas de la caridad fueron beatificadas en 1920.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San José María Robles Hurtado

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San José María Robles Hurtado, presbítero y mártir
En los alrededores de Guadalajara, en el estado de Jalisco, en México, san José María Robles Hurtado, presbítero y mártir, que, durante la persecución contra la Iglesia en tiempo de la Revolución Mexicana, fue colgado de un árbol.
José María Robles era hijo de Antonio Robles y Petronila Hurtado y nació el 3 de mayo de 1888, en Mascota, Jalisco. Fue ordenado presbítero en 1913, y luego de eso, fundó en Nochistlán, Zacatecas, el Instituto de Religiosas Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús (hoy Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado). Sus compañeros lo apodaron «el loco del Sagrado Corazón», por su vehemente deseo de divulgar el amor de Dios a los hombres, que le llevó a cultivar una espiritualidad centrada en el Sagrado Corazón de Jesús. Encendió asimismo el entusiasmo y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús entre los vecinos de Tecolotlán, a donde fue nombrado párroco en diciembre de 1920.

Ante la suspención del culto público, consagró su parroquia al Corazón de Jesús, colocando, como signo visible, una cruz en el promontorio conocido como La Loma. Los agentes gobiernistas consideraron ese acto como un desafío y le tendieron un cerco. A partir del 2 de enero de 1927 el Padre Robles se ocultó en el domicilio particular de la familia Agraz. Desde su refugio, se mantenía al tanto de la salud espiritual de sus feligreses y oraba intensamente por la paz en México.

Después del 26 de febrero de 1927, cuando se le comunicó que existía una orden de arresto contra los clérigos, sus amigos le suplicaron que huyera, sin embargo no hizo caso de la recomedación. En la madrugada del 25 de junio de 1927, cuando se disponía a celebrar la Misa, fue aprehendido por un nutrido contingente de soldados y se les ordenó que procedieran con todo rigor en contra del cura «rebelde».
La justicia federal le concedió un amparo dentro de la jurisdicción de Tecolotlán, por lo que se decidió quitarle la vida en los linderos de la municipalidad vecina, y durante la media noche, atado de manos, fue obligado a recorrer el camino de la sierra. Cuando llegaron a las inmediaciones del poblado de Quila y los agraristas se disponían a ejecutarlo, el Padre Robles pidió unos minutos y arrodillado hizo una última oración; al incorporarse bendijo su parroquia y en voz alta perdonó y bendijo a sus verdugos. A fin de evitar que se mancharan las manos con su muerte, él mismo tomó la soga, la bendijo, la besó y se la echó al cuello. El cadáver fue abandonado al pie del árbol y sepultado por empleados de una carbonera, quienes no identificaron al párroco.

El 26 de junio de 1932, con autorización del que fuera su condiscípulo en el Seminario, el entonces Obispo Auxiliar de Guadalajara, Don José Garibi Rivera, los restos del mártir pasaron de Quila al Templo Expiatorio de Guadalajara. Actualmente las reliquias de este apóstol del Sagrado Corazón de Jesús se veneran en el noviciado de las Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado en la ciudad de Guadalajara.
fuente: Mártires Mexicanos





Quiero amar tu corazón
Jesús mío, con delirio;
quiero amarte con pasión,
quiero amarte hasta el Martirio...
con el alma te bendigo
Mi Sagrado Corazón;
dime: ¿Se llega el instante
de feliz y eterna unión?.
tiéndeme, Jesús, los brazos,
pues tu «pequeñito» soy;
de ellos, al seguro amparo,
a donde lo ordenes, voy...
al amparo de mi Madre
y de su cuenta corriendo
yo, su «pequeño» del alma
vuelvo a sus brazos sonriendo.
Un Padre, espera a sus hijos,
a todos, allá en el Cielo.




Beato Andrés Jacinto Longhin

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Beato Andrés Jacinto Longhin, obispo
En Treviso, en Italia, beato Andrés Jacinto Longhin, obispo, que, en las dificultades de la guerra, acudió generoso a las necesidades de los prófugos y cautivos, y en medio de la agitación de su tiempo, con singular solicitud defendió los derechos de los obreros, de los agricultores y de todos los necesitados.
Nació el 23 de noviembre de 1863 en Fiumicello di Campodarsego, provincia y diócesis de Padua (Italia), en una familia de campesinos pobres y muy religiosos. Al día siguiente fue bautizado con los nombres de Jacinto Buenaventura. Muy pronto manifestó su vocación al sacerdocio y a la vida religiosa. A los 16 años ingresó en el noviciado de la Orden de los Frailes Menores Capuchinos, con el nombre de Andrés de Campodarsego. Después de realizar sus estudios humanísticos en Padua y los teológicos en Venecia, fue ordenado sacerdote, a los 23 años, el 19 de junio de 1886.

Durante dieciocho años desempeñó los cargos de director espiritual y profesor de los religiosos jóvenes, mostrándose guía segura y maestro sabio. En 1902 fue elegido ministro provincial de los capuchinos de Venecia, cuyo patriarca, Giuseppe Sarto -futuro Papa san Pío X- lo comprometió en la predicación y en múltiples ministerios dentro de la diócesis.

El 13 de abril de 1904, Pío X, Sumo Pontífice desde hacía pocos meses, lo nombró personalmente obispo de Treviso y quiso que fuera consagrado en Roma por el cardenal Merry del Val. Monseñor Andrés tomó posesión de la diócesis el 6 de agosto sucesivo, y al año siguiente inició su primera visita pastoral, que duró casi un lustro: quería conocer bien su diócesis, una de las más vastas y pobladas de la región, entablar un contacto personal especialmente con su clero y con el laicado organizado. Concluyó la visita con la celebración del Sínodo, para aplicar las reformas puestas en marcha por el Santo Padre. Reformó el seminario diocesano, elevando la calidad de los estudios y cuidando con esmero la formación espiritual. Promovió los ejercicios espirituales de los sacerdotes y les trazó un programa de formación permanente.

Cuando estalló la primera guerra mundial, Treviso se encontró en la línea del frente. Sufrió invasiones y bombardeos aéreos que destruyeron la ciudad y más de cincuenta parroquias. Monseñor Longhin permaneció en su puesto, incluso cuando las autoridades civiles se fueron, y quiso que también sus sacerdotes se quedaran para atender a los fieles. Impulsó la asistencia a los soldados, a los enfermos y a los pobres.

En los años duros de la reconstrucción material y espiritual, reanudó la segunda visita pastoral, que había interrumpido por causa de la guerra. En medio de graves tensiones sociales, con fortaleza evangélica indicó que la justicia y la paz social exigían el camino estrecho de la no violencia y de la unión de los católicos.

De 1926 a 1934 realizó su tercera visita pastoral para fortalecer la fe de la comunidad diocesana. El Papa Pío XI lo nombró visitador apostólico, primero en Padua, luego en Údine, para devolver la paz a esas diócesis afectadas por el enfrentamiento del clero con el obispo. Su obra de reforma le procuró muchas cruces y sufrimientos, tanto de parte del clero que no estaba dispuesto a seguirlo por el camino de la renovación como de numerosos laicos. Sufrió la oposición del fascismo, que prefirió vengarse en los sacerdotes y los laicos organizados, causando a monseñor Longhin un dolor más profundo que si lo hubieran herido a él personalmente. Nunca cedió ni a la violencia ni a los halagos.

Dios quiso purificarlo con una enfermedad que lo privó progresivamente de las facultades mentales y que sobrellevó con extraordinaria fe y total abandono a la voluntad divina. Murió el 26 de junio de 1936. Ya en vida tenía fama de santidad por su heroica caridad y por su sabia prudencia evangélica. La espiritualidad franciscana, con el rigor de la Orden capuchina, guió siempre a monseñor Longhin por el camino de una vida ascética, exigente y fidelísima -oración y penitencia-; de una obediencia religiosa a la Iglesia; de una pobreza como libertad con respecto a todas las cosas del mundo; y sobre todo de una caridad generosa y abnegada.
fuente: Vaticano

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